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De riquezas que no cotizan en la Bolsa

El viernes por la mañana, como síndico que es, nuestro anfitrión da una misa en su idioma, a la que asiste buena parte de los miembros de la comunidad. Cuando hubieron cantado todo del repertorio en las que la Virgen y Arutam ocupaban el papel protagónico, fuimos debidamente presentados ante la mirada suspicaz de todos, en especial de las mujeres. Debimos dejar en claro que no éramos ni turistas, ni gringos “cortacabezas”.

Por más irónico que suene, lo cierto es que mientras nosotros temíamos perder la nuestra en sus manos, ellos temían que viniéramos en busca de algún mercenario que nos vendiera a buen precio cráneos shuar recién cortados y reducidos. Este rumor-tabú se dice en voz baja, y aunque se supone que existe de hecho un mercado negro de cabezas reducidas, nada es lo que se sabe con certeza y mucho suponen que se trató de hechos aislados que quedaron en el tiempo. Aún así el miedo existe, y para algunos representamos una posible amenaza que debemos eliminar, explicándoles nuestra misión. Lo que me agrada del pueblo shuar, es que a diferencia de las culturas andinas, no son gente sumisa o que hable por lo bajo. Los shuar se imponen, tienen inclusive una palabra específica para nombrar la postura erguida del hombre y el verbo que implica adoptarla, y cuando quieren saber algo lo preguntan con un tono inquisidor al que no es fácil hacerle frente. Así, cuando Pascual termina de presentarnos y nosotros tomamos la palabra intentando transmitir confianza y ganarnos su simpatía, un hombre nos enfrente y nos pide enérgicamente que expliquemos el impacto ambiental.

Naturalmente estamos en una comunidad consiente de la situación a la que están expuestos, y quieren que alguien les explique lo que las multinacionales no les dicen, lo que está detrás de la promesa de “autos del año”, casas de concreto y celulares último modelo. Por eso cuando les contamos de los desastres de las minerías a cielo abierto, lo que pasó en Andalgalá y que la gente de Esquel no permitió gracias a estar unidos como pueblo, los shuar prestan atención y abren sus oídos a imágenes que difícilmente puedan imaginarse, rodeados de tanto verde. Pero se interesan, quieren ver fotos, y regañan enfáticamente a su síndico por no haberle avisado antes, para convocar a más gente. Después de charlar les prometemos fotos para la noche y les preguntamos en qué podemos ayudarlos. Se reúnen, debaten en voz baja (aunque si lo hicieran a los gritos no podríamos entenderlos), y finalmente nos informan: necesitan una computadora para preparar a sus niños y que puedan seguir estudiando en la ciudad después del primario, y útiles escolares para los niños huérfanos. Eso último me sorprende, no por la necesidad, sino por el estatus de las criaturas. Claro, hablando luego comprendo la infinidad de riesgos a los que una mujer se expone al dar a luz, y Rosana misma me cuenta cómo sus primas han muerto simplemente por no poder expulsar la placenta, o por no recuperarse del parto. Así, muchas son las criaturas que viven con un solo padre, o que son criadas por tíos o abuelos.

 Pero volviendo a las necesidades, nos comprometemos a garantizar los útiles, y a hacer todo lo posible para conseguir la computadora. Pascual explica en español y frente a todos, que la educación es la herramienta más efectiva que tienen para no dejarse seducir por engañosas tentaciones y defender su tierra (y la de todos, por cierto). La tecnología les exige además estar al nivel de la situación, y en ocasiones se encuentran con la necesidad de tener un procesador de texto para presentar escritos a los abogados que los defienden por la vía legal.

Aunque la tradición guerrera no se ha perdido, los shuar se defienden de manera pacífica, incluso a costa de quedar frente a la fuerza policial que no sabe de protestas apacibles. Si quisieran, podrían expulsar al enemigo con armas silenciosas, capaces de disparar pequeñas flechas con veneno mortífero, y salir airosos en su propio terreno. Pero prefieren las vías de nuestra sociedad, que los ponen en inferioridad de condiciones y en la mira de “gente civilizada” que los tilda de ignorantes y hostiles…

Por mi parte, pienso en días anteriores, en las ideas que tenía sobre esta gente y me siento tan afortunada de haber tomado la decisión correcta, de haber venido a compartir y a aprender, y de tener la capacidad de adaptarme y disfrutar con todo mi ser esta experiencia tan única. Me siento tan bienvenida, que por primera vez deseo con fuerza poder retribuirlos, dejarles algo más que un recuerdo, quiero poder ser parte de esta historia y defender esta tierra a la par de ellos.

Por la tarde salimos en un paseo familiar cuyo fin es visitar una laguna con caimanes, así como lo escuchan (ja, perdón papá!). Vamos con casi todos los miembros de la familia, bebé incluido, Pascual a la cabeza. Si las salidas con Cristian habían sido instructivas, este paseo fue como una wikipedia recitada, en donde cada planta, hoja y tronco tiene un nombre, una función y una historia que naturalmente permanecen en mi memoria menos tiempo del que yo desearía. Somos alumnos atentos, Pascual un maestro aplicado.

La forma en que nos tratan, tan amablemente, tan hospitalarios y tan pendientes de nosotros, hacen que nos sintamos seguros y familiares. Mientras las nenas avanzan a paso firme, nosotros vamos lento, con vértigo y temor a resbalarnos. Pascual está siempre al pie para ayudarnos, las nenas me dan la mano para que no caiga. El paseo se convierte entonces en el atractivo principal, y como siempre sucede en los viajes, el destino termina siendo la excusa. Vemos sólo un caimán, pero regresamos satisfechos.

Y cuando pensamos que lo habíamos hecho todo, Cristian nos invita a ir al río, y naturalmente decimos que sí. Mientras él y su hermana se mueven como sirenas, nosotros permanecemos torpes en la orilla. Y yo sentada ahí en el Mangoziza sobre una enorme piedra, siento estirarse mi alma y crecer mi riqueza. Yo puedo contarla en historias, puedo sentir cada vez que gano, cada vez que crezco. Puede que nunca vuelva a Tsunki, pero me emociona saber que al menos una vez en la vida, mis ojos admiraron este paisaje, mi corazón latió con el ritmo de la selva y mis manos se enlazaron con los de esta familia. Y me siento honrada.

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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