09 de julio de 2012
Juan me dice que falta poco, pero el cielo de Lima me afirma exactamente lo contrario. Está violeta, y yo lo amo. Y no me importa que las noticias que me augure no sean las que quiero, porque después de todo, un cielo violeta no es algo que uno vea todos los días. O todas las noches.
Llevamos más de dieciocho meses dando vueltas, barrileteando, vagabundeando, caracoleando. Yo ya quiero estar en mi casa. No es que me muera de ansiedad de ponerme un par de botas y entrar a la oficina. Al contrario, lo que quiero es volver a tener ganas de viajar, porque siento que se me cansaron los ojos, que llené los frascos de mis pupilas, y que necesito aburrirme de mi ciudad para volver a sentir curiosidad, para tener hambre de nuevo. Ahora, no me importa que tenga Cajamarca a un par de horas de distancia, ni que vaya a ser esta la segunda vez que me voy de Lima. in conocer la Plaza de Armas, lo que pienso en estos días es que tengo ganas de tener un placard. Sí, un placard. Me cansé de tener que meter la mano en el tubo amorfo que es mi mochila, como quien saca papelitos para un sorteo. Quiero ver mi ropa apiladita, tener una planta de albahaca que regar en mi cocina, y muchos estantes donde desplegar mis libros, esos libros que –pienso en este momento- deben seguir encajonados en la casa de mi mamá. Ahora tengo sed de sedentarismo, y no me importa.
Juan deambula por el departamento de Lima tropezándose con sus ideas. Juan es así, y hay que aprender que aunque uno lo vea apenas provisto con La Maga y su mochila más chica, en realidad las cosas invisibles que lo rodean son incontables. Siempre está sobreviviendo a una estampida de ocurrencias, de planes, de conceptos. Y estampillas, porque Juan tiene una pasión inentendible (para mí) por esos papelitos dientudos que vienen en los sobres. Pero yo lo amo, estampillas incluidas. A veces, sin embargo, reconozco que su malón de ideas sería más llevadero si aprendiera él a dominarlos. Hoy por hoy, pasa al revés.
Yo me quiero ir a mi casa. Faltan dos semanas para la fecha prometida, sólo que esta vez, son quince días de verdad. ¿Qué son quince días de viaje a dedo en una travesía de casi quinientos cincuenta? No son nada, y son todo. Yo miro el mapa carretero y trato de fijar paradas, calcular días y kilómetros y hacer todas esas cosas en vano que uno, que ya tiene buena experiencia con el pulgar, debería saber que no sirven para nada. Si pudiera teletransportarme, no lo pensaría. Sería más fácil que colarse en un avión, y más rápido también, pero sé que voy a tener que ponerle el pecho, kilómetro a kilómetro…
El viernes 22 de junio salimos a la ruta, y tres horas después estamos a bordo de un bus directo a Tacna que, creo yo, me lo mandó Ganesh para aliviar mi fatiga. El viaje se me empieza a hacer más corto. Mientras dentro proyectan una película de Disney situada en el planeta Marte, el espectáculo de la ventanilla no dista demasiado de lo que transmite la pantalla. El paisaje desértico del sur de Peru, sus dunas grises y los kilómetros de nada me recuerdan a un año atrás, cuando veníamos haciendo esa misma ruta, con la ansiedad de llegar a Lima. Es curioso como todo es relativo: la primera vez que salí con la mochila, allá por el 2008, llamé a mi familia desde Lima para anunciar que había llegado al final de mi viaje y que me estaba volviendo. La sorpresa de decir: “te estoy llamando de Perú” fue total, y yo percibía que esa lejanía de kilómetros agrandaban mi aventura. Ahora miro el mapa, y aunque reniego de la liviandad de sus palabras, sé que Juan tiene razón: falta poco. Estamos cerca, ya casi llegamos.
23 de junio y volvemos a cruzar la frontera Perú – Chile, transportados por una pareja de padre e hijo, ingenieros, que trabajan para hacer de ese puesto fronterizo “un paso modelo que pueda reproducirse en todas las fronteras a nivel nacional e internacional”. Hablan con orgullo y un poco de esperanza. El nivel de la infraestructura supone que van por buen camino. El desempeño del personal, no tanto…
Situación cruzando la frontera Perú – Chile:
Sra. de Migración: – ¿En qué vehículo vienen?
Nosotros: – En ninguno, llegamos a pie.
Sra. de Migración: – Eso es imposible. ¿En qué vehículo vienen?
Nosotros: – Viajamos a dedo. Un auto nos trajo hasta la entrada, y llegamos acá a pie.
Sra. de Migración: – Eso es imposible…¿En qué vehículo vienen?
Y así sucesivamente por quince minutos, hasta que finalmente viene el supervisor y concluye que caminar no tiene nada de ilegal. Volvemos a cruzar esa frontera a pie, de la misma manera en que lo hicimos hace un año, sólo que en opuesta dirección…
Una madre soltera que gana sus ingresos como agente de Lan y personal trainner nos hace lugar entre mantitas y sonajeros y nos deja en el punto exacto en donde parten los camiones. El césped invita a abrir esas latas de atún que traemos como firmes armaduras contra la economía chilena, pero la prisa apura. Basta con chiflarle a un camionero que espera el semáforo para estar sobre cuatro ruedas otra vez, ahora, con destino a Iquique.
Hace rato que no viajamos en camión, y la panorámica del asiento delantero es un aliciente para mi ansiedad. Tenemos como meta llegar hasta Santiago y cruzar por Mendoza. Los kilómetros en línea recta caen despacio, como las gotas de esa canilla mal cerrada en medio de la noche. No sé dónde vamos a dormir, pero va a estar fresco. El camionero regresa de transportar granadas y municiones para el ejército chileno. Dice que tienen que defenderse de las pretensiones de Perú, y que hay que estar alertas a Bolivia. Lo dice entre risas, y supongo que es porque en el fondo sabe que las pretensiones propias siempre fueron más entusiastas que las ajenas. Se lamenta de no tener un viaje largo, y nos despide al atardecer antes de doblar hasta Iquique.
Unos mochileros que hacen dedo en dirección opuesta me gritan si tengo papel, y yo les cruzo el rollo de higiénico. Ingenua. Se me ríen y me lo traigo de vuelta. No sé cómo pretenden armar un porro con el viento que hay.
Queda menos de media hora de luz, y hay que empezar a pispear donde armar la carpa. Hacemos dedo para llegar al próximo pueblo, pero no está fácil. El recinto de un monumento a la carreta no parece tan mala opción. De repente, un camionero frena allá adelante. No sé decir por qué, pero algo en su cara no me termina de convencer. Juan corre, yo rezo. No, no me arrodillo ni cruzo las manos. Instintivamente, en voz alta, empiezo a pedirle a Ganesh que nos permita un buen regreso a casa. Ganesh es un dios hindú con cabeza de elefante. Es, entre otras cosas, el protector de los viajes y los viajeros (él mismo viaja en una rata blanca, que es su vehículo), y desde que supe de su existencia, me cayó simpático y lo adopté. Y nunca me falla… Cuando finalmente llego al camión, la sonrisa de Juan le atraviesa las orejas: “Subite que este va hasta Campana”. Campana, provincia de Buenos Aires; Campana, Argentina; Campana, a hora y media de mi casa. Sí, de Iquique a Campana one way-nonstopover. Alberto es peruano y transporta unos caños medios raros que ni él sabe para qué sirven. Dice que son para la minera que hay en Campana, o una petrolera, o a lo mejor un gasoducto. No me importa. Quiero ir a mi casa…
Esa noche dormimos al amparo de un restaurant, mientras él hace lo propio en el camión. Ya nos han revisado los carabineros, aunque eso no parece haber disminuido la cuota de desconfianza que el chofer tiene con nosotros. Es contradictorio. Después de todo, él nos frenó, pero aún así no podemos liberarnos del estigma “mochilero: fumanchero/traficante/indocumentado/ilegal”. Pero bueno, uno no encuentra un express directo a su casa todos los días, y hay también que entender que los medios de comunicación se encargan de hacernos dudar hasta de nuestra propia sombra.
Al día siguiente calentamos motores antes del amanecer. Es 24 de junio, y si todo sale bien, hoy nos toca pisar suelo patrio. El plan de la L (de Tacna a Santiago, y de Mendoza a Buenos Aires) ya fue cancelado. Ahora nos toca el NOA, y si tenemos que verlo por la ventanilla, qué mejor que hacerlo por la de un camión. Alberto está un poco tenso. Le tiene pánico irracional a los carabineros. Yo pienso en el camionero anterior y sus municiones. Nos recalca y vuelve a recalcar que nadie puede saber que él nos está llevando, que los carabineros son esto y lo otro, y que él nos está haciendo un enorme favor al permitirnos que le demos compañía… Cansa, provoca y evoca la paciencia, pero allí estamos, a punto de volver a la Argentina.
Lo que sucede cuando llegamos al Paso de Jama, tampoco fue de gran ayuda (aunque la anécdota es genial):
Situación cruzando la frontera Chile – Argentina:
Carabinero veinteañero con tres pelos en la barba: -¿En qué vehículo vienen?
Nosotros, (exaltados por la vuelta): -¡Estamos viajando a dedo!
Carabinero veinteañero con tres pelos en la barba: -Entonces, po, no les puedo seiar el pasaporte. Consíganse un vehículo y después les seio la salida, po.
Nosotros (en tono de amigos): -Estamos viajando con el camionero que selló la salida recién. Sellanos que nos va a esperar allá en el cruce.
Carabinero veinteañero con tres pelos en la barba: -Si están viajando con el camionero, que venga y se haga responsable. Io así o no los pueo dejar pasar.
Nosotros (ya, calentando la marcha): -Es que no va a querer…les tiene pánico. Por favor, sellanos y nosotros nos vamos ya. Estamos volviendo a casa después de dieciocho meses y este tipo nos lleva a la puerta de nuestra casa.
Carabinero veinteañero con tres pelos en la barba: -Si el señor no quiere venir, po, entonces io no puedo hacer na.
Juan (ya totalmente sin pulgas): -Mirá, yo soy ciudadano argentino, tengo mi pasaporte en regla y no estoy llevando nada ilegal. No me podés impedir el paso. Viajo a pie, y si no nos sellás, nos vamos a pata. No podemos perder este vehículo.
Carabinero veinteañero con tres pelos en la barba (firme como un soldado): -Es que esto no es así. Nosotros somos los Carabineros Chilenos y tenemos nuestras regalas,po.
Juan (completamente descarriado): –Y yo soy Juan Villarino, y también tengo mis reglas.
Carabinero veinteañero con tres pelos en la barba (conteniendo la risa ante tamaña respuesta): – ¿Ah, sí? ¿Y las trajo por escrito?
Juan (en actitud “atájate esta, chileno con tres pelos en la barba”): -Por supuesto. (Y le planta un libro arriba del escritorio).
El carabinero mira el libro de reojo, aprieta los dientes para no largar la risa, nos devuelve el libro y sale a la caza del camionero, que ya se había dispuesto a seguir sin nosotros. Lo frena, le explica. Una chica que había visto la situación lamentándose por la falta de pochoclos intenta calmar al chofer, y cuando todos concuerdan en que no hay nada malo en llevar a este par de trotamundos, nos volvemos a subir al camión.
Carabinero veinteañero con tres pelos en la barba: -La próxima vez, me deja una copia de su reglamento, que me interesa leerlo con tiempo….
Mirale el lado positivo, varias veces en el cruce de Desaguadero en Perú a lo unico que estan expectantes los policias fronterizos es a ver a que mochilero desinformado le roban inventandose cualquier historia para coimearte o inclusive, si revisandote la mochila encuentran dinero, robandotelo en tus narices.
Sí, las fronteras son para despertar sentidos. En este viaje no sé ya cuántas veces hicimos tramites de migración, y nunca tuvimos un drama. Y siempre lo hicimos a dedo. No veo lo que pasó como un «problema», sino más bien como una anécdota. La primera, por la ridiculez del no entendimiento, la segunda por la reacción de Juan, porque el carabinero algo de razón tenía: son más de 100 km entre un tramo y el otro y el clima no da para hacerlo a pie. Pero salimos hechos!
Muy bueno. Me encantó!!
Jajaja que bueno el dialogo con el Carabinero veinteañero con tres pelos en la barba !!!
Pilar Documet Soto dijo en Face:
Salud Laura y Juan!!! abrazos….y que la magia los acompañe… besos y abrazos
jajaja…le hubiesen cantado»mi barba tiene 3 pelos»…por ahi les espantaban la mala onda…
Hola Lau…nos gustó mucho el relato! lo de meter la mano en un tubo amorfo no sabes como lo entendemos!!!!!!!!!!!!! genial lo del carabinero de tres pelos en la barba….felicitaciones por la gran travesía!!! y feliz regreso…
un abrazo grande a vos y a Juan!
Pau y Pato de Radio Mochila
Federico Gargiulo dijo en Face:
Qué buen ping-pong se armó al final!!! Nos vemos pronto muchachos!
jaja muy bueno el relato! me re enganchó! Que tengan buen regreso!!! saludos!
Los espero por el mio, un abrazo!
http://gambeteandoconladepalo.blogspot.com.ar/
Que lindo post! Me encanto. Que importante poder identificar cuando ya es hora de regresar a casa para, como bien decís «volver a tener ganas de viajar». Eso de «siento que se me cansaron los ojos, que llené los frascos de mis pupilas, y que necesito aburrirme de mi ciudad para volver a sentir curiosidad, para tener hambre de nuevo» es hermoso. Así que bienvenidos, y ya sea por casa o en la ruta esperamos encontrarlos y disfrutar de conocernos personalmente. Mientras tanto, desde donde sea los seguimos como sabemos que ustedes también nos hacen compañía.
A disfrutar del hogar, la familia, los amigos y de tener la ropa limpia y apiladita en el placard!
Maru y Martín
Me siento tan pero tan pero tan identificada con esa sensación de querer volver después de varios meses de viaje, con ese no-asombro ante los lugares después de haber visto miles… Vas a ver que lo mejor para querer viajar otra vez es volver a tu ciudad.
Me encantó este post, los diálogos y la respuesta de Juan al tres pelos, genial.
Tengo muchísimas ganas de conocerlos, así que cuando esté por Arg me voy para allá a verlos.
Besos y feliz regreso!
Sí Aniko!!! Te esperamos en San Nicolás para que conozcas una de las ciudades menos interesantes de la provincia de Buenos Aires!!! Pero bueno, seguro que podemos sacar un lindo post sobre eso! Ojalá nos veamos pronto!