Querida Ani:
Tenía muchas ganas y a la vez mucho miedo de dejar Italia. Ganas, por un lado, porque dos meses en el mismo país te llevan a una rutina inevitable, a un acostumbramiento de todo que puede volverse peligroso. No me cansé de comer pasta, ni del idioma, ni de las iglesias como reinos mágicos, pero tengo que confesarte que llegó un punto en que empecé a extrañar la hippeada latinoamericana, la libertad tercermundista de la falta de reglas. (Llegué a decir: ¡cómo te extraño, Venezuela!, para que te des una idea de lo que hablo). Miedo, por el otro, porque además del temor lógico que uno siente frente a todo lo desconocido, con Albania nos pasó lo mismo que con Colombia y las recomendaciones de cuidado, de ojo y de todas las demás alarmas se hicieron una constante. En mi panza las mariposas se mezclaron con los dragones y me subí al ferry que me cruzaría el Adriático de noche llena de ansiedad. (Viste que la noche es como un punto y aparte). No tenía idea de qué me iba a encontrar al bajar de ese barco.
Tenía que irme de Italia sí o sí, aunque lo más correcto sería decir “tenía que irme de la Europa VIP”, porque lo que se me vencía no era solamente el entusiasmo sino los malditos noventa días de la visa Schengen, ese acuerdo que divide los países importantes de los pobres dentro del viejo mundo. (Qué ridículo que países tan diferentes entre sí como Portugal, Islandia o Hungría compartan una misma visa, ¿no?) Podría decirte que elegimos Albania guiados por la curiosidad, pero no terminaría de ser definitorio porque, ¿qué países quedan fuera de ese índice? Debería decirte, en todo caso, que nos inclinamos para este lado por dos motivos. Primero porque nos quedaba cerca, y Albania era la puerta de entrada perfecta a los Balcanes. Segundo porque justo cuando a mí se me vencía el permiso se iba a celebrar allí el Hitchgathering 2014, ese encuentro anual de viajeros a dedo que reúne a gente de todo el mundo.
Cuando me desperté ya había amanecido. Por las ventanas no se veía más que el horizonte. Tardamos un buen rato en bajar del barco, pero me bastó con poner un pie en Durrés para sentir algo muy parecido a la descompresión. Es difícil de explicar pero fue como si me hubiese sacado una mochila muy pesada de encima. Durrés es espantosa en términos estéticos, pero a mí me encantó porque en ese desorden milimétrico volví a sentirme un poco más en casa. El caos nos complicó por varios minutos, tuvimos que zambullirnos en el tránsito para poder cruzar la calle, mientras mi nariz esquivaba el aroma a choclo asado en las veredas, los contenedores de basura putrefacta y los vendedores de tabaco que escupían por ahí. Caminamos a paso ligero para poder encontrar un mapa y, sudando como en un sauna, nos subimos al primer colectivo que encontramos y nos fuimos a hacer dedo hasta Qeparo, el pueblito donde ya estaban los otros viajeros. No hablábamos todavía una sola palabra de albanés (después me iba a enviciar con los Pershandetia (buen día) y los Faleminderit (gracias)), pero tampoco fue necesario: es más fácil encontrar uno que hable italiano que uno que hable inglés. Llegamos a la ruta esquivando profundísimos pozos en las veredas que nadie se molesta en tapar, y ni bien extendimos el pulgar nos bañó una nube de tierra: el primer auto había frenado.
Podría escribirte dos cartas enteras con los detalles de todo lo que sucedió desde ese momento hasta la mañana siguiente en que llegamos, finalmente, a Qeparo, pero no quiero irme por los cuentos, porque lo que me interesa contarte es lo que pasó en el evento, todas esas ideas que vienen nadándome la cabeza desde que llegué. Vos sabés bien que no me gustan los grupos grandes, que nunca encajé con los colectivos y que siempre fui, más bien, ese grumo reacio de la torta que nunca se termina de disolver. Así que te imaginarás que llegué con la guardia un poco en alto. No quería demostrarlo, porque Juan estaba feliz de la vida (mucho más feliz cuando llegamos y alguien lo reconoció por unos textos del 2008 que yo ni siquiera leí).
Qeparo es un pueblo chiquito que está sobre la costa sur de Albania. Toda la costa de Albania, te cuento, es espectacular, pero mientras más al sur más azul es el agua y más hermosos los paisajes y las montañas y las playas. Qeparo Fshat es la parte antigua, está llena de casitas de piedra y queda a cuarenta minutos a pie sobre la montaña. Nosotros llegamos a dedo, y ya desde arriba del auto me parecía impresionante lo alto que estábamos, cómo la costa se dibujaba abajo como una línea celeste y tajante en medio de la foresta y delante de las montañas.
Arriba vive muy poca gente. La mayoría de las casas están abandonadas, y los pocos habitantes no tuvieron problemas de recibir al grupo indefinido que iba llegando en cuotas. A nosotros nos recibieron unos diez mochileros, que estaban dejando pasar el rato en el único bar del pueblo, refugiados bajo un techo de hojas secas y con unas cervezas derretidas en la mano. En seguida nos mostraron los campos de olivos y las terrazas en las montañas, y hacia allá fuimos a buscar dónde acampar. La primera impresión fue buena. No estaban todos amontonados, había espacio suficiente para poner la carpa sin pisarse unos a otros, y en todo el campamento había un aire de relax que me dejó tranquila. No era el típico encuentro donde todos tienen que hacer lo que hacen todos, y mientras los chicos de la bienvenida seguían tomando cerveza, un grupo se preparaba para dar un taller sobre cómo cocinar comida vegana en los viajes. Había una agenda llena de actividades sugeridas (clases de yoga, taller de albanés, charla sobre la situación actual de Ucrania), una alcancía comunitaria y, además de la comida del campamento, había una hamaca con cosas gratis dónde dejar lo que ya no queríamos llevar y tomar lo que necesitáramos. Quise adoptar mi esperable papel de observación precavida, pero me venció la alegría de sentirme acompañada: de repente todo se había vuelto tan sencillo, tan natural, que hablar de hacer dedo era lo menos extraño del mundo y a nadie tenía que explicarle lo que era el dumpster diving. (¡Nuestros festejos ante los tachos islandeses hubieran quedado completamente desproporcionados!). Había chicas que viajaban a dedo solas desde hacía años, otros que compartían sus consejos para acampar, otros que hacían vivovak (dormir al aire libre sin nada). Me di cuenta pronto de que, comparado con todos ellos, era mucho menos hippie de lo que yo pensaba.
Lara es argentina y enseña francés es una escuela libre. Lo primero que noté fue su voz en la multitud. Es cierto eso que dicen que la sonrisa se transmite con las palabras, y Lara hablaba tan claro, tan lindo, que me quedé un poco hipnotizada. Tenía el pelo corto y unos rulos amarilleados por el sol. Una rasta le colgaba hasta la cintura. No se depilaba y no me animé a preguntarle desde cuándo. Hacía años que vivía rebotando entre Dijon, París y encuentros como este, viviendo en comunidades sustentadas por el dumpster diving y tratando de manejar la menor cantidad de dinero posible. A Argentina no quería volver más. No la entendían. “Los mismos del ambiente me cuestionan por qué no me consigo un laburo que me llene de euros. Yo no soy hippie porque soy pobre. Vivo así porque lo elijo”. No es la única. Aunque no llego a profundizar con todos, mucha de esta gente vive de la misma manera que Lara: no usan dinero, hacen squatt (un término que hasta poco no conocía y que significa, básicamente, ocupar un lugar aunque sea para dormir una noche. Resulta que eso es lo que Juan y yo hicimos unas semanas atrás, cuando hartos de buscar dónde poner la carpa, nos metimos a un edificio cerrado y dormimos en la terraza), son veganos, comen de lo que recolectan. Hay muchas formas alternativas de vivir, muchas más de las que uno se imagina. A mí todo esto me hace pensar mucho, y te escribo esta carta primero en mi mente, mientras le revoleo la cáscara de sandía a unas ovejas curiosas, porque quisiera tenerte más cerca para poder hablar, porque todo es tan natural para ellos que a mí me llueven las preguntas. Trato de aprender lo más que puedo. Pienso en todas esas fórmulas mágicas que andan dando vueltas por Internet sobre cómo viajar barato, cómo viajar “sin dinero”, y me da risa porque hasta nosotros, que no superamos los U$D 7 de presupuesto diario, somos unos dandys en comparación con muchos de ellos. No sé si esto es a lo que aspiro, pero me inspira.
El tiempo pasa diferente en Qeparo. Nos levantamos con el tintinear de los rebaños de ovejas, o con alguna vaca que pastorea temprano. Los animales de los campesinos no entienden de campamentos, y no temen al jardín de carpas que parece haber florecido de la noche a la mañana. Es romántico despertarse con una vaca mugiendo al lado de tu carpa, pero después de un par de días las condiciones sanitarias nos empiezan a afectar un poco a todos. Hay que caminar cada vez más lejos para ir al baño, y la ducha principal es una vertiente escondida que Juan y yo nunca encontramos. Aún así, disfrutamos mucho. Algunos días bajamos a la playa, otros nos quedamos arriba practicando yoga, escribiendo, comiendo sandía (nunca pensé que iba a encontrar a alguien más fanático de la sandía que yo, pero me equivoqué). Se pasa del inglés al español, del español al alemán, del alemán al italiano y al francés. Algunos se van, otros llegan. Llegamos a ser sesenta personas de más de treinta países, todos viajeros a dedo.


Mika es la cabeza de todo esto. Es finlandés, viaja con su novia Simona, y trabaja sólo dos o tres meses al año en empleos que le den dinero para después poder viajar. Me gusta charlar con él porque parece bastante centrado, y aunque comparte mucha de la filosofía de este grupo, Mika no es radical. Sí, sabe que los trabajos que hacen son útiles al sistema, que los artículos económicos que escribe no se comparan con los post que redacta para Hitchwiki o Trashwiki (sí!!! él es el que nos salvó las papas más de una vez!!!), pero más que renegar, Mika usa al sistema para poder atacarlo, de algún modo. Con el dinero que gana puede viajar el resto del año y escribir la información que ayuda a viajar a miles de mochileros como nosotros. Lo que hace es tan normal para él y tan inalcanzable para todos los que sueñan con hacer lo mismo en Sudamérica, que parecen mundos de distancia.
Carlos es suizo (o eso es lo que intuyo) y es el polo opuesto de Mika. Llega vestido con un pedazo de tela a cuadrillé que se ata a la cintura con una soga, y una camisa que le queda tres talles más grande. Le molesta mucho que los viajeros se pregunten entre sí de dónde son, porque para él los países son algo inventado. Tiene una cara de niño bonito que apuesto lo sacó de más de un apuro, pero que no lo salvó de pasar tres días preso en Venecia por hacer squatting en un palacio abandonado. Las rastas minúsculas de su pelo rubio son más producto de la falta de agua que de una estética consciente. Me cae simpático. Carlos está convencido de que el dinero es uno de los grandes males del mundo, y aunque sus padres médicos son garantía de un buen pasar económico, él prefirió buscarse la vida de manera más austera. El día que llega, la familia dueña del bar está festejando un cumpleaños. Hace casi una semana que estamos acampando, y un poco por pura hospitalidad albanesa y otro poco porque nuestro consumo diario debe haber triplicado las ganancias mensuales, la mujer saca un plato con papas al horno, pepino y queso para los pocos que estamos sentados en el bar. En la mesa de al lado, ella se sienta a comer con toda la familia. Un rato después, cuando ya todos se levantaron y se están por retirar, Carlos pide permiso y se sienta en la mesa a comer la sobras. Nos sumamos todos: quedan todavía algunas presas de cordero y muchas papas que, de otra manera, se van a desperdiciar. Eso que acabamos de hacer se llama “table diving”, y es la expresión más descarada del freeganismo. Creo que me moriría de vergüenza de hacer esto en un restaurante como Carlos dice que hace habitualmente (¿te imaginás en Buenos Aires?), pero acá disfruto de mi porción y no puedo evitar sentir que está bien, que el desperdicio de alimentos es un despropósito a nivel mundial, que no se trata de comer gratis sino de impedir a toda costa que la comida vaya a la basura.
Dicen que uno viaja para encontrarse a sí mismo. A mí me lo dijeron muchas veces y, si te tengo que ser honesta, siempre me pareció una estupidez, porque no creo que un viaje resuelva dudas existenciales ni te revele un “ser yo” que no supieras que existía. Simplemente creo que viajar te ayuda a rodearte de otras realidades, de otras ideas, de otros mundos. En este campamento mismo, he hecho cosas que sola no hubiera hecho, como no depilarme por una semana (sí, ya sé que suena frívolo pero sabés que no me banco las axilas peludas), comer de las sobras de alguien que se acaba de levantar, animarme a hacer dedo sola. Somos lo que nos dicen que seamos, o una revelación contra eso. A mí este encuentro me está poniendo cara a cara con muchas nuevas ideas, y tengo que asumir las incomodidades momentáneas que me genera el choque de opiniones. No me molesta que alguien cuestione mi omnivorismo: respeto a los veganos pero tengo muy en claro que esa no es mi lucha (y una parte de mí piensa, aunque no lo diga abiertamente, que muchos de quienes levantan esa bandera ética olvidan de que no todos pueden darse el lujo de elegir qué comer). Tampoco me incomoda que me pregunten, como el otro día, si no me siento culpable por tomarme un avión para ver a mi familia, con toda la contaminación que eso produce: sé que es cierto, pero no comulgo con la idea generalizada que se percibe en estos encuentros, de que ser dependiente de la familia es un signo de inmadurez, y en todo caso sé que el avión contamina pero soy lo suficientemente sincera para decir que no me importa tanto como estar lejos de mi casa hasta que pueda tomarme un barco para volver. No creo que evolucionar tenga que ver con cortar lazos. (Por suerte no soy la única, ayer también un chico alemán me dijo que tenía la mejor familia del mundo y que los amaba muchísimo y me sentí aliviada). Sin embargo, cuando la historia de nuestro libro se hace rumor algunos quieren saber cómo es posible que estemos en contra de subirlo en PDF, gratis. Parece una irreverencia lo mío, pero no siento vergüenza alguna al decir que no estoy en contra del dinero, ni de cobrar por un trabajo, mucho menos por el arte (¿acaso debería?). En todo caso creo que el mal del mundo es lo que se hace con la plata y por la plata, no la plata en sí misma. No todos nos entienden.
Hubo muchos debates de este tipo, que se fueron dando naturalmente. Ayer, por ejemplo, bajamos a la playa. Albania es un país que salió del comunismo hace unos veinte años, y aunque haya cambiado mucho, y en muchos aspectos, sigue siendo un país con una fuerte población musulmana, tradicionalista. Ya había notado yo que las otras veces que nos habíamos metido al mar algunas chicas se metían sin corpiño, pero como siempre estábamos solos, no me había puesto a pensar. Ayer, en cambio, era domingo, y la playa estaba llena. De por sí, siendo casi veinte personas, llamamos la atención. (Imagináte que acá es raro ver grupos de chicos y chicas juntos, porque todavía sobreviven reglas culturales basadas en la división de género). Por eso, cuando la chica israelí se quedó completamente desnuda y se metió al agua cual Alfonsina Storni como Dios la trajo al mundo, se armó el despelote. Claro que ella ni se enteró, porque para esta altura estaba a unos cuantos metros de la costa, pero el pato lo pagamos Mika, Juan, Xavi y yo, que estábamos más cerca de una familia que el resto del grupo. Vino la mujer hacia nosotros hecha una leona, gritando vaya a saber qué cosas en albanés, y nosotros que estábamos en la arena comiendo sandía nos quedamos mirándola como vacas en el campo. Agitaba una toalla en al aire y después el hijo nos tradujo lo que yo ya suponía: quería que fuéramos hasta el mar a tapar a nuestra amiga. (Imagináte el espectáculo que hubiera sido que me metiera al mar con una toalla para envolver a la otra que hacía de sirena a lo lejos). La mujer estaba prendida fuego. Todo lo que le entendía era “police, police, not normal, not normal” y mientras Mika le explicaba que no era nuestra amiga y que cuando saliera del agua podía decirle ella misma lo que quisiera, otros chicos opinaban que no era para tanto, que seguro la mujer estaba celosa porque al marido se le habían puesto los ojos como planetas. Cuando la chica israelí y sus dos tetas salieron del agua, otra vez se armó el quilombo, otra vez empezaron a llamar a la policía y aunque ella se cubrió con una toalla y pidió disculpas, la mujer estaba tan furiosa y el clima era tan complicado, que decidimos irnos antes de terminar nosotros envueltos en cualquier lío. Alcanzamos a ver a otro chico tirarse desnudo al mar, en un claro signo de provocación. El exhibicionismo en Albania tiene penas de hasta tres años de cárcel. Eramos muy pocos, al parecer, los que pensábamos que, aunque la reacción de la señora era totalmente desproporcionada, la desubicada había sido la chica, que debería respetar las costumbres del país que está visitando. La mayoría, en cambio, estaba indignada porque el cuerpo humano es lo más natural del mundo y no debería haber tanto tabú.
Me hizo ruido toda la situación, pero fue más como el sonido de una olla cayendo al piso de mis propios fundamentos, que una revolución externa. Afuera, de hecho, todo estaba en calma. El episodio pasó como si nada. Esta mañana, mientras Juan y yo intentábamos bañarnos con una manguera, tres chicos aparecieron a bañarse también. A mí no me molesta que nadie ande desnudo adelante mío, pero no tengo ganas de ponerme en pelotas delante de nadie más que de Juan. Pequé de puritana, y tuvimos que esperar a que se bañaran ellos para poder quedarnos solos.
Nos fuimos de Qeparo después de ocho días de campamento. Casi todos siguieron camino hacia Ochrid, en la frontera con Macedonia, para un post encuentro. Nosotros decidimos que era suficiente de vida comunitaria y nos fuimos a una playa acá cerca a pasar unos días solos antes de seguir viaje. Si te tengo que ser sincera, repetiría la experiencia. Creo que es sano cuestionarse de vez en cuando, que de todo y de todos se puede aprender algo, y que todavía me queda mucho por crecer. Veo a gente como Lara, o como Cristina (una alemana que hablaba un español rioplatense envidiable, y que vivía puramente del dumpster diving), o como Carlos, o como Xavi (que se acababa de recibir de Lic. en Física y había dejado todo para ir de encuentro en encuentro, a entender más), o como Rameh (un italiano vegano, que quería construir una huerta comunitaria sustentable) y me inspira. Me nutre saber que hay gente así en el mundo, queriendo cambiar todo desde una rebeldía consciente y ecológica a veces, que es capaz de cuestionar sin faltar el respeto (no, al menos, de manera voluntaria). Se puede cambiar, se puede viajar para algo más que conocer otros países, se puede crecer, se puede. Es eso, Ani. Se puede. Hay mucha gente viajando queriendo cambiar las cosas desde otras perspectivas. Sólo hay que buscarlas.
Ojalá estuvieras acá conmigo,
Lau
P.D.: Esta es la versión de Juan sobre el mismo evento (viste que él se cuestiona menos!)
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Hola, somos colombianos (aunque no creamos en nacionalidades). Hemos decidido dejar nuestros trabajos -yo soy arquitecto y ella es pedagoga-, para buscar la verdadera libertad
Vamos a viajar por America a tener un hijo. Mi compañera tiene 7 meses de embarazo.
Alguien nos podria recomendar algun pais, ya sea por oportundades de trabajo, seguridad social, gente, etc.Nuestro coreo-e es: mauriciozaratte@gmail.com
Lau, me encanta leerte. Gracias!
Hola que articulo el que te jalaste!!! y grandes verdades dejas en el,no soy una gran viajera como quisiera serlo y ya con algunos años enceima y quiero viajar mas, ya estuve sola por el hermoso Perú,Ecuador,quito Guayaquil algunas poblaciones dentro de mi pais..soy de colombia y como dijeron por ahi tampoco creo en nacionalidades y no debieran existir las fronteras,tambien por el gran amor de familia,mi madre solo conmigo y eso me hace estar anclada mucho,debo cuidar de ella, pero bueno..ahora planeando como llegar a Bolivia,chile y Argentina. un fuerte abrazo!!!y bendiciones!!
Siempre que te leo me inspiro viajo, imprimo las imagenes que describes en la retina las tatuo como vividas propiamente, siento que esa capacidad que tienes para describir esos momentos es única, justamente hoy escribía en un papleito colorido en la oficina, que esa capacidad de dibujar palabras que nos sacuden el alma es el arte mas intenso!! y si, lo confirmo leyendo este post, y llegó a mi sin buscarlo, así sincrónico, y en esos días en los que esta rutina del trabajo agovia que solicitas nuevos caminos que te parece horrible tener que encerrarte cuando el sol de verano esta en todo su explendor, que solo lo ves cuando vas en camino allá a ese lugar donde no estas completa, que sales con ganas de correr a descansar, que miras por la ventana del autobus como la tarde termina con esos colores naranja impresionante, vaya que ni sabrás como ayudan tus historias a tomar decisiones, a dejar el letargo de esa vida que esta creada para ser así, para seguir protocolos, para seguir procesos, pero que sin embargo a diario con el despertador que te molesta y te invita a un nuevo día de rutina te vibra algo dentro que te dice, en serio eso es lo que yo quería para mi vida, y recuerdas tus viajes pasados, los momentos compartidos, los días de bici, los días de creaciones, los días con vida, con amigos, conversaciones, sueños de colores de cielos despejados, de nubes grises de calor, de frío de personas en sintonía de aprendizaje de vivencias, de recordar la amabilidad de la gente que esta afuer que no te conoce pero te brinda sonrisas, de esos rostros que se quedan grabados en tu alma, de esas frases que llegan sin pedirlas pero te retumban en el corazón….
Gracias Lau…… por ser auténctica en tu interpretación de la vida, porque solo de esa manera creo yo que se puede llegar a las personas…….
Buen Viaje donde quiera que estes….. Te abrazo……
Ju!!
Gracias Ju! Qué comentario más hermoso!