Captar todo en diez minutos, y a la vez no comprender nada. Surinam se me hace difícil. Desde uno de los bancos que reposan bajo la sombra frente a Fort Zeelandia, ese antiguo fuerte en la costa de la ciudad, pienso. Imagino que cada persona que pasa es la pieza de un rompecabezas grandioso, donde cada ficha parece similar a la de al lado, y requiere de agudeza y atención para colocarla en el sitio correcto. No he venido al país con una misión específica más que la de conocer. Es la curiosidad la que ha propulsado mis pasos, y aquí estoy, en el país más joven y más chico de Sudamérica, tratando de resolver el enigma. Porque todo es tan diverso, tan dispar, tan único, que no me equivoco. Surinam es un país en el que caben los cinco continentes.
En este rincón de lo que la UNESCO ha denominado Patrimonio Histórico de la Humanidad, las voces que llegan se confunden en el aire. En un banco cercano, dos guardias de seguridad conversan a pleno pulmón. Su porte se impone por sobre las demás presencias, de la misma manera en que lo hace el idioma en el que se están expresando. Son negros, altos, hercúleos. A veces se ríen a carcajadas, pero sus blancos dientes no logran amenizar lo tajante de su lengua. Están hablando en sranan tongo, ese idioma fusión exclusivo de las razas africanas. También conocido como taki-taki (derivado del verbo “talk” en inglés, que significa “hablar”) deforma palabras de éste, así como del holandés y el portugués, mezclándolas con diferentes dialectos africanos, logrando con todo ello una masa amorfa de sonido, completamente inentendible, y que pareciera abofetear con cada sílaba. Es una lengua tosca a mis oídos, y eso la hace aún más interesante. Un par de bancos más allá, dos choferes se han detenido bajo la sombra de un gran árbol a reposar. Son indostaníes, como se les conoce a quienes provienen de la India. Pero ellos no hablan hindi. Por el contrario, están hablando en sarmani, una variante del mismo, que es a la vez, una de las casi veinte lenguas que se hablan en este país.
Como fuese un tenedor libre, la construcción de Surinam se fue dando de manera fortuita, en distintas etapas de la historia, que lograron combinar -casi sin querer- ingredientes de los cinco continentes del planeta. Por eso, cuando alguien me pregunta: ¿y cómo es Surinam?, la cosa se pone difícil de explicar. Aquí conviven descendientes de africanos (que a la vez se dividen en criollos y marrones), indostaníes, javaneses (como llaman a los provenientes de Indonesia, incluso a quienes no son de Java), chinos que acaparan el comercio, brasileros persiguiendo la fiebre del oro, nativos aislados al sur del país, árabes que comercian telas, y finalmente blancos. Todos bajo una misma bandera y escudo, que por las dudas deja las cosas en claro: los dos aborígenes representan a los habitantes originarios, el barco a quienes fueron llegado en distintas oleadas, y la estrella señala los cinco puntos que poblaron el país y que fueron dándole esa intrincada identidad que hoy tiene.
Un universo paralelo en Sudamérica, Surinam recibe apenas cien mil turistas al año. Con tanta tela para cortar, yo no entiendo bien por qué. O mejor dicho: lo entiendo, pero me sorprende. Es comprensible que esta suerte isla enclavada en la masa continental no sea polo de atracción de visitantes. Después de todo, ¿quién conoce Surinam? ¿Tiene algunas ruinas importantes? ¿Algún deportista famoso?
Dato curioso para la audiencia masculina. Muchas de las estrellas del fútbol holandés (lo sabrán ustedes mejor que yo) son de origen surinamés. Sin embargo, nunca las van a ver vestidas con la camiseta de su patria por dos motivos: por un lado, la doble ciudadanía no está permitida; pero más interesante aún, el fútbol no se juega de manera profesional en el país.
La hora del almuerzo se acerca, y con ella mi cuerpo hacia el famoso mercado. Esta variable (de la que lamentablemente los argentinos estamos excluidos), se mantiene con el resto de Latinoamerica. Cuando hay hambre, la masa se dirige hacia ese galpón sobre el río, azotado por el sol de mediodía. El olor a pescado salado me guía hacia el interior del salón, y atravesando ese sector me encuentro con Juan, que ya está parloteando con una señora que mide la mitad que él, siempre libreta en mano. De repente, los rostros achocolatados y la música hindú quedaron afuera. Aquí, los javaneses son amos y señores.
En el área central, verdes de distintas hojas y tamaños descansan sobre largos tablones, y bolsitas con ingredientes secretos llaman a mi tentación. Hay unos snacks que a simple vista parecen papas fritas fluorescentes, pero que son bocadillos con sabor a salmón; bami, que son los fideos que se utilizan en la cocina javanesa; camarones disecados; otros snacks hechos de soja y una surtida colección de aderezos basados en ingredientes inentendibles. (Nota mental: qué pena no saber holandés). Compramos una bolsa de bami, unas cuantas verduras, y un paquete de pindasoep, que consiste en una mezcla a base de maní, tamarindo, ají y condimentos varios con la que esta noche pretendo experimentar. La señora me explica el paso a paso, y me voy contenta con mi bolsa de mercado, lista para iniciarme en la cocina indonesia. Antes, pasamos por uno de los puestitos de comida, y por unos pocos dólares surinameses, nos hacemos de un almuerzo digno de repetir.
El segundo piso del mercado es tema aparte. Como si hubiésemos tomado un avión por las escaleras, de repente cambia el paisaje y la Madre India lo reina todo. Aquí lo que se vende no es comida, sino toda clase de artículos varios, de esos que sólo un hindú puede precisar con extrema urgencia: sahumerios, estatuas de Shiva, figuras de Ganesh, henna para pintarse las manos, saris de toda clase y calidad, postales con los más famosos artistas de Boolywood de la década del 80. Las estanterías cambian, los rostros también. Al igual que en India, la libertad con la que uno se pasea bajo el título de “estoy mirando”, queda anulada.
Aunque con algo más de cautela, los vendedores interceptan los pensamientos de uno, queriendo venderle todo cuanto tienen a su alcance. En esta feria, la falta de clientes me permite aprovechar el momento para conversar y tratar de entender un poco más la realidad. La mayoría de los ellos jamás ha salido de Surinam. Sin embargo, a punta de repetir la tradición a lo largo de generaciones, todos ellos coinciden en ese amor y devoción por las raíces jamás visitadas. Cuando le pregunto a una señora qué diferencias encuentra ella en la manera de ser hindú de aquí y de allá, me responde con una enorme sonrisa “eso depende de lo que tú sepas sobre ser hindú”. Y sí, no soy una experta, pero lo que sé tampoco se explica en quince minutos, por lo que coincidimos en concluir con que acá las tradiciones se respetan sin tanta ortodoxia. La prominencia de su escote me había hecho llegar a esa misma conclusión mucho antes de decir buenos días.
Una vez afuera, deambulamos por el centro de la ciudad con la misma parsimonia errática con que nos venimos desplazando los últimos días, doblando en esquinas anónimas para terminar dando siempre con los mismos lugares. No sé cómo jugar a eso de perderse por las calles. Soy demasiado orientada, y mi mente tiene una memoria fotográfica que va mucho más allá de mi imaginación. Cuando desde lejos vemos la torre de la mezquita, se que hemos llegado a Keiserstraat, esa extraña calle en donde conviven airosamente un enorme templo musulmán junto a una sinagoga de lo más prolija.
Si bien no me animo a decir que todos los elementos de este caleidoscopio conviven ciento por ciento en paz, tampoco puedo decir que los problemas se respiren en el aire. Tal vez la bandera de “paz y amor” que pareciera flamear en Guyana pone un contraste muy fuerte con esa sensación de alerta que por momentos se parece sentir en las calles de Paramaribo. A veces, me parece que en realidad no es más que una exageración. En definitiva, no termina pasando nada. Por el contrario, los templos hindúes siguen elevándose con grandilocuencia, la pintoresca iglesia católica hace sonar sus campanas cada domingo para la misa, y el ritmo de vida continua moviéndose entre buscadores de oro, comerciantes, taxistas, estudiantes, cocineras, y algún que otro turista no-holandés que ande perdido por ahí.
Si me preguntan, Surinam es un país al que recomiendo visitar. Bueno, es raro que yo no recomiende visitar un país. Lo que quiero decir, y con esto insisto, es que me parece un desperdicio andar dando vueltas por América sin hacerse una escapada a estos tres países fuera de todo contexto. Por eso, acá dejo algunos datos que pueden ser de interés para quienes quieran viajar a Surinam:
No hay muchos vuelos que conecten Surinam con el continente. La mejor manera de llegar es por tierra, ya sea desde Guyana o Guyana Francesa. La ruta costera como pueden ver en este mapa es una sola, y va derecho a Paramaribo. En esta guía práctica para viajar por las Guyanas hay info sobre cómo llegar a los dos panes de este sándwich.
La mayoría de los países necesitan visa para visitar Surinam, a excepción de aquellos miembros del CARICOM. Los consulados más cercanos están en Caracas y en Georgetown. Los argentinos NO la necesitamos. Cruzar esa frontera es tan simple como la de cualquier otro país de Latinoamérica. No piden vacunas, ni pasaje de salida, ni nada raro. Una actitud positiva y firme es la mejor carta de presentación.
Como bien dije en este post, en el país se hablan casi veinte idiomas, pero el español no es uno de ellos. Mucha gente de clase media – alta lo entiende, porque lo estudiaron en la escuela, por lo que les recomiendo OJO. No hagan la gran “hablo lo que se me ocurre total vos no entendés nada”, porque se pueden llevar una sorpresa. Hablando inglés, así sea a los ponchazos, no van a tener problema.
No hay en el país una gran infraestructura turística. Todo está pensado para el holandés con euros que se mueve como pez en el agua. Por lo tanto, no hay muchos hostales ni alojamientos económicos, pero CouchSurfing funciona de lo más bien, al menos en la capital. Más que nunca, lo recomiendo. Es una buena manera de tener una vista panorámica de la realidad del país en boca de un nativo.
El correo de Paramaribo funciona de maravillas. Si te gustó este post, o tenés ganas de sacarme una sonrisa, me podés mandar una postal. Cuesta apenas U$D1,25. Mi dire es:
Urquiza 80 1º C
CP 2900, San Nicolás
Pcia. De Buenos Aires – Argentina
Y no se olviden de contarme después cómo les fue!
Hola Laura, espero que estés genial en dónde quiera que estés justo ahora. He estado acercándome a vos y Juan mediante feisbuc y los blog. Leer sus entradas y sus noticias de los viajes es una tremenda inspiración para mi, que me encuentro (y espero que esto no cambie) en casi el principio de mi viaje hacia no se muy bien dónde. Me encantaría tener algún contacto con ustedes, pero como no quiero ser molesto, me sujeto a su disponibilidad de tiempo y ganas de realizarlo. Mucho gusto y abrazos grandes.
Muy bueno, verdad que uno conoce tan, pero tan poco de este tríptico americano y extraño.
Mientras leía, pensaba que si fuera profe de geografía podría usar estos post, pero rápidamente me llegó la duda de siempre, la misma que charlábamos en tu visita a Pergamino. ¿Serviría de algo ser profe de geografía, se podría enseñar esto dentro del ámbito formal de la educación argentina? No sé, te supe comentar que la geografía a cambiado mucho, y más, cómo se la da en los colegios.
Producto de la charla y el haberlos conocido me ha motivado nuevamente sobre esa inquietud, o sea «hacer el profesorado de geografía», aquí esta y yo tendría la mitad de las materias aprobadas y aunque siempre digo que no ejercería si lo estudiara, se me han presentado dudas…
Cómo sea, te cuento, que estoy pensando en ver como puedo usar sus blogs y el de otros viajeros para mis clases, se me ocurrió armar un proyecto hacia el año que viene para trabajar en Ciudadanía, transversalmente la geografía, la historia y lineas que hacen a las ciencias sociales y a lo social particularmente, basándome, suerte de dosier, en los post de blogs viajeros, novelas y cuanto hace a la literatura viajera. Veremos, son proyectos…
Por lo pronto: MUY BIEN 10, Srita Laura!!! Siga poniendo al día su blog.
Te mando un abrazo!!!
Qué destino tan interesante, a veces hasta se nos olvida que hace parte de Suramérica, me has motivado mucho para incluirlo en mi lista de destinos.
Saludos.
Hola Laura!!
Me ha encantado tu post! lo encontré buscando información sobre este bello y recóndito país. Vamos mi novio y yo simplemente a pasar un día aterrizando en Paranaribo. Alguna sugerencia en cuanto al transporte? No encuentro nada de información por internet. Aprovecho también para preguntarte si es que me puedes recomendar alguna visita en concreto (solemos ver todo con bastante prisa, no nos entretenemos mucho jeje)
Mil gracias!!
Un beso
Blanca.
No logro entender el por que en el peru excluyen a SURINAM como pais suramericano de los textos educativos….
bonito contenido que has dado a conocer ..gracias