“No es más que una aventura horrible –dijo, para mi sorpresa. La autentica emoción está en tu cabeza: el nombre de la capital, Ulan Bator. Nada de lo que había visto en realidad podía estar a la altura de la extraña promesa de aquellas nueve letras. Sacudió la cabeza, y dijo de nuevo lentamente: Ulan Bator…” Ken Jennings, Un mapa en la cabeza
A mí siempre me encantaron las palabras con una hache intermedia. Y cuando digo encantar, lo digo de manera literaria. No es que me gustaran mucho. Más bien me hechizaban al punto de necesitar repetirlas una, y otra y otra vez, hasta hacer desaparecer por completo su significado y quedarme con los sonidos desnudos. Y entonces ahí, en esa repetición amorfa intentaba encontrar el punto exacto en donde esa hache insonora se escapaba de los labios, del suspiro entre letra y letra, como un superhéroe invisible que había venido a separar a las otras dos. Almohada, alhaja, albahaca…
La magia no está reservada exclusivamente para la palabra Abracadabra. Todas tienen el poder de enamorar, de seducir, de conquistar. Las h intermedias no son el único ingrediente para el sortilegio. Para un viajero, los nombres estampados en un mapa ejercen un hechizo similar al del canto de sirenas. Basta con abrir un planisferio para dejarse mecer por esas promesas de paisajes imaginarios, y llevar nuestros anhelos de caminos por aquellos puntos cuyos nombres nos atraen más. A veces, la dulzura de un sonido puede estrellarse contra el desencanto de una realidad, como le sucedió al triste viajero que fue a Mongolia. Con el tiempo, uno se vuelve algo escéptico y aprende a esquivar falsos destellos. No obstante, hay nombres cuya brujería no sabe de antídotos. Así me pasó a mí la primera vez que sentí hablar sobre la Alhambra.
Estaba en una clase en la universidad, cuando la profesora comenzó a pasar unas diapositivas con fotografías nuevas y viejas del monumento, a la vez que explicaba la historia del lugar. Cada vez que ella decía la palabra Alhambra, la mezcla de elegancia y ruido metálico que del sonido se desprendía generaba en mí una curiosidad asombrosa, que por supuesto, se veía mucho más estimulada por aquellas imágenes de ensueño que desfilaban en la pared. Y, como tantas otras veces, me dije: tenemos que ir ahí.
Desde las estrechas calles del Albaicín, la sublime figura de la Alhambra se pierde en la neblina matutina. Hace un frío descomunal, y yo vuelvo a pensar cómo es que, siendo una soñadora habitual, se me escapan siempre este tipo de detalles. El viajero apasionado es un optimista irremediable. Uno busca siempre el paraíso, y es esa falta total de conciencia, la que hace que pequeños detalles completamente previsibles queden fuera de nuestro imaginario. El frío de Granada jamás pasó por mi mente, hasta hoy. Caminamos por callecitas empedradas y empinadas, entre casas hermosas y vendedores de chucherías árabes, y cuando se hace la hora de nuestro turno, tomamos un bus hasta la Alhambra. Siendo uno de los tres sitios más visitados de España, es casi imposible presentarse espontáneamente y conseguir lugar. Todo está planeado para que no entre más gente de la que el lugar puede recibir, y por ende, las entradas se compran con anticipación. La ventaja de haber venido en invierno es que la cantidad de personas alrededor es, dentro de todo, aceptable, y uno puede deambular por ahí y creerse su fantasía de ser viajero de otros tiempos.
Como esa hache que se filtra casi sin ser notada, la Alhambra está llena de ausencias presentes. No hace falta cerrar bien fuerte los ojos para saber que allí se vivieron vidas esplendorosas, de opulencia y poder. La Alhambra es en sí una ciudad fortificada, donde vivieron los reyes nazaríes y toda su corte, desde el SXII al SXV. Había casas, mezquita, escuelas, talleres y los infaltables baños (que aún hoy se pueden visitar). Había también jardines y fuentes, pájaros y ardillas, amores y odios. Y seguramente también había secretos, traiciones y más amores. Un tour guiado sería una buena opción para llenarse de datos y fechas. En cambio yo, prefiero pasear por estas calles y llenarme de sentidos, para, de tanto en tanto, levantar la oreja hacia alguna información que capte al pasar. Claro que el frío sigue desmenuzándome los huesos y que el sol hoy no se ha molestado en salir. Puede que tal vez por eso los rojos del otoño sean aún más intensos. A mí el clima me obliga a tener las manos en los bolsillos, lo que ayuda a contener el impulso de recorrer todo con las yemas de los dedos: desde la perfección de las tupidas ligustrinas hasta la delicadeza de los miles de versos del Corán que decoran las paredes de los que fueran aposentos del rey. “Solamente Alá vence”, oí a alguien leer o adivinar frente a una inscripción. Hacía tiempo que no recordaba la impotente sensación que implica no saber leer. Creo que los estrechos horarios de visita cuentan con ese detalle: si pudiéramos, serían horas eternas las que nos pasaríamos descifrando los mensajes que gritan estas paredes. Son presencias ausentes, que están allí, pero no para nosotros. A mí esas letras firuleteadas se me antojan firmamento, como un cielo de estrellas coránicas y perpetuas.
Han pasado ya más de cinco siglos desde que los Reyes Católicos tomaron España y expulsaron a los moros, terminando con más de 700 años de dominio árabe en la Península Ibérica. Que esta ciudadela se mantenga en pie, con sus aires de opulencia intactos, es un acto estoico. Ni las añadiduras renacentistas, ni su traspaso de mano en mano han logrado quebrantarla. Ni siquiera Napoleón, quien mandó a demolerla con explosivos logró eliminarla: la conciencia conservacionista de un soldado español lo llevó a desobedecer las órdenes y dejar en paz la fortaleza.
Desde la cima de una de las torres observo cómo la moderna ciudad de Granada contrasta con el microclima de estas murallas. La poca luz se empieza a esconder, y es hora de emprender el regreso. No puedo dejar de imaginar a qué sonaran estos rincones por la noche. Mientras descendemos a pie hasta el centro, para buscar el camino a casa, recuerdo las palabras de Jennings y sonrío al no sentirme parta de ese club de viajeros engañados por la musicalidad de algunos nombres. La Alhambra de yeso y azulejos es tan mágica como la que esconde una hache y estira la a, antes de seguir. Tal vez, incluso, es más.
Algo de info útil para visitar La Alhambra:
Las entradas para visitar la Alhambra suelen agotarse muy rápido, especialmente en temporada alta. Lo más recomendable es comparlas con anticipación. Para ello, conviene saber bien qué tipo de entrada es la que vamos a necesitar, según la visita que queramos hacer (puede volverse difícil elegir sin buena información) En este enlace pueden leer con detalle los tipos de itinerarios.
Para comprar las entradas pueden hacer clic acá.
Y si están viajando por la zona, les comparto este post con todas lo que hay que ver en Andalucía
hermoso lugar, hermosas fotos y muy bueno la forma como contas ….
Hermoso relato LAURA !!!, y preciosas las fotos, dan ganas de ir !!! (espero poder hacerlo algún día, mi abuela era de Málaga, que está cerca).
Gracias! una real y mágica crónica, con «H» o sin ella….. nuevamente gracias.
Sencillamente gracias por esta cronica donde practicamente nos llevas en las manos ocultas en tus bolsillos. Abrazos, Nena!
Hermoso relato Laura! me encanta como describis el lugar y las sensaciones. Lugar magico agendado para conocer!!
Que lugar no?, quedé impactadísimo por los «restos» moriscos en España, la Mezquita de Córdoba, La Alhambra….y llegué hasta acá buscando impresiones de éste sitio. Es mágica La Alhambra y se refleja muy bien…abrazo!
Me ha encantado tu reflexión sobre la H, a mí tb me encantan las palabras con H intercalada, y qué decir de la Alhambra, cuando por fin la vísite, la sensación fue inexplicable, paz, emoción…. tu relato me ha llevado otra vez a sentir esas emociones. Gracias!
Uno de nuestros lugares preferidos, pero Granada no es solo la Alhambra, también merece una visita por sus calles y sus barrios.
Totalmente de acuerdo! Lamentablemente, ese fue mi primer viaje a España y apretujé todos los destinos para poder aprovechar el tiempo al máximo. Definitivamente, tengo que volver!
«Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada..»
Hola!!. Soy amante de las piedras, del agua y de la tierra. Me gustan los castillos, los monasterios.. hasta las iglesias:), pero nada, nunca, me ha causado de todo lo visitado esa sensación de viajar al pasado con tanta vivacidad, tan real que quieres quedarte. Gracias por traerme buenos recuerdos