Si hubiera sido por Julio Verne, en mi lista de cosas pendientes, yo debería haber puesto “Viajar en submarino”. Y no, qué claustrofobia, con lo lindo que es mirar por la ventana. Tampoco recuerdo ningún dibujito animado (la peli UP! la vi ya de grande), ni historieta ni Pequeño Poni que me metiera la idea en la cabeza, pero desde chica, desde muy chica, yo siempre quise volar en globo aerostático.
A lo mejor fue por la idea de despegar suavecito, por los colores, o por el simple hecho de no estar encerrada ni con vidrio de por medio. O quizá por ese resultado romántico que da el combo: globo gigante, fuego, canasto y elevación, no lo sé, pero ahí estaba el sueño pendiente. El tema es que pasaban los años, pasaban los viajes, y la oportunidad nunca aparecía. Habíamos intentado volar sobre el Valle de los Reyes en Luxor, Egipto, pero el viento nos jugó una mala pasada durante los tres días que estuvimos en la ciudad y al final nos tuvimos que ir sin haber visto nada desde el aire, y con un calor seco que daban ganas de llorar.
Lo que yo no sabía, era que durante el viaje a México que haríamos ese mismo año con 3 Travel Bloggers, iba a tener mi revancha. Se trataba, como otras veces, de una sorpresa. Jose tenía agendada la escena que filmaríamos Pamela, Arianna y yo, y cuando ese día nos levantamos casi de madrugada y al llegar no fueron las pirámides lo que encontramos sino los gigantes desinflados, me agarró un ataque de emoción. Antes de visitar el parque arqueológico íbamos a sobre volar en globo aerostático en Teotihuacán. No podía esperar para ver las pirámides desde arriba.

Llegamos justo en ese instante en que el sol empieza a aclarar el cielo. Hacía frío de invierno, y visto desde abajo, el paisaje entre las montañas prometía poco. Alguien ofreció café caliente, otro alguien trajo bollos. Mientras esperábamos el momento con paciencia (las cosas buenas llevan su tiempo y hay que saberlas no apurar), empecé a tomar conciencia de ese tapizado colorido que cubría el césped: inertes y sin gracia alguna yacían los globos desinflados esperando su turno para tomar forma y empezar a volar. Reconozco, me invadió un sentimiento extraño. Algo así como una postal triste, un desencanto, una trastienda come magia que me recordaba a los domingos a la tarde de la infancia, cuando las plazas se empezaban a llenar de castillos sin aire tumbados en el piso. Pero el bajón duro poco. Antes de que pudiera analizarlo demasiado, el equipo empezó a montarse en medio de la escena y, fuego y explicaciones de por medio, los globos empezaron a revivir.

Los globos aerostáticos vuelan gracias a la diferencia de densidad del aire que existe entre el interior y el exterior del globo propiamente dicho. Para generar esta diferencia, el globo se infla con aire caliente (es por eso que la llama en la base está siempre encendida) que se mantiene y regula durante todo el viaje. El aire caliente es menos denso que el aire exterior, por lo que pesa menos y le da el empuje necesario para levantar vuelo.
Claro que toda esa física es super fácil de entender, pero una cosa es pensar “ah sí, obvio, el aire caliente pesa menos y nos va a subir suavecito”, y otra muy distinta es poner un pie dentro del canasto, tener la llamarada sobre la cabeza, y empezar a sentir que la cosa va separándose lentamente del suelo…

«Es el sonido del fuego entrando al globo a llamaradas; el calor que se siente en la cara mientras el canasto se despega del suelo, suave, y empieza a elevarse al ritmo del viento. Es el vértigo susurrado de ver el verde convertirse en parches del piso, el horizonte lleno de colores flotantes, las ganas de llorar y suspirar a la vez mientras las pirámides van tomando forma alla abajo (monumentales, desiertas, silenciosas).»
Así lo escribí en mi diario. No hubo subidón como de despegue, ni carreteo, ni la adrenalina que recuerdo bien de mi experiencia volando en parapente. Esto fue de sueño. Empezamos a subir despacio, a alejarnos de la tierra lentamente, dejarnos flotar por la magia de la física sin sacudones ni revoloteos. Y cuando quisimos acordar, ya estábamos más cerca de los pájaros y las pirámides se veían de lejos.
Es curioso pensar que la vista que estábamos teniendo en ese momento no la había tenido nunca ninguno de los que habitaron Teotihuacán. Desde arriba, los templos se veían pequeños. A esa hora, que es la perfecta del viento para realizar estos vuelos, el parque estaba cerrado todavía, y entonces la sensación de descubrimiento era todavía más.
Si mirábamos hacia abajo, el sol empezaba a iluminar los templos, y había algo de mágico en esa vista aérea cargada de sol. Hacia adelante, en cambio, el resto de esa especie de cardumen aéreo poblaba el cielo de burbujas de colores. A veces subíamos alto, y los demás quedaban por debajo nuestro y parecían pequeñitos, y entonces nos dábamos cuenta de lo alto que estábamos volando. “Acá se parece más al cielo”, se me ocurrió pensar, y entonces vi que Ari lloraba descontrolada y le gritaba palabras claves a su abuelo, que la miraba desde arriba aunque nosotros no lo pudiéramos ver. Otras veces bajábamos sin darnos cuenta, y las puntas de las pirámides parecían más filosas, y entonces se me ocurría pensar que esta era la vez más en paz en que había volado, porque a diferencia del parapente, el globo no da adrenalina, ni subidón, ni vértigo. Volar en globo aerostático es como flotar en el agua pero incluso menos, porque no hay ondas, ni olas, ni movimientos.
No sé el tiempo que estuvimos ahí arriba pero pasó rápido. Cuando quisimos empezar a acostumbrarnos, fue hora de bajar, y con la misma suavidad con que habíamos despegado tocamos tierra. Brindamos por el sueño cumplido, por la emoción y por todo, porque aunque volar en globo no nos había dejado sensación de patines en los pies, las tres coincidimos en que el sentimiento de fortuna: suerte el día hermoso que nos tocó, suerte de haber vivido la experiencia, suerte de poder disfrutar la magia.
Este viaje a CDMX fue parte del proyecto #3TravelBloggers y contó con el apoyo de Avianca. Mantengo total control de lo que escribo (aunque a veces escriba descontroladamente). Acá les comparto el episodio completo:
Uno de mis temores es viajar en avión, la verdad es que le temo a las alturas, el primer lugar iré a Lima para hacer parapente, luego subirme a un avión, y espero dentro de muy poco viajar a Méximo y subirme a uno de esos globos
Hola, qué divino! Cómo hiciste para reservar? porque busco en internet y dice que salen cerca de 200 dólares! Esto es asi? o conseguiste más barato? Estoy viajando a México en 4 días y me encantaría viajar en globo!
Lo hice hace casi dos años y puede ser que los precios hayan cambiado!
¡Qué pasada! Yo siempre quise volar en globo aerostático, pero de momento no se dio la oportunidad. Ahora bien, si hacerlo en cualquier sitio debe molas, hacerlo sobre ese paisaje tiene que ser una locura. Enhorabuena por el viaje, la experiencia y el relato! 😀
Saludos!
Que experiencia tan divertida, me alegro que la hayas disfrutado y hayas podido hacerla. Ahora te toca ir en submarino como para balancear los deseos jeje.
Saludos.
jajajaja Sí! Debería aunque me da un poco de claustrofobia!