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Desafío Serbia – Croacia (10): Poder gritar a los cuatro vientos «This is Croacia!»

A todos los viajeros nos pasa, que después de un tiempo de mirar mapas y de unas cuantas horas en aeropuertos, las distancias nos empiezan a parecer cada vez más cortas. A fuerza de situaciones diarias, empezamos a entender más de geografía, de historia, de cultura, de política. No nos damos cuenta de todo lo que aprendimos porque no nos pasamos horas sentados con el culo en la silla y el resaltador en la mano, pero la verdad es que en cada viaje uno empieza a naturalizar ciertas cosas, y a dejar atrás la libre asociación de nombres de países y religiones y a relacionarlos más por lo que son, por los recuerdos que uno construye en esos sitios.

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Aprender a lidiar con la naturalización interna de uno, y lo “normal” del resto, es todo un tema. No sé cómo escribir al respecto sin sonar presumida ─que muy lejos está de mi intención─, pero aunque hace ya varios años que soy la chica que viaja, todavía sigo sintiendo incomodidad cuando la gente me pregunta sobre el último o el próximo viaje, no tanto por la respuesta, sino porque ya puedo anticiparme a lo que va a venir después. Un mes atrás, entonces, cuando me preguntaron a dónde me iba esta vuelta, opté por resumir: “a Europa”, englobando toda la diversidad de un continente en una sola palabra, haciendo eso que yo tanto detesto que la gente haga. Europa y fin del asunto, porque si se me ocurría decir “a Serbia y a Croacia” entonces olvidate: la deformidad de la cara de espanto era tan grave, que no sabía si empezar con las aclaraciones o llamar al SAME. Con Serbia perdí las esperanzas. Igual que con Kosovo, o con Albania y mis amigos italianos, entendí que todo intento mío de contar otra realidad diaria, sin desmentir pero sí yendo un poco más acá que las noticias, era en vano. Peor: mientras más nos empeñábamos en contrarrestar la cara negativa de esos lugares, con historias de la vida diaria o episodios de hospitalidad local, más se aferraban las otras partes a su versión de la historia, minimizando nuestra voz a “bueno, pero lo de ustedes es suerte” o “sus experiencias son muy subjetivas, los ______ son muy mala gente”. Inevitablemente quedábamos como unos hippies-crédulos-burbujahabitantes  o, más grave aún, como unos sabihondos queriendo echar luz y demostrar lo equivocado que está todo el mundo.

En ese aspecto, Croacia fue todo un experimento. No tenía idea de cuál iba a ser la reacción en general, así que para divertirme un rato, las últimas semanas previas al viaje cambié la palabra “Europa” por la palabra “Croacia” y empecé a anotar los resultados. Más o menos, las respuestas se dividían así, sobre un total de 20 personas aproximadamente:

Guerra - 40%
Game of Thrones - 25%
¿Eso es Europa? / ¿Y eso dónde queda? - 15%
Ns/Nc - 15%
¡El país de Ante Garmaz! - 5% (WTF??)

Me sorprendió. Vagamente había un recuerdo de la guerra, pero era una guerra media evaporada en los titulares. A diferencia de otras veces, sentí que la gente tenía ganas de saber. No había un preconcepto rotundo y cerrado, más bien una falta de conexión o de información generalizada, que es bastante lógica, si uno se pone a analizar. Pensé qué podía escribir para que la próxima vez que alguien me preguntara “¿Y cómo es Croacia?”, tuviera algo requetelindo para sacar de abajo del brazo, algo que fuera más gráfico que la hospitalidad de alguien que nos alojó en su casa, algo que se pudiera fotografiar, y cuya belleza desbordara los marcos de la foto. Pensando en eso, y recurriendo al criterio de UNESCO, se me había ocurrido en un comienzo que este desafío fuera “Visitar 2 Patrimonios de la Humanidad en Croacia”, pero después de haberlo cumplido, y a horas de terminar el viaje, lo único que podía llenar el hueco entre lo que yo había visto y las dudas de las personas con las que había conversado era un grito furibundo, un clamor rugiente y victorioso que dejara de lado todo preconcepto vago sobre guerra, Winter is Coming y ─oh, por Dios─ Ante Garmaz. This is Croaciaaaaa! (Esto es Croatia, para ser justos con la traducción).

Split

Usted está aquí, en la costa croata, a la altura de Ancona en Italia, bastante cerca de Bosnia y a la vez bastante lejos de las montañas como para desviar la vista de este mar (del que ya hablé en el desafío anterior “Hacer Barcoestop o navegar la costa croata”). El casco medieval de Split y el Palacio de Diocleciano fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por UNESCO en 1979, por ser una de las obras más importares de la arquitectura clásica tardía. Pero si son de los míos, y no tienen tan fresca la historia, basta con levantar la vista para entender que esta es una de las ruinas romanas más imponentes que van a encontrar.

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Pero vamos a lo primero: cuando piensen en el palacio, olvídense de la estructura castillesca, con torres y murallas, reservadas para la nobleza. Sí, este fue un palacio que construyó el emperador Diocleciano para pasar acá sus años de jubilación, pero hoy en día es el corazón viviente de la ciudad ─y el lugar donde más tiempo pasa uno cuando visita Split─. Dentro de las paredes que forman parte de la residencia se albergan más de 200 edificios, entre casas familiares, cafés, bares, restaurantes y negocios, que se desparraman por calles laberínticas cuyo final es siempre un misterio. Todo está construido en piedra blanca que Diocleciano mandó a traer de la isla de Brac, frente a Split, lo que le da un carácter bastante interesante a todo el casco histórico. Pero como buen emperador, Diocleciano no escatimó en gastos. Si la piedra principal venía de la isla de en frente, el mármol lo hizo traer Italia y también de Grecia, y ya que estaba agregó unas cuantas esfinges de Egipto, muchas de las cuales permanecen al día de hoy. De las 12 que se encontraron, la más famosa está frente al templo de Júpiter.

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Una de las mejores manera de recorrer la ciudad, sin dudas, es haciendo cualquiera de los Walking Tour que se ofrecen en todos los hostels (por orden del Municipio, no pueden ser gratis como en otras ciudades, así que hay tarifa establecida), pero si tienen tiempo y ganas de pasear, lo mejor que pueden hacer es perderse dentro y fuera del palacio. El lugar no es tan grande como para extraviarse en el sentido literal de la palabra, pero sin rumbo fijo es más fácil apreciar el espíritu de Split, ese que surge en los pasillos angostos, donde se mezclan bares chic con señoras que tienen su ropa en las sogas junto a sus ventanas.

Nosotras optamos por hacer un city tour autoguiado, y caminar sin mucho rumbo por la ciudad.

Empezamos por el Teatro Nacional. Me encantan los teatros, así que golpeamos la puerta a ver si podíamos pasar, pero no tuvimos suerte...
Empezamos por el Teatro Nacional. Me encantan los teatros, así que golpeamos la puerta a ver si podíamos pasar, pero no tuvimos suerte…
Seguimos por Prokurative
 (o Plaza de la República)
Seguimos por Prokurative
 (o Plaza de la República)
Antes de atravesar el portal, notamos estas gárgolas un tanto inquietantes. En la puerta del edificio hay una placa que dice que antiguamente esto funcionaba como un hospital. Hoy sigue siendo un centro médico, y aunque es un edificio histórico, no están permitidas las visitas. Me pregunto quién puede sentirse en paz, estando enfermo, en un lugar custodiado por figuras tan espeluznantes.
Antes de atravesar el portal, notamos estas gárgolas un tanto inquietantes. En la puerta del edificio hay una placa que dice que antiguamente esto funcionaba como un hospital. Hoy sigue siendo un centro médico, y aunque es un edificio histórico, no están permitidas las visitas. Me pregunto quién puede sentirse en paz, estando enfermo, en un lugar custodiado por figuras tan espeluznantes.

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Después caminamos por Riva, o el malecón/costanera de Split. Nos dimos cuenta en seguida que olía un poco a Islandia. Después nos enteramos de que ahí cerquita hay fuentes geotermales. Con razón.
Después volvimos a entrar al palacio...
Después volvimos a entrar al palacio…
Nos perdimos entre las ruinas...
Nos perdimos entre las ruinas…

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Y llegamos hasta Pusti me proc o "dejame pasar", que sería la calle más angosta de todo Split. Lo lindo es que al final del pasillo hay un mozo que con tal de que te sientes en su mesa, te dice los piropos más ocurrentes, y te alegran el día.
Y llegamos hasta Pusti me proc o «dejame pasar», que sería la calle más angosta de todo Split. Lo lindo es que al final del pasillo hay un mozo que con tal de que te sientes en su mesa, te dice los piropos más ocurrentes, y te alegran el día.
Y para terminar, subimos a la torre del Templo de Júpiter (no apto para gente que sufre de vértigo). Y nos enamoramos de estas vistas.
Y para terminar, subimos a la torre de San Duje (no apto para gente que sufre de vértigo). Y nos enamoramos de estas vistas.

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Algo de información útil para viajar a Split

Alojamiento: Dentro de las murallas del palacio y en los alrededores hay muchos hostels, así que pueden elegir a gusto. Nosotras nos quedamos en el Wine Garden Hostel. La relación precio/calidad (12 euros el dormi) es muy buena, sobre todo si tienen en cuenta que el hostel es nuevo, y casi todo parece a estrenar. Además está muy bien ubicado. Lo que sí les recomiendo es que huyan de los zombies con carteles de “ROOM” que se apelotonan en el puerto o en la estación de tren. No son de fiar.

Qué comer: Si el lugar donde se quedan tiene cocina, Split tiene mercados muy buenos con productos frescos y bastante accesibles. Igualmente, para ser una ciudad turística los bodegones con comidas típicas a precios locales están bastante al alcance de la mano. Les recomiendo la ensalada de pulpo, y los pimientos rellenos (tremendos).

Qué ver/qué hacer/qué qué: Los mapas Use-It combinan una lista de cosas obligatorias para cualquier buen turista + una lista de recomendaciones de gente local para viajeros que quieran salirse un poco de la fila + curiosidades históricas y culturales de esas que le dan color al viaje. Los consiguen en varios hostels, pero se los pueden descargar de antemano en la web.

Dubrovnik

Usted está aquí, bien al sur de Croacia, sobre la misma costa que un párrafo atrás, pero más cerquita de Bosnia y de Montenegro. Aquí, donde llegan todos los cruceros y donde la gente viene desesperada buscando encontrar Kings Landing, donde los rastros del bombardeo de 1991 ni siquiera se notan.

La perla del Adriático, como la bautizó Lord Byron, es el destino más visitada de Croacia, y basta mirar un par de fotos para entender por qué. No hay ciudad más hermosa que Dubrovnik. Lo supe ni bien atravesamos la puerta Pile, que es la principal entrada a la ciudad antigua. Los portones de madera ya no existen, y donde antes entraba el mar para proteger a los posibles invasores, hoy hay un parque reverdecido bajo el puente. Los pies se deslizan fácil bajo las piedras pulidas y a pesar de las manadas efervescentes de turistas ─no habíamos visto cosa semejante en ninguna otra ciudad, después sabremos que a Dubrovnik llegan cerca de 2 millones de visitantes al año─ la atmósfera medieval se conserva casi intacta. La calle principal atraviesa el casco histórico. Es sencillo encontrarla porque es la única que está a un nivel bajo; para moverse de ahora en más, habrá siempre que subir o bajar escaleras.

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«Si pones un dedo en el mar estarás conectada con todo el mundo», me dijo M. mientras transpiraba bajo su sombrilla inútil y nos hacía el recorrido obligatorio por la ciudad. La frase que a mí me impacto y que fue como un disparador para salir corriendo a meter los pies en el mar, tenía más sentido acá, que en muchas otras partes del mundo. Dubrovnik, yo no lo sabía, fue República marítima durante más de 500 años, y todo, en mayor o menor medida, gracias al poder que adquirió debido al comercio marítimo y a su ubicación geográfica. Desde acá partían y hacia acá llegaban productos como ganado, miel, madera, carbón, sal, pescado y hasta esclavos, uniendo el interior de los Balcanes con las costas Mediterráneas. La República de Ragusa existió desde el siglo IV hasta 1808, cuando Napoleón la disolvió, anexando sus territorios al Reino de Italia. Después pasó a manos de otros Reinos, después fue parte de Yugoeslavia. Cuando el comunismo cayó y Croacia optó por su independencia, los Serbios bombardearon Dubrovnik. Más de dos mil bombas cayeron en la ciudad entre 1991 y 1992, destrozando casi el 70% de los edificios dentro del casco antiguo, entre ellos monumentos históricos.

Esta es la fuente de Onofrio, construida en 1438. Como parte del sistema de suministro de agua a la ciudad, de la fuente vertía agua traída de una represa a 12 km. Fue dañand en el terremoto de 1667, y alcanzada por las bombas de 1991. Hoy es la primer postal que uno ve al atravesar la puerta Pile.
Esta es la fuente de Onofrio, construida en 1438. Como parte del sistema de suministro de agua a la ciudad, de la fuente vertía agua traída de una represa a 12 km. Fue dañand en el terremoto de 1667, y alcanzada por las bombas de 1991. Hoy es la primer postal que uno ve al atravesar la puerta Pile.

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Mientras la guía nos hace un breve resumen de los hechos, yo intento buscar algún rastro de aquella guerra, pero no encuentro nada. No hay agujeros de balas, ni edificios derruidos. El gobierno contó con mucho apoyo internacional para reconstruir la ciudad, y tardó tiempo record. Aquí no ha pasado nada. Lo que no se pudo recomponer hasta ahora, es la memoria de la gente. Veinte años no alcanzan.

Entramos a algunos museos, miramos el mar desde arriba de las murallas ─la ciudad antigua está rodeada por casi 2 kilómetros de muros─, y después volvemos a perdernos entre los laberínticos y escalonados entramados. Me detengo más de una vez a tomarle fotos a la ropa tendida. No puedo evitarlo, siempre me llamó la atención. M. me dice: A mí también me gusta ver los tendederos llenos, es señal de que la ciudad sigue viva.

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De las 8 mil personas que vivían dentro de las murallas en la época de esplendor, hoy sólo quedan 2 mil. Es un lujo: el gobierno obliga a mantener en condiciones fachadas, estructuras y techos, y dentro de las murallas están prohibidos los autos. No es fácil. (Y a eso hay que agregarle los cardúmenes de viajeros parloteando en tus ventanas a cualquier hora. Nosotras que estuvimos apenas 3 noches con las ventanas abiertas, tuvimos tiempo y material suficiente para hacer un cadáver exquisito con las cosas que oíamos al pasar).

Lo que se puede hacer y ver en la ciudad es infinito y excede el tiempo que uno normalmente está, porque hay que ser honestos: Dubrovnik es más cara que el resto de Croacia. Hay que elegir si andar en Kayak hasta la isla de Lokrum, si dedicarse a recorrer en detalle cada museo, si hacer el prolífero tour de Game of Thrones, si alquilar un jetski, si pasarse las tardes flotando en este mar, si dedicarse a visitar los hoteles abandonados que hay muy cerca de la ciudad. Pero cualquiera sea la elección, el resultado va a ser el mismo: ganas de más, ganas de volver.

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Si antes de viajar sospechaba ─como casi siempre─ que con Croacia iba a querer librar la misma batalla aniquila desconfianzas de siempre, después de dos semanas viajando a lo largo del país sé que es una certeza. Me faltó por ver, y eso es una excusa para regresar con Juan, pero la próxima vez que alguien me diga con un dejo de incredulidad “¿Croaaaciaaa?”, voy a sacar de donde sea una colección de fotos de este mar turquesa, de los platos de pulpo marinados de la forma en que se te ocurra, de las murallas, los pasillos, la ropa tendida, los faroles. No voy a hablarles de entrada de lo simpática que me pareció la gente a lo largo y a lo ancho del país, de lo rico que comimos, de lo fácil que fue movernos en tren, dormir en un barco, disfrutar de la lluvia. Voy a recurrir a las fotos, voy a tentar su curiosidad con estos paisajes de HBO, y con toda la emoción y la energía y la victoria, voy a alzar mi cámara y gritar: ¡This is Croaciaaaaaa” (carajo! Mierda!) para después aclarar, ya un poco más calmada, que este es el país de Europa que más me gustó hasta ahora, que lo llamé a Juan 234873985305 veces para decirle que me quería quedar a pasar un verano por acá, y que en 2 semanas hice amigos, comí dulce de leche, floté en el mar, nadé con peces y, sobre todo, rejuvenecí las ganas de viajar.

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Algo de información útil para viajar a Dubrovnik

Alojamiento: Los hostels (ni que hablar de los hoteles) son bastantes costosos. Un cuarto en un dormi no baja de los 20 euros, y si está bien ubicado, más caro aún. Siendo que lo más lindo es quedarse dentro del casco antiguo, lo mejor es alquilar un cuarto en una casa. Por el mismo precio que dos camas en un dormi, Ani y yo encontramos en un departamento en pleno centro histórico, que nos resultaba mucho más cómodo. Conviene mirar y, nuevamente, no dejarse aturdir por los cazadores que hay en las estaciones de bus o en los puertos.

Qué comer: Comer en los restaurantes es notablemente más costoso. Nosotras nos aseguramos de que el lugar tuviera cocina, y optamos por el supermercado. Si es por zafar, las panaderías venden porciones enormes de pizzas por 1,5 euros.

Qué comprar/qué bailar/qué qué: Si llegaron hasta acá sin saber qué corno es Game of Thrones, les pincho la burbuja y les comparto esta pequeña escena, filmada en Dubrovnik, para que se den una idea. Yo no soy fanática del Señor de los Anillos, ni de ninguna serie/película/etc. de este tipo, pero reconozco que lo poco que vi de Game me encantó. Muy pero muy atrapante.

Hay un detalle que no es menor: los negocios de suvenires de Dubrovnik huelen a lavanda. Hay bolsitas por todos lados. Y si visitan el Monasterio de los Franciscanos, van a ver que a la entrada hay una farmacia del año 1317 que todavía sigue en funcionamiento. Ahí mismo preparan productos a base de rosas. El olor es estupendo. Les cuento todo esto porque soy una persona muy olfativa, y no pude evitar venirme con una bolsita de lavanda en la mochila, y quedarme colgada aspirando alevosamente todo el perfume de rosas que pude. Si les gustan los olores como a mí, ya saben dónde pararse.

Atención lectores: si ustedes son como yo y se meten en cuanta librería se les cruza por delante, así sepan que no van deben comprar nada, en Dubrovnik encontré libros de Slavenka Drakulić, una escritora croata que fue el descubrimiento de este viaje. Empecé con Café Europa y no puedo parar. Si van a hacer un viaje por los Balcanes, si les interesa leer más un poco sobre la vida después de Yugoeslavia, y cómo eso marcó el destino de toda una generación, no lo dejen pasar. No lo encontré en español, pero en inglés se lee muy fácil.

Este post forma parte de la serie “Desafío Serbia-Croacia”, un viaje de tres semanas que estoy haciendo junto a Aniko, de Viajando por Ahí. Pueden leer el Desafío #9: No comer pizza en su blog. También pueden seguir el día a día de nuestro viaje por Twiter, y mandarnos sus desafíos para las ciudades que vienen.

En este desafío contamos con el apoyo de:

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Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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