Sí, soy muy radical y antes de que sigan leyendo este post aclaro que no es mi intención herir susceptibilidades, que esto no va dedicado a nadie en particular y que es solo MI opinión, que lejos está gracias a Dios de ser verdad absoluta.
Siempre me gusto leer, siempre leí y aun hoy que el tiempo me queda corto encuentro un lugarcito en el día para abrir el libro de turno y aislarme un rato. Leo de todo, pero prefiero cosas que me lleguen y que me dejen algo: información sobre tierras lejanas, pensamientos ajenos que expropio, frases increíbles. Y me gusta saber sobre literatura. Nada me ha hecho reflexionar tanto como ‘El Extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde’, nada me enfermó tanto como ‘Rayuela’, ni me apasionó tanto como ‘Un soplo en el río’. Es maravilloso lo que uno puede descubrir, la puerta que se puede abrir al leer un libro. Los último dos meses, por ejemplo, me la pase recorriendo el continente africano junto con Ryszard Kapuscinsky, un periodista polaco que recopilo muchas de sus experiencias en África en ‘Ebano’, un libro que se me hizo impresionante. De los ratitos esos que me tomo diario, casi siempre la mayoría son arriba del subte. Siempre me gusto leer arriba de un transporte público; se me acorta el viaje, aprovecho el tiempo, y como no tengo nada mejor que hacer me concentro con facilidad.
La gente que lee en el subte es cada vez más, los que luchamos contra empujones y frenadas también, y por eso por más que quiera evitarlo siempre termino chusmeando lo que está leyendo el de al lado. Me da curiosidad ver que lee la gente, y me resulta gracioso si uno hace una asociación entre lo que lee y cómo va vestido, porque a veces surgen resultados muy inesperados.Volviendo al título del post, lo que me llevo a escribir esta nota es darme cuenta de la cantidad de gente que lee libros de autoayuda. Me sorprende y me decepciona. Los libros de autoayuda son el McDonalds de la literatura: uno se come una hamburguesa y en el momento tiene rico gusto, llena, pero al rato cae mal y por más que nos haga sentir satisfechos por unas horas, en el fondo se sabe que no es más que chatarra, que son productos elaborados para enchufar masivamente una idea o un modelo que sea fácil de vender, rápido de consumir, y sencillo de producir. Una hamburguesa es así, un libro de autoayuda también. Uno lo lee y se siente fuerte, importante, valorado…aunque no estén diciendo más que palabras bonitas que nos levanten el ánimo, pero carentes totalmente de contenido. Afrontémoslo: los secretos universales para la felicidad, para el éxito, para el bienestar no existen. No son universales simplemente porque nosotros somos individuales y lo que a mi me hace feliz al otro puede parecerle poco, o al contrario: puede llevarlo a la más miserable infelicidad. Sí, ya se: tips como ‘piensa en positivo’, ‘sonríe cada mañana’ o ‘mira al niño que hay en ti’ no fallan. Pero, ¿es necesario comprar un libro para eso? Yo trate de leer un libro de Bucay, juro que lo intenté, pero no lo pude terminar: muchas fabulas de osos trabajadores y nenes muertos que terminan no siendo nenes me resulto tan, pero tan cursi… ¡hay tantos ESCRITORES que vale la pena leer, que cómo se puede perder tiempo leyendo cosas así! A ver, ¿por qué comer un McCombo si por el mismo precio podemos tener la mejor comida mediterránea, o el mejor asado o el mejor sushi o lo mejor de lo que mas les guste? No esta mal, si uno lo necesita, leer algo así de vez en cuando. (No quiero sonar tan determinante) Lo que me da bronca es esa gente que vive leyendo psicólogos devenidos a taxistas devenidos a pizzeros devenidos a gente que volvió de la muerte devenidos a escritores, se crea que leyendo eso está cultivando algo. No, no está cultivando nada. ¿Quieren pensar sobre sus vidas y llorar a moco tendido? Lean ‘Antes del Fin’, de Sabato. ¿Quieren replantearse sus sueños y creer que lo imposible se puede hacer realidad? Lean ‘Atrapa tu Sueño’ de Los Zapp, que es una historia real. Pero por favor, hagamos un boicot contra la industria de los libros de autoayuda… ¡Sí, son de autoayuda: pero para el autor que curra con ellos! Seguro que todos tenemos a alguien que nos diga algo que nos haga sentir mejor cuando estamos mal…y eso es mucho más valioso, porque nos lo dicen con amor, y espontáneamente… ¿No es eso mejor que un cuento superficial escrito con técnicas para sonar más profundo de lo que en realidad es, cuyo único fin es el de llegar mas rápido a una billetera que a un corazón?
Vos sí que te autoayudaste de lo lindo…
Comantario un tanto tarde en el tiempo…pero hace un tiempo que me vengo fijando que casi nadie lee en el tren (por lo menos en el Roca que me tomo yo), y las pocas personas leyendo q veo, tienen en su mano un diario «ole» …..q tristeza… 🙁
Escribí estos post hace mucho tiempo, y si bien algunas de mis reflexiones de entonces hoy me dan risa, también noto que algunas cosas no han cambiado. Al igual que vos, no puedo dejar de notar que los libros en los transportes públicos son una especie en extinción. Y es una pena.
**Lau** Me encuentro conociendo tu blog y conociendote y me gusta tu forma de escribir y tu auténtica personalidad. Viajo en la línea B día a día para ir al trabajo, la gente sigue leyendo por lo menos a las 7 y media de la mañana que s cuando viajo y me he cruzado con gente que te mira desde el asiento del frente llamando tu atención y sonriendo y cuando los mirás con atención tratando de entender porque te miran con tanta emoción y ves que te sacuden el libro mostrando que leen lo mismo. O esas personas que se te sientan al lado a hablar del libro que lees y que ellos querían leerlo o lo han leído. Es interesante como el mundo de la literatura «une» a aquellas personas que viajan tan solo 20 minutos en un subte. Tengo 20 años y aprendí a vivir el mundo de la literatura hace muy poco y los mundos fantásticos donde te meten y soñas con que sean reales es muy lindo para salir del habitual día a día.
Hoy lamentablemente el 60% de los pasajeros están pegados al teléfono (y no para hablar). Creo que el celular se convirtio en un virus que se fagocitó el diálogo, la posibilidad de contemplar el paisaje mientras viajas o aunque sea dormir para recuperar las horas de sueño que te faltaron a la mañana.-