Ahora
14 de junio de 2016.
5 meses de viaje por África y yo, acá, sentada con una vincha en la cabeza que intenta amortizar los 39 grados, que me sostiene las ideas para que no estallen o florezcan o me chorreen sobre las pestañas como lava ardiente de gritos y penas y hastío y desazón. Porque nunca, nunca jamás, un viaje me había hecho pensar tanto.
Tengo miedo
Tengo miedo de viajar, tengo miedo de pensar, tengo miedo de escribir, tengo miedo de decir lo que siento. Tengo miedo de gritar que por primera vez en mi vida viajera un lugar no me gusta, y que es con todas las letras. Que no conecto. Que no empatizo con su gente. Que estoy cansada. Que no me hallo. Que no he llegado todavía a un solo lugar donde poder conversar sin que esa conversación termine en una exigencia de plata. Que a nadie le importa más allá. Que paso tres cuartos del día pensando en comida porque en dos meses de viaje por Etiopía no logré encontrar nada que me enamorara, que me saciara, que me hiciera salivar. Que me consuelo y me detesto tomando Coca Cola porque es lo único que me hace acordar a casa aunque, paradójicamente, jamás tomo Coca cuando estoy allá. Que siento mucha presión, y que esa presión me da muchas ganas de llorar. Que lloro. Lloro cuando apago la luz, cuando siento que África me está pasando por encima, cuando me doy cuenta de que estoy llorando porque tengo hambre porque no encuentro lo que quiero comer y me siento tan ridícula que lloro aún más. Que extraño. Que extraño tanto lo que es mío como lo que no. Que tengo nostalgias de Venezuela, de Colombia y de Perú, y que si cuando estaba viajando por Latinoamérica no veía la hora de saltar el charco y venir por aventuras mejores, ahora no veo la hora de volver a mi tierra, toda. Que siento mucha culpa de no estar feliz. Que me da vergüenza ajena la manera en que a veces me descubro mirando a los niños que me persiguen al grito de “money”, que me ven como un cajero automático con patas, que no quieren otra cosa de mí. Que me cansa. Me cansa ser el blanco y no sé cómo manejarlo. Que no tengo instinto materno ni habilidades pedagógicas y lo único que sé es respirar profundo y estirar mi paciencia. Que no siempre funciona. Que sabía que África iba a ser difícil pero no pensé que tanto.
No somos irrompibles
Que no me puedo relajar desde hace cinco meses. Eso. Hace cinco meses que estoy de viaje y tengo la espalda de una viejita de cien. Que digo “quiero irme a mi casa” más veces de la que soy consciente. Que la felicidad en este viaje viene dada en flashes, y que cuando se van tengo tantos dilemas, tantas conclusiones, tantos pensamientos, que me pesa más la cabeza que la mochila. Que intento meditar hasta en los momentos imposibles. Que a veces no me sale. Que muchos días cierro la puerta de la habitación porque es como si esas cuatro paredes alquiladas fueran mi refugio. Que hay días en que me despierto y lo primero que me dice mi cabeza es “ah, cierto que estás en África” y suspiro y me reto porque me obligo a quedarme. Que me digo que más al sur va a cambiar. Que cuando vea leones y cebras y jirafas voy a alucinar en colores. Que tendría que sacarme el tabú e importarme un rábano lo que la gente quiera y piense y espere de mí, pero que no puedo. Que sé que todos están esperando historias felices de África y que la que no está feliz soy yo. Que no somos super héroes. Que cada vez que alguien me dice «estas cumpliendo mi sueño» me alegro y se me estruja el pecho a la vez, porque no sé que debería hacer con eso. Que somos personas normales. Que puteamos, renegamos, nos amamos, nos peleamos, nos desilusionamos, nos hacemos muchas preguntas, nos equivocamos. Que no somos super héroes. Que me acabo de dar cuenta de que eso ya lo dije. Que detesto, detesto con toda mi alma y mi corazón y mi pasaporte que me digan “me sorprende que alguien que viaja tanto como vos piense así”, como si eso me transformara en santidad. Que viajar me ensancha la mente y los recuerdos, me aumenta la tolerancia, me vuelve más consciente, pero no me convierte en Buda, ni en una iluminada, ni en un ser superior. Que soy humana.
O será que sí
Que a veces pienso que este viaje por África fue un error. Que siento que no tengo nada que ver con esta gente. Que siento que estoy fallando, aunque no sé bien si a mí misma o a quién. O que estoy fallada, que capaz es eso. Que por qué todos vienen y hablan maravillas Mamá Africa de acá y la magia de África de allá y yo la estoy pasando mal. Que para mí, mi mamá está en otra parte. Que viajar a dedo es fantástico pero agota. Que quisiera tener un auto. Que eso haría las cosas más fáciles. O quizá no. Que no entiendo lo que estoy haciendo. Que tengo miedo, aunque creo que eso también ya lo dije. Que no me sale escribir aunque ahora esté vomitando. Que esto es lo más difícil que hice en toda en mi vida. Que no quiero volver y que me digan “te lo dije”, pero que no sé qué tan fuerte soy. No lo sé. Que tampoco tengo idea de quién soy, o qué soy, o nada, porque a veces se me olvida. A veces es todo tanto, tan brutal, que me siento ínfimamente minúscula. Que me paralizo. Que me quiebro. Que me astillo. Que sueño con quesos y pececitos de colores para matar la pena. Que a veces me dejo llevar. Que estoy escribiendo esto de un tirón y sin releer ni resoplar y todavía no se me pasó el miedo. Que antes de venir a África soñé que alguien me decía que en este viaje iba a morirme. Que entendí que no era literal. Que tengo pánico de que lo que se muera sea mi yo viajera, que este viaje me cure de espanto y que cuando vuelva a mi casa no quiera salir más. Que estoy cansada de tener la lágrima lista para todo. Que ya no me cabe tanto en Islam. Que al menos una vez al día frunzo las piernas y agradezco a Dios por mi clítoris respetado por mis padres mi cultura y mi fe, aunque fe sea lo que a veces me falte. Que veo tantas injusticias con las mujeres que me rodean, que a veces no encuentro razones para sonreír. Que no entiendo cómo alguien puede no entender por qué me afecta tanto. Que me siento impotente. Que hay noches en que me duelen las plantas de los pies de tanto hacer fuerza para aferrarme a mis zapatos. Que no quiero abandonar este viaje pero a veces tampoco quiero seguirlo. Que esta es la peor crisis que recuerdo en un viaje. Que no puedo con todo. Que no puedo con tanto.
Hermosas reflexiones, Laura. Te pintan tal como uno te supone, sobretodo después de saber que no sos Mcgyver. Una hermosura de página, de profesión y de persona. Te felicito!
Gracias! <3
Hola Lau, soy una antigua lectora tuya, desde tus andanzas en India con Joao. Lei el articulo de New York y que mencionaban tu moving essay. Lo vine a leer de nuevo 🙂
Felicitaciones por todo!!!
Hola!!!! Bienvenida de nuevo! Increíble que haya pasado tanto tiempo! Gracias por la constancia desde el otro lado!
PUAAAAAAAAAAFFFFFF!
Es la primera vez que me topo con este blog, con tu trabajo, con tus fotos, con tu manera de escribir, con esto. Me has puesto el corazón en la mano y en verdad siento cada letra que parece haber sido escrita en un arrebato de deshago, de aquellas a veces en que uno se atraganta de tanto y lo escupe con los dedos. Hay varias frases en particular que fueron mis favoritas, pero esta: «que no entiendo cómo alguien puede no entender por qué me afecta tanto», me es muchoooo.
Te comparto que esta es la primera vez que estoy fuera de dónde soy oriunda, México, y me encuentro viviendo por un semestre viviendo en India. Vaya que he tenido golpes de emociones de todo tipo, que tal vez no tan fuertes como las que narras aquí, pero que me han dado fuertes sacudidas de realidad. En fin, me gustó mucho leer este texto tuyo. Gracias y abrazo viajero.
Gracias por compartirte Laura.
Y como volviste? (la verdad que te leo cada tanto, pero no estoy al dia): volviste con ganas de seguir viajando o se te pasaron por un tiempo? Te rompió Africa o te hizo mas fuerte? U opción numero 3?
Buen viaje!
Martin
Volví con un llanto de lágrimas y mocos porque no podía creer haberlo logrado y porque no me quería volver. Creo que Juan nunca estuvo tan desorientado conmigo. Volví de lleno a estudiar swahili y a planear mi próximo viaje por África después del libro. Volví con África bajo la piel.
Gracias, porque esto no solo pasa en los viajes.
Gracias, porque es verdad que no somos irrompibles.
Gracias, porque este es mi texto del día.
Gracias, porque ahora quiero compartirlo con toda la gente que conozco.
Querida!
acabo de leer esto volviendo desde África a Chile, te entiendo y eres fuerte!!
Termine el primer día de vuelta en la hostal llorando y convenciéndome de que al otro día será mejor. luchando conmigo misma por estar ahí los días que tenia en planes.
saludos
Un par de años tarde para comentar tu post, pero totalmente identificada. Volví de mi viaje de Etiopia tal y como cuentas, me rompí y se rompió mi parte viajera. Normalmente siempre pienso en el próximo destino cuando vuelvo, pero ahora estoy pasando un «soy mala persona»; «me faltan ganas» o «volveré a viajar,?» sindrome, tras este viaje, que me ha marcado y a la vez no me ha llenado. Como bien dices no conectaba o no he podido empaparme del lugar…no sé explicarlo, creo que sólo aquellos que hemos vivido aquello podemoa entender esa sensación. Mil gracias por tus palabras escritas, llevaba tiempo intentando expresar lo que pasaba por mi cabeza y me has ayudado mucho. Ya no me siento la única locuela 😉 .
Es muy difícil de explicar. Yo agradezco haber escrito y publicado esto en «caliente» porque ahora, incluso, lo leo, y me parece distante. Ya con el paso del tiempo las cosas adquieren otra dimensión. Pero pasa, Eitopía pasa y queda esto. Y es parte de la experiencia viajera.