Hoy, exactamente 365 días atrás, tomaba un avión hacia el nuevo continente. Es curioso decir “nuevo” para referirse a África, pero aunque se trate de la cuna de la civilización, y aunque sea quizá uno de los continentes más explotados del mundo, todo lo que África encerraba para mí era desconocido. Había elegido ir hasta allí desnuda de un montón de cosas, porque en el fondo yo sabía que sería una experiencia difícil. Y lo fue. Hoy, un año después de aquella tarde catalana en que nos subimos al avión con tanta prisa como incertidumbre, decidí hacer una especie de balance de viaje, algo así como un cierre tardío de año, una lista de las cosas que hice mes a mes, las que fueron pasando, las que más recuerdo, las que más me marcaron. No tanto para reflexionar ─que para eso ya habrá tiempo─ sino para poner sobre la mesa lo que fue este 2016 de viaje…
Enero:
Arranqué el año en Argentina, con toda la adrenalina del viaje por venir, en plena cuenta regresiva. La primera revolución fue cortarme el pelo (y sentí que sería el inicio de algo grande). Salimos de casa el 12, en un avión que iba rumbo a España. El 17 aterrizamos en Egipto. El viaje empezó de manera oficial. En Cairo aprendí a cruzar la calle y tuve que cambiar varios chips. , a detectar falsos amigos, y a adaptarme de a poco a la nueva realidad. Ese mes visitamos las pirámides. Mi blog fue mencionado en primer lugar como uno de los “25 mejores blogs de viajes recomendables en español para 2016” por el diario El País (spolier del tiempo: en 2017 volvió a estar seleccionado!)
Febrero:
Miré al Sahara a los ojos por primera vez. Visitamos tumbas faraónicas y más templos de los que puedo recordar. Un taxista intentó manosearme y terminó a las piñas con Juan. Me sentí indefensa. Por primera vez dudé del viaje, y me replanteé todo. ¿Realmente estaba lista? De igual modo, seguí viajando rumbo sur. En aldeas cuyo nombre no recuerdo jugué con nenes en otro idioma, el alcalde de un pueblo nos obligó a caminar con escoltas y terminamos en la comisaría «por cuestiones de seguridad». Nos prohibieron hacer dedo. Fue un mes confuso. Cumplí 31 años. Navegamos el Nilo. Comí más felafel del que soy capaz de contar.
Marzo:
Tuve que enfrentarme por primera vez a mis miedos africanos, al momento de entrar en Sudán. Tardé nada en cambiar de opinión. Pasé tiempo en las aldeas nubias, dije que estaba casada unas doscientas veces al mes y le pedí un hijo a Allah en voz alta y de mentira, el menos unas cien. Intentamos comprar un camello para hacer el recorrido del Nilo a pie, pero aunque vimos más de uno, no logramos concretar la compra.“Caminos Invisibles” tuvo el mes de ventas más bajo de la historia. Empezamos a vender postales para paliar la situación. Sufrí de mucha ansiedad. Vi una tormenta de arena por primera vez en mi vida. Visité un mercado de camellos. Me metí al Mar Rojo también.
Abril:
Llegamos a Etiopía y tuve la sensación de que estaba recién llegando a África. Enloquecí frente al WIFI y a un plato de pasta. Pasé dos semanas trabajando en un proyecto con la TV de Chile que al final no salió, en un viaje a Antártida que tampoco salió y en una campaña de marketing con una empresa de overlanders que… adivinen: tampoco salió. Nota mental: abril no es un buen mes para invertir en proyectos. Probé injera por primera vez en mi vida, y me pareció fascinante. Aprendí el significado de la palabra “faranji”, intenté replicar caminos invisibles bordeando el Lago Tana y fracasé. Empecé a sentir la abstinencia de queso. Para fin de mes, odiaba la injera.
Mayo:
Conocí a un francés que estaba viviendo en Addis y nos instalamos en su casa. Comí queso y pasta de aceitunas y fui feliz. Viajé hasta Lalibela. Vi una misa, un exorcismo y una boda en la misma mañana. Tuve hambre por no encontrar lo que quería comer. Me pesé y me di miedo. Me di cuenta de que el 80% del tiempo me la pasaba pensando en comida, y temí estar volviéndome loca. Me pregunté si realmente África era para mí. Intenté en vano establecer algún tipo de lazos con la gente local. No logré romper con la barrera. Vi hienas en vivo y en directo por primera vez, y me di cuenta de que no me parecían tan feas. Juan les dio de comer con un palo. Yo no me animé. Por primera vez en Etiopía, alguien nos invitó a dormir en su casa.
Junio:
Puse pie en un país que no existe y entendí que Somalilandia era un lugar especial. Al segundo día, probé hamburguesa de camello y me encantó. A la vuelta del restaurant me apedrearon en la calle por vestir pantalón y terminamos todos en la comisaría. Me ofrecieron un abogado. Lloré mucho. El agresor vino a pedirme disculpas en nombre de Allah. No quise salir del hotel en 3 días seguidos. Empecé a practicar hoponopono (o al menos lo intenté), y a pensar que todo tenía que tener un sentido. Me dio miedo no encontrárselo a este viaje. Nos fuimos a Berbera y aunque la ciudad me encantó, y saque fotos hermosísimas, ya nada volvió a ser lo mismo. Después cruzamos el desierto de noche y fue algo mágico. El 8, y después de varios intentos de coima, de que nos acusaran de falsificación de documentos, de que volaran botellas con agua por el aire, logramos salir de Somalilandia y entrar en Yibuti. Ese día, sentí que no había tenido tanto calor nunca en mi vida.
Decidimos imprimir Caminos Invisibles en España, y por primera vez desde que lo editamos, tuvimos base en dos continentes.
En Yibuti nos aferramos al aire acondicionado, vivimos en casa de Ferreole y mascamos khat con sus amigos yibutianos, viajamos a la playa, nos metimos al mar tarde porque de día estaba más caliente que el sol, comimos mucho pan francés, alucinamos con la comida de los inmigrantes de Yemen. Después de varios meses, pude vomitar un escrito con total sinceridad. Así nació “No somos irrompibles”. Nos fuimos del país con muchas ganas de quedarnos más, como pasa muy a menudo. Antes de partir, recibí una invitación de Italian Wonder Ways para asistir a un viaje de prensa y recorrer las vías franciscanas a pie. Lo viví como una señal.
El 20 volvimos a Etiopía y viajamos hacia el sur. Juan perdió la única tarjeta de débito y nos quedamos sin plata. Pasé los cuatro meses siguientes puteando a Citibank por Skype para lograr recuperar la tarjeta. La aduana me retuvo una encomienda que mandé a mi casa con libros y una bolsa de chapitas de gaseosa. Quisieron cobrarme 50 U$D por “importación de joyas”. Me recontra puteé (se ve que soy un recurso inagotable de puteadas) con DHL, la aduana Argentina y la mar en coche también.
Visitamos las tribus del Valle del Omo, me estrujaron una teta para ver si tenía hijos, seguimos comiendo injera, vimos muchos camellos junto a la ruta, nos despedimos del país con muchas sensaciones encontradas.
Julio:
Entramos en Kenia y sentí que habíamos avanzado bastante. Tomamos el mítico tren de Nairobi a Mombasa, vimos el Océano Índico, nos instalamos unos días en el Distant Relatives Kilifi (el primer lugar mochilero de todo el viaje). Hubo dos noches de julio que las pasamos en Sabuk, un lodge en el corazón de Laikipia. Nadé en un río helado, miré muchos elefantes y monté un camello por primera vez.
Agosto:
Entramos en Tanzania e hicimos un safari por Tarangire, Serengeti, Ngoro Ngoro y Manyara con Udare. En esa semana vi, en vivo y en directo: elefantes, leones, guepardos, ñus, jirafas, leopardos, gacelas, hipopótamos, cocodrilos, hienas, buitres, zorros, monos, lechuzas, damanes, cebras, dig digs, avestruces. Aprendí muchos nombres de pájaros que después olvidé. Madrugué feliz, vi atardeceres imborrables, quise tirarme del jeep a abrazar a más de un bicho, lloré de la emoción más de una vez. Amé África.
Volvimos a Kenia, con el plan de instalarnos y pasar unas semanas voluntariando en el Musafir. Así, buena parte del mes viví a bordo de un dowh, durmiendo en una intermperie a medias, descansado al ritmo del viento y la marea. Además, pinté el barco con aceite de hígado de tiburón y le vencí la batalla a mi nariz; disfruté del placer de dormir sobre el agua, aprendí a subir una escalera de sogas, vi muchos monos. El paquete de DHL llegó por fin a mi casa, después de 2 viajes a Etiopía vía Londres, muchas quejas y sin que pagara impuestos.
Septiembre:
Se desconfiguró el sistema de mensajes del blog, y estuvimos 3 días sin recibir un solo pedido de libro. Tuve que arreglarlo yo sola. Volví a odiar WordPress con todo mi corazón. También volví a sentir ese orgullo del “hágalo usted mismo”. Cuando fue tiempo de seguir viaje, tomamos rumbo norte y llegamos hasta el archipiélago de Lamu, casi en la frontera con Somalia. No recuerdo haber visto tantos burros en mi vida. A mediados de mes me confirmaron la invitación a Italia. Salimos corriendo a Uganda para poder tomar el avión.
El 23 de septiembre aterricé en Roma y fue un shock post África. Pasé una semana viajando por Toscana. Caminé no tanto como hubiese querido, pero me volví a enamorar de Italia. Recuperé los kilos perdidos a base de fiambres, queso y mucho helado. Esteve a punto de ver al Papa en primera fila, y aunque la desorganización nos jugó una mala pasada, logré convencer al de la guardia suiza y llegué a verlo muy de cerca. No soy una mujer religiosa, pero la experiencia me conmovió. Tuve que resistir al impulso de perder el vuelo de vuelta. Cinco días antes de volver recibí una invitación de Pullmantur para hacer un crucero por el Caribe.
Octubre:
Acepté. Volé de Roma a Amsterdam y de Amsterdam a Panamá. Pasé una semana a bordo del MV Monarch, me reencontré con amigas, viajé a Cartagena, conocí Aruba y gané un concurso de Pokemon Go a bordo. (El premio era un pasaje para dos personas en cualquier crucero de la compañía. Nadie lo supo hasta el último momento. Elegí un transatlántico de Colombia a Portugal). El 11 de octubre aterricé en Uganda con una mochila llena de dulce de leche, salame, jamón crudo, pesto y pasta italiana. Juan me amó. Yo me sentí estar entre dos mundos.
Después de unos días en Kampala, viajamos en auto y con amigos hasta el Lago Albert, vimos muchas plantaciones de té, monos de cola blanca, elefantes. Juan se enfermó, pero no fue malaria. Recibí por Whatsapp la noticia de la muerte de alguien a quien yo apreciaba mucho, y se había acordado de nosotros antes de partir. Al dolor, tuve que sumarle el peso de la distancia.
Me enteré que mi blog estaba quinto en la lista de los Premios Bitácoras, y yo no siquiera sabía que estaba participando. Sentí mucho orgullo y mucha ansiedad a la vez.
Noviembre:
Navegamos el Lake Victoria. Viajamos por el sur de Uganda. Vimos más plantaciones de té. Vimos muchos pájaros. Me enamoré del verde de ese país. Cruzamos la línea del Ecuador. Vimos muchos más lagos. Nos subimos a un barquito y durante dos horas nos llenamos los ojos de hipópotamos. A punto de cruzar la frontera con Ruanda recibimos la confirmación de un viaje a México con Avianca. Nos pegamos la vuelta a dedo.
El 23 de noviembre volamos de Nairobi hasta Dubai.
El 24 de noviembre volamos desde Dubai hasta Madrid. Lo primero que hice al aterrizar fue salir a comprar ropa de invierno.
El 25 de noviembre fui la ceremonia de los Bitácoras. Gané el premio al mejor blog de viajes de habla hispana de 2016.
El 26 y el 27 fuimos de tapas.
El 28 no me acuerdo porque dormí todo el día.
El 29 volamos de Madrid a Bogotá.
El 30 de noviembre estaba aterrizando en México.
Diciembre:
Nos reencontramos con todo el equipo de 3 Travel Bloggers. Rodamos un capítulo multitudinario en el DF. Cumplí mi sueño viajero de volar en globo aerostático sobre las ruinas de Teotihuacán. Después de no sé cuántos vuelos de ni idea cuántas horas, el 13 de diciembre volvíamos a poner pie en Nairobi, cargados de energía. De Nairobi viajamos hasta Kigali, en Ruanda, y de Kigali cruzamos la frontera y nos fuimos hasta la República Democrática del Congo. Un día, después de cuatro horas de caminar por la selva, vimos gorilas a menos de tres metros de distancia. No tengo palabras que alcancen para describir la sensación (todavía se me pone la piel de gallina cuando lo recuerdo). Días después me quisieron robar en la calle y me di cuenta y grité tanto en la cara del ladrón, que se asustó y me devolvió lo que me había manoteado.
La negativa del presidente del Congo a abandonar el poder hizo que volviéramos a Ruanda antes de tiempo, sumados a la evacuación forzosa de todo extranjero del país. Nos quedamos unos días en Gisenyi, acampamos, y decidimos que la Navidad nos encontrara en ruta, al borde de un lago, a la buena de Dios. Nunca algo fue tan literal. El 24 de diciembre pasamos Navidad en un monasterio, junto al cura congolés y un seminarista camerunés. Armamos arbolito, fuimos a misa, y nos sentimos felices. Terminamos diciembre recorriendo Ruanda, entrando a Tanzania por una frontera poco transitada, y despidiendo el año a orillas del Lago Victoria, comiendo comida hindú.
Fue un buen año este 2016. Un muy buen año, de hecho, de esos que tienen tropiezos y caídas pero también recompensas y crecimiento. Si miro para atrás, me gusta ser consciente del cambio: empecé el 2016 renegando de este viaje, con contratiempos y dilemas, y termino este ciclo satisfecha y feliz con África. Quedan meses de viaje, muchas historias que viajar, muchos caminos que recorrer. Si este 2017 es la mitad de bueno que el año que se va, voy a sentirme más que contenta.
Esa forma de escribir tuya. Tan sencilla y tan profunda. Tu honestidad mi inspira. Estoy fascinado en la forma que diagramaste todo el año. Ya quiero leer tu libro de África.