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Ganadora de otras loterías

Nunca fui una persona acostumbrada a ganar. Soy un cero en deportes, jugar al bingo me aburre tremendamente y me pone muy nerviosa entrar a un casino. De chica, recuerdo, soñaba con que el famoso tesoro envuelto se develara en mis manos…pero no. Siempre me quedaba con un bollo de papel de diario, y el premio le tocaba al siguiente de la ronda. De grande, la cosa no fue muy distinta. Durante años, mi amiga Luján y yo jugamos siempre a los mismos números en la lotería, pero nunca, nunca ganamos nada. En realidad, siendo sincera, nunca esperé ganar. Siempre sentí que me faltaba algo, que no tenía ese “poder” que tienen algunas personas de lograr que, en el juego, la suerte se les siente al lado. A decir verdad, nunca me preocupó demasiado tampoco. Si bien en el fondo me encantaba especular con todos los viajes que haría si me ganara el Loto, con la finca que me compraría y con los trabajos que no tendría que aceptar, también sentía que todo aquello jamás cruzaría el umbral de mi fantasía. Lo curioso del caso, ahora que lo pienso en retrospectiva, es que aunque nunca me gané el Gordo de Navidad, salvo lo de la finca – que aún me queda pendiente – hoy no se qué haría si ganara tanta plata.

Sin embargo, hubo un momento en que las cosas empezaron a cambiar. Una vez, hace un tiempo, supe de un concurso por Internet. Lo organizaba otra bloggera a quien aún yo no conocía, pero cuyos relatos habían sido fuente de inspiración. El premio era un viaje a Europa. Fue saberlo para empezar a desearlo con todas mis energías. Para participar, había que subir una foto y un pequeño relato de viajes. Hacía falta que conseguir votos por internet para pasar a la final y luego ser elegido por un jurado. No les miento si les digo que ese viaje me quitó el sueño. Personalmente pedí ayuda a todos mis contactos del chat, a los lectores del blog, a la familia y a los vecinos. Todos me ayudaron. Por primera vez sentía que la meta no era tan inalcanzable. Mejor dicho, tenía eso que antes me faltaba: la determinación a querer ganar, el deseo de traer las especulaciones al terreno de la realidad. Y gané. Viajé por España y Portugal y fui feliz.

mujeres musulmanas

 Con esta foto me fui a Europa

En mayo de este año, Marca País Colombia me invitó a participar de un concurso en Twitter. Nunca fui muy buena en la red social del pajarito azul, pero el premio era muy tentador: un viaje a Cartagena. Hacía un año y medio que había estado en la ciudad bonita de Colombia, pero tenía muchas ganas de volver. Y otra vez, como compensando todos los tickets del Quini 6 tirados a la basura, volví a ganar. El 19 de julio, estaba otra vez en Ezeiza, completamente descreída de mi fortuna.

Como cada vez que llego a un aeropuerto, mi estómago era un nudo marinero. Los nervios que sentía no eran solamente por el vuelo en sí, sino porque sería la primera vez en mucho tiempo que, además de viajar sin Juan (que se había ganado otro premio y se iba para otro lado), iba a viajar sola. Y a Colombia, un país al que no me canso de idealizar. ¿Y qué pasaba si esta vez no me iba tan lindo? ¿Qué tal si mi imagen perfecta de la gente amorosa y la ciudad candente se terminaban derritiendo? ¿Quién me iba a traer de la desilusión? Dicen que no es bueno regresar a un lugar donde uno fue feliz…yo me estaba empecinando en hacerlo.

Hicimos el check in, despachamos las mochilas y nos fuimos para el pre embarque. Nada parecía salirse de su cauce, hasta que se nos ocurrió la (loca) idea de querer declarar (como Dios y la ley impositiva manda) la cámara de fotos. Yo ya había declarado algunas cosas cuando volé para Madrid, y en aquella oportunidad el pepelerío se hacía unos metros antes de hacer migración. En la Terminal C de Ezeiza la cosa era distinta. Habiendo ya pasado por el scanner, nos mandaron afuera de nuevo donde, sorpresivamente, encontramos un tumulto de gente resoplando. Estaban todos esperando para hacer el mismo trámite, frente a un mostrador vacío (y sin intenciones de abrir). “Es que la AFIP no abre hasta las 6 de la mañana”, me dijo uno. “¿Y los que volamos antes?”. Y el señor se limitó a encogerse de hombros haciéndome saber lo poco que le importaba. De la fila de pasajeros, una chica de mi edad era la única que parecía preocupada por el asunto. Así que mientras ella llamaba por teléfono a informes, yo consultaba en los mostradores de Aerolíneas. La respuesta era unánime: puede que venga una persona antes de que ustedes salgan, como puede que no. Les conviene ir a la Terminal 1. Y así, con ese presentimiento arraigado de que nunca gano, salí corriendo a las 4 y media de la mañana hasta la terminal 1, sin querer arriesgarme a tener que pagar un impuesto demás.

mostrador de afip

 Cri cri…

La recompensa, sin embargo, valdría la maratónica carrera. Tras habernos colado olímpicamente para no perder el vuelo, fuimos atendidos por un señor que rompía con todos los estereotipos. Canoso y cansado, suspiró ante nuestro abatimiento y nos hizo señas parsimoniosas de que le mostráramos el equipo. Cuando vio mi cámara, me miro a los ojos fijamente y, poniéndose serio, dijo: “Hiciste bien en declararla, esta cámara está en el Apocalipsis”. Sonreí. La Nikon D90 es una cámara bastante común entre la gente que viaja. No me sorprendió que estuviera en la mira de la aduana como uno de los objetos “imperdonables” de transportar. Pero no, el tipo se refería a otra cosa. “¿No me crees? Te lo digo en serio. Porque el conocimiento no se oculta. Tu cámara está en el Apocalipsis. Isaías capítulo 60; Apocalipsis capítulo 13” Y sacando una birome completo rápidamente el formulario de AFIP y, con letra igual de desprolija, me anotó los versículos en el reverso del papel. “Acordate: el vuelo. Está en el Apocalipsis. Después no digas que no te avisé”. No tuve tiempo ni para quedarme escuchando sus locuras evangélicas, ni para digerir mi asombro, ni para ponerme a contar la cantidad de veces que dijo la palabra Apocalipsis en tan pocos minutos. El avión se iba rápido y debíamos correr hasta la Terminal C.

declaracion de afip

 A bordo, esperaba aún otra sorpresa. Con cara de desconfiada una azafata nos preguntó si estábamos recién casados. Traía en una mano una bandeja repleta de bombones. En la otra, una docena de sándwiches de miga de la mejor calidad. Intuyo que no teníamos el aspecto de mieleros de los comerciales, pero muy seria de dije que sí. Ella nos dejó las bandejas y fue a buscar un champagne. Y ahí, mientras todos almorzaban la cajita infeliz de Aerolíneas Argentinas, supe que algo debía haber cambiado en mi vida para que ahora, todo fuese una lotería ganado. Y me di cuenta: la que cambié fui yo.

Gracias a todos los que me ayudaron con sus votos, sus clics, sus mensajes de buena onda, sus retwitts, sus buenas energías y sus luces violetas. Gracias a Mariano Cadenau que siempre está listo para llevarnos a Ezeiza y gracias a Hernán V. por la atención de recién casados. Me encantaron los bombones, pero no pienso dar el sí (?). Bienvenidos a Colombia, otra vez.

viaje a colombia

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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