Y ahora sí, henos aquí. Ya pasaron los largos dieciocho meses de viaje, ya pasó el torbellino de la vuelta, ya estamos en casa. Sí, digo en casa y lo digo con felicidad, porque volvimos a nuestro país y teníamos un techito medio prestado medio alquilado que nos estaba esperando. Un nidito, como dice Juan. ¿Cómo hacer para volver a poner los pies sobre la tierra o, mejor dicho, acostumbrarlos a caminar en círculo, siempre por las mismas calles? ¿Cómo no volverse loco teniendo que guardar las alas en el placard y obligar al cuerpo a permanecer sentado, siempre en la misma silla, siempre en la misma ciudad? Con un poco menos de poesía, tal vez, esa es la pregunta del millón. Esa, y la clásica ¿pero ustedes de qué viven?
Nos hemos instalado en la poco seductora ciudad de San Nicolás con el propósito de pasar estos meses escribiendo un libro. Ese, podríamos decir, es uno de los motivos principales, aunque claramente nos vinimos acá para poder estar más tiempo en familia. Parte del tiempo se nos va pensando (y creando) el nuevo libro, otra parte la pasamos planificando (y realizando) nuevas visitas con nuestro Proyecto Educativo, y unos buenos cuantos ratos nos dedicamos a planificar el viaje que viene. Es decir, cuando no estamos viajando, estamos pensando en viajar.
Como confesé en el post de nuestro regreso, yo ya tenía ganas de tener mi propio cielo (aunque sea medio prestado, medio alquilado). Tenía ganas de tener una cocina y poder destinar algo de tiempo a cocinar; de tener un placard y mi ropa en perchas, y de poder dedicarme unos meses a estar quieta y juntar energía para volver a salir. Tuvimos la suerte de que este nidito se parece bastante al hogar de un par de aves como nosotros: tiene un balcón enorme y abierto, por el que entra aire y se oye llover; le da el sol todo el día, por lo que prescindimos casi de luz eléctrica; y como está en un segundo piso frente a una enorme plaza, y lejos de edificios, es como si los árboles fueran nuestros propios vecinos.
Sin embargo, esta estancia temporal no tiene por qué convertirse en un sinónimo de sedentarismo. Por el contrario, para mantener los pies sobre nuestra propia tierra, hemos decidido que si vamos a vivir en esta casita por unos meses, entonces esta casita tiene que parecerse a nosotros. Es decir, si antes llevábamos nuestra casa por el mundo (entendiendo a la mochila como tal), ahora tenemos que traer el mundo a nuestra casa (o sea, a ésta casa). Por empezar, actualizamos nuestro perfil de Couch Surfing, para poder recibir viajeros, y oficiar esta vez nosotros como anfitriones. Es medio ambicioso pretender que alguien quiera venir a San Nicolás porque sí, pero nunca perdemos las esperanzas. Por otro lado, ambientamos el nidito. Así, en una de las paredes colgamos los collares que nos obsequiaron los shuar de la amazonía ecuatoriana antes de que nos volviéramos; en la mesa pusimos un tejido de Salta; en la puerta de entrada colgamos unos mandalas de Perú y los coronamos con un simpático Ganesh que me regalaron en la India. Pero en la cocina quisimos hacer algo especial, y una noche, nos dio por empapelar la pared con todas esas postales que habíamos ido recibiendo mientras estábamos de viaje. Algunas nos las habíamos enviado nosotros mismos desde Antártida; otras, eran de amigos con quien habíamos compartido algo de viaje. Pero en su mayoría eran de gente que no conocíamos, que había hecho caso al pedido de postales que Juan publicó para su cumpleaños. Cuando terminamos de pegarlas a todas, sentimos que ahora sí esa pared se parecía más a nosotros, y tuvimos ganas de tener más postales que pegar.
Entonces, he aquí mi pedido. Quiero una cocina internacional, una pared llena de mensajes de amigos del mundo, de colores de otras tierras, de viajes (aunque sean ajenos). No me importa si la postal es moderna o antigua, si es una composición de fotos turísticas o un simple dibujo (de hecho, si quieren mandarme una foto linda que hayan tomado ustedes, o un collage o lo que quieran! también me va a encantar). No es necesario que estén viajando: me da igual que la postal sea de Hong Kong o de Mar Chiquita. Lo que quiero es materializar algo de lo virtual que me rodea; ser yo la que lee algo que me envían ustedes. Todo, les prometo, va a ir a parar a la pared de mi cocina. Esta es la dirección:
Urquiza 80 1º C
(2900), San Nicolás
Pcia. Buenos Aires
Argentina
Pueden enviarme también un mail con su dirección, y cuando volvamos a estar de viaje, prometo ser yo la que mande postales desde la vuelta al mundo…
Chicos! Como ya les prometimos, en Noviembre les vamos a mandar una postal desde Fiji. Tal vez tarde 8 meses, tal vez menos, tal vez más. No se impacienten, va a llegar para quedarse decorando su nido.
Eso si, cuando llegue nos tienen que mandar una foto de uds dos con la postal en la mano, así nos quedamos tranquilos que llegó a destino.
Abrazo!
bueno la verdad es q tu idea me parece tan loca y tan genial que mañana mismo te voy a mandar algo! estoy en rosario, muy cerca, pero si encuentro alguna foto linda de alguno de mis viajes la voy a imprimir y te la voy a mandar!
Gracias!!! Las voy a estar esperando!!
Ya les voy a mandar algunas de mis viajes, ojalá les gusten!! y… pregunta Lau, reciben en San Nicolás a esta viajera express??? abrazos!!
Obvio! Avisanos cuando quieras y coordinamos!
Prometo enviarles…aunque ya no es algo tan común, suelo recibir postales de gente que he conocido en viajes, y me encanta y emociona recibirlas..espérenla…
La postal que iba a darles en la charla se pone las alitas hacia San Nicolás!! 😉
Prometo una carta (que ya les prometí antes)!!
Uhhhh buenísimo!!! Genial la idea de armar un mural así (:
Ya empezamos nuestro propio coleccionismo hace unos meses y sabemos la sed q genera, así ya mandaremos alguna copada… 🙂
Me uno a vuestra pared de ilusión y destinos… pronto… o tarde os llegará mi postal. 😉 Um beijinho
🙂 Acá la espero Marta!!!! Gracias 🙂
Claro, os mandaré alguna postal! Me encanta mandar postales cuando salgo, aunque la primera será una postal desde mi base central 🙂
Saludos!