Como creo haber citado en alguna otra ocasión, una de las salidas que más disfruto es la de ir a comer afuera. No importa si es un restaurante de lujo o una pequeña pizzería, a mi me gusta sentarme en una mesa distinta a la de mi casa, tener el poder de elegir qué quiero comer sin pensar en lo que voy a ensuciar, y sentarme a esperar que el plato se pose frente a mis narices así como por arte de magia, mientras termino de comer el pancito con queso indeterminado (porque uno nunca sabe de qué extrañas mezclas está hecho ese queso blanco, a veces verdoso) que sirven en todos los restaurantes.
Si bien la frecuencia de estas salidas no es tanta como solía serlo antes, he notado una perdida cada vez más radical de lo que yo llamo un mozo de oficio. No hablemos de restò, bistrò y demás categorías típicas de zonas como Palermo, creadas para la juventud itinerante de turistas y locales, sino de verdaderos restaurantes. El mozo tiene en la experiencia del cliente una importancia radical: podrá ser muy buena la comida, muy bueno el precio, pero si la atención es pésima, tira por la ventana todo lo demás. Sin embargo esto parece no importar demasiado a los dueños de los restaurantes, que prefieren pagar menos y emplear a cualquier estudiante que intenta sobrevivir en la ciudad. Una ‘buena presencia’ (mientras más carilindo mejor), un poco de onda piola y auto confianza extrema son requisitos suficientes para trabajar de mozos. Así entonces tenemos situaciones como las siguientes: estaba yo en un restaurant conocido esperando que me atendieran cuando noté que un joven muy (pero muy) lindo se acercaba a tomar el pedido de dos señoras sesentonas que estaban en la mesa de al lado. Tras un – ¿Qué van a pedir chicas? Acompañado de una notoriamente exagerada sonrisa, sacó una libretita del bolsillo y se puso a tomar nota.
Ya me cayó mal. Primero la distancia: son clientes, no amigos, y vos estás trabajando, no en un bar un sábado a la noche. Fijate. Segundo: ¡son señoras mayores! ¿Cómo ‘chicas’?¡Cómo ‘chicas’! Tercero: si sacás libretita das cuenta de que no estás hecho para este trabajo. Ojo, es mejor eso que traer cualquier cosa, pero en restaurantes así, el mozo que tiene la posta es el que se acuerda todo de memoria. Y andá a discutirle…
A las señoras se ve que tampoco les cayó bien semejante desfachatez, pero el cuerpo fibroso y tonificado del chico justificaba la insolencia. Se la dejaron pasar. Acto seguido le preguntaron la clásica ¿cómo viene este plato? El mozo comenzó tirando flores al cheff, evadiendo cualquier pregunta puntual porque era evidente que no tenía idea de en qué consistía el menú y, al ver que la intención de las señoras era compartirlo, les recomendó que pidieran dos porque se iban a quedar con hambre.
Al rato apareció con dos tremendas bandejas repletas de comida, de esas que a uno le duele la panza ya de sólo mirarlas. La cara de las señoras fue de horror. ¡Pero querido esto es una barbaridad! ¡Tanta cara de hambre nos viste! No señora, no les vio cara de hambre, les vio cara de plata y les enchufó dos porciones para quedar bien con el jefe. Y fíjese cómo se hace el lindo para ver si encima les puede sacar algo de propina, o para qué se cree que son esos bolsillos como mochilas que tiene en el delantal. Conclusión: me pasé toda la noche escuchando como las doñas se quejaban de la falta de competencia del mozo, y lamentándose de que Coco no trabajara más allí.
No se quien es o era Coco porque era la primera vez que iba a comer a ese lugar. Pero sí se de otros mozos, como el gallego que atiende el bolichón de Honduras y Bonpland. No es el lugar con mejor ambientación y mozo se parece a Manolito pero en adulto. Sin embargo cada vez que voy, vuelvo a mi casa satisfecha no sólo por la comida que es excelente, sino por el gusto de haber sido atendida por un mozo bueno, un mozo de profesión, que sabe de su trabajo y lo hace con gusto. Para ver chicos lindos con sonrisas fingidas, me quedo en Palermo.
Que grande el gallego!!!! Lastima que cerro. En una epoca me comia una brotola con puere espectacular o un crudo y queso con doscientos kilos de fiambre en el pan!!! Buenisimooooooooooooo
Cerró??? Nooo!!! Qué pena lo que me contas. Hace mucho tiempo que no voy. La tortilla de papas de ahí era más grande que una pizza familiar! Y ni hablar del flan con dulce de leche!!! Ojalá no haya sucumbido a las presiones inmobiliarias, se que lo pinchaban de todos lados para que venda esa esquina, y el hombre resistía estoico.
Hoy en día es común ver a los/as mozos/as con una libretita o con teléfonos anotando los pedidos y encima te repiten mil veces tu pedido.
En Posadas hay un lugar que tiene sus años, quedada en el tiempo, sus paredes despintadas , decorado con antigüedades , no le das ni dos pesos porque no cuenta con delivery ni telef (de línea ni celular) pero tienen la mejor comida caseras de la ciudad – rica demás – y la verdad que la atención es hermosa 🤭 .
Me fui de tema , un abrazo Lau ! 🥰
Hola Laura! Leí el post y no sabes cómo me acordé de mi ciudad. No vivo en Buenos Aires ni en la capital de mi país, vivo en San Luis Potosí, México. Acá hay una zona que se llama «Lomas» donde pasa exactamente lo mismo. Restaurantes donde el dueño gasta millones y millones y el lugar es lindísimo, pero la comida es una broma y el servicio ni hablar. Chicos que se pasan el día en el gimnasio y van a trabajar con una cara de aburrimiento total, no tienen ni idea de lo que te sirven y encima pretenden ser simpáticos.
Cómo extraño los restaurantes típicos, de esos que cierran porque ya no hay quien los visite. No quiero creme brulees ni pescado en reducción con salsa de nosequé. Quiero una comida decente, pero sobre todo, necesito que la atención sea más parecida a la de un mozo que a un chico con ganas de hacer amigos (y llevarse una buena propina).
Perdóooon, pero necesitaba catársis! Un abrazo desde México.
Qué pena que sea una tendencia generalizada… De todas formas, gracias por comentar!