Decir que la última vez que había visto nevar había sido aquél memorable 9 de julio de 2007 en que Buenos Aires se tiñó blanco da cuenta suficiente de la escasa relación que tengo con el fenómeno. Por eso esa mañana cuando corrí la cortina y vi cómo de un lado a otro se desparramaban algodoncitos por la montaña me sentí feliz. “¡Caen unos conejos bárbaros!”, dijo alguien al pasar. No importa lo frecuente que eso pueda ser para quien vive por estos rincones, para mí fue una buena señal. Y considerando que esa misma mañana nos estábamos mudando, le di la bienvenida a los augurios del universo y con la mochila al hombro partimos rumbo a la casa de Ana.
Bastó con poner un pie descalzo en el living (porque es regla número uno quitarse los zapatos al entrar en esta vivienda) para sentir esa buena energía que circunda el lugar. Los primeros días que pasamos aquí fueron todos de buenas nuevas, con mails interesantes y con propuestas concretas que se acumulaban día tras día y que no hacían más que atraer aún más potencia. Seducidos por la paz que se respira en este ambiente, la comida saludable preparada en casa y el relax propio del hogar nos tomó un par de días decidir nuestros próximos pasos.

Ya había terminado la feria y lo que nos restaba ahora se presentaba como un debate sobre el cual no lográbamos ponernos de acuerdo, ni siquiera con nosotros mismos. Durante toda la semana que nos llevó organizar el evento, la frase «Viaje a la Antártida» se encargó de atraparnos lo suficiente como para que ahora todas nuestras energías apuntaran nada más ni nada menos que a ese destino. Sobre todo para mí, que estaba poseída por un convencimiento que según Juan podía ser peligroso. En más de una oportunidad me advirtió que no me ilusionara, que teníamos una posibilidad en un millón, pero sin embargo yo seguía convencida de que solo necesitábamos de una posibilidad para lograrlo, y repetía constantemente la misma frase ganadora e imposible de retrucar: “siempre se trata de hablar con la persona indicada”. Ahora bien, habiendo cumplido una semana de arduo trabajo –que si bien había concluido con fructíferos resultados había sido realmente cansador-, me resultaba inconcebible no haber podido ir aún hasta el Parque Nacional, o el glaciar, o hasta cualquier otro paseo. Sacando el Museo Marítimo y la navegación por el canal, el resto del tiempo nos habíamos avocado exclusivamente a trabajar, y por momentos los objetivos se perdían y no lográbamos llegar a un acuerdo. Ahora que teníamos el tiempo para ir hasta el muelle en busca de nuestra oportunidad, me hartaba un poco la idea de tener que recorrer por décima vez el centro de la ciudad en busca de precios y demás para poder lograr armar una carpeta de presentación. Pero comprendía también que nada vendría desde el cielo y se me hacía un desperdicio haber llegado hasta aquí sin siquiera internarlo. Así que siendo miércoles hicimos un trato. Sabíamos que había un barco que partía el sábado, por lo que nos propusimos orientar todo nuestro esfuerzo a lograr estar a bordo cuando eso sucediese. Si no lo lográbamos, ya teníamos invitación de Juan Carlos para comer un asado en Puerto Almanza, y nos dedicaríamos el fin de semana a pasear.
Con estas reglas, a trabajar. Tenemos una historia, un proyecto educativo interesante, un libro editado y otro en camino, muchas notas en los diarios, estudios en turismo y demás chapas, pero la verdad es que no sabíamos por dónde empezar. Necesitábamos deslumbrar. Recordé en ese momento algo que mi profesora de guión siempre repetía y me hacía ejercitar: “para convencer a un director de cine de que tu película es interesante tenés sólo dos minutos. Tenés ese tiempo para resumir la historia, contar el argumento, lo más importante y hacer que suene interesante. Pensá bien qué vas a decir”. Se me ocurrió que era esta una buena oportunidad para poner en práctica ese ejercicio, con la emoción de sentir que el personaje principal éramos nosotros. Juan estos conceptos también los tiene claros, y tras mucho debatir decidimos que lo importante era resaltar el proyecto editorial y hacer hincapié en la publicidad que ser parte de nuestra historia representaría. No todos los días se hace un viaje a la Antártida, mucho menos se llega a dedo.

Armamos una carpeta con folios y toda la información que consideramos necesaria. El hecho de que no consiguiéramos otra que no fuera de color rosa a Juan se le hizo ridículo, pero a mí me pareció oportuno: si nena va a presentar un proyecto de semejante calibre mejor que sea con estilo… El hecho de que Antarpply Expeditions sea la única empresa argentina de turismo antártico fue lo que nos motivó a iniciar nuestra búsqueda con ellos. Teníamos un nombre y una dirección, nada más. Y hacia allí fuimos, carpeta en mano y ansiedad a flor de piel.
Las oficinas de esta empresa me trajeron muchos recuerdos de mi trabajo: es la típica agencia que trabaja con Internet, escaleras arriba, sin vidrieras. Nos atendió Claudia, quien nos explicó que la persona a quien buscábamos estaba en Londres en una feria de turismo y que no volvería hasta diciembre. Habiendo estado del otro lado se bien que la injerencia de un vendedor suele ser limitada cuando no nula, pero no teniendo otra alternativa nos dispusimos a explicarle a ella nuestras intenciones. Sentí una gran decepción cuando casi por lo bajo exclamó: “Ah…por ahí viene el asunto…” (Sí, queremos hacer un viaje a la Antártida como sea….). Nos dijo que no creía que fuera posible, que vienen muchísimos mochileros preguntando y que ellos no tienen plazas para eso, que trabajar tampoco se puede porque la empresa hotelera que brinda servicios a bordo es chilena y que además no cualquiera puede trabajar a bordo. No nos dimos por vencidos y le explicamos que nosotros no éramos cualquier mochilero, que veníamos viajando desde hace mucho tiempo y que teníamos una propuesta editorial que le podía interesar. Un poco avasallada por nuestra respuesta Claudia nos invitó a tomar asiento para darnos el mail de la persona a la que le teníamos que escribir, y nosotros aprovechamos para desplegar nuestra carpeta. Le mostramos el libro, el ranking de blogs, la cantidad de visitas por día, el contrato con la editorial. Lo que al principio fue literalmente un bombardeo de nuestra parte fue dando paso a una conversación, porque Claudia se empezó a mostrar más interesada, preguntándonos sobre nuestros viajes y experiencias. Nos terminó recomendando que le escribiéramos un mail a la encargada cuanto antes, porque había un barco zarpando el sábado y aún quedaba lugar…
Salimos a la calle con dos percepciones distintas. Juan no quería ilusionarse. Para mí ese cambio rotundo de actitud significaba algo. No era un sí, pero el viaje a la Antártida era una posibilidad. Las 15 cuadras que separan la casa de Anita con las oficinas las hicimos ideando un mail perfecto, donde pudiéramos explicar todo sin aburrir. Ni bien llegamos lo redactamos y enviamos, tratando de controlar las ansias sin desesperar. Yo me puse a cocinar para calmar nervios, había que seguir como si nada.
Cuando sonó mi celular a la media hora Juan se adelanto: “ahí está tu mamá». Yo largué la cuchara con la que revolvía el arroz y haciéndome la superada le dije: “Vas a ver, ahí están los de Antarpply”
─Hola
─Hola, ¿Laura Lazzarino? Te habla Claudia, de Antarpply.
Lo miré a Juan queriendo hablarle por los ojos. Era evidente por mi tono que me estaba hablando un extraño.
─Estuve hablando con la encargada respecto al viaje de ustedes.
Se hizo una pausa. Esperé que concluyera la oración con un “ pero no va a ser posible”. Se me hizo eterno. Prosiguió:
─Y sí, es posible.
Me quedé helada mientras Juan intentaba controlar su desesperación de testigo sordo del evento.
─Aham ─fue lo único que atiné a decir. Estaba, como buen argentino, esperando que el primer “pero” apareciera en escena.
─Zarpan este sábado a las 18 hs, pero tienen que estar dos horas antes para hacer el check-in.
Claudia siguió con sus explicaciones de manera pausada, a la vez que yo extendí el pulgar hacia Juan que miraba ansioso desde el sillón. La felicidad invadió mi cuerpo. Juan saltó del sofá, me levantó en el aire sosteniéndome de las piernas y empezó a girar de la emoción a la vez que yo trataba de guardar la compostura y seriedad en el teléfono. Según Juan me salió la agente de viajes de adentro.
Nos dijo que sí, sin objeción. Lo único que debíamos hacer para irnos de viaje a la Antártida era pagar era un seguro que cubriera traslado y gastos de repatriación. Nos pidió que fuéramos a la agencia ni bien nos desocupáramos para firmar el contrato. Atrás quedó el arroz a medio hervir, nos calzamos y fuimos nuevamente a la oficina sin poder ocultar nuestra emoción.
Claudia nos explicó nuevamente el tema del seguro y nos dio unos formularios para completar con nuestros datos, que vendrían siendo las hojas de reserva. Nos solicitó también que redactáramos una carta de responsabilidad, una especie de contrato en el que nosotros dejáramos constancia de nuestro compromiso. Al día siguiente nos darían los vouchers y ya.
Así que salimos de la oficina nuevamente con los planes completamente cambiados. Teníamos dos días, mucha emoción, miles de cosas para hacer y una infinidad de preguntas. No queríamos olvidarnos de nada. Nos vamos a la Antártida… ¡¡¡¡Nos vamos a la Antártida!!!! No podíamos dejar de repetir esto para poder convencernos, queríamos salir corriendo y contárselo a todo el mundo. El regreso a casa de Anita lo hicimos a los saltos literalmente. En mi vida me había ganado nada. La emoción que sentí con esa llamada es difícil de transmitir, pero fue tan fuerte que aún ahora, recordando el hecho, vuelvo a sentir la piel de gallina.

Los dos días que siguieron nos dedicamos a tramitar el seguro, conseguir la ropa, dejar todo listo. En casa de Juan Carlos, Eloisa y Esteban festejamos el logro con pizza y sushi austral. Ellos nos prestaron guantes y gorros. Beto se anotó y sumó una campera al guardarropa. Anita me prestó un pantalón de nieve y Augusto, su amigo, donó otro para Juan. Así entre todos aportaron su granito de arena, o mejor dicho, si granito de ropa.
Nosotros jugamos a sentirnos turistas y un día antes nos aprovisionamos con libros, chocolates, algo de alcohol y postales, porque según sabíamos desde allí se pueden enviar y no queríamos perdernos la oportunidad.
Emocionante!!!!
Rara vez leo una nota y me emociono de esta manera…
Increíble chicos!! Cuanta alegria me transmitieron!!
Saludos!!
Dios mio que INCREIBLE! El sueño de muchos!
He leído muchas veces el inicio de la historia del viaje a la Antártida y hasta hoy me atreví a dejar un mensaje. Amo profundamente la emoción que hay en cada palabra.