Hace un par de meses, buena parte del globo enloqueció pensando que se avecinaba el fin. Hubo bunkers, meditaciones masivas, paranoia y caos. El supuesto apocalipsis mitad profecía maya mitad Hollywood dio de comer a los medios de comunicación e hizo reír a los infaltables escépticos. Cuando la fecha designada hubo concluido y las cosas siguieron igual que siempre, el Fin del Mundo pasó de moda en cuestión de horas.
Sin embargo, al sur de continente y al otro lado de los Andes, existe una ciudad que desde hace décadas hace gala de su título honorífico. Siendo la ciudad más austral del planeta, Ushuaia se ha autobautizado “la ciudad del Fin del Mundo”. Sabemos que a tan sólo mil kilómetros de allí se encuentra otro continente, pero eso no importa: la niña bonita del sur sigue siendo la meta de viajeros y coleccionistas de paisajes. En noviembre de 2010, nosotros mismos decidimos “tocar el fondo de América”, y llegamos a su puerto a fuerza de pulgar. Hoy, dos años y medio más tarde, el destino vuelve a llevarnos al sur del sur…

Nos encontramos en Ezeiza antes del amanecer. Esta vez, íbamos a experimentar la otra cara de un viaje a Ushuaia: ya no sabríamos lo que significa transitar la eterna y desolada Ruta 3, hacer migraciones en Argentina y en Chile (porque para ir por tierra hay que cambiar de país), navegar el Estrecho de Magallanes y cruzar la cordillera; íbamos a llegar en cinco horas de vuelo. Tal como la vez que viajamos a San Juan, este viaje a Ushuaia era un blogtrip organizado por Ministerio de Turismo de la Nación.
Mientras avanzábamos en el cielo, los paisajes de la tierra cambiaban de manera drástica. Yo no podía dejar de pensar que cinco horas de vuelo es lo mismo que se tarda en ir de Buenos Aires a Lima, y aún así, seguíamos dentro de nuestro mismo país… Me carcomía, además, una ansiedad un poco inexplicable: ¿cómo iba a ser volver a una ciudad tan significativa en nuestra historia viajera? ¿Estarían iguales las esquinas? ¿Haría el mismo frío que hace dos años atrás? ¿Veríamos nevar? Por un lado, me parecía ridículo haber metido guantes y polainas en una mochila, que armé estando en bikini, deshidratada de verano. Cuando hace un calor tremendo como el que hacía esos días, pensar que el mundo se puede volver frío me parece cosa de ciencia ficción. Por otra parte, siempre tuve la pequeña sospecha de que The Truman Show estaba basado en la historia de mi vida (¿quién no lo pensó alguna vez?), y volver a Ushuaia, y en avión, era un desafío a la realidad (a ver qué tan rápido vuelven a armar su prolija escenografía… :p).
Llegamos a la capital fueguina cerca del mediodía y, al igual que la última vez, el sol brillaba sobre las aguas del Canal de Beagle. Hacía frío, pero me sentaba bien. Más que temblar, el repentino cambio de clima era un refresco, y lejos de querer meterme en la cama, tenía ganas de salir a caminar. Ushuaia no estaba como me lo mostraba la imagen de mi memoria: estaba mucho más linda aún. Dejamos las cosas en el hotel y, empujados por el entusiasmo compartido, nos fuimos al puerto. Ahí estaban las mismas postales que hacen que Ushuaia sea Ushuaia y ningún lugar más. A mí la sonrisa me desbordaba los labios. Aunque viajo mucho, rara es la ocasión en que vuelvo a una misma ciudad en tan poco tiempo. No sabía que iba a volver a sentir, pero nunca pensé que estar otra vez en estas calles me iba a llenar de energía. El viaje al Fin del Mundo fue inesperado. Yo me sentía feliz.


Caminamos por la Av. San Martín, esquivando turistas exaltados y locales camuflados. No conozco de estadísticas pero creería que, excepto en los meses de invierno, el número de visitantes en las calles debe superar al número de residentes. De seguro esto hará renegar a más de uno. A mí, sin embargo, este zoológico viajero me encanta: hay locos en bicis, caravanas, mochileros de todas partes, algunos en auto, y hasta una desquiciada que acaba de llegar en monociclo. Ushuaia tiene ese poder de atracción fatal. Cualquiera que se precie de estar dando la vuelta al mundo tiene debe, en algún momento, poner pie en la ciudad más austral del mundo. Nosotros ya íbamos por la segunda ronda…
hey compa excelentes notas, pasate por el mió este año estaré con mi novia por tierra del fuego, quiza tengas algunas recomendaciones, cómo si hay trabajo y si sale bien el dedo por allá abajo! saludos, escribeme
De repente hemos vuelto a vernos (y, sobre todo, sentirnos) caminando por Ushuaia, mirándolo todo como si fuéramos marcianos, pensando, ‘así que esta es la ciudad del fin del mundo’… Luego llegó la mirada humana, la que nos aproximó a sus vecinos, con quienes visitamos museos, naturaleza, restaurantes y entre quienes conocimos pioneros de la exploración antártica… Una experiencia que repetiríamos con las mismas ganas que vosotros ;D
SIn este tipo de cosas jamás nos enteraríamos de la belleza de los lugares y su cultura, un gran aporte, gracias por compartirlo!
Hola!
Viajo por primera vez a Ushuaia el 31 de Marzo por una semana.
Estuve leyendo todo lo que pude en internet y vi que hay unas combis que salen hasta el Parque Nacional. Esto es cierto?
Me recomendas comprar una excursión al Parque Nacional o ir sola?
Gracias!
Sabrina