Es difícil, ya lo sé. A veces, algo peor que una hoja en blanco desesperanzada de letras, es un bombardeo inacabable de ideas. ¿Cuál de todos los recuerdos será el agraciado de introducir al lector en mis andanzas por este país no-considerado? Trato de concentrarme. Tengo que empezar, pero no sé por dónde. De sólo pronunciarlo decenas de imágenes y estímulos se amontonan detrás de mis ojos. Portugal… hasta en el nombre encuentro música.
Remonto mi memoria y busco mi primer recuerdo de este viaje. Llevo aquí tan sólo una semana, por lo que debería ser tarea fácil…Unos segundos después, aparece. Mi primera imagen de Portugal es un árbol. Sí, un árbol. Pero no es cualquier árbol. Es el embajador del otoño más hermoso que vi en mi vida. (Momento, ¿no era que odiábamos el otoño?) Con las ramas extendidas prolijamente hacia el cielo, está cubierto por hojas color vino, y apenas se mece en el viento. Detrás, una casa de piedra a medio destruir, y detrás, suaves colinas. Ha comenzado a llover. Yo ya amo Portugal.
El bus se desliza por la autopista sin sobresaltos. A mí me parece que navegamos una galería de arte, en donde las ventanillas son los marcos perfectos para lo que mis ojos desearían poder grabar. Llueve. Llueve mucho. Llueve hermoso. Cuando llegamos a una zona más poblada, las casas bajas lucen pequeñas huertas en su jardín frontal. A veces los árboles borravinos se mezclan con otros amarillos. Con otoños así, no sé quién puede precisar flores.
Este país no había hecho puerto en mi imaginación muchas veces. La Europa soñada estaba conformada por los cuatro “grandes” (Italia, Francia, España y Alemania) más ese primo lejano que es Inglaterra. Portugal, jamás. Tal vez por eso no pude resistir a la tentación de cruzar la frontera. Quizá por eso la ansiedad me hacía dar saltos invisibles en mi asiento, con el único objetivo de escapar del transporte y volar como un pájaro el resto del camino. Y tal vez, el resto del viaje. Cuando cayó la noche y llegamos al primer destino, sentí el cuerpo invadido por un deseo incontrolable de apurar el tiempo. Quería un sol personal. No podría aguantar hasta el día siguiente.
El paraguas color rojo que me prestó Sofía me pareció de lo más romántico. (Momento, ¿no era que odiábamos los paraguas?). Y con una lluvia tan metafórica como literal, nos lanzamos por las calles de Coimbra, dispuestas a comernos el viaje. Para mis ojos, todo alrededor era una foto, todo disparaba una pregunta. Nuestra anfitriona había invitado a Mario, un amigo simpático cuyos conocimientos de arte se tropezaban con su intento de español y su enorme voluntad de encantar a las foráneas con su tierra. No tuvo que hacer mucho esfuerzo.
Coimbra
Coimbra es la ciudad universitaria por excelencia en Portugal. Un letrado probablemente comenzaría diciendo que posee una de las universidades más antiguas de Europa (1920), o la única iglesia románica de Portugal. Yo voy a decir que el espíritu académico se revuelca con el alma rebelde efervescente, con esa energía cuasi hormonal de una juventud formada y disconforme. No hay estudiantes en la calle, pero uno sabe que están ahí. De ellos hablan las paredes, las irreverentes fachadas de sus Repúblicas (una mezcla de residencias y hermandades en donde viven), y hasta los balcones.

A sus famosos estudiantes vestidos con las típicas capas negras no pudimos verlos. Tal vez la lluvia, tal vez el sábado, tal vez la crisis. Desconozco a ciencia cierta el motivo, pero disfruto de esta ausencia colectiva que nos abre las puertas a una ciudad de excepcionales calles desiertas. Cuando el sol sale por la tarde, siento que es inútil. No llueve el cielo, pero sigue lloviendo Portugal sobre mí.
Aveiro
Aveiro es el segundo destino de mi viaje portugués. Dos palabras funcionaron como anzuelo perfecto para hechizarme a la distancia y decidir que, sin importar el tiempo o el dinero, no podía dejar de ir: ría y Venecia (dicen que Aveiro es la Venecia de Portugal). La primera vez que tuve contacto con una ría (brazo del mar que se adentra en la costa) fue en Puerto Deseado, y me pareció un paisaje mágico. Intuyo que por eso la sola palabra me atrae, me suena a fuerza y a mujer a la vez, y me seduce con la falsa idea de un río salado, como si también el mar quisiera formar parte de esa tierra.

Aveiro es pintoresco, paisajístico, de postal. También como en Coimbra las fotos caen desde el cielo como cataratas, y mi cuerpo no alcanza a responder a tanta inspiración. Desde las paredes azulejadas, los balcones coquetos y las calles sin veredas, hasta las góndolas que pasean turistas con inscripciones que de lo pícaro rozan lo desvergonzado.
Cuando llega el momento de seguir viaje, Sofía quiere saber si nos ha gustado lo que hemos visto de Portugal. Pareciera que lo preguntara con temor de oír la respuesta. Será que pasé buena parte del tiempo escondida detrás del visor de mi cámara, ocultando mi sonrisa. O será que Portugal me ha soprendido tanto que me dejó sin palabras. Sólo atino a decirle: «Muy encima de las expectativas». Ella sonríe con alivio.
Queda aún una semana para seguir camino. Lisboa nos espera, y promete.
Hermosa cada palabra, qué gusto leerte siempre y perderse entre las fotos. Un abrazo!
Bella crónica, sobretodo porque se nota que estás impregnada de esa tan especial atmósfera portuguesa, melancólica y silenciosa pero elocuente. Si bien me gustó Coimbra yo quedé enamorado de Lisboa, en donde comprendí que la poesía de Pessoa es fascinante en gran parte porque logra el tono y la sensibilidad portuguesa. Es uno de los pocos países tristes en donde uno puede sentir su tristeza como una especie de felicidad, en Europa quizá Venecia pueda superar Lisboa en ese sentido, no se me ocurre otro lugar.
Date el gusto de unas sardinas y al menos en Europa opino que no hay que subestimar el encanto de visitar ciertos palacios y monumentos por más turistas que sean y todo eso.
Tranquila que Lisboa cumple! Es una belleza! Fue lo único que visité de Portugal, y me dejó con ganas de mucho más… Que lo disfruten, y gracias x hacernos disfrutar con tus palabras.
Saludos!
…Buenos Aires tiene su bailando por un sueño en TV, Aveiro tiene lo mismo en las dibujos y frases de sus barcazas para navegar las rías…
Laura, interesante fotógrafa. Laura, interesante escritora. Laura, una amiga.
que hermosas imágenes! tanto colorido, otoño es una estación mágica para los colores… (bah, no lo son todas a su manera?). Se puede ver en parte de dónde han obtenido los brasileros tanto colorido y alegría =D
que buen lugar Lau, y muy lindas las fotos !!!…un lugar hermoso para tener en cuenta. Besos
No puedo dejar de leer tu blog. Logras transmitir tanto con tus crónicas y tus fotos… Gracias!!
tu pais apesta en todo sentido,clima ,economia,personas,una tristeza eterna…………. en fin no se lo recomiendo ni a mi peor enemigo