Crónica de un viaje al pueblo de Crotto
Antes, cuando mi vida tenía más raíces que alas, sentía a Buenos Aires como un yunque posado en mi nuca. Ciudad, capital, provincia…me daba todo lo mismo. La felicidad estaba lejos, mucho más allá, siempre en otro lado. Me fui pensando que volver iba a ser siempre sinónimo de asfixia, y que la única belleza que podría encontrar por acá iba a estar relacionada con la familiaridad del paisaje. Nada más. Los aires buenos de Buenos Aires serían siempre para mí una falsa utopía. Hasta que volví a mi casa…
Agradecida del universo, reconozco que desde que volví he viajado más de lo que imaginaba. Entre las visitas familiares a Mar del Plata, el Blog Trip a San Juan y el inesperado viaje a España, la estadía en casa pareció también de transito. Hace un tiempo, sin embargo, me encontré a mi misma suspirando ganas de viajar.
A los ojos ajenos, podría verme pretenciosa, disconforme o, lo que suena peor, adicta. No hacía ni un mes que había aterrizado, todavía me costaba readaptarme a la rutina de los libros y del blog, y yo ya quería agarrar la mochila de nuevo, con urgencia. Como es sabido, no todos los suspiros son iguales. Esta vez yo tenía ganas de banquina hecha y derecha; de cajas de camionetas y tierra en la cara; de carpa, bolsa de dormir e intemperie. Así fue como nació la idea del CrotTrip.

En el lunfardo argentino, la palabra croto se usa tanto para referirse a gente que vive en la calle como a personas desarregladas. No es un término despectivo, y es muy usado en la cotidianeidad. Frases como: “Ese tipo es un croto” o “¿Estoy muy crota para salir así?” son moneda corriente. Y nosotros estábamos buscando justamente eso: “crotez”; la libertad de lo simple, sin desayuno incluido ni estrellas más que las del cielo. Menos Facebook, más caras reales; menos aviones, más autostop. Se nos ocurrió hacer una salida corta, a distancias cercanas. ¿Y qué mejor destino para empezar este Crot Trip que el pequeño pueblo de Crotto?
Con el entusiasmo de acampantes juveniles, armamos la mochila y volvimos a besar la ruta. Aniko y Demián, de Viajando por Ahí y Dino y Aldana de Magia en el Camino, serían nuestros compañeros en esta aventura. Quedamos en encontrarnos en el pueblo, y un lunes por la tarde salimos otra vez a la ruta. Sin contar mi experiencia con Aniko en Portugal, había pasado tiempo desde la última vez que Juan y yo hicimos dedo por el puro placer de viajar. Noté la huella de esa falta de práctica en seguida: habían pasado apenas 20 minutos de espera, y yo ya estaba insoportable de ansiedad. A veces, debo reconocer, me cuesta mucho entender por qué la gente no se detiene. De hecho, me parece lo más ridículo. Yo asumo el tema de la inseguridad y el miedo circundante pero, ¿cuántas noticias han salido últimamente de mochileros ladrones, sátiros o narcotraficantes? ¿No ven que somos una pareja en el medio del campo con una mochila de mochilero? A los 50 minutos frenó un camión y cortó la mala racha. Estábamos lejos, y la ruta más conveniente hacia Crotto era la más larga, pero no perdimos las esperanzas.
El chofer hablaba poco y lo único que sabía era de robos y corrupción. El camión iba lento. Ofreció traslado a Pergamino, que luego se volvió Junín, que terminó siendo 09 de Julio. Cada kilómetro aumentaba su confianza en nosotros, pero disminuía las palabras. Su silencio, lejos de generarme incomodidad, me ayudó a hamacar mis pensamientos al compás de esos zarandeos únicos de un camión. La pampa se extendía en el horizonte, entre plantaciones de maldita soja que a veces permitía algún que otro campo de girasol. En la llanura verde y extensa yo encuentro los rastros de mi patria. Nunca supe lo feliz que me pondría volver a ver campos anchos como mares hasta el último junio, cuando volví a casa.

El camino hacia Crotto se hizo largo y lento, pero el paso de un vehículo hasta el siguiente fue propiamente un trasbordo. Bajamos, extendimos el pulgar y volvimos a subir. De 09 de Julio a Bolívar, y de Bolívar a Olavarría. Quedaban apenas 30 km. para llegar a Crotto, pero nos tuvimos que rendir. A las 23:00 hs, en un camino de tierra-talco que va a un pueblo de menos de 300 habitantes, las expectativas de que alguien te levante son casi nulas. Tuve que dejar pasar la meta delante de mis ojos, aceptar que aunque me duela no siempre puedo ganar, y buscar alternativa de alojamiento en Olavarría. Bajo la luz amarilla de una rotonda suburbana tuve el sabor amargo de que el día viajero se estaba terminando sin una gota de emoción. Sin embargo, pronto caí en la cuenta de que el problema lo tenía yo, que me estaba sedentarizando. Era tarde, estábamos en un lugar que no conocíamos, y no teníamos donde dormir. La aventura, en realidad, estaba empezando.
Juan llamó a un amigo de esos que saca de su libreta-galera y quedamos en vernos en su casa. Que mi novio me diga que un “amigo” suyo nos espera, no es garantía de nada. A Juan le gusta la gente, y a la gente le gusta Juan. Un “amigo” puede ser un ex compañero de la facultad, un loco hippie que salió de un encuentro rainbow o, como en este caso, un conductor que le frenó en la ruta, y que por algún motivo quedó grabado en la memoria de Juan. El motivo, lo iba a descubrir pronto… El hecho es que Juan dice “tengo un amigo en esta ciudad”, y lo más probable es que no sea alguien “normal”. De esta manera, podemos terminar paseando en una bici de dos pisos en medio de un asado, o escapando a las evangelizaciones apasionadas de un amante de los ovnis, o excusándonos por no querer practicar nudismo familiar. Nunca se sabe cómo termina la cosa. Lo que sí es seguro es que si alguna vez te cruzaste en nuestro camino y se te ocurrió decir: “Che, si alguna vez pasas por…. te podés quedar en casa”, hay una gran probabilidad de que en algún momento llamemos a tu puerta. Y de improviso, porque así somos nosotros y así nos debes haber conocido. (Entre líneas: no nos invites a menos de que realmente nos quieras recibir :p )

El amigo de Juan se llamaba Yusuf y era sufi. En líneas generales, el sufismo es una rama del islam que se caracteriza por el aspecto espiritual. A estas alturas, comprendí que si Juan no va a los musulmanes, los musulmanes se las arreglan para venir a Juan. Yusuf estaba en un cumpleaños, y nos recibiría su mujer. Nos miré de arriba abajo mientras caminábamos hacia el destino. “Estamos hechos unos crotos”, le dije a mi compañero. “De eso se trata”, me respondió sonriendo. Tenía razón. Viajábamos a Crotto. Empecé a sonreír.
La noche terminó de madrugada. Casi sin darnos cuenta habíamos hecho girar la rueda de la incertidumbre otra vez. Aunque estábamos a pocos kilómetros de casa, volvimos a sentir esa libertad de la simpleza que nos venía haciendo falta. No habíamos logrado llegar a Crotto, pero éste había sido un digno comienzo de Crot Trip.
Cada vez te veo escribir mejor. Me encantó! Saludos para los dos!!!!!
Viajo con ustedes, sus crónicas son muy buenas.
hola! siempre leo tu blog y cada dia tengo mas ganas de agarrar mi mochila e irme sin rumbo ni tiempo determinado, tenes una forma de redactar muy atrapante y carismatica, me hace pensar «Y por que yo no??» pero bueno, ya me animare. te escribi porque me parecio verte hoy junto a tu compañero en el anden de la estacion de Adrogue, si no eran ustedes tengan cuidado porque anda una pareja onda «Lester y Eliza» (de los simpsons) rondando por ahi, jajaja. lo unico q me hizo dudar de si eran ustedes era de que el posible Juan tenia anteojos, pero me quede pensando en si eran ustedes todo el dia, no me acerque porque estaba del otro lado de la estacion, pero bueno, si eran ustedes me hubiera gustado hablar un rato…
les mando un abrazo, de pablito!
Salam aleikum!
Visita pendiente he!!!???
jaja abrazos mil!
Muy lindas experiencias Laura! Cuánto me hubiera gustado hacer lo que Uds. hacen! Pero como no es posible, viajo a través de tus relatos y también con los de Juan. Desde que leí su libro, sigo su blog y cuando se encontraron allá por el norte salteño, también te sigo en tu blog. Sigan viajando mientras puedan y cuídense mucho, para seguir disfrutando.
Hola!
Antes que nada es muy lindo lo que escribís y siempre puede ayudar a alguien. Está nota tengo que comentarla porque yo nací y me crié en un pueblo llamado Colonia Hinojo que queda a 20 km de Olavarría y conozco la ciudad, aunque ahora hace algunos años vivo en Buenos Aires. Lo que me gustó de esta nota es como viajando a la vuelta de la esquina se pueden encontrar aventuras! Y como ciudades o cosas que son tan conocidas se pueden ver desde otra óptica.
Sds!!!!