• Menú
  • Menú

Como conseguir una visa norteamericana en cinco pasos

Con tanta desinformación y tanto mito dando vuelta, el objetivo de este post es relatar cómo fue mi experiencia con la tan temida visa norteamericana.

Desde siempre estuve en contra de todos esos tramiterios sinónimo de pedir permiso para entrar en cualquier país. Me parece lógico que uno tenga que demostrar ciertas cosas, por razones obvias de seguridad, pero de ahí a que te pidan el color de la etiqueta de tu calzón, mientras uno del otro lado se queda con cara de perro mojado y una expresión de “por favor, dejame entrar a tu país, te lo suplico”, hay una gran diferencia. Por eso, siempre que escuchaba historias remotas, de cómo el tío del sobrino del abuelo había sido rechazado para la visa, me alegraba para mis adentros pensando: con todos los países que hay en el mundo, minga te visito Estados Unidos, metanselo por donde mejor les entre! Por eso, cuando surgió este nuevo viaje, el tema de la visa fue preocupación principal.

Por empezar, todos, pero absolutamente todos (y más cuando uno trabaja en turismo) tienen un conocido/pasajero que quiso viajar y le resultó IMPOSIBLE conseguirla, porque le pidieron DE TODO y lo trataron RE MAL. Sabiendo que el panorama no era alentador, traté de hacer oídos sordos y empecé por donde yo suponía iba a encontrar información certera: la página de la embajada. Primer error: esa página está diseñada precisamente para desinformar. No sólo que cuesta encontrar datos claros, sino que está todo apuntado a que te quedes con todas las dudas, tengas que llamar y pagues por ese famoso PIN que sólo dura 12 minutos. Así que después de leerla y releerla, me anoté todas las preguntas en un papelito y me dispuse a hacer la llamada.

Comienza entonces el primer paso. Las dudas te salen U$D 15 los 12 minutos, de los cuales al menos 6 se la pasa hablando una operadora repitiendo todo el discurso como un loro. Si tu tarjeta de crédito es como la mía que tiene el cierre de mes en fechas incalculables, te puede pasar, como a mi, que me llegó el monto en dólares, y desde que yo hice la llamada hasta que pagué, el dólar subió unos 3 centavos… :). La cuestión es que mi operadora se llamaba Stellamaris y empezó a despacharse con todo el discurso, que es textual lo que dice en la página. Después de la parte de “ si usted viaja como turista”, empieza una clasificación de otros rubros, como “si usted viaja como periodista”, así que la frené, pero Stellamaris se ofendió y me dijo:

– Tengo que terminar con el discurso.

– Pero estoy pagando U$D 15 y no me interesa lo otro, quiero información sobre turista – respondí.

– Sí, pero tengo que terminar con el discurso – me dijo, y prosiguió.

Cuando hubo terminado repasó mis datos personales. Tuve que corregirla enfáticamente puesto que me discutía que yo le había dicho que mi fecha de nacimiento era 23 de febrero de 2005 (te parece que tengo voz de nena de 5 años???). Luego me explicó y reiteró dos veces, que está terminantemente prohibido realizar trabajos renumerados y volvió a repasar mis datos. Osea: no estoy habilitada para realizar trabajos para los cuales estoy más capacitda que quienes la embajada contrata para decirme que no estoy habilitada. En fin.

El tema y mis miedos vinieron cuando Stellamaris me dijo que tenía que presentar documentación que acreditara “lazos que me unieran al país”. Lejos de referirse a una soga que me atara al obelisco, lo que la embajada pretende es que uno demuestre que no tiene intenciones de quedarse trabajando allá ilegalmente, y para ello solicita documentación que lo pruebe. Esta documentación puede ser: titulo de propiedades ya sea casas, autos o terrenos, certificado de estudiante, una jugosa cuenta bancaria, recibos de sueldo y todo aquello que uno crea necesario. Pero lo que más peso tiene, claro está, son los títulos de propiedad. Díganme de dónde, en este país, una persona promedio de 25 años, por mucho que trabaje, puede sacar para comprarse una casa….

Me dieron turno para el 23 de junio. El segundo paso: la foto. Como no es necesario presentarla en papel, sino que con subirla a internet alcanza, le pedí al amable señor del laboratorio que me la diera en mi pen drive, y se ahorrara el trabajo de revelarla y de copiármela a un cd. Me dijo que hacíamos como yo quisiera, pero que los $35 me los cobraba igual porque esa era la tarifa de la foto para visa norteamericana, con foto de papel o sin foto de papel. Me senté en ese cubículo pero antes de que me diera cuenta, el señor que ya no me parecía tan amable sino más bien un estafador, me estaba dando crema para que me quitara el escaso maquillaje que me había puesto, un peine para que me peinara bien tirante hacia atrás, nada de pelo sobre la frente, y una cajita donde poner mi cadenita y mis aritos imperceptibles. “Y no sonrías” (como si después de que me robara y de semejante proceso de afeamiento yo aún tuviera ganas de sonreír). Luego de probar unas cuatro o cinco veces varios ángulos con diferencias milimétricas, me fui con foto en pen drive, en cd y seis copias en papel.

El tercer paso:completar el formulario on line. Ahí nos sentamos Juan y yo, (porque se supone que dos mentes piensan más que una, aunque bajo presión no se si ese sea o no nuestro caso), a tratar de no meter la pata e inventar una historia consistente. Es una pena, a mi me hubiera encantado decir la verdad, pero no quería poner nuestro rumbo en juego. Yo no veo nada de malo con contarle al señor de la embajada que nosotros íbamos a hacer un viaje de 2 años para cumplir nuestro sueño, después de todo se supone que Norteamérica es la tierra de los sueños y ellos lo que quieren evitar es que uno se quede a vivir, lo que no es nuestro fin. Pero tratando de seguir un pensamiento lógico, decidimos que era mejor no decir nada y evitar cualquier tipo de vínculo que me uniera con Juan, considerando el eje central de su libro. No fue muy difícil, salvo algunos números extras del pasaporte que jamás me habían pedido. Lo que más me gusta es la última parte donde uno debe responder con sinceridad, cosas como si uno va con el fin de matar al presidente, o si tiene pensado cometer algún atentado terrorista. Después de eso uno imprime la hojita como comprobante y ya no hay marcha atrás.

El cuarto paso y antes de presentarme fue realizar el pago, y para sí que no hay ninguna dificultad porque está todo más que claro. Un clic en la pantalla del cajero automático, y zaz! Ya te descuentan los 556 pesos de visa.

Pero como mencioné anteriormente, lo que más me incomodaba era el tema de demostrar lazos. Lo único que tenía propio era el contrato de alquiler, recibos de sueldo y resúmenes bancarios, que todos juntitos apenas si hacían presencia. Así que recurrí a mi papá y a mi mamá, y empecé a recolectar documentos familiares: el título de la casa, recibos de sueldo, demostración de ingresos, el titulo del auto… como si de repente me hubiera despertado dentro del cuerpo de una chica musulmana y debiera pagar toda una dote, sólo que sin la fiesta de casamiento para recompensar.

Quinto paso: la entrevista y sus peculiaridades. El 23 de junio a las 7 menos cuarto de la mañana ya estaba yo engrosando las filas de la embajada. Qué suerte que no llovió, porque no hay ni un mísero techito donde ampararse. Lo primero que noté fue la paranoia general de la gente de la fila, todos indignados con los tramites y explicándole al de al lado por qué no debían rechazarle la visa y a la vez señalando que “lo que a ellos no les gusta son los jóvenes que viajan solos, de los 20 a los 35 es la edad más difícil”. Hice oídos sordos. Y opté por una actitud más bien desinteresada: ya habíamos pensado con Juan en algunas alternativas en caso de que me negaran la visa, así que si no me la daban, ya teníamos un plan.

Después vinieron dos chicos a recorrer las filas, a pasar lista como si de un acto de colegio se tratara y a doblar de forma correcta la hojita del comprobante, no vaya a ser cosa que uno sea medio enquilombado.

Mucha gente que había tenido problemas con la foto, y para eso la embajada tenía preparada una solución digna de un organismo gubernamental en nuestro país: allá enfrente, abajo del gomero, había una banquetita de plástico roja y un señor que por su aspecto debía vivir arriba del árbol. Ahí nomás, cruzando la calle, con cara de dormida y sin ninguna previa preparación te sacaban la foto y problema resuelto. ¡Y a mí que me hicieron sacar hasta los aritos!

Finalmente llegó el turno, y como había ido sin cartera ni nada, pasé por el detector de metales y listo. Después de atravesar un largo jardín y de abrir una puerta por demás de pesada me encontré con un mostrador donde me dieron dos números: uno primero para que me tomaran las huellas dactilares y el otro para la tan ansiada entrevista.

La escena de las huellas dactilares superó ampliamente todo lo demás. Guiados por una de esas cintas típicas de los bancos, hacíamos todos una fila que terminaba en la ventanilla de un gordito simpático, cuyo español era muy claro, pero muy gracioso. La tarea era sencilla: cada solicitante debía apoyar sobre un lector de vidrio hasta oír el “pip” primero los dedos de la mano izquierda, luego los de la derecha, y finalmente los pulgares. Nada del otro mundo, salvo por aquellos a quienes las dos manos les dan lo mismo. Así que era frecuente escuchar al gordito insistir con el orden de las manos una y otra vez. Nadie decía nada, pero estoy segura que todos estábamos rogando no equivocarnos en nuestro turno (quien redacta confiesa tener que pensar con qué mano escribe antes de responder). Sin embargo el punto cúlmine se dio cuando fue el turno de un chico de unos 30 años. Esta fue la escena:

GORDITO SIMPATICON

Buenos días señor. Apoye en el visor primero los dedos de su mano izquierda, luego los de la derecha y finalmente los pulgares.

El chico apoya su mano.

GORDITO SIMPATICON

Señor, esa es su mano derecha.

El chico vuelve a apoyar su mano.

GORDITO SIMPATICON

Señor, le digo que esa es su mano derecha, apoye la izquierda, por favor.

El chico se sonroja y cambia de mano. Se oye el “pip” correspondiente.

GORDITO SIMPATICON

Muy bien señor, ahora la mano izquierda.

El chico apoya la mano.

GORDITO SIMPATICON

¡Señor, esa es la mano que acaba de apoyar! ¡Apoye su mano izquierda!

El chico se pone nervioso, cambia de mano, y se oye el “pip” correspondiente. Procede entonces a apoyar los pulgares.

GORDITO SIMPATICON (salido de sus casillas)

¡Señor el pulgar es el dedo gordo! ¡Esos son sus índices!

Todos lo de la fila se ríen por lo bajo, el chico apoya finalmente sus pulgares y se retira abatido y sin mirar hacia atrás.

GORDITO SIMPATICON (dirigiéndose al resto de la fila)

A ver señores todos conmigo: esta es la mano izquierda, esta la mano derecha y estos los pulgares. ¿Quedó claro?

Juro que esa secuencia me hizo recordar al viaje de egresados y sus típicas canciones de “la mano arriba” o “derecha, izquierda, a un lado, al otro”. Pensé por un segundo que en cualquier momento el gordito se paraba arriba del escritorio, se colgaba la corbata en la frente y se armaba la festichola con embajador y todo. Pero no. Me tocó a mí, repasé mental y reiteradamente con qué mano escribo y no me confundí.

Lo que faltaba era ya lo último. A diferencia de lo que imaginé, las entrevistas no eran nada privado, sino que el formato del lugar repite el de cualquier banco, solo que en vez de cobrar, en cada ventanilla se hace una entrevista. Las caras de los entrevistadores era una peor que otra, pero si había alguien que no me cerraba era el tipo de la ventanilla 5, mezcla de Ken y Mr. Bean, por lo que rogué que no me tocara con él. Ley de Murphy: minutos después iba Laura a la ventanilla 5 con su mejor sonrisa. No tengo demasiado que escribir porque honestamente no fue nada del otro mundo. Me preguntó varias veces por qué motivos iba y si tenía parientes allá. Viendo que no me salía de mis respuestas, me preguntó un poco sobre mi trabajo, mi familia y mi salario. No quiso mirar nada de todos los papeles que yo había llevado. Me volvió a preguntar si tenía familia residiendo allá y ante mi respuesta “todos vivimos en Argentina”, me respondió con un español muy inglés “entonces usted no va a tener problemas”. Le puso a mi pasaporte el tan ansiado papelito amarillo, fui a la oficina de DHL y una semana después recibía mi pasaporte en casa, con visa por diez años.

Conclusión: no creo que haya formulas mágicas ni secretos. Delante de mí había gente que mostró todos los papeles y le revisaron cada documento, y a mí no me pidieron nada. Si es por suponer, creo que quizá el hecho de ser agente de viajes me pudo haber jugado a favor, pero la intuición me dice que mi ventaja fue hablar con firmeza y no dar muchas vueltas, sino más bien responder lo justo y necesario.

Aunque creo que a la larga todo es una pura cuestión de suerte.

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

Ver historias

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

8 comentarios