Viajar por un país y no dejarse envolver por los sabores típicos que el camino va presentando es, a mi parecer, simplemente un pecado. No importa la cantidad de fotos que uno saque, ni los sellos del pasaporte. Para poder decir que uno estuvo en un lugar, que conoció la cultura, es necesario abrir la mente y el estómago. Nada de ir por la vida pretendiendo encontrar café con leche y milanesas en todas partes. Hay que mezclarse con la gente, sentarse y compartir. Y contrariamente a lo que muchos puedan pensar, la comida típica de cada lugar se aleja de los restaurants entendidos, sofisticados y comerciales. Por el contrario, lo que convierte a un plato en el tradicional, es la posibilidad de que todos puedan acceder al mismo. Por eso, para conocer el alma de la verdadera gastronomía local la mejor opción son los mercados y comedores populares, en donde a nadie se le va a ocurrir ponerle un “sello personal” a ningún plato, ni adornarlo con palabrerío gourmet, ni mezclar ingredientes rebuscados para justificar un precio internacional.
Por eso le bajo el pulgar a los restaurants cinco tenedores o cinco estrellas, y creo aquí una nueva sección del blog, llamada “Restaurants de cinco dedos”, precisamente para reportar aquellas experiencias gastronómicas que el camino vaya presentando, compartir con ustedes el placer (o el disgusto) de comer en la calle y en especial con las manos, una costumbre tan mal vista pero tan deliciosa a la vez.
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