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Puerto Deseado, primer regalo del camino

19 de octubre de 2010

Tras cuatro días de mal acostumbrarnos en Comodoro volvimos a retomar el sur, esta vez con la idea firme de llegar hasta San Julián.

Cuando uno planea un viaje a dedo por Patagonia el mapa carretero lo alienta, mostrando a la ruta 3 como una recta persistente, apenas interrumpida por un par de puntitos en donde el mochilero fija destino. Esta lógica empleada al momento de imaginar termina luego sabiendo a engaño y banquina, porque si bien en cierto que se avanza de a enormes zancadas también lo es que el transito disminuye al aumentar las latitudes y que el viento sopla como ningún atlas Firestone declara.

Así que ahí estábamos los dos, sabiendo que ya era tarde, a la vera de un semáforo feo en las afueras de la ciudad cara, a merced de algún conductor. Básicamente había dos grandes posibilidades estando ya en ese confín: o que nos llevaran a Caleta Olivia, apenas 70 km más al sur – lo que implicaba tener que procurar en poco tiempo donde dormir y perder así una noche más -, o bien que tuviésemos el número ganador con destino final San Julián, one way, non-stop over. Pero era ya demasiado tarde para pretender semejante tirón de una sola puntada.

Caleta Olivia tiene muy mala fama entre los mochileros después de que en el año 2004, en una competencia de autostop cuya meta era Ushuaia, dejara a más de uno echando raíces a la vera del camino. Desde entonces la innombrable se conoce como Calivia Oleta y es allí en dónde nos deja la Hi Lux hija del petróleo que nos levantó en Comodoro. Nuestra inocente pregunta sobre el lugar de origen de sus tripulantes fue respondida con la falsa afirmación de ser comodorenses. No quisimos insistir pues notamos que lo que nosotros preguntamos con simple curiosidad era quizá motivo de ataque social.

Una vez en la ciudad nos pusimos en contacto con Mariela, una vieja amiga de Raúl, nuestro amigo bahiense. Al ratito ya estábamos a bordo de su Lada Niva, sentados en el asiento trasero, mientras ella nos contaba su historia a puro volantazo y Roma, su pequeña hija, hacía sonar su chupete en el asiento de adelante, cinturón de seguridad ajustado. 

Antes de dirigirnos a su casa Mariela nos ofreció hacer un pequeño tour por la ciudad, siendo que pensábamos partir al día siguiente. Emocionada por los elogios que Juan no dejaba de desparramar hacia el vehículo, Mariela comenzó a demostrar las destrezas del mismo, tomando velocidad y curvas por igual, sin dejar de repetir que ese bichito viejo era un as del 4×4. Ya casi llegando a los límites de la ciudad dimos con una ruta empinada cuyo fin no alcanzábamos a ver, y que claramente era transitada por cuatriciclos.

Cuando vi a Mariela encarar el camino con toda alegría y liviandad Juan y yo sincronizamos miradas. Lo que había del otro lado de la montaña bien podía ser el arcoíris de la felicidad, o un tremendo pozo petrolero abandonado. Escuchando los chupetazos de Roma me tranquilicé, pensando que si subíamos era porque Mariela sabía lo que hacía, ninguna madre arriesga a su bebé por impresionar a dos mochileros. Recordando nuevamente que el Lada era 4 x 4, pisó el acelerador a fondo y de pronto vi como el horizonte trazaba una diagonal en mi ventanilla. Tal vez pocos lo sepan, pero déjenme develar un secreto: si Juan pudo atravesar Irak o Afganistán y salir airoso es porque nunca se subió a una montaña o tuvo que poner a prueba su destreza física: sus casi 2 metros de altura meten miedo en el reino animal, pero lo convierten en un manojo de nervios si su estabilidad de ve afectada. Así que allá íbamos los dos en un simpático autito ruso de los 90 en una empinada subida que nos pegó la espalda al asiento, sin saber en dónde íbamos a concluir. Casi llegando a la cima, a punto de develar el secreto, el auto se empacó y en esos microsegundos se suspenso Mariela atinó a decir: «Tiene 4×4…¡pero no sé cómo se usa!» Montaña rusa en reversa, empezamos a caer en picada marcha atrás, pero sin perder el entusiasmo nuestra conductora clavó los frenos y le dijo a Juan: ¡aprovechá ahora, aprovechá y sacá fotos! En ese momento giré mi cabeza para ver a mi compañero y me encontré al flaco en posición de parturienta pero más nervioso, con los brazos tratando de agarrarse de donde se pudiera y la frente llena de sudor. Así, casi obedeciendo por inercia, manipuló como pudo su cámara, se aferró al auto con las uñas de los pies y logró sacar esta foto que comprueba mi historia:

Aunque no logramos avanzar mucho ese día, disfrutamos de la compañía y la hospitalidad de esta familia, que nos convidan una cena casera que reconforta. Afuera el viento castiga, y la velocidad con que vuela todo lo que el viento encuentra a su paso, nos hace sentir aún más agradecidos con ellos.

Antes de dormir Mariela nos acompañó hasta la habitación no sin antes advertirnos: “si de noche sienten mucho viento no se asusten, la casa se mueve pero no se cae”. Suerte que los tres chanchitos no vivían en Caleta…

Al día siguiente retomamos la ruta, viento en contra, esperando esta vez sí llegar a San Julián. Tuve la sensación de que si le atata una soguita a Juan en la cintura, podría haberlo remontado como un barrilete.

No esperamos mucho hasta que un vehículo se detuvo. Se trataba de Aníbal, un constructor que vive en Puerto Deseado. Esta ciudad, que se ubica justo en esa pancita sureña de nuestro país, está a unos 100 km de la ruta 3. Teníamos ya referencias sobre la belleza del lugar, pero no queremos tomar semejante desvío. Previendo las intenciones de nuestro conductor, le contamos que aunque nos encantaría visitar Deseado ya tenemos cita en San Julián debido a nuestro proyecto educativo. Aníbal nos escuchó con atención, pero nuestro argumento no parecía convencerlo. Interesado, no obstante, en el objetivo de las charlas, nos cantó truco con una carta a la que no pudimos vencer: “¿Y no les interesaría dar esa misma charla en Deseado? Allá hay una fundación, yo los puedo presentar. Y por el alojamiento no se preocupen porque conseguimos el albergue municipal” Nosotros, que ya habíamos aprendido a escuchar las señales de la ruta, nos vimos acorralados con semejante invitación, que parecía no tener fisura alguna, y terminamos aceptando el desvío. Ni bien su celular captó algo de señal, Aníbal comenzó a hacer llamadas, hablándole a todo el mundo de nosotros, con un entusiasmo que contagiaba.

Llegamos al pueblo y ya nos esperaban en la radio para hacer una nota. Luego a la municipalidad, y lo que podía ser un inconveniente se resolvió antes de que alcanzáramos a preocuparnos: el albergue municipal estaba repleto, pero Pamela, la coordinadora de secretarías nos ofreció su casa. De ahí a la casa de Marcos Oliva Day, un personaje muy respetable del pueblo, que dirige la fundación “Conociendo Nuestra Casa”. La idea era lograr coordinar una charla para el día siguiente, cosa que conseguimos.

Si algo he aprendido en este tiempo de viaje es que uno nunca sabe a quién tiene en frente. A veces quien aparenta ser un eximio termina siendo un señor estafador, o por el contrario, quien demuestra simpleza resulta ser una persona digna de admiración. Y este es el caso de Marcos. Con la misma naturalidad con que uno habla sobre su vida, él conversa acerca de navegantes, comenta la historia del pueblo o nos informa sobre fauna local. Como si no fuera consciente de todo el conocimiento que imparte, nos cuenta entre sonrisas que fue uno de los primeros en cruzar el Cabo de Hornos en kayak y que junto a unos intrépidos amigos descubrió en su juventud un naufragio de más de 200 años, que hoy es el eje de un museo. Todo un Goonie contemporáneo.

Puerto Deseado tiene varios factores que lo distinguen de todo lo que venimos viendo hasta ahora, pero definitivamente lo que más se destaca es la ría. Para quienes desconozcan (yo tampoco lo sabía hasta acá), la ría es una entrada del mar en el cauce seco de un río. Este fenómeno tan poco común le da a esta ciudad un encanto natural inigualable y sorprende que siendo tan pintoresca no sea un destino turístico explotado. Ojo, las estadísticas engañan: si uno consulta a las autoridades va a encontrarse con un porcentaje de ocupación hotelera que sorprende en contraste con la falta de visitantes que se advierte en las calles. Esto se debe a una simple y curiosa razón: en Puerto Deseado los albergues transitorios están vedados, lo que resulta en amantes que se disfrazan de turistas para satisfacer fantasías de orden político, no sexual.

Pero la belleza natural de la ría no es lo único. Mientras que todo a lo largo de la ruta 3 las construcciones están hechas de chapa o madera sobre la extensa planicie, en este pueblo abunda la piedra. Nos encontramos entonces con una arquitectura distinta, creativa y resistente. Tanto, que aún se mantiene en pie la estación de ferrocarril. No es sin embargo ese el detalle que sorprende y encanta, ya que si hay algo que abunda en nuestro país son los pueblos entristecidos que recuerdan hoy el esplendor que alguna vez conocieron sobre las vías. Lo que distingue a Deseado es la vigencia de esos lazos que unen a la gente con el tren. Sentí la piel de gallina al entrar en la estación, donde todo está tal cual estuvo alguna vez, permitiéndome sentir por unos instantes que vivía en carne propia esa época floreciente que ya era historia cuando yo nací.

Pero esto no es casualidad, es la propia gente de este pueblo la que se resiste a darle la espalda al pasado, la que se enorgullece de ser uno de los pocos lugares, sino el único, en donde este patrimonio se conserva intacto, y la que lo muestra sabiendo que lo que se tiene más que una pieza de museo es un tesoro. Tan claro tienen este concepto, que en una de sus plazas es posible admirar un vagón que fue rescatado por todo el pueblo de las manos amigas de lo ajeno, esas que sin ser de nadie desmantelaron todo cuanto encontraron a su paso. Acá no les fue tan fácil, los vecinos rodearon el vagón, hicieron vigilia y consiguieron que el mismo se quedara a donde pertenece. Aníbal me dice entre lamentos y orgullos: “el tren se murió, pero el reloj sigue vivo”, señalando la torre de la estación.

 Más entrada la tarde somos recibidos en casa de Pamela, quien con toda confianza nos deja las llaves y se muda por unos días, para que estemos más cómodos. Infinitos agradecimientos.

Al día siguiente visitamos la Secretaría de Turismo, en donde también nos reciben con los brazos abiertos. Ellos parecen tan encantados como nosotros de que estemos en Deseado, y es el mismo secretario en persona quien nos sube a su auto y nos lleva a recorrer la costa, el cañadón del Indio, y los acantilados en donde anidan los cormoranes.

El viento roza los 80 km, lo que dificulta moverse, mucho más mantener el pulso y sacar fotos. Caminar implica un esfuerzo importantísimo, y no es difícil creer que si se abren los brazos finalmente lograremos volar. Aunque disfrutamos de estas condiciones por su novedad, lamentamos no poder salir a navegar con Marcos.

Al día siguiente nos vamos, no sin antes despedirnos de toda la gente que hemos conocido en este lugar escondido, como tesoro de piratas. Los 120 km que lo separan de ruta 3 son tiranos. Esa distancia que en proporciones porteñas sería insignificante, para este pueblo representa el aislamiento, la exclusión. Llegaron a agradecernos que hubiéramos hecho el sacrificio de tomar el desvío para visitarlos…

No puedo evitar pensar a Deseado desde un aspecto técnico, y súbitamente ideo un plan de difusión para promover el destino, acompañado de una buena política turística que incluya opciones de transporte y alojamiento. Sé que este lugar tiene para ofrecer mucho más que otros que ya están explotados. Pero entonces me doy cuenta de que todo el plan comercial que acabo de idear empañaría el brillo con que el pueblo nos hechizó. Seguramente la simpleza de sus habitantes se vería corrompida por la ambición monetaria que suele surgir junto con la actividad turística, y entonces Deseado pasaría a ser un destino más. Suerte que puedo darme cuenta de eso… La universidad nos forma para explotar nuevas oportunidades, y a veces los lugares explotan literalmente y terminan siendo vulgares vestigios de cuando eran encantadores. Borro completamente mi plan turístico para la ciudad. Me conformo simplemente con dejar sentado en este blog que aún existen lugares inexplorados que valen la pena visitar. Puerto Deseado es uno de esos, y yo los invito.

Vale la pena…

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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