Hace casi diez años que tengo este blog, y hace al menos siete que sueño con viajar al Sudeste Asiático. Esa tierra milenaria repleta de templos coloridos, budas gigantes y playas imposibles de creer me parecía lo más atractivo del mundo. Si yo quería viajar, era justamente para poder conocer esos lugares. Sin embargo, tuvieron que pasar muchos años y muchos viajes hasta que mi mochila y yo desembarcamos en aquella parte del globo. No fue un viaje más, ni un viaje como los que hago habitualmente: me fui sin Juan, sin planes de autostop y con veinticinco días como todo calendario. De ese modo, Tailandia se convirtió en el escenario ideal para empezar a explorar eso que abunda en redes sociales y que yo nunca antes había visto por mí misma. En este post, mis mejores experiencias en Tailandia, esas que me tocó vivir como buena viajera novata y no tanto, las que me traigo de recuerdo junto con los 11 kg. extra en la mochila, las que me hicieron volver con más ganas de quedarme que otra cosa.
Cuando me impresioné con Bangkok
Llegué de noche. Lo supe porque cuando el avión empezó a descender, Bangkok se redujo ─o se multiplicó, depende de cómo se lo mire─ a un millar de lucecitas tintineantes que me hizo dudar por un segundo. ¿Estábamos abajo o arriba del cielo? Mi amiga Lala, que me esperaba en el hotel desde el día anterior, me había comentado que la llegada le había parecido bastante a Buenos Aires. Supongo que se refería a las autopistas rodeadas de edificios, a las vueltas que hay que dar para llegar al centro y a esa sensación de que la ciudad siempre está despierta ─que se percibe hasta arriba del taxi─. En mis primeros minutos en el aeropuerto, sin embargo, yo sentí que estaba, literalmente, transportándome dentro de una película. (Puede que el estado de sopor con el que arrastraba el cuerpo haya sido un factor ─ya no sabía cuánto tiempo me había robado el cambio horario, cuántas horas había dormido o si debía calmar el hambre con fideos o tostadas con dulce─). Lo cierto es que mientras dejaba que la cinta me transportara de una punta a la otra, empecé a sacar fotos mentales a las escenas que se iban sucediendo a mi alrededor. Un grupo de monjes con sus túnicas anaranjadas revisando algo en la valija. Clic. Una familia de chinos sosteniendo bolsos con una mano y con la otra un mini ventilador apuntando a la cara. Clic. Un grupo de turistas vestidos todos con un jogging amarillo flúor una visera de Goofie. Clic. Sí, estaba espiando en una película y ese era recién el comienzo.
El taxista conocía la dirección de mi hotel, y para mi sorpresa no tuve que pelearle el precio: me dijo la misma tarifa que en decía en todos los blogs, y eso me sorprendió mucho. ─¿En qué parte de todos estos viajes las avivadas se volvieron lo más habitual?─. Como la gran mayoría, puse el norte en Khao San Road. Me pregunté qué tan cliché podía ser en ese momento. No me atormenté: acababa de empezar unas vacaciones que venía planificando con Lala desde hacía meses, y eso era lo único que me importaba.
Me tomó casi dos días vencer el jet lag.Dos días en que comí desordenado, dormí desordenado y hasta logré una siesta memorable que no se inmutó con un simulacro de incendio. Cuando por fin pude alinear mi cuerpo al ritmo de la vida local, comprobé que Bangkok, caótica y todo, podía resultar fascinante.
Un día surfeamos la marea de turistas chinos y logramos hacernos un lugar en el Gran Palacio, que aunque ya no es la residencia oficial del rey, sigue impresionando con sus techos coloridos y sus fachadas adornadas. Mucha gente lo visita porque allí se encuentra al Buda de Esmeralda ─que, según dicen, es la figura más importante de toda Tailandia─.
Otro día visitamos el Wat Pho, un templo que es famoso por su Buda Reclinado bañado en oro. La imagen es tan grande que ni aun rodeándola uno consigue tomar dimensión de su tamaño. Aunque mucha gente va allí sólo para ver al Buda, Wat Pho se convirtió en mi templo favorito de los que visitamos en Tailandia, aunque no sé decir bien por qué. A lo mejor por su más de noventa estupas decoradas minuciosamente, o quizá porque en todo el complejo se percibe una tranquilidad que sobrepasa, incluso, a los grupos de turistas.
Durante esa casi semana que pasamos en Bangkok, fuimos y vinimos a nuestro antojo. Anduvimos en tuc-tuc, en taxi, en colectivo, en tren. Caminamos las mismas calles bien temprano por la mañana ─y vimos gente dejando ofrendas, mercados cobrar vida y costureras trabajando a plena luz del día─ y mucho después que cayera el sol ─y los mercados habían cambiado de rubro, las caras eran diferentes y las luces de la ciudad lo teñían todo─. Entendí que puede haber mil ciudades en una misma, y que aunque el objetivo de nuestro viaje eran las islas del sur, podría pasarme semanas enteras en Bangkok sin cansarme de andar, y sin haberlo visto todo.
Cuando puse un pie en la “buena vida”
Me lo habían anticipado: Tailandia ─y creo que el sudeste en general─ es barato. Es fácil, está bien armado para el viajero independiente, y se puede vivir con poco. Y cada vez que escuché eso, imaginé que ese “poco” se remitía a todo: al dinero pero también a los servicios. Imaginé que uno pagaba poco y se movía con poco pero durmiendo en albergues que sabían a poco y comiendo platos de los que se puede decir lo mismo. Lo que nunca imaginé ─porque aun hoy, en la distancia, me sigue pareciendo increíble─ es que hay opciones de “buena vida” para todos los bolsillos y siempre lo que uno paga es mucho menos de lo que recibe. Desde paquetes de alta gama, con opciones exclusivas (y a los mejores precios) hasta hostels-resorts con piscina y baño privado. (Eso, sin contar la infinidad de centros de masaje, las ofertas manicura y estética o los restaurantes con mesas en la playa a precios alcanzables de pagar).
No sé si a esta altura la excusa del viaje por África todavía vale, pero a mí me sirvió igual (creo que año y medio dejaron su huella y más de una vez me quedé desorbitada con lo barato de todo). Así que entre que estaba de vacaciones, que celebrara el reencuentro con mi amiga y que África para todos y todas, decidí que esta era mi oportunidad de balancear y aproveché la oferta para sumarme a la demanda.
Y me hice el pedicure por primera vez en mi vida…

Y dormí en habitaciones como esta…

Y comí muchas cosas ricas casi sin pensar…

(Así que ya saben: si quieren darse un lujo de esos de paraíso digno de folleto, Tailandia es un muy buen lugar).
Cuando me animé a algo que siempre me dio miedo…y descubrí otro mundo
Hablamos siempre de romper los límites, de salir de la zona de confort, de desafiarse a uno mismo. Decimos que viajar nos lleva a conocernos más a nosotros mismos, a romper barreras, a quebrar miedos y a derribar mitos, y aunque eso es así, aunque viajar nos lleve siempre a reinventarnos, creo que en el fondo todos sabemos más o menos hasta dónde podemos llegar. Y no está mal: no hace falta ir llevarnos al extremo para viajar más o viajar mejor. Por eso, porque a mis 33 años ya tengo en claro cuáles son mis limitaciones y mis peores miedos, antes de viajar a Tailandia hubiera jurado que yo nunca jamás iba a bucear.

“Tengo un rechazo inexplicable con todo lo que tenga que ver con buceo”, había escrito en este mismo blog, hace unos años. Y hace unos años también, me había declarado snorkel fan. No sé entonces por qué, siendo que mi lista de miedos era bastante larga y coherente, decidí decir que sí. No logro entenderlo, ni siquiera ahora que lo pienso en la distancia. Pero estaba con Lala ─que es tan valiente que hizo su curso en Bariloche─, estaba en uno de los mejores destinos para bucear y había algo ─quizá tan inexplicable como el rechazo que antes sentía─ que me hizo decir que sí.
Y fue la mejor decisión que pude haber tomado.
Tanto así, que las dos inmersiones de casi cuarenta minutos se me pasaron volando, salí del mar haciendo cuentas mentales sobre cuándo y cómo podría regresar para hacer la certificación, y sintiendo la felicidad de haber hecho algo que realmente pensé que nunca sería capaz. Pronto vendrá post al respecto, con más info y detalles. Mientras tanto, les comparto algunas fotos de Dani McPadden, de Isla Tortuga Ko Tao, la escuela en donde hice estas primeras inmersiones.
Cuando pude ponerle azul al Mar de Andamán
Hay palabras que ya son mágicas mucho antes de que conozcamos su significado. Palabras que bien podrían ser el Abracadabra de otros reinos, porque pareciera que con decirlas nada más alcanzara para dimensionar todo eso que esconden. La geografía, sabrán los viajeros, tiene muchas de esas palabras. Para mí, Andamán es una de ellas. No me importaba que estuviéramos en temporada de lluvia, que tuviésemos que atravesar el continente para ver las dos costas o que el mismo gobierno tailandés hubiera clausurado la famosa Maya Beach ─sí, es la de la playa de Di Caprio─ para recuperarla un poco de los turistas.
Yo quería conocer el Mar de Andamán para ver ─o debería más bien decir comprobar─ que ese color azul de pastilla de eucaliptus realmente existiera. Quería ir al Mar de Andamán para saber que se sentía bañarse en esas aguas que tan bien se sentían al pronunciarlas en mi boca, para ver qué se veía debajo del mar, para sacarle fotos a las embarcaciones con florcitas en las puntas y las montañas verdes emergiendo de fondo. Por eso cuando la tormenta nos corrió del Golfo de Tailandia y nos dimos que cuenta de que iba a llover de los dos lados, nos tomamos un ferri nocturno y nos cruzamos de costa para desembarcar ni más ni menos que en Ko Phi Phi.
Lo malo de viajar en temporada baja puede pronto convertirse en lo bueno de viajar en temporada baja. Lo entendí pronto cuando llegamos a la isla y en lugar de encontrar el malón de gente del que muchos se quejan, nos recibió un cielo indeciso que no se terminaba de definir ─y que tampoco se decidió en lo que nos restó de estadía─. “En esta época es así”, me dijo más tarde un viajero que se había quedado a vivir en la isla. “No sabés si llueve hasta que llueve”. Y esa frase se volvió el slogan de casi todo nuestro viaje.

No vimos un montón de amaneceres espectaculares ni atardeceres violetas, pero en cambio tuvimos la playa para nosotras solas más de una vez. Y conseguimos precios más baratos en todo. Y no tuvimos que esperar para sentarnos a comer. Y pudimos sacar pasajes media hora antes porque nada estaba sobre vendido. Vimos olas donde casi nadie ve ─también tuvimos que salir del mar porque se largaba la lluvia─ y disfrutamos de un Mar de Andamán distinto, sin saturaciones de gente, con chicharras cantando a todo pulmón y azules que son tan hermosos que no hay foto que les haga justicia.

Cuando después de comerme la vida, finalmente aprendí a cocinar
Supongo que a esta altura ya no es novedad el hecho de que yo viajo para comer. O que la comida modifica mi humor durante los viajes. O que la gastronomía de un país puede llevarme a padecer intensos ataques de amor ─y también de nostalgia─. Por eso, desde que Juan y yo tenemos una base en Argentina a donde regresar después de cada viaje, empecé a reemplazar los pocos suvenires que a veces compraba por ingredientes para cocinar. Aceites, salsas, harinas, especias, quesos. Lo que fuera necesario para tratar de recrear esos sabores en nuestra cocina y sumar adeptos a otras entre nuestros amigos. Y hasta ahora, digamos, no había tenido grandes problemas. Con la comida tailandesa ─que, podríamos decir, fue mi primer encuentro in situ con la gastronomía asiática más allá de la india─, fue un amor a primera vista.



Que me gustara todo tanto implicó un un desafío: podía comer pad thai, curri masaman y pad see ew todo el día, todos los días (de verdad), ¿pero cómo iba a hacer para lograr algo medianamente similar cuando volviera a casa? Simple: aprendiendo con los que saben. En Tailandia la oferta de clases de cocina son muchas, y hay de todo: grupales, privadas, de postres, exclusivamente de curris, veganas, de medio día, de día completo, con tour incluido. (Cookly es un buscador de clases de cocina en el sudeste, y funciona muy bien). En lo personal, me interesaba aprender a hacer Pad Thai y, aprovechando que tenía unos días extras en Bangkok y que aún me faltaba explorar sus mercados, me decidí por “Thai Cooking with a twist”, que sería algo así como “Cocina Thai con una vuelta de tuerca”. ¿Por qué? Porque la idea es que, además de aprender a cocinar, sepamos con qué reemplazar los ingredientes que no se consiguen en nuestro país. En las próximas semanas vendrá post al respecto, pero mientras tanto, acá van algunas fotos:


Cuando planificamos este viaje, y mis energías parecían estar más puestas en Argentina y en todos lo que quería hacer acá, tres semanas en Tailandia me parecieron suficientes. Sabía que quedarían cosas por recorrer, pero pensé que con ese tiempo tendría un panorama bastante amplio para el día en que quisiera y pudiera volver. Y con esa convicción, compré el pasaje. Si esto fuera una película, en la siguiente escena aparecería yo llamando a cuanto call center de Emirates se cruzara por el camino para poder extender el pasaje. No pude. Seiscientos dólares de penalidad me resultaban demasiado, y tuve que volverme cuando llegó el momento. Y si bien estuvo bien, su bien pude ver lo que quería ver, y dentro de lo que pude no me quedé con ganas de nada, me subí a ese avión haciendo cuentas de cuándo sería la próxima vez, entendiendo por qué todo el mundo ama el Sudeste Asiático, y sintiendo que todos estos años de esperar valieron la pena. Eso sí: para el próximo viaje no voy a dejar que pase tanto.
No dejes de pasar por este post de Fran y Vir si estás armando un viaje a Tailandia .
Super lindo el relato!! se nota que lo has disfrutado mucho, muchas gracias por compartirlo!!
«guias para hacer snorkel», «lo que hay que ver en…», «mi comida favorita en…»
No se te cae una idea…
Por suerte todavia estan disponibles los post de Juan de hace 7 años.
Ay, mi vidita…de verdad me va a trollear con un argumento tan simplón? Usted en serio cree que me ofende que me diga que mi amor escribe mejor que yo? Vaya por su blog y deje comentarios lindos, que si un día quiero un editor quizá lo tenga en cuenta…o no. Besi.
Que tipo salame, por favor. Todavia no entiendo el sentido de dejar mensajes llenos de odio.
Lau, me encanta tu blog, yo fui dos veces a Tailandia y acabo de volver imaginariamente por medio de tu relato. Gracias!
Gracias Sofía!
Como dice el dicho: nunca falta alguien que sobra! Te mando un abrazo y gracias por leer.
Hola Nena!
aun no estuve en Tailandia pero con este articulo y las fotos si se me antoja. Este Año en invierno seria bonito que puedo viajar. Espero leer mas Articulos asi «antojables» para viajar 😛
Gracias y Saludos Mike!
Hola! Estamos planeando ir en mayo que vi es el comienzo de la temporada baja y lluvias, te pregunto… las liuvias duran mucho tiempo? Todos los dias? Gracias
Que chula esta guía,nos ha encantado! Pásate por nuestro blog si quieres revivir experiencias 🙂