Guatemala fue el último destino que visité esta vez en Centroamérica, y lo hice de la mano de #3TravelBloggers. Esta vez, mis compañeros de viaje fueron José Luis Pastor y Gaía Pasarelli. Stefa, con quien ya había recorrido El Salvador, también se sumó al viaje.
Si quieren agregarle imágenes a estas palabras, no se pierdan el video que viene al final del post. Hablo mucho de estos secretos que me hacen insistir con regresar a Guatemala.
Soy una viajera volvedora. Me gusta insistir con ese adjetivo inventado porque mientras otros trotamundos (empezando por Juan) se desesperan por sumar países en el pasaporte y pisar sitios donde nunca antes habían estado, a mí me entusiasma volver. Adueñarme un poquito de cada lugar que visito, conservarlo intacto en mi recuerdo y después de un tiempo regresar, entenderlo mejor, poner a prueba la memoria, ampliar mi perspectiva. Sentirme en casa, si es que acaso ese privilegio nos es posible a los que amamos estar con la vida a cuestas.
De Guatemala tenía recuerdos que habían mejorado con el tiempo, porque lo cierto es que no todo lo que vi en mi primer viaje había sido color de rosas. Y es curioso que hable de colores justamente para referirme al país de Centroamérica que parece haber monopolizado el color: es imposible hablar de Guatemala sin referirse a los verdes exaltados de la selva, a los arcoíris de sus textiles y sus vestimentas, a la paleta que se desprende en sus atardeceres más descarados sobre el Lago Atitlán.
De aquél primer viaje que hice hace siete años publiqué una guía práctica para viajar por Guatemala, y aunque los consejos y las buenas noticias son muchas, todavía me sorprende el miedo que algunos viajeros le tienen al país, las excusas que se inventan para no decir “sí, quiero ir a Guatemala”. Ahora, que llegaba otra vez a este mundo de color y tradición volvía a sentir esas ganas incontenibles de recorrerlo todo, de aprender de su gente, de caminar sus calles de tierra y adoquines, para volver a mi casa cargada de energía y de sol y de volcanes, con ganas de decir otra vez “quiero volver a Centroamérica”.
Antigua nos recibió de noche. Hacía rato que los negocios habían bajado sus persianas y apenas unos gatos merodeaban la ciudad. El paisaje era lo más desalentador que uno podría esperar pero, sin caer en romanticismos (o al menos, intentando no hacerlo), dejé que los recuerdos me invadieran de uno: acá cerca estaba el hostel donde me alojé por primera vez, esta calle tiene unos árboles hermosos (sí, Stefa, mirá estos árboles!), la plaza central está por allá, tenemos que cruzar esa avenida para ir para hasta el centro. Hacía casi siete años había pisado esas calles adoquinadas por primera vez, pero mi mente se ubicaba como si hubiese sido apenas ayer. “Viajera volvedora”, me repetí en silencio, y sonreí con satisfacción. Un rato más tarde, mientras nos acomodábamos en una pensión barata a pocas cuadras de la Catedral, Stefa interrumpió mis pensamientos. “Ya quiero que sea de día para que salgamos a caminar por acá”, me dijo. Yo sentía el mismo entusiasmo que ella.
Antigua es una sinfonía de tonos pastel y techitos terracota. Podría ser un motivo en sí misma para visitar Guatemala, porque no cualquier país que haya pasado por las manos españolas puede darse el lujo de tener un casco histórico bien conservado, donde además vive gente de verdad, que sigue vistiendo sus ropas típicas, cargando cestos llenos de mercadería sobre sus cabezas, y ofreciendo sus productos tradicionales. Cada rincón de Antigua pareciera estar posando para la foto. Andar con un mapa nos parece un tanto desencantador, porque la magia de este lugar consiste en adivinar las equinas y sentir que nunca fueron suficientes fotos, que la fachada de más allá es más linda que esta, que la otra calle es un museo involuntario que hay que recorrer.
Entre ventanales, molduras y mercados de textiles pasamos la mañana, no sin antes izar nuestras miradas varias veces al horizonte para quedarnos hipnotizadas con los volcanes que custodian la ciudad. El volcán de Fuego, el de Agua y el Acatenango son tan altos, que a veces su color se confunde con el del horizonte, y cualquier viajero desprevenido podría dejarlos pasar. Desde el techo del Convento de La Merced vemos fundirse los techos rojos con el paisaje. Después nos sentamos en la plaza a ver pasar la vida, esa misma vida que las mujeres de Antigua conversan sin poner atención a la gracia involuntaria que desparraman sus faldas cuando las zarandean en su andar.
El segundo día nos mudamos a Ciudad de Guatemala, para empezar con la filmación. No había estado nunca en la capital, y me sorprendió encontrar algunos tesoros que de a poco se iban develando entre olas de tráfico y edificios modernos. Eso también es lo bueno de volver: a los motivos del primer viaje se le suman los del segundo, y los recuerdos se van ampliando, lo mismo que el apego, el deseo o la satisfacción.




A Chichicastenango llegamos después de unas cuantas horas de viaje. El mercado indígena a cielo abierto que maravilla a cualquiera que visite Guatemala, es el rey cuando se trata de hablar de color. En puestos cubiertos por toldos que forman pasillos en medio de las calles se exhiben y comercian todo de tipo de productos típicos; algunos de ellos encierran aún hoy secretos indescifrables de las culturas indígenas que pueblan estas calles. Textiles, máscaras, faldas, cada pieza es una tentación y no tiene sentido intentar comprar algo si no se sabe regatear: en Chichicastenango todos los precios se discuten.
En las escalinatas de la Iglesia de Santo Tomás, las mujeres de Chichi despliegan sus hierbas aromáticas, mientras algunos hombres encienden sahumerios y otras chicas intercambian vegetales que luego venderán por ahí. A los efectos técnicos, Santo Tomás es una iglesia católica. No hace falta escavar mucho para entender que las tradiciones mayas aquí son tanto o más importantes que las creencias traídas del Viejo Mundo, y los ritos donde las velas, los rosarios y las creencias ancestrales se mezclan sin piedad, son cosas de todos los días. Al mercado se puede ir Jueves o Domingo, pero son los días de misa donde la iglesia cobra más vida que nunca y las tradiciones vuelven a ser el centro del lugar.

Nuestro viaje sigue hacia el Lago Atitlán, donde esta vez sólo veremos el atardecer. Ese es el problema de ser un viajero volvedor: cuando uno sabe lo maravilloso que puede ser un lugar, es muy difícil luchar contra los improperios del tiempo. No podemos quedarnos a hacer noche en San Marcos, ni buscar ese rincón donde siete años atrás me senté a escribir mis sueños mientras un gato visco y vegetariano me robaba los últimos trozos de melón. Tenemos que regresar a Ciudad de Guatemala esta misma noche, así que deberemos conformarnos con contemplar el sol ponerse detrás del horizonte de volcán. Pero ya lo dije, Guatemala es mágica, y sus cielos y sus montañas saben muy bien lo que hacen. No habremos visto los pueblos que yo quería visitar, no, pero cómo no sentirme satisfecha, cómo no pensar que hay que volver y volver y volver, si mientras las aguas del Atitlán mecen nuestro bote adormecido, el cielo se estremece y nos regala semejante atardecer de color.
Después de estas tardes mágicas visitaríamos Tikal, y mis pies de viajera volvedora recordarían de memoria el camino a las pirámides, y mis oídos esperarían volver a estremecerse con el canto embravecido de los monos aulladores. Comeríamos pepián, aprenderíamos aún más de la historia y la gastronomía de esta joya de Centroamérica y seguiríamos cada quién su camino con una sola idea en mente: que nunca el tiempo es suficiente, y que por más que el mundo sea grande y la vida sea corta, hay lugares en el mundo que no se pueden descifrar la primera vez. Ni la segunda, ni la tercera. Por eso, insisto, a Guatemala hay que volver.
Acá les comparto el video:
Laura, se nota el amor que le tienes a este país en cada una de tus palabras, en la cadencia de tus frases. Creo que es uno de los textos que más he disfrutado leer y me has hecho viajar con él a sus adoquinados, a sus esquinas, a ese mar de colores y ese tornado de olores. Creo que nunca antes he tenido tantas ganas de conocer Guatemala, a pesar de haber estado tan cerca.
Creo que nunca había escuchado un retrato con tanto amor ni me había imaginado Antigua, con tanta inspiración, cuando hasta ahora, no era más que un puñado de casa viejas que habían quedado medio abandonadas para dar paso a la Nueva.
Gracias por tan hermoso relato. Suerte por el sur =)
Andrea
Gracias Andrea,
A mí me pasa con Guatemala que siento que ningún texto que escriba es suficiente, que no me alcanzan las palabras, que tengo que medirme para no ser insistente. Me alegra tu comentario porque entonces quiere decir que a pesar de mi inconformismo, cumplí mi cometido! Andá, no dejes de visitar Guatemala, porque no te vas a arrepentir!
En Atitlan donde nos recomiendas quedarnos, es decir en qué pueblo?
Gracias!
Este sábado 12 voy para Guatemala y he seguido mucho tu blog, gracias por todo seguro que me sirve de mucha ayuda.
Soy de Guatemala, hace mucho decidi emprender mi vida de Nómada, empezando por mi Pais, Centroamerica y SurAmerica.
Si van a visitar el lago de Atitlan y buscan tranquilidad y bellos atardeceres, visiten Santa Cruz la laguna.
Para la proxima, incluyan la ruta de Semuc Champey en Coban, y posiblemente el volcan Acatenango que es donde Dios mezcla sus oleos 😉
Gracias por visitar mi pais, buen relato.
Telegram: alfonzow
Hola Laura. Acabo de teclear “volver a Guatemala” y, magia potagia, ha aparecido tu blog. Creo que este año me toca volver. Hace tiempo estuve por primera vez en el país de la eterna primavera. Fue en un viaje organizado bajo el nombre de “Ruta maya”, que incluía también el sur de México: Chichen Itzá, Palenque, Uxmal etc. Pero lo que más me enamoró de todo el itinerario fue Guatemala: sus gentes (las señoras que venden sus artesanías en la plaza central – “el parque”-, los alegres patojos) sus calles (las ventanas enrejadas, el suelo empedrado), su clima (la fina llovizna del atardecer)…todo. He vuelto ya tres veces y siempre me he sentido la mar de bien y he regresado con la sensación de haber “cargado las pilas”. Según voy escribiendo esto me va entrando más y más nostalgia. Te diré que el fondo de mi pantalla del PC es una foto del increíblemente bonito lago Atitlán. Ya sé que pediré para comer nada más llegar a Antigua: pepián de pollo (en el Hotel Panchoy para más señas). Un cordial saludo.
Hola Laura! Saludos desde Guatemala! Por fin despues de casi 8 meses de viaje, 12600 km recorridos y haber pasado por Colombia, Panama, Costa Rica, Honduras y El Salvador por fin he llegado a Guatemala!.
Te leo hace unos cuantos años y uno de los primeros relatos tuyos que leí fue precisamente, los de Guatemala y Centroamerica en general, y puedo decir que entre tus post y las fotos de una amiga viajera de Semuc Champey fue cuando decidí que mis vacaciones de 2013 se las dedicaría a Centroamerica.
De Guatemala guardo hermosos recuerdos y también una necesidad de volver, sinceramente es una joya y no entiendo porque no es un destino de viaje popular, pero mejor así que se quede escondido para los que hemos tenido el privilegio de disfrutarlos y enamorarnos de sus paisajes!!!
Hola Laura buenisima tu data de Guatemala, recien estoy empezando a investigar de este pais. Tengo una semana para ir a Guatemala, en ese tiempo cuales te parecen los imprescindibles, luego tengo que seguir para Mexico
¡Hola Laura! Qué hermoso post. ¡Viva Guatemala! 🙂
Que excelente contenido y gracias por compartir tu experiencia y tips!!
Guatemala, la tierra de los volcanes, un país acogedor y su gente amigable que te reciben con una sonrisa, con muchos lugares mágicos, gastronomía inigualable que enamora a cualquier persona, sin duda alguna es un destino recomendado para cualquier viajero.