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WordPress me hizo llorar

Tengo este post escrito desde hace más de un año. Allá por junio del 2013, cuando después de miles de idas y venidas migré mi blog desde blogger a wordpress, decidí escribir este artículo para compartir con ustedes mi frustración. Por esas cosas de la vida, nunca lo publiqué. Hoy, que la etapa blogger ya fue ampliamente superada, todavía no logro sobreponerme a la magia de wordpress, que sigue haciéndome llorar. Hace una semana que lucho virtualmente contra el spam y las cosas que no andan. Inspirada por eso y por los cada-vez-más mails que recibo de gente que me pide consejos para abrirse un blog, decidí subirlo. Esto, créanme, no es soplar y hacer botellas…

Cuando yo era chica, estaba enamorada de McGiver. Convengamos que era un tipo pintón, de esos carilindos nacidos para estar en la tele. A muchas mujeres les gustaba la facha, el pelo flameando al viento, la actitud seductora de superhéroe sagaz. A mí, en cambio, me atrapaba otra cosa. Como todos saben, además de pinta, McGiver tenía el poder de desactivar una bomba nuclear valiéndose de un escarbadientes y una cucharita de helado. Era así: inverosímil pero genial, como todo super héroe, y a mí me encantaba. Ahora que pasaron algunos años, y me acuerdo de aquellas tardes, caigo en la cuenta de que más que querer un novio como McGiver, lo que toda mi vida quise hacer es ser como McGiver.

Mientras que todos querían volar o ser invisibles, yo me conformaba con poder arreglar cuanta cosa se rompiera en mi camino. Y si podía hacerlo sin ayuda, y con las pocas cosas que tuviera a mano, mucho mejor aún. Puede que la influencia de un papá ingeniero resuleve-todo, o de una mamá divorciada que se las tuvo que arreglar, tuvieran también algo que ver. Lo cierto es que para mí, haber podido desarmar mi calefón de soltera o haber hecho funcionar el calefactor con un cuchillo tramontina, son logros tan meritorios como haber dado la vuelta por Sudamérica a dedo. Tal vez más.

En cuestiones tecnológicas, sin embargo, no iba a tener la misma suerte.

Empecé con la mudanza del blog en diciembre de 2012. Hice un curso acelerado de WordPress, migré mi contenido de blogspot y empecé a buscar plantilla. Nada me convencía. La practicidad masculina quedó completamente opacada por un romanticismo de princesa exigente…y caprichosa. “Quiero entrar a mi blog y que me enamore de verlo.” Y así pasaban plantillas una, y otra, y otra más. Cuando encontré “la indicada” me sentí feliz y empecé a hacer el trabajo fino: importar los comentarios de Facebook, el logo, el menú. Fue entonces cuando descubrí que tenía más chances con la cucharita y el escarbadientes que con CCS y FTP. Mientras que cambiar la grifería del departamento viejo me parecía de lo más lógico y sencillo, ubicar el sidebar de mi blog era una tarea tan compleja, tan inteligible, que podía llevarme semanas. Me sentía mi abuela frente a la computadora. Leía tutoriales, miraba videos, me metía en foros. Todo lo que en los otros blogs era OBVIO, en el mío no funcionaba. Nunca.

Al principio me negué. Lo dejé ahí, estancado. Me resistía al cambio y seguía con la comodidad de mi blog viejo, de mi blog conocido, de mi blog dominable. Volvía a veces y cambiaba una cosita, modificaba otra y, en el fondo, me iba a dormir esperando que de noche viniera un hada madrina luminiscente y regordeta, y con una varita mágica llenara mi compu de estrellitas e hiciera que mi .com se configurara solo, tal como en mis sueños. Nunca pasó. La única regordeta que golpeaba mi puerta era la vecina del 6to que, mientras yo me teñía las ojeras hasta las 3 de la mañana, quería evangelizarme con sus productos MaryKey. “Te vas a ver como una princesa”, me decía, trabándome la puerta con el pie para que yo no la cerrara. Ahí me di cuenta de que la magia nunca iba a suceder -no al menos a mi favor- y me senté dispuesta a domar a la fiera. Ni los calefones llenos de sarro ni los cables pelados del enchufe habían podido conmigo. A WordPress no se lo iba a permitir.

Una tarde de mayo miré el calendario y puse fecha: para mediados de junio subiría el blog a la web. Empecé retocando los post, que se habían descuajeringado con el cambio. Hasta ahí, bien. Era todo automático. Un día se me ocurrió darle forma al slider. Ese día fue el comienzo del fin. Las medidas nunca encajaban. Si las hacía entrar, se rompían los links. Si andaban los links, no se veía la foto. Si la foto aparecía, el slider no se movía. Lo dejé en blanco y pasé al menú. Después de todo, ya los tenía más o menos armados de mi blog anterior. Por arte de magia (esa magia de WordPress que es más bien un vudú) los menúes desplegables no funcionaban. Estaban ahí, pero ni bien uno movía la flechita para hacer clic, se esfumaban. Yo movía el cursor con desesperación, sin poder entender por qué, algo tan simple, se me hacía tan complicado. En el fondo, supongo, miraba sin poder entender, tratando de encontrar la ranura, la fisura o el escape que generaba el problema. La diferencia entre php y una cañería es la planicie. El monitor no se puede auscultar. Y me volvía loca.

enamorada de mcguiver

¡Yo quería ser como él!

Armé una lista detallada, punto por punto, de las cosas que no funcionaban y se lo mandé a la chica que me vendió la plantilla. Parte de mi orgullo se murió en ese mail. Cuando me lo respondió, alegó que algunas de las cosas que yo mencionaba andaban a la perfección. Y tenía razón. Ahí aprendí que el botón “enviar” de Gmail tiene poderes curativos. Ridiculizantes también. A ese correo le siguió otro, y otro y otro más. No eran agradecimientos, claro está.

La tarde que se me ocurrió subir videos de YouTube, mi paciencia y mi confianza cayeron hacia el vigésimo subsuelo. Era como si al post le hubiera agregado un cubito tamaño estampilla que se movía a velocidades astrales. No había botón de pausa. De volumen ni hablar. La única forma de resolver el conflicto era olvidarme de los videos para siempre. Y así, sin consuelo aparente ni cortina triunfal de fondo, me puse a llorar. No fue un llantito disimulado ni un lloriqueo pasajero. Fue una catarata de lágrimas, mocos y frustración que obligó a Juan a oficiar de Príncipe Encantador. Apenas pudo contener la risa, pero vino a rescatarme. “Ya, ya. Vas a ver que tu blog va a quedar tan lindo como el de todos, y que no vas a perder visitas. Ni siquiera. Tu blog va a ser el más hermoso de todos los blogs del mundo, y va a tener florcitas y caramelos y muchos viajes, porque vos sos una nena que viaja y escribe y tu blog va a ser como el de una princesa.” Me calmé. Y cuando me di cuenta de que estaba llorando por WordPress, que mi fantasía inventada de creerme McGiver se arrastraba por el piso y terminaba siendo como el bebé llorón de un jardín de infantes de bloggers, terminé por reírme.

Por eso, querido lector que volvés a leerme entre tantas idas y venidas, debes saber que lo que tenés en frente es el producto no sé si de sangre (esa parte me faltó), tampoco sé si de sudor (uno no transpira mucho sentado frente a la máquina, aunque se pase con el traste en la silla unas 12 horas diarias), pero sí de muchas, muchas lágrimas. Espero que esta nueva lavada de cara te guste, que me avises si hay algo que no funciona, y que vuelvas. Todavía quedan cosas por cambiar, pero no pienso rendirme. Mientras tanto, voy a seguir escribiendo y viajando por el mundo, como siempre. De blog, prometo, no me mudo nunca más.

¡Y si llegaste hasta acá buscando consejos sobre cómo empezar un blog, o preguntándome qué plataforma «da más SEO», pensalo dos veces!

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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