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Algún día quiero…:nadar con lobos marinos en Puerto Madryn

No sé qué es lo que me imaginaba. A bordo de la lancha que acaba de partir, me concentro para que el zarandeo del mar no me revuelva las tripas. Por momentos me cuesta, aunque no sé si lo que tengo son nervios, mareo o ansiedad. Mi mamá intenta disimular que está asustada. Mi amiga Lala no puede más de la emoción. El guía nos reparte las máscaras y da indicaciones. En apenas unos minutos vamos a tirarnos todos al agua a nadar con lobos marinos en Puerto Madryn.

Foto: Laura Babahekian

Es septiembre de 2021. Las vacaciones de invierno acaban de arrasar y el país entero tiene fiebre de viaje. Nosotras no somos la excepción. No es para menos: llevamos año y medio de encierro pandémico. Ya ni sé la cantidad de veces que escuché a mi mamá decir “quiero hacer ese viaje”, “yo quiero conocer las ballenas”, pero siempre había un pero, incluso antes del Covid. Por eso, hace menos de una semana se alinearon los astros y, después de mucho soñarlo, cargamos el auto y emprendimos rumbo sur. Íbamos con compañía: mi amiga Lala había aceptado nuestra invitación.

 Con un mapa carretero y un croquis por si acaso, arrancamos un viaje de dos días de ruta y mucha, pero mucha emoción. En el camino hacemos una lista de las cosas que queremos hacer: ir al salar que hay en Península Valdés, tomar un té galés, ver ballenas. Cuando digo que quiero nadar con lobos marinos en Puerto Madryn, se hace un silencio. “Yo no sé si me animo”, dice mi mamá. “¡Y, sola no te vas a quedar!”, le responde Lala. Y así, con entusiasmo de equipo y ganas de aire libre, unos días más tarde llegamos a las oficinas de AquaTours.

Para nadar con lobos marinos en Puerto Madryn es necesario tomar una embarcación hasta llegar hasta la reserva natural de Punta Loma, apenas a 17 km de distancia. Creada en 1976, es la reserva natural más antigua de la provincia de Chubut, y alberga una colonia de lobos marinos de un pelo de entre 600 y 1000 ejemplares. Están ahí todo el año.

Cuando Helga, la encargada de Aquatours, nos pregunta si preferimos traje húmedo o seco, Lala y yo tomamos la posta y decimos que sí, pero no necesariamente porque estemos de acuerdo. Ella, que sabe bucear, quiere la experiencia. Yo, que no me saco la bufanda en todo el día, le tengo miedo al frío. Mi mamá se entrega. 

Los trajes húmedos son los que ya conocemos. Dejan pasar el agua, y aunque Helga dice que no es tan grave, que en seguida se templa con el calor del cuerpo, mi termómetro bonaerense me dice que mejor no. Los trajes secos, en cambio, sí son una novedad. Evitan completamente el contacto con el agua y se usan encima de la ropa. Son calentitos, te hacen sentir que estás en un viaje interespacial y aprietan la cara un montón.

Después de que logramos ponernos todo, dejamos nuestras cosas en las oficinas y salimos rumbo a la playa dando pasos gigantes, haciendo poses de Power Ranger, riéndonos de lo difícil que es moverse en tierra con semejante capa de neoprene. Insisto: no sé qué me imaginaba pero de seguro esto no. Es rarísima la sensación en la piel cuando ponemos un pie en el agua. El mar presiona, se siente todo lo acuoso alrededor de las piernas, zarandea, mece, pero nada: no nos toca ni una gota.

“Me siento como si todo a mi alrededor tuviera una cama de agua. O como si estuviese metida en gelatina”, pienso, pero no tengo tiempo de experimentar mucho más. En seguida nos subimos a la lancha. Es un poco menos de media hora de navegación y mientras el guía reparte máscaras y guantes, empiezo a imaginar cómo será.

La única vez que nadé con un animal así de grande fue hace muchos, muchos años en Tulum, en una de esas piletas nefastas en donde algunos parques tenían delfines en cautiverio. Aunque el recuerdo está un poco opacado por la conciencia que me vino con los años, sí conservo fresca esa sensación de miedo al entrar al agua y sentir que el bicho se me venía encima a curiosear. Fue sentirlo cerca y pensar: “yo no pertenezco a este medio”. 

Al mar, claramente tampoco, pero me podía la curiosidad. Eso, y saber que al estar libres la experiencia iba a ser muchísimo más real. A diferencia de lo que mucha gente pueda pensar, nadar con lobos marinos en Puerto Madryn no tiene nada de predecible. Los animales se acercan solo si quieren, no están ni adiestrados ni cebados con comida y todo se hace dentro de un entorno natural.

Antes de llegar ya se empieza a apreciar el paisaje, que visto desde el agua tiene otra impronta. Los acantilados, que desde lejos parecen paredones, se llenan de vida cuando comenzamos a ver gaviotas, garzas y cormoranes. Un rato más tarde la embarcación se frena y entonces sí, hay que saltar al agua. Por un momento, pienso en los safaris de África. Hay algo mágico en poder ver animales en su hábitat, sin rejas ni pantallas de por medio. Me pregunto cómo será todo esto en el mar. Y salto.

Foto: Laura Babahekian

El traje seco funciona: no siento nada de frío aunque es un poco más difícil moverse de lo normal. El aire que queda encapsulado me hace flotar y me cuesta controlar mi cuerpo. A mi mamá, que no está acostumbrada, le cuesta un poco más, pero el guía le da un salvavidas para que ella se aferre y no tenga que estar preocupándose por tener que flotar. 

El espacio es amplio y pronto nos dispersamos. Cuesta reconocernos con las máscaras y el snorkel, sobre todo cuando los lobos se nos empiezan a acercar. Al principio sentimos sus aletas chocando con nuestros cuerpos. Los lobos marinos son muy curiosos, y mientras que los adultos se quedan en la superficie tirados al sol, son las crías las que se acercan hacia nosotros. Vienen de dos, de a tres, nos rodean, nos topetean las piernas. 

Foto: Laura Babahekian

Me cuesta nadar. El traje me protege del frío pero me hace más torpe y por momentos me cuesta mantener la postura. Me pregunto si no debí haberle hecho caso a Helga. Un lobo saca la cabeza justo frente a mí y se vuelve a meter al agua. Un ratito más tarde empiezo a sentir una molestia en los cachetes: estoy sonriendo tanto y sin darme cuenta que el borde de las antiparras se me empieza a marcar.

Foto: Laura Babahekian

Aunque somos muchos en el mar el espacio es tan grande que no nos damos cuenta. Por momentos la tengo cerca a Lala, por momentos la pierdo de vista. Lobos hay cada vez más. Se tiran desde la costa, dan vueltas, vuelven a salir. Se mueven ágiles a nuestro alrededor, y basta con ponerse panza abajo para espiar en ese mundo submarino en el que dominan la velocidad de una forma impensada cuando uno los ve en tierra.

De nuestro grupo hay quienes nadan con destreza, niños que se portan bien controlando su emoción y un equipo de dos que no larga el salvavidas: mi mamá encontró otra compañera que lucha con el susto y se quedan las dos mirando desde más lejos. Debo admitir que al principio me preocupa. O mejor dicho, “me da cosa”. No quiero dejar de ver los lobos pero tampoco quiero que mi mamá se pierda la experiencia. Sé que no le dan miedo los animales, pero temo haber subestimado su propio temor a no saber nadar muy bien. El salvavidas hace lo suyo pero ella, por las dudas, no se mueve. Me acerco un par de veces y es en una de esas que, sin saberlo, lo hago con compañía: un lobito me persigue y entonces vienen dos más. Nadan cerca, se asoman, vienen y van.

Foto: Laura Babahekian

“Esta es una experiencia para todos”, me dice uno de los guías mientras nos saca una foto. Detrás de la máscara, sonreímos.  Y es ahí, rodeada por un mundo acuoso que no siento más que en la piel de mi cara que vuelvo a preguntarme qué me imaginaba cuando en mi lista de cosas que hacer antes de morir escribí “nadar con lobos marinos en Puerto Madryn”. Mi mamá se emociona. Lala viene a compartir la felicidad y yo, que ya vi ballenas y pingüinos y lobos también pero desde la tierra siento que nada, nada, podría ser mejor.

Esta la información que necesitás si vos también querés nadar con lobos marinos en Puerto Madryn:

– La Reserva de Punta Loma es el único lugar donde se puede hacer snorkel en cualquier época del año. Sin embargo, la mejor época es entre mayo y octubre, que es cuando las crías se familiarizan con el agua.

– Nosotros hicimos la excursión con AquaTours, pueden reservar en este enlace. El paseo dura alrededor de dos horas, de las cuales 40 minutos se puede nadar con los lobos. Si reservan para un día y les toca mal tiempo, se puede reprogramar.

– Al momento de escribir este post la excursión tiene un valor de 13.000 pesos (U$D 65 por persona). El traje seco tiene un costo extra. El paseo se puede hacer con niños a partir de los 6 años.

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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