La primera vez que escuchó hablar sobre Antigua de Guatemala, Ramón sintió que un arcoíris le inundaba los oídos. Como si fueran fichas de un dominó invisible, cada palabra iba encajando con la siguiente, hasta componer su postal mental perfecta. Las historias de mercados mágicos y de volcanes aletargados se infiltraron rápidamente en su imaginación, y Ramón sintió que se enamoraba a la distancia. Entonces se dedicó a leer, a mirar fotos en folletos, a escuchar más historias. Así pasaron años de viajes ajenos, de películas proyectadas en su mente. Un día le llegó la ocasión. Ramón era todavía un hombre joven, y la ansiedad le mordía las plantas de los pies. Las horas que tardó arriba del avión, las achicó repasando ese álbum fotográfico que se había inventado, entre los cuentos ajenos y sus propias fantasías. Cuando finalmente puso pie en su mítica ciudad, Ramón sintió que se había equivocado.
Llovía. Sus ilusiones eran todas soleadas, y tal vez ese fuese el motivo del desencanto. Sin embargo, había algo en el aire, algo que no sabía nombrar con palabras y que no encajaba en la idea de Antigua que se había hecho en su cabeza; algo que ninguno de sus narradores había llegado a mencionar. Por más vueltas que le dio a la ciudad y al asunto, Ramón terminó por confesarse a sí mismo que Antigua no le gustaba. Mejor dicho, le gustaba mucho menos que todo lo que le habían contado sobre la ciudad. Por más empeño que pusiera, no lograba hallar la magia ni en el mercado, ni el volcán que tenía por custodio, ni en las calles, ni en nada. Si Antigua le parecía fea, más fea le parecía por contraste.
Agobiado por su propia decepción, Ramón se sentó en el banco de una plaza. En aquella soledad rodeada de gente, repasó mentalmente toda la información que había recolectado en boca de sus amigos y de las revistas de turismo. Nada de todo eso parecía pertenecer al lugar donde ahora se encontraba estancado. Fue entonces cuando tuvo la primera sospecha: él debía encontrarse en la Antigua equivocada.
En su regreso a Buenos Aires, Ramón no se atrevió a confesar la verdad y ocultó su desamor bajo elogios e historias falsas.
Dos años más tarde, Ramón se encontró a sí mismo en el corazón de Cuenca, la ciudad bonita de Ecuador. Curado de decepción con sus días en Antigua, hizo caso omiso a las palabras floridas y los halagos tumultuosos, aunque no pudo evitar dejarse seducir, apenas un poco, por lo que Cuenca tendría para mostrarle. El desengaño, sin embargo, llamó nuevamente a su puerta. Muerto de frío e invadido por una espesa neblina, volvió a preguntarse en dónde diablos se escondía la belleza indiscutible de la que todos hablaban. Esta vez, llegó a pensar que había algo malo con su forma de ser. Algo que también le impedía disfrutar del fútbol (que deporte tan estúpido), de tomarse un mate amargo (maldita acidez) y de mirar atentamente los programas de chimentos (¿no ven que es todo una gran mentira?). Pronto desestimó la hipótesis. La gente que no entiende el fútbol es muchísima, y la acidez es un malestar estomacal para el que hay comerciales de televisión. El problema tenía que estar en otro lado, aunque no sabía bien en dónde.
Más allá de esta foto, Ramón no le encontró a Cuenca nada en particular
Ese mismo año el destino situó a Ramón en un lugar impensado. Su suegra se iba a recorrer la Patagonia y le pedía recomendaciones. Lo más probable es que la señora esperase advertencias sobre los precios en Ushuaia o el frío del Calafate. Ramón, sin embargo, hurgó en su propia sinceridad. Sin saber por qué, comenzó a hablar sobre Carmen de Patagones. La última ciudad de la provincia de Buenos Aires lo había deslumbrado desde sus adoquines y su sencillez. Sin darse cuenta, comenzó a hablar en colores. Pronto, un arcoíris se formó entre su boca y los oídos de la suegra.
Unas semanas después, la señora regresaba de viaje. No tuvo la misma contemplación que Ramón había tenido con sus amigos, y no dudó en dinamitarle la buena intención. “Patagones es un espanto. No sé qué le viste vos a ese pueblo deprimente.” Y sin derecho a réplica, y haciendo gala de su rol de suegra, la mujer enlistó los defectos sin olvidarse de ninguno. Nada de lo que ella enumeraba había pasado por los ojos de Ramón. Sintió como si la señora hubiese visto otra ciudad completamente distinta, como si las calles con faroles se hubiesen mudado a otro escenario un segundo antes de que la mujerse bajara del auto. Y ahí, frente al tazón de café con leche, Ramón tuvo una revelación: en el mundo hay ciudades paralelas.
Al principio, la idea le causo gracia. Vio su ocurrencia hecha ciencia ficción, con portales luminiscentes y la dirección de Spielberg dándole forma al proceso. Se rió sólo mientras merendaba, pero el murmullo chismoso de la suegra hablando con su mujer, lo hizo reformular la idea. Que sobre gustos no hay nada escrito, es una realidad indiscutible. ¿Pero tan diferentes pueden ser las impresiones? ¿Puede alguien ver tanta magia donde otros ven solo basura y estiércol? ¿Y si realmente hay dos Antiguas de Guatemala, dos Carmen de Patagones, dos Cancún? Debía entonces haber un portal aéreo secreto que desviara a los aviones a Cancún a) o Cancún b), según los días, los horarios o las estaciones. Podía ser… sonaba lógico. ¿Pero qué pasaba con las personas que viajaban por segunda o tercera vez? Debían encontrarse con la misma ciudad. ¿Y si en un mismo avión iban personas que debían viajar a diferentes mismas ciudades? Ramón se mareó de sólo pensarlo. Se tomó el último sorbo del tazón, y resolvió el tema de una manera más sencilla. Las ciudades paralelas existían, de eso no había duda, pero estaba en la mirada de cada quien encontrarse con una versión o con otra. Y no había nada de malo en eso.
Ramón también pensó en la existencia de países paralelos. Hay personas que van a la India, y se maravillan con los colores y los rituales…
Y otras, que sólo pueden ver el desorden, la pobreza y la suciedad, y nada más que eso…
Cuando Ramón hablaba de su Rosario natal, de la boca le salían jardines y mariposas.
En cambio, estaba seguro de que había dos Mar del Platas, y a él la «Mar del Plata» linda, nunca le había tocado.
Cuando la suegra volvió a referirse a los espantos de las recomendaciones de Ramón, él simplemente se limitó a responder “debería haberlo imaginado”. Se dijo a sí mismo que lo más sano era dejar que cada quien descubriera por sí mismo qué ciudad es la que está destinado a conocer, pero le pareció aburrido. Se sentía aún defraudado por la mala impresión de Antigua, pero había descubierto también el placer de formar arcoíris con los labios. Algún día, lo sabía, encontraría alguien que lograse ver la misma Carmen de Patagones que él había visto.
Excelente pluma !!! me encantó la definición. La subjetividad es lo que prima, en todo…hasta en las ciudades.
Lau: chin chin por los post! lindos como siempre….
Leiste el libro Ciudades Invisibles de Italo Calvino?
Habla de todas las ciudades que pueden convivir en un mismo espacio!
Abrazos
🙂 Nop, lo tengo en la lista de pendientes!
exquisito relato!!! y oportunamente con una primera imagen de Cartagena, ciudad de la que jamás dos personas darán la misma opinión.
jejeje, si, Cartagena despierta sentimientos encontrados, pero la imagen es de Antigua de Guatemala. Mucha gente las compara por el legado colonial. A mí una me enamoró (como repito siempre en este blog) y la otra, ni fu ni fa, (como le pasó a Ramón!). A vos te gustó Cartagena?
excelente relato Laura.no esperaba otra cosa de vos.Empezas a leer y queres seguir hasta terminarla.y a proposito: a vos te gusto Cartagena? me han hablado maravillas de ahy ,lugar que nunca estuve.
🙂 Gracias…
Yo AME Cartagena. Mirá, de los lugares en el mundo que he visto, hay dos ciudades a las que me iría a vivir sin pensarlo un segundo. Una es Cartagena y la otra es Lisboa. Debe ser que me llevo bien con lo nostálgico (de verdad?), que me gusta muchísimo la arquitectura de otras épocas, o que los balcones me hechizan como una bruja de cuentos, no lo sé, pero reconozco que me cuesta entender a los Ramones que llegan a Cartagena y se quieren ir corriendo. No se quién tiene más de piedra qué cosa: si ellos el alma, que no se sensibilizan ante la opulencia del casco antiguo, o yo la cabeza que no los puedo entender! jejeje Tendrás que ir y sacar tus propias conclusiones! (Si mirás el post anterior a este, vas a ver unas cuantas fotos de mi amor por la ciudad)
Me encantó la nomenclatura: «ciudades paralelas».
Yo te diría que siempre van a existir más de dos ciudades paralelas. A cada visitante le surgirá una ciudad distinta a de los otros. La ciudades tienen nuestro filtro subjetivo, que las hace cambiar según quién te la esté contando.
Yo tuve una experiencia re linda en el Sur de Republica Checa, en un pueblo de cien habitantes. Estoy seguro que el noventaynueve por ciento de las personas que van por ahí (que deben ser dos o tres al año) no les parecería interesante. Yo odio Roma y la gente me dice «tas loco». Para mi la ciudad más linda de Europa (de lo que conozco) es Granada, por ejemplo. Y la gente me queda mirando raro.
Todo en esta vida es subjetivo, hasta las ciudades.
Abrazo
lei toda la nota, para mi ramon se tiene que quedar en su casa y mirarlo por tv, saludos..
Por mi experiencia, creo que hay que viajar sin pretensiones y dejar que los destinos te sorprendan, por un lado es más interesante, y por la otra no te desilucionas!
Cualquier lugar es mágico, depende de los ojos con que se lo miren…
🙂
ME ENCANTÓ, LAURA. ES MUY CIERTO LO QUE EXPRESA. países paralelos tb los hay!
Me pasa todo el tiempo, por eso no volvi a leer guias ni comentarios y empece a explorar por mi mismo. Muy buena lectura.
Me senti tan identificada con Ramón! Es justamente lo que pasó al llegar a Antigua! Por eso me encanta leerte!!