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Crónicas de una reVuelta (parte II)

18 de julio de 2012

El paso de Jama me resulta un total engaño. No sé qué me esperaba, pero supongo que aunque uno no se haga ilusiones, haberlo visto tantas veces en el mapa, tan chiquito, apenas representado con dos líneas imperceptibles, me había hecho pensar que era cuestión de cruzarlo y ya. Sin embargo, por delante quedan más de 100 km. hasta llegar al puesto fronterizo patrio. ¿De quién son todas estas tierras? Si yo nazco acá (pobre de mí con este frío), ¿soy chilena o argentina?

El camionero interrumpe mis dilemas limítrofes con nuevas historias de mochileros narcos. Juan abdicó ante el sueño. Debe ser una de la pocas veces que lo veo dormirse arriba de un vehículo. El paisaje es bello. Los amarillos resaltan con la luz del sol, algunas llamas corretean esbeltamente y rastros de nieve aleopardan el suelo. Todo me parece hermoso, hasta la ansiedad que tengo por volver a sellar mi pasaporte por última vez en este viaje. Pero Alberto insiste.

Empieza preguntándome por el viaje, en tono simpático. Yo no tengo ganas de hablar. A decir verdad, soy mala para estas cosas. No puedo fingir. Juan siempre encuentra temas de conversación, puntos amenos, intereses en común. Siempre. Y lo hace con una sonrisa. Yo no. Y si no tengo ganas de hablar, peor. Pero teniendo en cuenta lo que acabamos de pasar en la aduana y que el señor no parece de mal humor, saco de la galera alguna historia caribeña que amenice el frío andino. No tiene sentido: todos los caminos conducen a Roma (osea: al crimen). Mira nuestro pasaporte y se alarma porque “tiene muchos sellos y no los van a dejar pasar”. No quiere escucharme, lo que en realidad está buscando es la manera de decirme lo buena persona que es él por estar llevándonos. Y no tiene una, tiene quinientas historias de camioneros que fueron presos por levantar mochileros que transportaban cocaína, o marihuana, o chicas secuestradas, o extraterrestres robados a la NASA. ¿Usted me ve cara a mí de estar secuestrada? A la cuarta historia se me suicidan las pocas pulgas que tengo. Si quiere revisarnos el equipaje, frene al costado que desempacamos no tengo problema. Pero sino hablemos de otra cosa porque ya me estoy aburriendo. Y Alberto se sorprende y me halaga por ser educada. Se ve que algunos de ustedes tienen estudios (?). Yo me pregunto para qué corno nos levantó.

paso de jama

Los tramites de Aduana se pasan rápido. No sé por qué, pero nunca me pongo tan nerviosa en ninguna frontera como en la del propio país. Y si a eso le sumamos la ANSIEDAD, así con mayúscula, de volver a estar en Argentina…

Esperamos a nuestro camión en una YPF cercana, tal como habíamos quedado. Es tan, pero tan extraño volver a ver en las góndolas las golosinas de siempre, nuestras galletitas (esas con las que había fantaseado tanto!), que no puedo resistir la tentación, y me doy una bienvenida con un paquete de 9 de Oro. Me abstendré de hacer comentarios respecto a los precios, pero digamos que esa sensación de “me están robando a mano armada y con una sonrisa” también fue señal de estar de nuevo en casa.

A esas latitudes, en lo más remoto de nuestra tierra, yo estoy volviendo a casa. Pero no quiero seguir con el camionero “Crónica TV”. Faltan al menos tres días de viaje, y lo último que pretendo es quemarme el cerebro innecesariamente. Además, el señor se está demorando demasiado. Decidimos entonces jugar nuestra suerte con los pocos vehículos que pasan por la estación de servicio. No creo que tengamos suerte, pero…

De una Cherokee increíble se asoma una cara amigable con barba cómplice. No, no es el típico empresario que esperaba encontrarme. Juan habla atolondrado, le muestra la carpeta, no lo deja intervenir. Cuando finalmente respira, el conductor le dice: “Sí, si yo siempre llevo mochileros. Estamos un poco apretados, pero nos acomodamos. Nosotros vamos a Buenos Aires”. A Buenos Aires. ¿Podemos tener tanta suerte? ¡Sí, podemos! Maxi y Mara vienen de hacer un viaje de un mes, y el auto rebalsa de bultos, pero aún así logramos acomodarnos. No es la primera vez que llevan mochileros, lo que es un alivio que se traduce en no tener que responder las mismas preguntas de siempre. Ellos ya entienden lo que hacemos y pasamos a otra cosa.

salinas grandes de jujuy

Hacemos noche en Susques, un pueblito perdido antes de llegar a Purmamarca. El frío es descomunal. Odio el invierno. Juan tiene fiebre y yo apenas me puedo mover. Hace tanto frío que por más que el agua salga hirviendo, llega al cuerpo tibia. No me importa, estamos en casa. Me meto en la cama a mirar tele, y cuando me golpean lo primero que pienso es en los chicos. Seguro que quieren arreglar para ver a qué hora salimos mañana. No. La recepcionista me dice que hay un señor que me busca. En el comedor, Alberto espera que le traigan la cena. Me dice que cuando nos encontró pensó que nos había detenido migraciones (y daaaaaaale con lo mismo). Le digo que casualmente yo pensé lo mismo de él, que se demoró una eternidad. Me invita a sentarme y me pide un te. No quiere cenar solo. Me dice que ni bien termine podemos seguir viaje. Me excuso, le digo que mi marido está con fiebre, y que ya hemos pagado la pensión. Se queda pensado en mis palabras, y como si no hubiera entendido bien, me pregunta si Juan y yo estamos casados. Le digo que sí, y sonríe. Me dice que él miró el libro de huéspedes, vuelve a sonreír, y que ahí nos encontró. El libro de huéspedes lo acabo de completar yo, y sí, puse que somos solteros, que es la verdad. Se ve que Alberto me descubrió la mentira, porque empieza preguntándome cómo vamos a hacer para seguir viaje, y mientras forcejea con el bife que le han traído empieza a dar vueltas con sus palabras. Se lamenta por haber sospechado, le echa la culpa a la altura que lo hace pensar cualquier cosa, y me pide que no me vaya a tomar a mal lo que tiene para decirme. Acto seguido saca una birome y un papel, y me anota sus teléfonos. Me dice que soy una mujer muy inteligente, muy linda, y que le gustaría tener más amistad conmigo. Me pide que lo llame. Yo no doy crédito a la escena. (El camionero me está queriendo levantar????). Sí, el camionero me está tirando los perros sólo porque vio que no pasé por el Registro Civil.

El termómetro del auto marca -6° a las 10 de la mañana y ya estamos listos para salir. Yo vuelvo a agradecerle al universo por habernos mandado a Mara y a Maxi. No solo vamos a llegar a casa rápido, sino que además vamos a ir paseando por lugares que no conozco.

purmamarca

juan y yo

Almorzamos en Purmamarca, somos víctimas de un piquete tabacalero (que nos afecta a nosotros y a tres o cuatro autos más) y llegamos a dormir a Salta. A mí me parece mágico volver a pasar por esta ciudad. Es como cerrar el libro de esta aventura. Acá comenzó todo, y por acá pasamos ahora, terminando este viaje. Adoro Salta.

A partir de aquí el paisaje se va haciendo más amigable. Maxi maneja tranquilo. Vamos disfrutando de este road-trip improvisado en donde no faltan los bizcochitos ni los mates. Entramos a la ciudad de Santiago del Estero solo para comprobar que lo más interesante es un sanguchazo que uno se puede comer en el comedor homónimo, y esa noche dormimos en Selva, casi casi provincia de Santa Fe.

Cuando los carteles empiezan a anunciar Rosario, yo ya puedo oler el asado que mi papá va a preparar para festejar la llegada. A nuestro alrededor el verde regresa por encima de mis hombros, mis ojos vuelven a perderse, y ahora sí se que nos estamos acercando a casa. Eso es algo que siempre pienso. No hay paisajes ruteros que se parezcan a los nuestros. Si un día me despierto con amnesia en el medio de un camino nuestro, no voy a tardar en reconocer a mis queridas pampas, a su libertadora llanura que no retiene mis ojos. No hay verdes como estos…

piquete

Después de seis días de viaje, seis vehículos y más de cuatro mil kilómetros estamos llegando a casa. Después de quince meses fuera del país, doce países y muchos pero muchos kilómetros a dedo (aún no saqué la cuenta), estamos llegando a casa. Cuando veo el parador de San Nicolás, siento que fue ayer la última vez que lo vi.

Vamos derecho a la casa de mi papá, y con la complicidad de Mara y Maxi planeamos un reencuentro sorpresa. Mi familia nos espera en una semana, y ni sospechan de nuestra llegada. Aunque el plan no salió exactamente como esperábamos, la sorpresa de la llevaron igual…

Maxi estaciona la camioneta en el garage de la casa de mi viejo y toca timbre. Los vidrios polarizados nos esconden, y vemos como Maxi se anuncia por el portero imitando un acento chileno increíble. Pregunta por mi papá. Mi viejo se asoma desconcertado, y Maxi le dice que trae un paquete desde Chile de parte mía. Mara baja el vidrio un poquito y asoma su cámara de fotos para poder filmar la escena. Nosotros no podemos esperar a que mi viejo se acerque, pero lo que desde adentro se ve como el plan perfecto, desde afuera desata una paranoia. ¿por qué? Porque mi papá leyó ayer en Facebook que acabábamos de entrar a Chile (ojo, no es que yo lo haya escrito el día anterior, es que él lo leyó en ese momento, y como aún no terminamos de entender la dinámica de FB…). Por lo tanto, mientras yo contengo mi ansiedad, mi viejo dispara para adentro, le pide a su mujer que cierre todo con llave, lo manda a mi hermano al patio y sale ca**do en las patas, porque “en la entrada hay una camioneta de vidrios polarizados, alguien nos está sacando fotos desde adentro, me dicen que tienen algo de Laura y hay un vivo que se está haciendo el chileno”. Sí, mi papá se pensó que lo iban a secuestrar. Así que mientras yo en mi mente miraba el programa de Franco Bagnato y Sorpresa y ½ a la vez, mi viejo se había puesto un zapato de Bruce Willis y uno de Silvester Stallone, pensando que ni bien asomara la nariz iba a aparecer Bin Laden en plan de vengar a Villarino, no sé, y meterlo encañonado a la camio. Osea…(quién te va a secuestrar a vos, papá???’, por dios!!!). Cuando mi viejo sale, pálido y a la expectativa, Maxi le pide que por favor abra la puerta, porque el paquete era muy pesado. En la mente de mi papá, del otro lado iba a estar el temido enemigo con una AK-47 apuntandole a la nariz. Pero no, estaba yo. Bu! Y mi viejo tarda quince segundos en que el alma le vuelva al cuerpo, en reconocer que estaba yo en la puerta de su casa, que no había peligro (porque nunca lo había habido) y me descostilla de un abrazo sinónimo de alivio en el más alto sentido de la palabra.

En Purmamarca se ve más inofensiva…

Lo que sigue es una secuencia de abrazos, llantos y sonrisas (porque después hubo que calmar Inés y a mi hermano, convencerlos de que Maxi y Mara no eran dos narcos, darle la sorpresa a mi mamá, ir a comprar la carne para el asado, sorprender a mi abuela y comer, comer (oh, si), comer y comer. De las cientos de veces que me había imaginado este momento, nunca todo había sido tan de película flashera como esta. Y ahí estábamos, en familia, los míos con los tuyos y los nuestros (porque en mi casa es así).

El fin de esta vuelta Sudamericana ya tiene escenas y nosotros estamos de vuelta. ¿Vamos a seguir viajando? Sí, toda la vida. Ahora nos quedan unos siete u ocho meses para escribir el libro, disfrutar la familia y volver a salir. ¿A dónde? Ni idea, al mundo. ¿Vamos a seguir con el Proyecto Educativo? ¡Obvio! Así que los invitamos a que nos inviten. Si saben de alguna escuela, escríban. Queremos compartir con nuestra gente todo lo que venimos haciendo hasta ahora. ¿Van a quedarse en Buenos Aires? No, vamos a estar en San Nicolás, una ciudad a 250 km de capital, que no es lo más lindo del mundo, pero es donde me toco nacer, que le voy a hacer… vamos a tener espacio así que pueden venir a visitarnos!

Y antes de cerrar, quiero agradecer a Pau y a Victor por el aguante en Lima, donde se puede decir que empezó este regreso; a los cuatro conductores que nos llevaron hasta el encuentro con Alberto; a Alberto, que a pesar de estar paranoico y de tirarme los perros nos hizo cambiar de rumbo y llegar más rápido; a Mili Gallo y a su hermano, por recibirnos en Salta; y a Maxi y Mara por ser el último eslabón de esta gran cadena de vehículos. Con ustedes, La Maga se jubiló. Gracias.

Y gracias, por supuesto, a todos ustedes que hacen de este blog un ida y vuelta. Los viajes no se terminan…recién empiezan.

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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