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Helado de Teta

Está permitido reírse. Si dejan volar su imaginación hasta los confines más impúdicos, tampoco voy a culparlos. Y aclaro, no me he volcado al nudismo ni se trata esto de una vil estrategia para captar lectores curiosos. Nada de eso, aunque reconozco que la primera vez que vi el colorido cartel que anunciaba “Se vende helado de teta” no pude contener la risa y tuve que sacar una foto. Y como imaginarse el producto era mucho más divertido que sencillamente ir y sacarme la duda con la señora que los vendía, le largue la correa a mi fantasía. Pensé que a lo mejor eran helados de leche chocolatada, o simplemente de leche en polvo, que es la más consumida en Venezuela. Como fuera, lo cierto es que me daba un poco de incomodidad preguntar, y pensé que tal vez era una estrategia comercial de aquella vendedora en Choroní, buscando diferenciarse de la hambrienta competencia. Hice entonces algo que un viajero jamás debe hacer: me quedé con la duda.

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Poco tiempo después, los llamativos carteles volvieron a presentarse ante nosotros. Un día, estando en un almacén, un nene entró y le preguntó a la señora morena que lo atendía:

– Señora, ¿a que saben sus tetas?

Me quedé estupefacta, esperando la cachetada de la matrona. Sin inmutarse, ella respondió:

– A guayaba, a coco y a chocolate.

El niño le pidió de chocolate. La señora se metió en la cocina, mientras yo abría grandes mis pupilas, sin saber que esperar. Regresó pronto con dos bolsitas congeladas. Ese fue el momento en que realicé el gran descubrimiento gastronómico-callejero en Venezuela.

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 El helado de teta consiste en jugo de fruta congelado en una bolsita anudada, que por el propio peso del líquido termina teniendo una forma cónica similar a una teta. Lo mismo que en mi infancia llamábamos “jaimito”, sólo que con jugo natural y con una forma un tanto explícita.

Como ya he comentado en ocasiones pasadas, una de los motivos que impulsan mi vuelta al mundo es el firme objetivo de convertirme en la primera catadora internacionalmente reconocida de helados de todo tipo. Así que me dispuse a atacar cuanto helado de teta se me cruzara por el camino. Confieso que al principio me daba un poco de vergüenza pedirlos en el kiosco, y llegada la última parte de la frase ”Señora, ¿vende helados de teta?” no podía evitar desviar la mirada intentando que mis pupilas no chocaran, precisamente, con los pechos de la mujer, a ver si todavía la cosa se prestaba confusión. Sin embargo, y con el apoyo incondicional de mi amiga Ana, la incorporación de este ítem a nuestra dieta cotidiana, se fue dando de una manera tan espontánea. Tal es así que llegó el momento en que decir “¿Che, nos tomamos una tetas?” fue algo completamente natural. Ahí me di cuenta de la necesidad de escribir este post.

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 Con Ana, en la caja de una camioneta que llevaba semillas de cacao mientras nosotras no soltábamos dos tetas de guayaba.

Como producto en sí, el helado de teta me parece tan interesante como digno de imitar. Aunque reconozco que no es para nada ecológico, pienso en mi abuela y sus heladitos de Tupperware, y la practicidad de este sistema venezolano no tiene comparación. Pero lo que más me puso a reflexionar fue el lado semiótico de la cuestión, cómo pasamos de reírnos pícaramente a incorporar el término hasta convertirlo en algo normal. Ya no me causa gracia decir “Qué ganas de un helado de teta”. Y si me pongo a pensar, tengo mil ejemplos más, decenas de palabras que hemos ido aprendiendo y tomando, hasta tener un vocabulario tan surtido como regiones hemos visitado.

Voy a extrañar muchas cosas de mi viaje cuando esté de vuelta en mi casa. Quizás sean las mismas cosas que extraño de mi casa, ahora que estoy de viaje. Pero me alegra saber, que aunque no pueda hacerle probar a mi abuela una papaya recién bajada del árbol, o un buen ceviche comido al costado de la ruta, no va a faltar el próximo verano una ración de helados de teta en mi freezer, para que mi familia sepa cómo se sofoca el calor en esta tierra venezolana.

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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