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La importancia de llamarse Macedonia

Es casi de noche. En la ruta que une Kosovo con Macedonia llueve con tanta furia que el oficial de migraciones abre la ventanilla de su caseta sólo lo necesario para poder estirar el brazo. En el auto vamos cuatro: un hombre cincuentón que parecen tener más, un veinteañero que nos acaba de hacer entender en algo parecido al inglés que es su sobrino, Juan con pasaporte italiano y yo. El oficial toma los documentos y vuelve a cerrar el vidrio. Luego abre la puerta del costado y le grita algo a otro oficial, que está en la caseta contigua y que se cruza la ruta desierta. Se amontonan los dos en la oficina unipersonal, y cierran la puerta. El conductor me mira con desconfianza. Me pregunto cuántas veces en sus vidas habrán visto un documento argentino, si sabrán que no necesito visa, si por primera vez tendré problemas para cruzar la frontera. No me dan más tiempo a seguir preguntando. Abren la ventanilla de par en par, me miran a la cara, miran mi foto y extienden a la vez un pulgar enguantado y una sonrisa genuina: “¡Argentina! ¡Argentina! ¡Messi! ¡Messi!”. Le recibo el pasaporte a puro gestos, pero muda. En mi mente, estoy tratando de pensar qué diría si tuviese que responder en espejo. “¡Macedonia! ¡Macedonia! ….” ¿Y después qué?

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La primera vez que consideré seriamente la posibilidad de viajar a Macedonia fue hace dos o tres años. Yo estaba en Surinam con una amiga griega cuando, en una de esas charlas que uno tiene para pasar el tiempo, cometí la ¿equivocación? de decir que Macedonia era un país del que sabía poco y nada, pero que igual quería conocer. A Sophia le cambió la cara.

Macedonia no es un país ─me dijo, claramente molesta─. Macedonia está en Grecia y es una región del norte.

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Cualquier mapa muestra a la República de Macedonia en la región balcánica de Europa, limitando con Albania, Kosovo (o Serbia para los no arriesgados), Bulgaria y Grecia. Lo que ningún mapa dice es que aunque Macedonia es un país independiente desde hace más de veinte años, es difícil encuadrar la línea de tiempo de su historia, porque más que una recta, el trazo se parece el de una pelota de fútbol. En la época medieval, este territorio fue una provincia del Imperio Bizantino. Después fue controlado por Bulgaria, después integró el Imperio Otomano, después pasó a ser botín de guerra entre Bulgaria y Serbia, después estuvo bajo dominio serbio, después formó parte de Yugoslavia y en 1991, tras siglos de pasar de mano en mano, alzó la bandera roja y amarilla de la independencia y la antigua República Socialista de Macedonia pasó a ser, simplemente, la República de Macedonia. No le duró mucho.

fuerte macedonia

Al sur de Macedonia, cruzando la frontera con Grecia, también está Macedonia. La provincia griega ─la única, la verdadera, según mi amiga Sophia─ ocupa casi todo el terreno del reino que vio nacer y crecer a Alejandro Magno y que hoy, dos mil trecientos años después de su muerte, se ve amenazado por el flamante vecino país.

Para Bojan ─anfitrión, ojeras marcadas, sarcasmo fino─ los griegos están encaprichados, porque Alejandro Magno “es Patrimonio de la Humanidad” y no se lo pueden apropiar ellos. “Cuando Alejandro Magno salió a conquistar y a cortar cabezas, Grecia no era lo que hoy es Grecia, ellos no existían. Y lo que hizo él cambió el rumbo del mundo entero, así que Magno es de todos. Tuyo y mío también”. Trato de pensar qué tan justo es el plan Magno para todos y todas, y qué tanto problema hay en que un país se llame como quiera si, en definitiva, un nombre da identidad pero no deja de ser una convención arbitraria, algo que a alguien se le ocurrió en un momento de inspiración. Si yo no entiendo el por qué de la rotunda oposición de Grecia a que Macedonia se llame Macedonia ─los obligaron a cambiar de bandera 2 veces, a modificar su nombre oficial y a incluir en la constitución una promesa de nunca meterse con ellos─, Bojan no entiende cómo a los griegos se les ocurre que Macedonia pueda llegar a tener un plan malvado que consista en ser reconocida, para luego declararles la guerra, robarles “su” Macedonia, y hacer de las dos, una sola. Pero así es. Bojan le da una pitada a su cigarrillo y se ríe pausadamente. “El plan que tenemos es entrenar un ejército de gatitos bebés. Son baratos y todo el mundo los ama. ¿Quién podría disparar a un gatito bebé? Vamos a mandar nuestro ejército de gatos, y con eso dominaremos el mundo. ¡Es lo único que podemos pagar!” Pero Grecia no cede. Y por eso ─más la presión internacional, el bloqueo económico que les levantaron y sus ganas de entrar en la unión europea y la OTAN─ a Macedonia no le quedó más que cambiarse de nombre, aunque fuera ligeramente. Hoy es la Antigua República Yugoslava de Macedonia. FYROM, según sus siglas en inglés.

say macedonia

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Los chorros de agua empapan a los soldados y a sus armaduras. Azules, amarillos, verdes, fucsias. En algún lugar estratégico de la plaza central del Skopje, la capital de Macedonia, el gobierno puso parlantes apuntando a la fuente. Esta tarde, mientras un Alejandro Magno descomunal cabalga a  30 metros del suelo, Wagner dirige las aguas danzantes al ritmo de sus Valkirias. Apostados en la circunferencia de la fuente, unos cuantos leones custodian el ejército. No se sabe si están ahí para proteger a los soldados de las dos Barbies macedonias que unos metros más allá glorifican el acto de ir de shopping ─huesudas, panza al aire, nalgas turgentes─, o si es al revés. Lo que sí es evidente es el desconcierto de los turistas, que no saben a qué sacarle fotos primero. Si al supuesto soldado cabalgante ─que todo el mundo sabe que es Magno y que es una clara provocación─, si a las flacas de compras, a los guerreros que montan a caballo por toda la ciudad, a las nadadoras olímpicas que se zambullen en el río Vardar o al mendigo de bronce que pide limosna frente a una tienda simil Cartier. No hay criterio.

Cuando un terremoto sacudió el país en el año 1963, el 80% de la ciudad quedó destruida. Los antiguos edificios neoclásicos quedaron en ruinas y aunque la ayuda internacional no se hizo esperar, la recuperación de Skopje quedó en manos de los socialistas y su amor por los edificios grises y los monoblocks. De ahí, según el Partido Democrático que gobierna el país, la necesidad imperiosa de darle una lavada de cara a la ciudad con un estilo bien visual “a la altura del resto de las capitales de Europa”.

En el año 2000 iniciaron los trabajos del proyecto Skopje 2014. Una iniciativa que, además de reconstruir algunos edificios históricos y gubernamentales, incluía la creación de nuevos puentes, fuentes y monumentos que fortalecieran la identidad macedónica ─kitchly beautiful, dirá Bojan─. Así que si no tenés historia barroca, arco de triunfo o Pont des Arts, entonces inventalo aunque te cueste casi 500 millones de euros, aunque lideres los rankings de pobreza de Europa, aunque más que Macedonia te quede como Las Vegas, aunque te pongas a Grecia y a medio país en contra. Porque vos lo valés.

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Por primera vez desde que llegamos hay un sol feliz, que se parece mucho al de las decenas de banderas descomunales que flamean en los bulevares cuando el viento sopla muy fuerte. Desde arriba del puente de piedra vemos las nuevas construcciones del Museo de Arqueología, la estatua de Justiniano sentado de en su trono, los barcos piratas anclados al río Vardar que funcionan como restaurantes y un monumento a Karpos, un héroe nacional que peleó contra los otomanos y al que ejecutaron sobre este mismo puente. Del otro lado, las aguas ─ya no danzantes─ mojan la fuente de la maternidad y el monumento al Guerrero ─que todo el mundo sabe que es Felipe II de Macedonia, también nacido en Grecia, y también disputado como símbolo nacional─. Pero si el pequeño parque temático parece lo más atractivo de Skopje, es porque pocos saben que aquí, detrás de toda la parafernalia de bronce, se encuentra el segundo bazar más grande de Europa después del de Estambul.

La entrada pasa desapercibida porque las calles se hacen finas, pero una vez dentro del laberinto, los tiempos otomanos vuelven a la vida. Negocios de antigüedades se mezclan con casas de té, tiendas de artesanías en cuero, zapatos y todo tipo de productos. Algunos minaretes sobresalen de los tejados y, aunque un poco escondidos, todavía sobreviven algunos hamman (baños turcos) y algunas mezquitas de las 30 que solía haber en este, el centro de comercio más importante del Imperio Otomano.

esquina skopje

bazar macedonia

bazar skopje

artesanias macedonia

Juan entra a un negocio de numismática, a buscar tesoros perdidos entre las monedas que se exhiben sobre un plato viejo. El dueño conversa con otros dos aficionados. Hablan de estampillas, de pins, de billetes, y de todo lo que se pueda coleccionar como fragmentitos de otras vidas. Yo me quedo enganchada con las postales antiguas. Hay de todos los países que antes eran parte de Yugoslavia, pero a mí me interesan las fotos de Macedonia antes de Macedonia, antes del terremoto, de las Guerras Mundiales, de la plaga de estatuas, de los líos con Grecia. El hombre me elige una. Es de una mezquita, y está tomada desde uno de los arcos del Fuerte Kale, la fortificación sobre las colinas que dominan el horizonte de la ciudad.

─ Cuando éramos jóvenes, llevábamos a las chicas aquí para darles un beso. Tienes que ir a este lugar. Llévate la postal, y toma la misma foto. ¿Te gusta esta ciudad?

─ Sí. Es…diferente. Pero a mí me gusta. Hay una atmósfera muy linda y aunque lo de las estatuas es extraño, vale la pena conocer. Voy a escribir un artículo sobre la ciudad.

─ Antes era mejor. Lo que han hecho ahora es un mamarracho millonario para atraer turistas y desafiar a Grecia con la batalla del nombre. Cuando escribas, no olvides decir que nosotros somos la República de Macedonia, no esa estupidez de FYROM, ni los otros nombres que nos quieren hacer poner.

─ ¿Otros nombres?

─ Sí. Como tienen miedo de que les queramos robar su patrimonio, obligaron al gobierno a cambiar el nombre por Antigua República Yugoslava de Macedonia. Nosotros no queremos tener nada que ver con el comunismo, ni con Yugoslavia, fueron tiempos muy duros. ¡Para qué independizarnos si vamos a seguir teniendo el nombre de ellos en el nuestro! La gente no está contenta, entonces Grecia propuso que nos llamemos República Eslava de Macedonia o República de Skopje. Yo no soy eslavo. Yo soy albanés, como un tercio de este país, aunque a muchos no les guste. ¿Y República de Skopje? ¡Por favor! ¡Que ellos se llamen entonces República de Atenas! Así que ya sabes, nada de FYROM. Esta es la República de Macedonia.

Para asegurarse me regala dos postales: “Call me by my name. Say Macedonia.” (Llámame por mi nombre. Di Macedonia) y “Don’t you FYROM me.” (No me Fyromees).

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Macedonia no se lleva bien, y no sólo con Grecia. Mientras que a lo largo de los siglos Serbia y Bulgaria reclamaron su territorio, cuestiones religiosas pusieron al país en contra de uno de los expendedores de inmigrantes más grandes de la región: Albania. Aunque los datos oficiales escaseen, se calcula que en Macedonia viven aproximadamente 450.000 albaneses musulmanes, la segunda etnia después de los macedonios. En 2001, debido a los reclamos sociales, sumados las tensiones religiosas entre estos y los macedonios cristianos ortodoxos, el país fue escenario de una revuelta que estuvo cerca de desatar la guerra civil. Desde la resolución del conflicto, ambos grupos gobiernan el país de forma pacífica, aunque no todas las cuestiones se hayan resuelto. Precisamente con el propósito de unificar a los dos pueblos, el proyecto Skopje 14 prevé la creación de una plaza de Skanderbeg, en honor al máximo héroe de la historia de Albania. No hay en el mundo escenario posible en donde este 23% de la población acepte el nombre de República Eslava de nada.

calles de macedonia

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En Macedonia los besos no pasan de moda. Nos perdemos en el laberinto de escaleras y pasillos, nos sentamos a tomar el té en una vereda, y cuando por fin llegamos al Fuerte Kale tengo que esperar a la pareja de adolescentes que se esconde en los arcos para matarse de amor. La vista es casi igual a la de mi postal de los años sesenta, sólo que el arbolito de la foto creció los suficiente para igualar al minarete, y al arco tuvieron que reconstruirlo hace unos años y quedó más chiquito.

viajar a macedonia

mezquita de macedonia

Acá arriba no hay casi nadie. La vista de la ciudad es serena, las estatuas parecen chiquitas y aunque no haya esquina de este país que no esté en conflicto, sería un error decir que acá no se respira paz. En los muros del fuerte crecen los pastos altos, y hay que saltar la reja para subirse a los miradores porque todo está en estado de semi abandono. Según el programa Skopje 2014, la reconstrucción está en camino. Según el guía adosado que de vez en cuando aparece y tira un dato al viento, eso nunca va suceder: los albaneses quieren una mezquita acá arriba y los macedonios una iglesia ortodoxa, y para no tener problemas con nadie, el lugar se dejó librado a su propia suerte.

El viento apenas sopla y no alcanza a flamear la bandera. Pienso en ese sol y en el fondo rojo, que es como un cielo embravecido. Vuelvo a recordar a los oficiales de migraciones, pienso en Alejandro Magno, en mi amiga Sophia indignada, en las estatuas extravagantes y en el señor convencido de la numismática. Me parece lejísimos estar pensando en tener que defender el nombre de un país. Tan lejos como tener que dar explicaciones a quien sea sobre lo que sentimos que somos, lo que queremos ser, a quién le queremos rezar, de qué forma queremos amar, cómo queremos llamarnos.

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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