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Desafío Islandia

Dije que iba a irme a Islandia y lo primero que me preguntaron fue por qué. Intuyo que es lógico: la isla del hielo no está en el top 10 de ningún Gran Tour por Europa, mucho menos cuando quien se va de viaje apenas si husmeó algunos rincones de España y Portugal. Preguntaron por qué y mi respuesta fue un simple por qué no, acaso no es de eso que se tratan los viajes, de vivir un poco donde guie el corazón, aún cuando el norte esté puesto casi lo más al norte del mundo y no nos guste el frío y no conozcamos ni siquiera Italia.

Aniko me invitó a Islandia una tarde de diciembre o enero, ya ni siquiera me acuerdo, pero sí se que estaba en la cama con las persianas bajas y dije que sí, porque Islandia es bien lejos y es difícil y es hermoso. Vámonos dos semanas y vemos, hagamos dedo que eso sí debe ser fácil y si es caro y hay que poner el ingenio, entonces mucho mejor.

La apuesta quedó sobre la mesa y se plantó inamovible. Dos semanas en una Europa descatalogada, dos semanas sin Juan, dos semanas en un país del que no puedo siquiera deletrar su capital. Fue nombrarlo y que el bichito me picara con fuerza, porque desde ese entonces empezaron a llover videos y textos y fotos y todos los caminos empezaron a conducir a Reykjavic (aún tengo que chequear cómo se escribe).

Sacamos los pasajes en febrero y no dijimos nada. Yo estaba en Resistencia, y el calor era tan pegajoso que por más boleto que tuviera en mano no lograba transportarme mentalmente hacia allá, a ese país con nombre de fantasía. Fue la primera cosa concreta que tuve del viaje: un papel que ni quiera era tal porque estaba on line, que decía que del 21 de mayo al 06 de junio yo iba a estar en Islandia. Fue la euforia de querer salir gritando por la capital chaqueña y morir en el intento de vivir sin aire acondicionado, y no importó cuántas veces me dijeron que me iba a morir de frío, yo ya quería estar ahí.

Después las cosas fueron cambiando, los planes se comieron a otros planes y el entusiasmo amainó. Una parte de mí quería hacer bien la tarea e investigarlo todo con tiempo. La otra parte quería venir desnuda y a la nada, recuperar esa virginidad entusiástica de ser nuevo y querer verlo todo. Al fin y al cabo la decisión de Islandia había sido así de arrebatada, y mejor seguir el instinto y dejarse llevar. Ganó mi segunda mitad.

Aún así, sabía que no iba a ser nada fácil: Islandia es un país muy caro. Me propuse entonces un reto personal: además de hacer dedo cada vez que se pueda, tengo que sobrevivir con menos de 10 euros diarios. A partir de entonces la palabra clave en mi mente fue «desafío». Hacía tiempo que no viajaba y, aunque doy fe de que siempre gastamos los U$D 7 acrobata-reglamentarios por día, estando quieta me costaba imaginar cómo haríamos para volver otra vez a reacomodar el presupuesto. Hacerlo sola sería todavía más difícil.

Unas semanas antes de partir de viaje, y en medio de un banquete bloggero, Aniko y yo comenzábamos a soñar con la aventura. Estábamos las dos en babia, pero se nos disparó la imaginación. «Che, ¿cómo serán los islandeses? ¿Será difícil hacer dedo? Yo creo que no debe haber muchos argentinos en la isla. Podríamos hacer un cartel que diga que somos argentinas y capaz nos levantan más rápido. O si no mejor, nos ponemos una remera con la cara del Papa. Espera boluda, yo siempre quise disfrazarme de monja y hacer dedo a ver qué onda. ¿Y si hacemos una remera con una foto del Papa haciendo dedo? Yo me pondría eso y una gorra con la cara de Messi, por las dudas. Podríamos empezar a pintar stencil del Papa por todo Reyjkavic (nótese que para ese entonces estábamos un poco entonadas con limonada y muy pasadas de sueño). Nos van a meter presas por desacato…bueno, no estaría tan mal, al menos nos ahorraríamos la noche de alojamiento. Yo leí que un hostel no baja de los 30 dólares, es mucho, boluda. Y bueno, durmamos en la cárcel. Mirá que yo no quiero gastar más de 10 euros por día. ¡Ya está! ¿Y si hacemos un desafío que sea no pagar una sola noche de alojamiento? Podemos hacer varios, ese y el del Papa».

No sé que obsesión tenía esa noche con el Papa, pero lo cierto es que de esa conversación entre canapés, copas y muchas risas, nació el Desafío Islandia. Si bien lo primero fue la necesidad de divertirse abaratando costos, también los dimos cuenta de que las dos teníamos muchas ganas de romper las estructuras del viaje, de hacer lo que más nos gusta pero a la vez interactuar con el lugar de otra manera, jugar como si de verdad no nos importara. Estas fueron algunas de las ideas que salieron de esa noche:

no pagar ni una noche de alojamiento
darle vuelta a la isla haciendo dedo
salir en la televisión
dormir una noche en la cárcel
aprender una canción en islandés y tocarla en el ukelele (y juntar monedas haciendo eso)
hacer dumpster diving (que es recolectar la comida que desechan los supermercados)
abrazar al menos a cinco islandeses (y documentarlo)
 salir a pescar con pescadores locales (aunque eso implique vomitar hasta las entrañas)

Es probable que algunas no sean factibles (la opción de disfrazarnos la descartamos por exceso de equipaje) como también es posible que surjan otras en el camino. Con este post abro oficialmente el Desafío Islandia.

Durante las próximas semanas Aniko y yo vamos a turnarnos para ir relatando los logros (y también los fracasos) de este juego. Pueden también seguir el desafío y sugerir propuestas con el hashtag #desafioislandia o en nuestra Fan Page.

desafio islandia los viajes de nena

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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