• Menú
  • Menú

Mi primera vez con Aniko

Nunca lo había hecho con otra chica. Cuando me preguntaban si sería capaz, siempre fruncía el ceño y respondía horrorizada: “¿Con una chica? ¡No!”. Supongo que hasta ese entonces, sólo era capaz de imaginarme haciéndolo con Juan, valiéndome de su experiencia. Sin embargo, después de más de dos años de repetir siempre el mismo mecanismo, de saber sobre roles y lugares, decidí apostar por el cambio. Tenía ansiedad. Estaba nerviosa, pero a la vez no quería perder la oportunidad. No todos los días una encuentra a otra chica con ganas de experimentar. Especialmente, cuando el hecho en cuestión está rodeado de tabúes.

ani toledo

Aproveché que Juan estaba a miles de kilómetros y, sabiendo que Aniko no iba a resistirse, tomé la iniciativa. Le propuse que lo hiciéramos esa misma tarde. Yo ya no podía aguantarme. Ella dijo que sí, pero se apresuró a aclararme: “Mirá que yo no tengo experiencia….” Yo lo intuía, pero su declaración tímida fue la confirmación de que toda la responsabilidad recaería sobre mí. Si le experiencia era buena, ella nunca lo olvidaría (y tal vez podríamos repetirlo). Pero si fallaba, si mi actuar y las circunstancias no estaban a la altura de sus expectativas, el fracaso sería rotundo para ambas: ella no olvidaría nunca que su primera vez, conmigo, fue un fiasco, y tal vez yo no me animaría a volver a insistir.

Aún así, no quise echarme hacia atrás, y esa misma tarde Aniko y yo inauguramos las rutas de Portugal. Por primera vez, iba a hacer autostop sin el apoyo de Juan. Esa sería mi primera vez con una chica, “pidiendo boleia” de Aveiro a Nazaré.

Como suele suceder cada vez que anunciamos a nuestro anfitrión que nos iremos a dedo, la reprobación es inminente. Lo mismo de siempre (“es peligroso” + “acá nadie las va a levantar”) se vio agravado por el hecho de que Sofía sabía que nunca lo habíamos hecho antes solas. Pero nuestra convicción era firme, por lo que no tuvo otro remedio más que llevarnos a la banquina.

Cuando su auto arrancó y me vi sola guiando esta caravana femenina de apenas dos miembros, estuve a un paso de entrar en pánico. Me pregunté: ¿qué estoy haciendo acá? ¿Dónde está Juan? Y, ¿quién va a consolarme a mí cuando me den ataques de capricho? (Querido lector que has llegado hasta aquí esperando un relato erótico: no vas a leer ninguna crónica de viajes lésbica, pero puede que te enteres de detalles no antes revelados. Acabas de enterarte del primero: hago caprichos. Pataleo, gimoteo y pongo cara de traste cuando me siento algo agobiada. No por nada soy Nena, ¿no?).  Ahora, sin embargo, estaban cambiados los roles. Era yo la que tenía que impartir seguridad, la que tenía que demostrar que sabía lo que estaba haciendo. Y Aniko la que me seguía por detrás, con cara de preocupación y algo de disconformidad/desconfianza. El sitio donde nos habían dejado no era ni remotamente el más cómodo, y tuvimos que caminar pegadas a la ruta hasta encontrar un lugar.

ani dedoUna vez situadas, alineamos las mochilas, pusimos cara de felicidad, y extendimos el pulgar. Tal vez porque el sol estaba iluminando un hermoso día de otoño, o quizá fuese un mecanismo de defensa, pero lo cierto es que tenía mucha confianza. Me resultaba cómico encontrarme haciendo de Juan, leyendo el mapa, dando instrucciones y corriendo cada vez que un vehículo frenaba. Esto era mucho más que una simple anécdota de dos chicas haciendo autostop, era la reconfirmación de que yo ya no era la misma viajera que había conocido al escritor tres años atrás. El autostop era ya tan parte de mí como el propio concepto de viajar, o de armar la mochila.

El segundo auto que frenó nos dio la noticia imaginada: no estábamos en la ruta correcta. Lo indicado era hacer dedo en la autopista, cosa que en realidad es ilegal. Sin embargo, apiadándose de nuestra situación, el conductor propuso acércanos unos kilómetros hasta la próxima subida. Hasta ese entonces, habíamos esperado tan sólo 15 minutos.

El sitio en donde nos dejó, tampoco era el ideal, y ni bien empezamos a caminar sentimos el prrrriiii prrrriii de un silbato a nuestras espaldas. Era la policía. Aniko empezó a hacer lo que hubiera hecho yo en ese caso: repetir que no quería pagar una multa de 300 euros, a la vez que la preocupación iba ganando terreno. Yo no sabía si la multa estaba o no por venir. Pero de una cosa estaba segura…o, mejor dicho, de dos: a) no pensaba pagar ni un solo patacón a ningún gobierno; b) nadie se puede resistir a la estupidez de dos fingidas chicas Cosmo, o al llanto incontrolable de dos niñas arrepentidas por haber quebrantado la ley. Por lo que, a medida que nos acercábamos al señor uniformado, le susurré a mi compañera: “Cualquier cosa, empezá a llorar”.

Debajo del puente, con media pizza sin terminar, estos dos señores hacían tiempo en el patrullero. Se ve que las dos mochileras fueron su entretenimiento del día, o la excusa de su salario, porque no nos pitaron ni bien nos vieron empezar a caminar; lo hicieron cuando ya estábamos a mitad de camino. Cuando nos acercamos a uno (el otro miraba desde lejos), el hombre masculló algo en un portugués que no entendí, aunque supuse. Nos hicimos las tontas, las preocupadas, las que no tenían la menor idea de nada. Les dijimos que en Argentina no era ilegal, que no sabíamos, que mil disculpas, que no lo íbamos a hacer otra vez. Les preguntamos en dónde podíamos ponernos sin molestar, y cuando se aseguraron de que no nos íbamos a mover del sitio más incómodo e inconveniente del mundo para hacer dedo que ellos indicaron, se fueron. Una estupidez, porque nos dejaron en una curva que, sin bien no representaba peligro para nosotras, no dejaba mucho espacio para frenar. Ahí nos quedamos, hasta que se detuvo el siguiente carruaje.

Esto es Nazaré, nuestro destino final en esta jornada de "boleia".
Esto es Nazaré, nuestro destino final en esta jornada de «boleia».

No necesité mirar el interior del deportivo negro con polarizados, para saber que su conductor era el típico banana, de lentes de sol y bronceado artificial. Nos propuso un buen tramo y como parecía inofensivo, nos subimos. Siempre en el asiento delantero, nuevamente tuve que oficiar de Juan y darle charla a un tipo que sabía mucho de autos pero poco de geografía. Nos preguntó si la Patagonia era la tierra de Drácula y si Rumania era parte de Armenia. Se reía. Y nosotros también. Para entonces, el miedo o incertidumbre se habían quedado en Aveiro, pero aún así no dejé nunca que mi gas pimienta se perdiera de mi bolsillo. Nunca lo había usado, pero una nunca sabe. (A esta altura, ese gas que tengo desde que viajé a México debe estar recontra vencido, pero al menos nos daría la oportunidad de salir corriendo, o la suficiente confianza para mostrarnos seguras de nosotras mismas). Batista (o “Bati”, como más tarde nos terminaríamos refiriendo a él) no nos dio mala impresión. No quiso agarrar por autopista para que pudiéramos apreciar más los pueblitos del camino, y cuando llegó el mediodía nos invitó a almorzar. Para ese entonces ya estábamos en Figueira da Foz, y el restaurant de clase al que entramos no pegaba en nada con nuestro aspecto viajero. Más de uno se dio vuelta a mirar al dandy con las dos hippies. Y mientras la rubia y la morocha caminaban detrás de él, algún que otro caballero sacaba sus erradas conclusiones. Almorzamos salmón (el mejor que comí en mi vida), y con el estómago repleto y el día por la mitad, Bati nos dejó a la salida de una rotonda en donde conseguimos muy (pero muy) rápido el próximo vehículo. Una mujer mezcla de Amy Winehouse con Janice (Friends) que decía: comooooooooooon frente a cada semáforo nos dejó en la próxima parada

Estábamos a muy pocos kilómetros de Nazaré nuestro destino final. No teníamos donde dormir, pero estábamos en la ruta indicada. El universo iba a cuidar de nosotras dos.

Nazare
Una de las cosas que me gusta de las rutas nacionales portuguesas es que a diferencia de las autopistas, no están aisladas de las comunidades. Las rutas pueden cortar un pueblo literalmente en dos, haciendo que no haya veredas y que las puertas den directamente a la carretera, o generando imágenes cotidianas en medio de la ruta, como ésta.

Una madre soltera con un nene adorable de cuatro años nos dio el penúltimo empujón, y un señor calvo y con sonrisa desdentada nos llevó finalmente a Nazaré. Habíamos tardado mucho por lo intrincado de sus rutas, pero habíamos salido invictas. Sin embargo, a medida que llegábamos a destino y el sol caía, no podía dejar de preguntarme en dónde íbamos a dormir. El mantra de “a-su-casa, a-su-casa” que canté entre que el señor frenó y nosotras subíamos en su auto, no parecía haber funcionado…hasta que nos bajamos. Bastó poner un pie en la playa, mirar alrededor con incertidumbre, para que el conductor nos ofreciera su hogar familiar para pasar la noche. Eso, y unas visitas guiadas a Sitio, la parte alta de Nazaré.

Cuando amanecimos al día siguiente sentí que había cumplido la misión. Ani estaba contenta, la experiencia había sido exitosa por todas las esquinas (viajamos rápido, sin peligro, conseguimos donde dormir y no gastamos ni un euro) y tendríamos unas cuantas anécdotas para contar. Mi primera vez con una chica había sido un éxito digno de repetir, y me había confirmado que así como no puedo imaginar vivir sin viajar, no puedo imaginar viajar sin autostop.

Para leer la versión de Aniko “Mi primera vez con Laura”, hace clic acá.

vendedora de pescado

Ropa Nazare

: - Oye, Aniko. ¿Te acuerdas de aquella vez que echamos dedo por el sur de Portugal? : - Pero claro, Laura. ¿Cómo no me voy a acordar? Aunque tu no llevabas las faldas tan cortas, eh!
: – Oye, Aniko. ¿Te acuerdas de aquella vez que echamos dedo por el sur de Portugal?
: – Pues claro, Laura. ¿Cómo no me voy a acordar? Aunque tú no llevabas las faldas tan cortas, eh!

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

Ver historias

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

33 comentarios