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De ladrón a caballero

Corría junio del año 2010. Eran mis últimos días en Buenos Aires y, mientras terminaba de organizar la mudanza y resolver asuntos burocráticos, aprovechamos el tiempo para hacer las últimas visitas a nuestros amigos. Una noche, al regreso de uno de esos encuentros, sucedió lo impensado. Habíamos ido a cenar a la casa de unos familiares de Juan. Al momento de volver, Jorge, el tío, nos acompañó unas cuadras hasta la avenida, y se quedó charlando. Estábamos esperando el colectivo, cuando en la esquina doblaron tres flacos y nos la vimos venir. Era cerca de media noche, y estábamos en Rivadavia al 200 mil más o menos, en una de esas zonas donde no se recomienda estar, pero no teníamos mucha opción. Eran tres encapuchados, de unos veinte años, que enfilaron derecho hacia nosotros. Uno de ellos, el que estaba más alterado, encaró directamente al tío de Juan, mientras que los otros dos vinieron hacia nosotros. Aunque todo eso pasó muy rápido, en mi mente se juntaron diez mil pensamientos a la vez. No tenía cartera, ni plata, ni nada de valor. A lo sumo, podrían robarme las zapatillas, y no valían gran cosa. Juan venía con la mochila chica encima pero como la había traído con el pullover adentro, que ahora llevaba puesto, solamente tenía las llaves de mi casa. Igualmente, me puse muy nerviosa. No solamente por el hecho en sí, sino porque ante estas situaciones, Juan suele darme más miedo que los propios ladrones. Se le desfigura la cara, se pone violento, y aplica la técnica del pez globo: a su 1,96 m. de altura, le suma el movimiento frenético de sus brazos y una respiración impaciente. Nunca sé cómo va a reaccionar.

Probablemente muchos de ustedes conozcan al tío de Juan. Hace unos diez años (tal vez un poco más), desfilaba por todos los canales de televisión, haciendo gala de su destreza. Jorge Vuelta es el famoso hombre que habla (y canta, y toca la guitarra) para atrás. Es decir, no cambia el orden de las sílabas al estilo “al vez-re”, sino que invierte el total de las letras. Para comprobar qué fue lo que realmente dijo, basta poner el tape, pasarlo al revés, y escucharlo. Al margen de esta particularidad, el tío de Juan tenía esa noche un aspecto digno de Enrique el Antiguo: pantalones pinzados, campera rompeviento, bigotito prolijo y raya al medio peinado con gomina, lo que lo convirtió en el blanco fácil del ataque.

De los dos que estaban con nosotros, uno miraba alternativamente hacia el suelo y hacia los costados. Además de los autos, no había nadie en la calle. El otro, que se hacía el simpático y estaba muy calmado, empezó por pedirnos un cigarro. Alterado, y sin bajarle la mirada, Juan le dijo que no fumábamos. Mientras tanto, Jorge estaba acorralado contra los paneles de la parada, por un pibe chorro bajo los efectos de alguna sustancia. Lo único que se le entendía era “dame la campera, loco. Dame la campera”. Jorge, entre los nervios y el susto, intentaba desprenderse el abrigo pero se le había trabado el cierre.

– No te preocupes, no pada nada. Mi amigo está un poco puesto. ¿Nunca te pusiste vos? – me preguntó el simpático.

– No, la verdad que no.

– Bueno, quedate tranquila. Ya en un toque nos vamos. No les vamos a hacer nada. Y vos, boludo, dejate de joder. Vámonos a la mierda.

El “puesto” reaccionó ante las palabras del amigo y cambió de estrategia. “Vaciate los bolsillos”, le ordenó a un Jorge Vuelta que apenas lograba articular palabra. Jorge metió las manos en sus pantalones y ofreció el botín con resignación: un pañuelo a rayas, un botón huérfano, unos caramelos ½ hora, unas monedas de 10 ctv. y una moneda de chocolate, esas que vienen envueltas en un estridente papel aluminio imitación oro. El destello de la golosina encandiló al pibe. “Eeeeeeeeeeee alta moneda locoooo” Y sirviéndose de las manos de Jorge lo que más le había gustado, tomó la moneda y me la puso en la mano. “Un chocolate  pa’la dama”, me dijo, dedicándome su mejor sonrisa y guiñándome el ojo. Agradecí a carcajadas nerviosas. No podía creer lo inverosímil de la escena. Jorge guardó el resto de sus tesoros en los bolsillos. Antes de despedirse, el pibe simpático le palmeó la espalda a Juan y le dijo:

 – ¿No tendrás una moneda loco, aunque sea?

– No, hermano. Estamos secos. Nosotros viajamos a dedo, ¿no ves la pinta de hippies que tenemos?

– ¿Posta? Naaaaa locooo ¡qué zarpado! Yo siempre quise viajar a dedo ¿Y de dónde venís ahora?

– De La Quiaca, vine para conocerla a ella y ahora nos vamos de viaje los dos hasta Ushuaia.

– No loco, pará. Pero no te vas a ir a dedo desde acá, es muy jodido. Tomá unas monedas pa’l bondi.

Y, aunque les dijimos que no hacía falta, entre los tres juntaron lo suficiente para el pasaje, y nos frenaron el colectivo.

 Arriba de un micro que no era, le explicamos al chofer y viajamos unas cuadras hasta zonas más seguras. Me temblaban las piernas, pero no podía dejar de reír. Tremenda fue la sorpresa cuando, al llegar a casa, descubrimos que en la mochila también estaban nuestros dos pasaportes y todos los dólares que habíamos logrado reunir antes del viaje. Esa misma tarde había ido a cobrar mi liquidación, y tras pasar por el banco, había olvidado dejar el sobre en casa.

De todo esto me acordaba la otra noche cuando leía este artículo en Internet. No sé si lo que nos salvó fue la “tranquilidad” de ignorar lo que estaba en riesgo, el confesarnos mochileros o los códigos de esos pibes. A lo mejor tuvimos suerte, a lo mejor les caímos bien. El caso es que, cada vez que alguien me pregunta si no tengo miedo, o si alguna vez me robaron, lo primero que se me viene a la cabeza es esta anécdota. No me sale contar la experiencia frustrante de cuando me robaron absolutamente todo en Venezuela, o de esa vez que nos quisieron carterear en Barcelona. Supongo que si tengo que ser sincera, me han querido robar más veces en Buenos Aires, viviendo una vida “normal”, que estando de viajes. Lo importante, supongo, es poder sacar algo de la situación. En este caso, al menos, me llevé una historia.

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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