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Chaco menonita y la semana en que no fui Spiderman

Occidental, semi –árido, despoblado. Así se inicia la enumeración de etiquetas que rotulan a esta aislada región del Paraguay y que nosotros debemos atravesar para dejar atrás la tierra del tereré y seguir camino.  Existe, igualmente, un pequeño gran detalle que tiñe de color (o que descolora, tal vez) las entierradas rutas que cruzan el chaco: los menonitas.  

Desde que trazamos las primeras líneas en nuestros planes de viaje sudamericano, las colonias menonitas de Paraguay capturaron nuestra atención. No es que en Argentina no haya colonias (de hecho las hay y Juan las visitó), sino que sabíamos que su influencia en el país vecino era realmente importante. Hacia allá partimos entonces un caluroso Viernes Santo, ajenos completamente a las eventualidades, como suele suceder en estos casos. Una camioneta del Ministerio de Salud del Alto Paraguay nos ahorró la mayor parte del camino, y casi al caer la noche llegamos hasta Loma Plata, la primera aldea en establecerse en la región. Como nuestro destino final era Filadelfia (o Fernheim, que sería algo así como Patria Lejana), probamos suerte a la salida del pueblo. No tardó en frenar una camioneta tripulada por un matrimonio. Su porte develaba una notoria precedencia extranjera que se vio confirmada por un español forzado. Nacidos en Paraguay, con padres canadienses y criados bajo una cultura alemana intentaron explicarnos un poco acerca de su identidad, aunque para ser honesta cuando llegamos a Filadelfia aún seguía sin comprender demasiado sobre este extraño crisol.

El paisaje del día siguiente resultó aún más confuso, y el hecho de no conseguir nadie dónde hospedarnos sumado a estar en plenas Pascuas no ayudó demasiado en el esclarecimiento. La música de la sonriente lengua guaraní quedó lejos y fue reemplazada por los consonánticos versos germanos en una transición abrupta como una bofetada. Donde quisiéramos voltear la vista, cabellos rubios y enrojecidas mejillas decoraban el prolijo paisaje dejando bien en claro cuál es la raza dominante. Irrisorio si consideramos que estos suelos fueron origen y hogar de culturas aborígenes que hoy luchan por sus derechos… Pero Paraguay da para todo. Si había dos culturas con remotas posibilidades de encontrarse, y más aún de convivir, esas eran los menonitas del Volga y los aborígenes del chaco, pero helos a todos aquí. Con calles como “Boquerón” y “Hindemburg” reinando el trazado urbano, la mezcla de culturas tiene una vía estrecha y bien delimitada: mientras que el centro de la ciudad goza de una estética bien germana (tanto arquitectónica como humana), las afueras son refugio para aborígenes de distintas comunidades que han migrado dentro de su propia tierra en busca de mejores oportunidades.

El rompecabezas de chaco tiene una trama difícil de armar, y nos cuesta encontrar respuestas. En busca de ellas damos con Daila, una participante de Hospitality que nos invita a cenar. Ella es menonita y no tarda en dejar bien en claro que el único lazo que la une con Paraguay es su partida de nacimiento. No se siente paraguaya en absoluto, no le interesa profundizar en su cultura, no toma tereré ni alienta a la selección en el mundial. Sus declaraciones son tan determinantes que me llaman a la sorpresa y a la indignación a la vez. ¿Cómo puede desairar tan insolentemente a la tierra que le ha dado cobijo a ella y a toda su segregada familia? Porque si bien es entendible que no sienta una identificación inmediata con los íconos culturales del país, en todo caso el chacho menonita que ellos han construido también es paraguayo, goza del reconocimiento del gobierno, de beneficios y derechos propios del territorio nacional. Ella sin embargo se siente alemana, lo que me lleva a preguntarle cuántos años ha vivido allí. La respuesta: ninguno, nunca estuve en Europa.  Como estamos en casa ajena retengo mis cuestionamientos a la vez que Juan enumera sus preguntas acerca de la historia y de la cultura del lugar. Ella habla y habla, haciendo gala de su linaje y dejando bien en claro que todo lo que ellos hacen es de la Cooperativa y para los socios de la Cooperativa. Ésta es una sociedad de la que participa gran parte de la comunidad, haciendo un aporte mensual y trabajando para la misma. Los beneficios que tienen van desde precios preferenciales en educación hasta acceso gratuito a la salud. De más está decir que quienes tienen permitido entrar a esta sociedad “Ned Flanders”  son los mismos menonitas. Así Daila se despliega en elogios a su comunidad, mientras yo me debato en tomar una posición al respecto. ¿Hasta qué punto es positivo que el propio estado nacional de riendas sueltas a una comunidad de extranjeros que se vanaglorian de su condición haciendo a un lado a las comunidades originarias? ¿El desarrollo económico es suficiente justificativo? La forma en que Daila se refiere a los aborígenes es juiciosa, aunque percibo un sutil tono despectivo. ¿De qué forma se podría integrar toda comunidad? ¿Habría voluntad de integración? Lo dudo… ¿Y es eso criticable, teniendo en cuenta el sacrificado trabajo que han llevado los menonitas durante generaciones para alcanzar algo de prosperidad en una tierra tan difícil? No lo sé… Sé que hay cosas que no me caen simpáticas, como su no-integración al entorno. A mi capciosa pregunta de si ellos se pueden casar con gente que no sea de la comunidad, Daila me da una respuesta  elegante: “Es aceptado, pero no recomendado”.

Salimos de Filadelfia el domingo de Pascuas, con un cielo a punto de caer sobre nosotros y un sabor amargo acerca de la ciudad. Por primera vez no habíamos sentido esa calidez a la que Paraguay nos había mal acostumbrado. Teníamos más de un contacto en la ciudad en donde nos podríamos haber quedado, pero todos se justificaron argumentando alguna que otra excusa de Pascuas. ¿No es que éste es el tiempo de compartir? Claro, Jesús dijo “Ayudad al prójimo”, sin tener en cuenta que en Filadelfia, el prójimo debe ser miembro de la Cooperativa…

 Nuestra próxima parada es Villa Choferes, un pequeño pueblo a 13 km. de la ciudad, en donde se nos ha ofrecido una casita en el Ministerio de Obras Públicas. Allí somos recibidos por Rafael, uno de esos personajes que se roban la historia. Con una sinceridad que arrasa, se despacha contra los gobernantes de turno, la gente que los acompaña y hasta con el Bicentenario. “¿Qué vamos a festejar? ¡Nos robaron nuestras tierras, abusaron de nuestras mujeres y nos dejaron en bolas! ¡Bicentenario de qué si nosotros dejamos de ser independientes cuando llegaron ellos!” La casa que nos dan es prácticamente una mansión deshabitada cuyas dimensiones nos dejan admirados. El único detalle es que no tiene cocina, pero Rafael no tarda en ofrecernos la suya a la vez que nos pide algo de ayuda con su decodificador. Desde que llegamos está renegando intentando bajar una actualización que le permitirá ver 445 canales de películas con su antena, pero parece no dar pie con bola. En la oscuridad nos guía hasta su casa, que resulta ser un container acondicionado, con una pequeña cocina anexada que ni siquiera cuenta con piso de material. Me siento un poco avergonzada de ocupar una casa tan lujosa siendo que él vive en un sitio tan precario, juntando agua de la lluvia. Le pregunto que por qué no está viviendo él en la casa que nos han dado y la primer respuesta que recibo es una risotada grotesca. Hace diez años que Rafa trabaja para el Estado y no ha conseguido aún que le mejoren sus condiciones. La casa esa estaba destinada al jefe de distrito, que como tenía la suya no quiso habitarla y ahora se usa “cuando viene gente importante”. No sé si sentirme mal o bien. La hospitalidad de Rafa excede igualmente esas cuestiones y así nuestra estadía en Villa Choferes se hace amena, a pesar del mal tiempo.

Una sola cosa dificulta el hábitat dentro de la casa. Mientras que de día el sol inunda las galerías y nosotros jugamos a la casita pero en tamaño real, de noche la falta de burletes y mosquiteros convierte a nuestro provisorio hogar en un Parque Nacional en donde los bichos toman posesión de todo. Escarabajos voladores, arañas, hormigas coloradas, saltamontes, grillos, bichos de la luz, unas hormigas negras con culito rojo enruladito, ranitas y hasta un pequeño alacrán conforman la fauna avistada en este safari no-fotográfico de cuatro noches de duración. Las ranitas en los rincones del baño me caen simpáticas; los escarabajos, grillos y saltamontes casi que no molestan, mientras que el resto de los bichos se limita a las paredes. Eso sí, el alacrán corriendo una maratón por el medio del comedor no me cayó muy en gracia. Acostumbrándonos a revisar la cama antes de dormir y la ropa y calzado al levantarnos, logramos sobrevivir así cuatro días hasta que decidimos abandonar la cómoda casa en busca de más aventuras. Nos quedó pendiente rescatar el cadáver de un escarabajo torito de 10 cm. que estaba caído en una fosa. Hubiera sido una buena demostración del bicherío local, pero ninguno de los dos se animó.

El próximo plan era testear la hospitalidad menonita, o mejor dicho darle una segunda oportunidad. Queríamos visitar algunas de las aldeas que rodean las colonias, en donde viven las familias que trabajan el campo, y compartir así algunas experiencias que fueran más allá de los días pasados en Filadelfia. Encaramos entonces para el lado de Neuland (o “Tierra Nueva”) en una mañana soleada. Haciendo dedo descubro en mi mano una pequeña manchita roja, picadura de alguno de todos los especímenes anfitriones de la casa que acabábamos de dejar.

En la caja de una chata llegamos a la tercer y última colonia, y con el pulgar al viento bajo una sombra volvemos a probar suerte. Al cabo de un rato frena una mujer, a quien con toda sinceridad y mostrándole el mapa, le contamos que estamos queriendo conocer alguna aldea. Ella sonríe, nos invita a subir y nos lleva a su casa. Se llama Martha, sonríe mucho y vive en Heimstatte. Trabaja en la oficina de Trabajo Social, empleo que consiguió hace poco tiempo, y en el que se desempeña, entre otras cosas, como “mediadora”. No hace falta escucharla demasiado para darse cuenta de que ella es una mujer con los pies sobre la tierra. En vez de horrorizarse ante la existencia de madres solteras en la comunidad, Martha intenta darles contención y proponer formas de ayuda para que la mamá pueda salir adelante. “No son mujeres que buscan el pecado, son personas que buscan amor”. Ya está, me compró con esa frase… A bordo de su camioneta conversamos acerca de estos temas y me sorprende muchísimo la apertura mental no sólo de una mujer menonita sino de una señora que ronda los sesenta años. Jamás me hubiera imaginado que alguien de la colonia podía llegar a ser tan liberal.  Conducimos hasta su casa, situada en una aldea donde sólo viven diez familias rodeadas de mucho campo. Martha estaciona su camioneta dentro de un gran galpón y mientras nosotros conversamos con Pedro, su marido, ella trae una llave con la que abre una pequeña puerta de lo que para mí era, hasta entonces, un depósito. Cuando me indica que allí podemos descansar me encuentro con que adentro hay prácticamente una suite de hotel.

Por la tarde Pedro nos invita a conocer su campo, en donde experimentamos una de las situaciones más bizarras que he vivido con vacas en mi vida. Al llegar al campo dos lindos toros nos dan la bienvenida. Pedro se baja de su camioneta y comienza a gritar Komm hier komm! Lo miro a Juan pensando: si este se piensa que porque llama así los animales van a venir corriendo, está chiflado. Pedro insiste con su grito imperativo y como si de una jauría se tratase comenzamos a ver cómo, desde lejos, decenas de vacas de todos los colores se acercan corriendo hasta rodear la camioneta como perros obedientes. Increíble. Pedro se acerca a algunas y las acaricia, aunque nosotros no logramos la misma suerte.

Desde que llegamos a Heimstatte comencé a sentir un dolor en la cicatriz del mentón que tengo desde los ocho años. Pensé que era algún granito desubicado, pero en mi segundo día toda mi pera estaba colorada y me ardía. El diagnóstico de Martha fue “herpes”, y aunque no me convenciera demasiado no se me ocurría una mejor explicación. Cuando al tercer día esa inofensiva picadura de mi mano estaba más grande y ya tenía también “herpes” en la cabeza, decidí consultar a un médico. Mientras recordaba su Rosario universitario con nostalgia, el doctor paraguayo me informó que lo que tenía era una alergia a una picadura de araña. Era demasiada la suerte si lograba salir ilesa de ese zoológico descontrolado que había sido Villa Choferes… Mientras mi cara se veía cada vez más monstruosa me acordé de que siempre había soñado con ser el Hombre Araña y tal vez esta era mi oportunidad. Nunca me había caído bien Superman, y siempre sospeché que Hulk no debía oler bien, pero el arácnido en cambio me encantaba. Quizá esta era mi chance de lanzar telas por el aire, atrapar conductores mala onda y retener camiones desde la banquina. Pero claro, olvidaba un detalle. La araña que picó a Peter Parker no era paraguaya. ¿Qué podría esperar yo, como máximo? ¿Que de mi mano saliera una tereré? ¿Una hamaca paraguaya a lo sumo? Hice la prueba pero no funcionó, sino que fue peor y hasta se me infectó la cicatriz de la mano…

Dejamos a Martha y a su familia con mi alergia en plena evolución, pero muy satisfechos con esta experiencia. Si no la hubiéramos conocido hubiese pensado que todos los menonitas eran como Daila, cerrados y avocados exclusivamente a la Cooperativa. Nos encontramos en cambio con una familia normal, sumamente hospitalaria y con un pensamiento crítico más allá de la iglesia. Me resultó gratificante saber que hay gente en la comunidad que sí se siente paraguaya, que busca la integración y que quiere una comunidad más abierta. Los cuatro días que compartimos con esta familia, en donde hay matrimonios mixtos y nietos no menonitas, fueron una linda oportunidad de compartir y de agrandar experiencias. Vielen Danke!

Esta hermosura se llama Ana y es la nieta de Martha. Miren si será dulce que hasta a Juan le daban ganas de tener una!

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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