Hace exactamente diez años ─un 12 de octubre de 2008, para ser más precisa─ nacía Los Viajes de Nena. En esta nueva serie, un ranking de todo eso que pasó en estos primeros diez años de relación bloguera. Chin chin, salud, cheers y que vengan diez años más (pero que vengan de a uno!)
1- Empecé a hacer lo que me hace feliz
Si esto se tratase de una película, la siguiente sería una de esas escenas en donde le personaje no se percata de lo que está sucediendo pero todos en la audiencia entienden que, a partir de ese momento, va a cambiar la trama de la historia. Pero como no hay pochoclos ni entradas de cine, les cuento que ese primer paso fue más producto del aburrimiento de un feriado lluvioso que de un plan estratégico para cambiar mi vida. Básicamente, yo quería escribir y quería viajar, y como no encontraba en internet muchos relatos de chicas que viajaran solas, abrí un blog para contar mi experiencia.


Primero fue una confesión, después un diario de viajes on line, más tarde una vía de escape. La excusa siempre era “contar cómo me fue, ayudar a otros viajeros”, pero la verdad es que muchas veces me terminaba ayudando a mí misma. Como no tenía a nadie que me dijera bien claro todo aquello que yo quería escuchar, lo empecé a escribir. Leído desde una pantalla las palabras no parecían tan mías, y tenían más efecto.
¿Quién me iba a leer? Si yo no sabía si sabía escribir. ¿Quién me iba a ayudar a conseguir trabajo de esto? Si yo no tenía contactos, y nunca había terminado la carrera de comunicación. Igual, empecé. Sin expectativas, sin nada más que mi propio entusiasmo. De a poco empezaron a llegar mails, el número de lectores fue creciendo. Empecé a mejorar mis post, aprendí a editar fotos. Un día mandé mails a muchas revistas de viajes, ofreciendo mis textos. No tenía experiencia, pero tenía un blog. Cuando mi primer nota fue publicada, brindé por Los Viajes de Nena. Sin lugar a dudas, este espacio fue un eslabón fundamental para unir mis dos pasiones. Quién lo hubiera sabido…

«Nena Abandonadora” fue mi primer primerísimo post publicado. No hay nada editado. Si siguen buceando en los post viejos van a encontrar una escritura más desprolija, post sin fotos, fotos chicas, mucha informalidad, algún que otro desamor, puteadas a Buenos Aires, y muchas otras cosas más. Todo sigue allí a propósito, como un testimonio del cambio. Esa que escribía es otra Laura que la que hoy escribe, pero es igual de viajera y de soñadora que yo.
Este es un video (disculpen la calidad) en donde Juan y yo contamos por qué blogueamos y viajamos. Yo empiezo a hablar más o menos a la mitad.
2. Lo conocí a Juan
¿Nunca se pusieron a pensar qué habría sido de sus vidas si…? Bueno, antes de sentarme a escribir este post, me puse a pensar qué hubiera sido de mi vida si ese 12 de octubre de 2008 no hubiese llovido en Rosario, si no hubiese estado sola y aburrida, si no me hubiese animado a compartir mis textos. Mis sentimientos de aquel entonces quedan poco más que desactualizados hoy en día: si uno sube algo a internet, es OBVIO que alguien más lo va a ver. Hace cinco años Internet no era lo que es ahora y yo, he de reconocerlo, era mucho más naif. Me parecía que subir mis textos al blog era como largarlos a un limbo mágico, intangible, donde podrían buscar su propio camino sin que yo me enterase. Una romántica de primera.

Pero volviendo a la pregunta inicial, ¿qué hubiera pasado si nunca hubiese abierto el blog? Muchas cosas, seguramente, pero lo primero que se me viene a la cabeza es: no lo hubiera conocido a Juan. Para los caídos del catre —o aterrizados recientemente en el blog— Juan y yo nos conocimos gracias a que yo le mandé un mail, después de haber comprado su libro, después de que alguien me dejase un comentario en el blog recomendándomelo. Un lector anónimo sin aspiraciones a Cupido que, definitiva e indiscutiblemente, marcó el rumbo de mi vida. La historia de nuestra historia de amor la podés leer en Caminos Invisibles.

Ocho años más tarde, Juan sigue teniendo miedo a las alturas, y yo sigo acudiendo en su rescate. Eso, y lo de hacerte el rodete también. (Photo by Brent Stirton/Verbatim for The New York Times Magazine.)
3. Viaje a la Antártida
Entonces, decía, lo conocí a Juan, nos fuimos a dar la vuelta al mundo a dedo y empezamos por Patagonia. Llegamos a Ushuaia. Nos antojamos de Antártida. Estábamos en plena euforia con el plan que teníamos por delante, y le propusimos a una empresa que formara parte de la aventura, y se llevara el galardón de ser quien nos hiciera poner pie ─y a dedo─ en el continente blanco. Para mí, fue todo un hito, sobre todo porque fue la primera vez que alguien entendió el valor de mi blog (incluso más que yo).
Era el año 2010 y en esa época no había Instagram, SEO, canjes, blogtrips y todas las artimañas que hay hoy en día. Decir blogger era más o menos como decir Flogger, Cumbio y pelos flúor, y nadie te tomaba en serio si se te ocurría anunciar que te dedicabas a eso. Por eso, cuando cerramos trato y viajamos a cambio de contar la experiencia en este blog y en el libro que estaba por venir, yo sentí que Los Viajes de Nena pasaba de grado, crecía unos diez centímetros y cambiaba sus dientes de leche, todo junto y a la vez.
Dos años después de aquel clic inicial, mi blog me llevaba hasta el mismísimo fin del mundo. Salud!
4. Escribí mi primer libro
Siempre había soñado con ser escritora. Desde chica, cuando leía los cuentos de ¡Socorro! escondida bajo las sábanas. Yo quería ser como Elsa Bornemann o como R.L Stine y escribir las mejores historias de terror de todo el mundo. Podía pasarme horas (y cuando digo horas no exagero) jugando con la máquina de escribir, o con la nariz metida en algún libro.

Yo me hice grande y el sueño se volvió chiquito, pero siguió ahí. Cinco años más tarde de ese día en que apreté el botón de “publicar” por primera vez, “Caminos Invisibles” entró a imprenta. No sabía mucho qué esperar. Hoy, que ya vamos por la quinta edición y el libro lleva más de siete mil copias vendidas a través del blog y las redes, sigo sintiendo la misma ilusión y el mismo vértigo que cuando leía esos cuentos de miedo en mi infancia.
¿Qué tiene que ver el blog en todo esto? Nada y todo a la vez. El libro es el producto final de dieciocho meses viajando a dedo por Sudamérica. Si no me hubiese animado a escribir, si no lo hubiese conocido a Juan, si no me hubiese ido a Antártida, si no hubiese conocido a toda esa gente que me ayudó en este proceso, “Caminos Invisibles” seguiría siendo parte de mis ilusiones. Y si no tuviera un blog, probablemente el libro estaría en manos de una editorial y yo nunca sabría quienes están del otro lado, a dónde viajan mis libros, qué historias cuentan.

Si no fuera por el blog, decía, yo no sabría a donde va cada uno de mis libros.
5. Viajé a donde todo comenzó
Bueno, quizá sea un poco exagerado, pero haber conocido el pueblo en que nació mi bisabuelo fue para mí un sueño cumplido. Llegué a Italia de la mano del blog ─me habían invitado a participar de Blogville en Bolonia─ y aunque el plan era seguir rumbo a Rusia y luego a Asia Central, Italia y yo teníamos muchas deudas pendientes y era obvio que mi visita no iba a ser de un ratito y me voy. Así que entre campiñas y mucho queso reggianito, decidimos cambiar de planes y hacer Europa en lugar de Asia, y fijamos la brújula tana bien al sur, ahí de donde viene buena parte de mis genes (años más tarde me haría un test de ADN que me iba a dejar sorprendida).


Acerenza, ese lugar que tanto había resonado en las mesas familiares, tomó forma y color frente a mi cámara, y nada me hizo más feliz en ese entonces que rendirles homenaje a mis ancestros a través de una crónica que escribí en este blog. Porque aunque hay viajes de todos los tamaños y colores, creo que pocas cosas se asemejan a esa sensación rara de estar volviendo sobre pasos que son y no son de uno mismo.
6. Hice el viaje que jamás creí que sería capaz de hacer
Crucé África de norte a sur, a dedo. Durante casi año y medio recorrí quince países a punta de autostop, tuve que adaptarme a una realidad que no se parecía en nada a todo lo que yo conocía y replantearme muchas de las cosas en las que creía fervientemente.
Para ese entonces este blog ya estaba superando su etapa de adolescencia. Me había hecho llorar muchas veces a fuerza de romperse inexplicablemente en los peores momentos, nos habíamos mudado, habíamos cambiado de look varias veces y estábamos en una etapa de crecimiento que de repente se vio pausada por las circunstancias. El blog, la gente y yo, lo entendimos. Me abrí una cuenta de Instagram, cambié la compu por el celu y empecé a microbloggear desde ahí. El resto del tiempo me focalicé en disfrutar con todo el cuerpo esa experiencia que no se parecía a nada de lo que yo hubiera conocido hasta entonces. No exagero si digo que fue el viaje que me cambió la vida.



Aunque todavía me queda mucho por actualizar, acá pueden leer el resumen de mis primeros doce meses en África.
7. Gané el Premio Bitácoras al Mejor Blog de Viajes en Español
2016 fue el año de la consagración. En enero, Los Viajes de Nena fue elegido por el Diario El País en primer lugar como uno de los mejores 25 blogs de viajes para leer ese año. Paco Nadal lo describió como “una de las mejores bitácoras de viaje de Argentina, con un salto de calidad manifiesta frente a otros blogs”, y a mí se me puso la piel de gallina. Para ese entonces nosotros estábamos en Alejandría, en casa de una couch que no tenía electricidad y cuando la luz volvió después de tres días y yo vi que mis redes ardían de felicitaciones y comentarios, no pude evitar pensar, otra vez, en ese 12 de octubre. En que jamás de los jamases me imaginé que este se iba a convertir en mi trabajo, mi medio de vida, mi carta de presentación. (Créanme, si hubiera pensado en grande, habría comenzado por elegirle un nombre más punch, más comercial, menos atado al tiempo). Pensé que todo el trabajo y la inversión estaban siendo reconocidos fuera de mis límites geográficos, y a pesar de estar lejos me tomé el tiempo para disfrutar.


Ese año Los Viajes de Nena dio un salto. De visitas, de propuestas, de todo. Paradójicamente, fue el año en que prácticamente tuve que abandonar el blog. África me obligó a un viaje casi analógico, y después de luchar mucho con la falta de WIFI, electricidad y demases problemas técnicos, llegó un punto en que dejé de postear. Mentiría si dijera que esa contradicción no me afectó. A la crisis que yo estaba atravesando por lo duro que me había resultado el viaje en sus comienzos, tuve que agregarle la enorme frustración de sentir que mi momento profesional había llegado y yo no podía hacer más que mirarlo pasar por la ventana. Después de muchos años de bloguear, de invertir tiempo en aprender, de mejorar, finalmente llegaba el reconocimiento, y yo estaba incomunicada y en el culo del mundo. No sólo me llegaban invitaciones a viajes de prensa que yo moría por hacer pero no podía aceptar (bastaba con responder “Claro que sí, estoy en Uganda…” para que nunca nadie más me respondiera) sino que, además, me nominaron al Premio Bitácoras como el mejor blog de viajes de habla española. No sabía si alegrarme o ponerme a llorar. Debo haber pataleado mucho porque en algún momento el universo se apiadó (o se hartó de mis berrinches), unió sus constelaciones y yo terminé viajando a México (si, nada que ver, lo sé) desde Kenia, haciendo una parada estratégica en Madrid, donde compré ropa, me corté el pelo horriblemente, recibí mi premio con mucha emoción, acepté propuestas interesantísimas que nunca se concretaron, y comí más rico que en todo un año seguido.
Aunque no sé decir a ciencia cierta si el premio me abrió muchas puertas o no, lo cierto es que es un reconocimiento que me hizo muy feliz. Como yapa, además, me dieron un kit de ADN de esos que fueron furor en una época y que te decían de qué parte del mundo venían tus genes. Si les da curiosidad, no se pierdan “El viaje que me parió”.
8. Construí mi hogar
Yo sé que puede parecer contradictorio, pero que haya elegido vivir viajando no quiere decir que no me guste estar quieta nunca. Todo lo contrario: digamos que si viajar y escribir eran mis dos sueños máximos (no sé cuál iría primero), tener un hogar era la tercera ilusión más grande de todas. Siempre soñé con un espacio al que volver, un techo al que llamar casa y extrañar cuando estuviera lejos, o comprarle suvenires para colgar en las paredes. Un escritorio donde sentarme a escribir y tener mis libretas ordenadas, un baño al que pudiera ponerle pisos de casa antigua, un sillón donde ponerme a mirar Netfilx y una biblioteca donde reunir todos mis libros desparramados en casas ajenas durante tantos años de ausencia y mochila.
Eso. Sin grandes pretensiones ni jacuzzis ni play room: simplemente, un lugar donde plantar mis cactus, hacer una pequeña huerta y acomodar las especias que voy juntando en mi mochila a la par de los kilómetros. ¿En dónde? En Argentina, aunque nunca creí que de sus casi 3 millones de kilómetros cuadrados yo iba a terminar viviendo en San Nicolás (la ciudad que me vio nacer, de la quise escapar toda la vida y que siempre me asfixió por su constipación mental y generalizada). Pero a veces la vida se divierte un poco con uno, y cuando la idea todavía era un poco verde, nos plantó un espacio bien cerca de mi familia, con ventanas enormes, muchísimo (pero muchísimo trabajo para hacer) y una sola condición: que no la demolieran. ¿Qué? ¿Demolerla? ¿Con todos esos años, y esos pisos de granito y esas ventanas enormes a tres puntos cardinales?

Era una metáfora: una casa entera por fuera pero muy destruida por dentro. Durante sus últimos veinte años habían pasado por ella todo tipo de inquilinos momentáneos, habían querido ocuparla varias veces, la habían tomado todos los gatos de la ciudad. Era hermosa, y cuando la vi sentí que era nuestra, aunque todavía ni siquiera habíamos conversado. “Acá vamos a armar nuestro estudio y en esas paredes podemos poner los álbumes de estampillas de Juan”; “Esta es una cochera cómoda, pero ¿quién quiere un auto? La vamos a convertir en una especie de quincho para recibir a otros viajeros y en las paredes podemos hacer placares para guardar los libros”; “Acá quiero un ventanal de hierro con vidrios de colores” –pero no se usan más- “quiero vidrios de colores”. Era hermosa, aunque eso ya lo dije. Con vidrios rotos, hormigas en las paredes y humedades con propiedades artísticas.

Dejarla como queríamos nos llevaría años de vida sedentaria y nosotros nos estábamos por ir un año y medio África. “Ustedes también la van a abandonar”, me dijo una amiga, que cree mucho en el destino de las cosas y de la gente. Yo hice oídos sordos, y dijimos que sí: convencidos, asustados, felices. Era un trato tentador que incluía los ahorros que habíamos logrado juntar en algunos años de libros y Caminos Invisibles como cupido: la señora que la había heredado nos conocía antes de conocernos y al estrechar la mano dijo que sentía que “su papá quería que nosotros viviéramos ahí”. Agradecí a la vida mirando hacia el cielo.

9. Aprendí muchísimo (cosas completamente inútiles y otras no tanto)
Para empezar, quiero que sepan que WordPress (que es la plataforma que le da forma a este blog) me hizo llorar más de una vez. A veces siento que tuve mucha suerte de empezar a bloguear cuando la gente estaba fascinada con Fotolog y Myspace: no tenía idea de todo el trabajo que me esperaba por delante y lo hice sin ningún tipo de ambición. Fui aprendiendo a medida que las cosas se iban desarrollando y las necesidades surgiendo. (Piensen que cuando yo empecé a escribir, ¡no se podían subir fotos al blog!, y cuando finalmente se pudo iban al comienzo o al final de la nota, lo que hacía que todo se viera como un choclo desordenado…pero la gente leía igual).

A nivel bloggeril, tuve que aprender primero de blogspot, a editar fotos, a subirlas, a subir videos, a elegir buenas url. Después migré de plataforma y fue empezar toda otra vez: me sentí como mi abuela frente a un celular. Aunque de eso ya pasaron años a veces tengo problemas y cuando un colega me da la solución me da vergüenza decir que no entiendo un soquete de qué está hablando. Programación, SEO, CCS, HTAcces, SearchConsole, Photoshop, InDesign, Flash…no sé, yo quería escribir y que las cosas se vieran lindas en pantalla (o en papel), pero sin querer tuve que ir aprendiendo de a poco a resolver cosas en contextos surreales (como el día en que se rompió la tienda virtual, yo estaba en Kenia y mi programador de retiro espiritual en algún lugar de México). Por eso decía, agradezco la ignorancia inicial. No sé si tendría el coraje y la voluntad de empezar de cero si tuviera que hacerlo ahora. Suerte que no tenía idea y que cuando me tocó meter mano o sentarme a mirar tutoriales ya estaba muy metida en el baile como para abandonar. (Y ni hablemos de todas las cosas que aprendí viajando).
10. Crecí un montón
Si diez años después te vuelvo a encontrar en algún lugar,
no te olvides que soy distinto de aquél pero casi igual.
Diez años no vienen solos y aunque las canas pasan parte y ya no tengo las facciones aniñadas de cuando recién empecé, tengo una sonrisa una década más amplia. Como decía antes, ni sé calcular todas las cosas que tuve que aprender en estos años, pero tengo una certeza absoluta: viajo mejor, escribo mejor, saco mejores fotos y soy mucho más feliz.

Pasé de ser “la hippie” “la oveja negra” “la rara” que todos pensaban que se iba a morir de hambre (no exagero chicos, mi mamá una vez me dijo si yo pensaba criar a mis hijos en una carpa de circo), a ser una persona más que vive de su profesión, y a la que a veces entrevistan o sale en la tele. Publiqué libros, colaboré con revistas que antes coleccionaba (ni se imaginan la felicidad cuando vi mi nombre en una National Geographic de viajes), me subí a más aviones de los que puedo contar y hasta empecé a dar talleres de escritura (y descubrí que eso me hace muy pero muy feliz). En 2015 una agencia de marketing colombiana me convocó a formar parte de su staff, y jamás podré agradecerles lo suficiente: fui blogger oficial de la aerolínea Avianca durante casi cinco años, trabajé con cadenas hoteleras de primer nivel, fui protagonista de una serie emitida por Youtube (y ya tenemos una agenda llena para 2019) y me llené de experiencias magníficas con un grupo que se volvió una especie de familia viajera.



Soy distinta que ayer porque ya no tengo la incertidumbre de cómo vivir una vida que me llene (también entendí que en ese camino hay que descartar muchas expectativas ajenas) pero casi igual porque mis pasiones no cambiaron, porque aunque tengo diez años más encima sigo entusiasmada como el primer día con todo lo que puede llegar a venir (quizá dentro de diez años vuelve a celebrar no tener ni la más mínima idea de lo que me espera).

Crecí, decidí, aprendí. Tuve que lidiar con la frustración, con el miedo de estar viviendo en una burbuja (después entendí que si es así, mientras la burbuja no se pinche ni me nuble la perspectiva, bienvenida la flotación), con no tener parámetros de los que agarrarme (¿voy bien? ¿cuál es el próximo paso?). En estos diez años de blog construí y deconstruí mi trabajo las veces que fue necesario y no hubo un solo día en que no me preguntase “qué hubiera sido de mi vida si ese 12 de octubre no hubiese llovido, si no hubiera estado sola, si no hubiera hecho un clic”.



Me imaginé un sinfín de posibilidades, pero nunca ninguna me gustó tanto como esta. Por eso, gracias, y no me voy a cansar de decirlo: gracias a todos los que están acá desde hace rato, los que leen y comentan y recomiendan y sacan y suben fotos de mis libros, los que se comparten en mensajes que me sacan lágrimas de emoción, los que me abrazan como si nos conociéramos de toda la vida (a lo mejor un poco sí). Gracias a los que confían en mis textos, se animan en el taller, comentan en los post, reclaman cuando paso tiempo sin escribir. A todos los que siguen preguntándome “para cuándo el libro de África” (tengo yo más ganas que ustedes). A los que tratan mi trabajo con respeto y creen, como yo, que vale la pena. Feliz década blogueada.
Ganar el premio Bitácoras es una pasada, aunque no me extraña, escribes muy, muy bien.
Saludos
Gracias!!!
Felicidades en diez años para tu blog! Me encanta tu estilo de escritura! Es muy interesante y me disfrutó lee tu blog. Espero que una dia yo puedo ir muchas países como tu. Parace tu hacia aprender mucho y es muy feliz, asi quiero tratar viajar más cuando yo puedo, incluso si no saldo del país inmediatamente.
Es la primera vez que te leo y ya te respeto. Tu estilo para escribir me encantó desde que empecé y no es normal que esto pase.El día de mañana me iré a un pequeño camping con la familia y encontré este blog navegando en busca de ideas para acampar; lo que encontré, sin embargo, fue la intención de viajar más y algo que leer antes de emprender un viaje. Muchas felicidades por tus logros.
Muchas gracias Alejandro!