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Doce cosas que aprendí viajando

Llevo más de siete años en ruta, y a lo largo de este tiempo fuera de casa, me enfrenté a varias lecciones. En este post, una lista de doce cosas que aprendí viajando.

En abril de 2008, con más ganas que dinero, decidí que en lugar de unas vacaciones tradicionales en la Costa iba a probar suerte intentando llegar desde Buenos Aires a Cusco. Quería hacerlo para saber si eso era para mí, si viajar con la mochila era tan fantástico como yo lo imaginaba, si podría arreglármelas para llegar a destino sin más reservaciones que las del pasaje de vuelta. Tenía 23 años, mucha adrenalina y nada de experiencia. Me pesaba mucho la opinión de los demás, pero aunque tenía dudas, el entusiasmo fue mucho más fuerte.

Desde ese primer viaje hasta el día de hoy, pasaron ya siete años. Volví sabiendo que eso era lo que quería para mi vida, así que viajé más, como pude y a dónde pude. Después renuncié a mi trabajo, aposté por mi pasión, empecé a escribir este blog.

Llevo recorridos 38 países, publiqué un libro y trabajo para varias revistas. Pero lo más importante no es lo que vi, ni los sellos en el pasaporte, ni las doscientas mil fotos que tengo desparramadas entre la compu y los discos portátiles. Lo que más me conmueve cuando pienso en lo vivido es todo lo que aprendí, lo mucho que crecí. Uno hace viajes pero lo cierto es que son esos viajes los que lo hacen a uno ser quien es, porque viajar te transforma. Por eso quise compartir en este post esta pequeña lista de cosas que aprendí viajando:

1. Creer en mí

A creer en mí, tal vez la lección más importante que aprendí viajando

No fue fácil sostener una decisión cuando todo el mundo me decía que estaba loca, que vivir viajando era algo imposible, que era una irresponsabilidad irme así de viaje, que era muy peligroso ser una mujer sola, en un país extranjero. Tampoco fue sencillo conseguir que alguien quisiera publicar mis textos, sin experiencia y sin contactos. Pero lo hice. Me animé a irme de viaje, me animé a renunciar a mi trabajo, me animé a golpear puertas, me animé a abrir este blog.

Viajar me enseñó, incluso desde antes de empezar a hacerlo, que lo más importante para conseguir lo que uno se propone (sea eso viajar a la Antártida, jugar al fútbol, tocar en una banda o llegar a la luna) es tener fe en uno mismo. Muchas de las personas que cambiaron la historia (o que, al menos, cambiaron su historia) fueron consideraros unos lunáticos o unos soñadores, por aferrarse a esa única esperanza en un millón. Aunque las cosas a la larga no salgan como lo esperaba, siempre creo mejor intentarlo que quedarme con la duda, y estar convencido es fundamental.

2. Confiar más en la gente (y menos en los diarios)

A confiar en la gente, esa es una de las cosas que aprendí viajando
No todas las personas que se te acercan en India quieren venderte algo…

Una de las cosas que más me gusta de viajar, es el contacto humano. Poder conocer gente que quizá nunca se hubiese cruzado en mi camino, aprender de su cultura, compartir aunque sea un instante, es lo más enriquecedor de un viaje.

Si le hiciera caso a los tan sabidos: “no hables con extraños”, “no te subas al auto de un desconocido” o “no comas nada que te den de probar”, me hubiese perdido de conocer gente increíble, de llegar a sitios a los que no pensaba llegar (es algo que pasa muy frecuentemente cuando uno viaja a dedo), de compartir almuerzos o cenas con ingredientes que no sabían que existían.

Cada vez que tuvimos un problema, siempre hubo una mano tendida para ayudarnos, y en siete años de viaje, solamente me robaron una vez. Viajé por lugares estigmatizados por la prensa como Colombia o Kosovo, a países de los que me hablaron muy mal, como Albania o Moldavia. Y en todos encontré gente increíble, hice amigos, me quise quedar.

Desde entonces cada vez que veo una noticia de un país en el que estuve, no puedo evitar leerla con otros ojos, cuestionar la superficialidad con que a veces se transmite la información, lamentar todas las cosas buenas que siempre quedan fuera de los diarios.

Viajando aprendí que hay más gente buena que mala en el mundo
Este cartel lo encontré en la puerta de una librería, en un pueblito de Italia. El negocio estaba cerrado, pero había estantes llenos de libros en la vereda. El cartel dice: «Hola. Creemos en la responsabilidad individua. Quien desee, en nuestra ausencia, comprar un libro o una guía, puede dejar el dinero por debajo de la puerta. Tal vez podamos soñar con un mundo mejor. Gracias».

3. Darle menos importancia (y a la vez cuidar más) a las cosas materiales

Suena contradictorio, pero no lo es. Cuando vivía en Buenos Aires se me hacía muy difícil mantenerme fuera de la marea del consumo. Al parecer, tenía que comprarme ropa nueva cada fin de semana, no podía repetir mucho los mismos atuendos en el trabajo, tenía que tener un celular acorde, zapatos, carteras. Y como esa no es mi forma de ser, muchas veces sentía que nada era suficiente. Por otra parte, si algo se rompía o se perdía, tampoco me hacía demasiado problema: compraba otro, y a otra cosa.

Viajando confirmé que las cosas que realmente importan no tienen nada que ver con el dinero. Más fueron pasando los años, más chicas se hicieron mis mochilas, menos suvenirs traje de recuerdo. Escuché a mucha gente con muchas más posibilidades que yo, lamentándose de no poder viajar por no poder dejar la casa o el auto. Conocí a muchas personas que se asombraron al escuchar que pasé innumerables noches en casas de familias que conocí en el camino, y más que admirarse por mí, se desconcertaron al imaginarse a ellos mismos metiendo gente extraña en su casa por temor a que les robaran. Sentí pena por lo que se estaban perdiendo.

Pero si por un lado aprendí a desprenderme de muchas cosas, también aprendí a cuidar las que llevaba conmigo. Las cosas que cargo en mi espalda son mi casa, y perder la carpa, romper la bolsa de dormir o arruinar la tarjeta de memoria pueden ser una complicación grande, sobre todo si estoy en lugares alejados de la ciudad. Por eso, antes de cambiar, reciclo, recauchuto y vuelvo a arreglar.

lectora_caminosPara leer las historias completas de nuestro viaje de 18 meses por toda Sudamérica, conseguí nuestro libro Caminos Invisibles – 36.000 km a dedo de Antártida a las Guayanas. Contiene información e inspiración para recorrer el continente, ¡desde los caminos incas de Bolivia hasta las Playas del Caribe! No está en librerías: lo podés pedir desde nuestra Tienda Virtual y recibir por correo en todo el mundo. ¡Agradecemos de corazón cada consulta!

4. Juzgar menos (a los demás y a mí misma)

El viaje me llevó a aprender muchas cosas: no juzgar tan rápidamente es una de ellas.

Es fácil confiar en alguien cuando ese alguien se parece a uno, aunque no hable el mismo idioma. Si se ve como uno, si tiene la misma religión o el mismo color de piel, es más sencillo sentirse identificado, y creer. ¿Pero qué pasa cuando la mano que se extiende viene de alguien con quien normalmente no compartiríamos nada? ¿Si el que nos ofrece el techo es un gitano o un musulmán? Todos tenemos prejuicios, aunque sepamos que está mal, y salir del contexto en que nos movemos habitualmente es una buena posibilidad de ponerlos a prueba. Lo bueno es que con el tiempo las barreras se van flexibilizando y los límites se esfuman.

¿Y qué pasa conmigo misma? Cuando vivía en la ciudad, tenía una rutina bastante estricta. Todos los días me levantaba a la misma hora, tomaba el subte, veía las mismas caras. Iba a trabajar y los temas de conversación eran los mismos, con la misma gente, bajo las mismas reglas. Todo eso me hacía estar pendiente de muchas cosas: mi comportamiento, mis palabras, mi apariencia. Viendo esa rutina desde otra perspectiva,  me di cuenta de que (al igual que muchísimas otras personas) le daba importancia a cosas insignificantes. Y era muy dura conmigo misma. Viajando, en cambio, perdí el miedo al ridículo. No me importa si me equivoco, si la ropa que llevo no es la apropiada, si “ya estoy grande” para ciertas cosas. Somos tantos en el mundo, y hay tanta gente haciendo tantas cosas diferentes que, ¿cuál es el motivo para no hacer lo que me haga feliz?

5. Las pequeñas cosas pueden traer las felicidades más grandes

Las pequeñas cosas pueden traer las felicidades más grandes, una de las cosas que aprendí viajando.

Una ducha caliente, un plato de ravioles, una cucharada de dulce de leche, una cama o la privacidad de una habitación pueden ser una verdadera gloria sólo si se pasa mucho tiempo sin estas cosas. No quiero decir que haga falta viajar para poder darle valor a lo simple, o que para viajar bien hay que ser masoquista, o despreciar el lujo. Sino que viajando aprendí que puedo vivir sin esas cosas, y a disfrutarlas más cuando el camino las pone frente a mí.

6. Más viajo, más (o menos) me conozco

mochilera

Recuerdo siempre un grafiti que estaba en una bajada a la costanera de San Nicolás. Decía “No somos lo que somos, sino lo que los demás quieren que seamos”. ¿Cuánto de nuestro comportamiento tiene que ver con la influencia externa de nuestra familia, nuestra cultura, nuestro entorno? ¿Qué sería de mí si en vez de acá hubiese nacido en México, en Islandia o en Kirguistán?

Vivir cambiando de lugar continuamente me dio la oportunidad de estar frente a situaciones completamente desconocidas e, inevitablemente, de cuestionarme seriamente ciertas cosas que daba por sentadas, incluso de mi propia identidad.

Si antes de salir había cosas que consideraba “normales” o “justas”, viajando entendí que las realidades son tan variables como diferentes las personas, y que muchas veces los valores que defendía podían estar equivocados, y tuve que adaptarme. Salir de mi lugar habitual y ponerme en situación en otros países me hizo notar que mientras más diferente es el entorno más se pierde la noción de quién uno es realmente.

7. Ningún sueño es color de rosas

Ningún sueño es color de rosas, esa es una de las cosas que aprendí viajando

Antes de viajar, pasaba muchas horas en mi escritorio (o en el asiento del colectivo, o en mi cama, o en el banco) pensando que viajar era lo más fantástico del mundo, y solía creer que si viviera viajando, cumpliendo mi sueño, yo iba a ser la persona más feliz, y todos mis problemas iban a resolverse. Claro que el cambio fue positivo y claro que soy feliz, pero no todo es color de rosas.

Como todo en la vida, viajando tiene su lado B. A veces es muy cansador, a veces extraño mi casa, a veces quiero estar más cerca de mi familia. Me pierdo los cumpleaños, los acontecimientos, los pequeños detalles de la vida diaria. Si pasa algo bueno estoy lejos para festejarlo, y si pasa algo malo estoy lejos para consolar a quienes quiero. No puedo comprometerme con ninguna actividad a largo plazo porque siempre me estoy yendo, y como siempre me estoy yendo el tiempo me queda corto. Hago amigos por el mundo que no sé cuándo volveré a ver, me despido más veces de las que quisiera.

Claro que a la larga el balance es positivo y elijo siempre la mochila, pero cuando alguien me dice “que envidia, vos te la pasas de viaje”, no puedo evitar pensar en todas esas cosas que también pasan, sobre las que pocos escriben, y que muchos menos pueden llegarse a imaginar. Ningún sueño es color de rosas, esa es una de las cosas que aprendí viajando.

8. Puedo amar el café

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Si existe una prueba de que la gente cambia, esta es una de ellas. Además de todas las cuestiones que actitud que aprendí viajando, estos siete años pusieron a prueba mis aptitudes también. Tuve que aprender a prescindir de un baño (y no me fue fácil), a ser todavía menos escrupulosa con la comida, a subirme a un kayak, a dormir en una hamaca. Aprendí a abrazar extraños como si fueran amigos, a perder el miedo, a preparar arepas, a leer en cirílico. Aprendí de idiomas, de historia, de geografía.

Muchos de mis hábitos cambiaron pero nunca (nunca) pensé que iba a acostumbrarme, y hasta disfrutar de tomar café…hasta que llegué a Albania. Y es que si bien el café que usan proviene muchas veces de Colombia, la manera de prepararlo es diferente. Descubrí que lo adoro, y compré bolsitas y un jarrito. A preparar ese café a mi medida, es una de las cosas que aprendí viajando.

9. La verdadera amistad no tiene nada que ver con la cercanía

una de las cosas que aprendí viajando es que los amigos verdaderos no tienen nada que ver con la distancia

No hace falta irse de viaje para descubrir que los amigos verdaderos son los que están con vos, los que se quedan pase lo que pase. Pero tomar una decisión tan fuera del renglón, como fue dejarlo todo para dedicarme a viajar, fue una manera brusca ─pero acertada─ de demostrarme quiénes eran realmente mis amigos. No fue sencillo, pero me siento feliz de saber quiénes estaban  sinceramente contentos por mí, a pesar de saber que ya no nos veríamos tan seguido.

Curiosamente, viajando también hice amigos, y con muchos de ellos viví cosas intensas, momentos importantes. No sé cuándo nos volveremos a ver en vivo y en directo, pero mientras tanto Skype y las redes sociales nos mantienen en contacto, y sé bien que el día en que llegue el recuentro, va a ser como si el tiempo nunca hubiese pasado, porque así es la verdadera amistad.

10. Hacer foco en los detalles

detalles

Los primeros viajes que hice fueron con fecha de retorno. Tenía que volver a trabajar, y siempre quería hacer más cosas de las que me permitía el tiempo, así que muchas veces me la pasaba corriendo. Cuando empecé a vivir viajando el tiempo tomó otra dimensión, y ese clic me afectó mucho la mirada.

En lugar de ver “lo que hay que ver”, empecé a caminar por las ciudades como si fuese la primera persona extranjera que llegaba. De las cosas que aprendí viajando, esa fue una de las más liberadoras. Sin dejar de visitar los íconos, jugué a descubrir, me permití preguntarme realmente que era lo que a mí me gustaba de cada lugar. Así aprendí a mirar los detalles, a ver los lugares con mis propios ojos, más allá de las guías y las recomendaciones. Lo curioso es que ese modo de ver me quedó también al regresar, y entonces disfruté de mirar los mismos lugares de toda la vida con ojos de viajero. Nunca pude volver a verlos como antes.

11. Todo pasa (y todo se resuelve)

Cosas que aprendí viajado: todo se resuelve de un modo u otro.

Mucha gente que nunca viajó a la aventura, no se imagina cómo es la rutina de la no rutina, qué se siente llegar a un lugar y no saber dónde vas a dormir (sobre todo si no contás con muchos recursos). Al principio, cuando recién empecé a viajar a dedo, no tenerlo todo resuelto me ponía muy nerviosa. Me acosaban las preguntas. ¿Y si nos agarra la noche? ¿Si nos quedamos varados en el medio de la ruta? ¿Si nadie frena? Después entendí que la noche inevitablemente iba a llegar, y que si eso pasaba, si nos agarraba en la ruta, íbamos a encontrar algún lugar donde poner la carpa y descansar hasta el día siguiente.

Cientos de veces las cosas no salieron como nosotros queríamos, y en su gran mayoría, el resultado de ese imprevisto fue una anécdota, una historia que contar. Si hace falta ayuda, alguien va a aparecer, de alguna manera las cosas se van a acomodar, porque la vida sigue y nadie se quedó atascado en el tiempo. Entender esto fue clave para poder disfrutar de la incertidumbre, y dejarme sorprender por el viaje.

12. Nunca se termina de aprender (¡y eso es lo mejor de todo!)

Uno nunca deja de aprender, esa es una de las cosas que aprendí viajando

El viaje, como la vida, es un camino constante. De todo y de todos se puede aprender. Lo importante, más allá de cómo, cuánto, y a dónde se viaje, es estar predispuesto a disfrutar, a sacar lo mejor de cada situación y a dejar siempre una sonrisa.

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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