05 de julio de 2010
La historia del comienzo de este viaje, es en sí otro viaje. No estaba en mis planes volver a viajar por este continente, no al menos en los próximos años: con una visa de trabajo y una carta que me daba la bienvenida a tierras neozelandesas, mi norte rumbeaba más bien por aquellas direcciones. No había más que esperar que llegara la fecha, así que me dispuse a trabajar lo más que pudiera, a ahorrar al máximo, y a no desesperar de impaciencia. En octubre partía.
Una de las formas mejores que encontré para matar el tiempo y alimentar el espíritu fue leer cuanto relato de viajes pasara por mis manos. El libro de los Zapp había sido el puntapié inicial que me llevó a descubrir ese minúsculo rompecabezas en el mapa que es Centroamérica, y año nuevo me encontró con la nariz sumergida en el libro de Juan Villarino. Llegué a él por un lector de mi blog, qué no podía entender cómo jamás había yo dado con el blog de Juan – la verdad es que ahora tampoco me lo explico- . Lo primero que sentí cuando lo tuve en mis manos fue la alegría de la complicidad. No miento, ya antes siquiera de leer la primer página me sentía parte de algo: pero no era un anticipo a lo que vendría después, sino la sensación de no sentirme sola en este universo que más de una vez me había tildado de loca, por no entender que el único amor incondicional que concebía hasta ese momento, era el que le tengo a mi mochila.
El libro de Juan empieza más o menos así: “La primera vez que me calcé una mochila fue en 1998, fue como si de repente me hubiesen nacido un par de alas”. No fue necesario seguir leyendo: yo sentía de lo que estaba hablando.
No tardé en enredarme en sus historias: leía el libro en la hora de almuerzo, en el baño, antes de dormir, y sobre todo en el subte. Así que con Juan iba yo a trabajar, con la esperanza de amenizar la horrible sensación de ser miembro de una masa infeliz, que se dirige hacia un lugar al que a nadie le importa, y con Juan me encontraba de nuevo volviendo a casa en horas pico, cuando la misma gente de la mañana al menos esboza una sonrisa mezcla de alivio y cansancio acumulado. Abrir el libro era para mí como abrir una ventana en medio de una pesada siesta de verano.
Hasta ese momento Juan no era para mi imaginación más que el autor del libro; no me detenía a pensar qué habría sido de él después, que sería de él ahora. No había para mi pensamiento un hombre detrás del autor.
Hasta que me topé con su desventurada historia de amor con Ausra. Su relato es breve y culmina dejando en pie una incertidumbre que en aquél momento era también mía: “¿existirá en alguna parte una princesa vagabunda o seré siempre un picaflor disculpado por las circunstancias?” Yo, que siempre había caído víctima de mis mapas que prometían paraísos y astillaban corazones, sentí que Juan me estaba hablando a mí. Que se entienda: no me sentía princesa de nadie, pero sí percibía una conexión de circunstancias, un dolor compartido, un entendimiento. Así que me bajé del subte llena de energía: si él había decidido compartir con el mundo su sentir, yo necesitaba compartir con él el mío. Caminé las cinco cuadras que me separaban desde estación Malabia hasta mi casa, redactando un mail para mandarle al día siguiente. Quería decirle que no era el único, que a mí me asaltaban las mismas dudas, pero que había que seguir adelante porque la única forma sincera de encontrar el amor es haciendo lo que uno ama.
Al día siguiente, sin embargo, me sentí ridícula. Había un detalle que yo no había tenido en cuenta: aunque el libro estaba recién editado, la historia era de cinco años antes. Muchas cosas pueden pasar en cinco años. Tal vez Juan había encontrado a su amor y las palabras de su libro no eran más que viejos lamentos. Y este pensamiento plantó un muro entre mis ganas y el teclado, y ya nada pude escribir. Quizá era mejor seguir adelante y dejar pasar la ilusión del momento. Y eso fue lo que hice.Pero una noche soñé lo impensable. No recuerdo con claridad, como suele suceder, pero en mi sueño yo estaba en Alaska haciendo dedo, y estaba con Juan. Esa mañana me levanté convencida: un sueño así no se pasa por alto. Tenía que escribirle a Juan y contarle. Y eso fue lo que hice…
=)
Te dije alguna vez que adoro leer lo que escribis? =) Qué historia tan hermosa… realmente.
La sentencia seguia su rumbo…
Lindo tu blog.
Alenippur en viajeros:
hola lau… te felicito por tu modo de vida, y te confieso que fue muy gratificante leer tu blog. Me dio las esperanzas de saber que existen «princesas vagabundas» chicas tan hermosas y libres como vos misma, personas con alas que miran mas alla del espejo…Ojala algun dia el destino me presente a esa persona, el sendero es bastante ancho para los dos.. Mientras tanto nos damos cuenta que nada es un impedimento, que hay un fragmento de Sol en nosotros y podemos brillar con luz propia… y que debemos vivir porque hasta las estrellas mueren algun dia.
Gracias por todo amiga. El mapa se hace chico porque cada vez vuelas mas alto. Estare atento, tal ves encuentre tu rostro junto a una fogata…
Abrazos!!
«El aventurero consiente el espiritu, no el cuerpo.»
Los posteo porque me encanto este mensaje! Muchas gracias!