La tarde en que Juan y yo extendimos el pulgar al costado de la ruta, era una tarde calurosa y pesada como cualquier otra en Surinam. Decididos a seguir avanzando, el sofoque y el hambre lejos estaban de hacernos caer en una realidad tan inverosímil que sonaba ridícula. Estábamos a punto de pisar suelo europeo.
Si uno lo piensa de esa manera, deberíamos haber sentido algo de excitación al respecto; sobre todo yo, que nunca viajé por Europa. No obstante, el verde tropical, el calor caribeño y el hecho de no haber tomado un avión (sobre todo ese último detalle), nos aislaban completamente de la que sería nuestra próxima realidad: estábamos “acercándonos” a París.
La Guyana Francesa es un Departamento de Ultramar, que goza de muy poca autonomía. Si vamos a los hechos geográficos, es tierra Sudamericana, de eso no hay dudas. Pero resulta que hace varios siglos, vinieron unos barquitos con unas baguettes bajo el brazo y plantaron bandera. Desde entonces, este pedazo de Sudamérica no es de acá, ni es de allá tampoco.
Los mapas de mis sueños pocas veces rumbeaban en dirección al viejo continente. Italia, España, Francia me sonaban a viejo, a bastones, a aburrido. Con esa sinceridad lo confieso. Yo dibujaba flechas rojas a nombres más interesantes. Sri Lanka, Mongolia, Nicaragua… Cuando tuve la oportunidad de salir de viaje por primera vez, empecé por los vecinos, para afianzar terreno. Pero después, conforme fue pasando el tiempo, la curiosidad por el famoso Eurotrip, se vio truncada por el factor monetario, y entre 3 semanas en Europa, o 3 meses en cualquier otro lugar, el viejo continente fue quedando siempre relegado. Ahora, que estaba por dejar Surinam, tal vez pudiera decir (aunque con poco convencimiento), que estaba yéndome a Europa…aunque sea, a la Europa de acá.
Llegamos a Guyana Francesa a bordo de un Subaru conducido por una pareja de chicos estadounidenses. La bandera de la Unión Europea flameaba insistentemente bajo la insignia francesa, y lo entrecortado de taki taki, junto con lo amigable del conocido inglés, pronto se vieron reemplazados por una musicalidad nasal y descosida. Hermoso como suena el francés. Lástima que cuando me tocó elegir, no estuvo entre mis prioridades…
A primera vista, las similitudes y las diferencias que unen y separan a esta Guyana de sus dos hermanas, son notorias. Tanto, que aunque el sonido de los mosquitos sea igual de molesto aquí que al otro lado del río, basta dar apenas unas vueltas a la manzana para advertir la impronta de los recursos provenientes vía Oceáno Atlántico. Es algo raro de explicar en palabras. Una foto del paisaje social guyano-francés podría tranquilamente confundirse con una imagen tomada en la parte más linda de Paramaribo. Sin embargo, el orden y la prolijidad que uno siente al desplazarse por este territorio, recuerdan constantemente que esta Guyana es distinta.
Llegamos a Cayenne tras dos días en la hermosa ciudad fronteriza de St-Laurent du Maroni, junto a Sophia y Beijafló. No tardamos en decidir que nuestros próximos kilómetros serían juntos, y cuando el auto tuvo que quedarse en la frontera por no poder pagar el seguro (casi €300 por una semana), decidimos viajar a dedo los cuatro. De los conductores que nos llevaron (hacer dedo acá es muy fácil, seguro y recomendable), no hubo uno que estuviera feliz con su situación. Todos ellos eran franceses que habían venido hasta aquí tentados por la alta remuneración, en trabajos con contratos de tres o cuatro años. La queja común: el calor. Y hubo quien se quejó también de una consecuencia de esta población golondrina: la dificultad de establecer vínculos sociales fuertes. “Acá todos vienen para irse”.
Tuvimos suerte de estar frente a conductores jóvenes e internacionales, que no tuvieron complejo en desplegar su inglés frente a nosotros, sin importar gramática o calidad. Que esta sea la primera vez que estoy en un país donde todo el mundo habla un idioma que desconozco da cuenta de que, a pesar de todo, no he viajado tanto.
Cuando llegamos al corazón de Cayenne, la capital no capital, Beijafló me invita a brindar con dos botellas de agua mineral. “Es también mi primera vez en Europa”, me dice sonriendo. Sabe que es una ridiculez, pero cuando ayer su seguro se demoró por las diferencias horarias con París, nos dimos cuenta de que esta ridiculez podía tener consecuencias muy serias.
Cayenne no es ni fu ni fa. “Al menos podrían haber puesto una Palmera Eiffel”, pienso, intentando imaginar cómo sería. El ritmo de esta ciudad es tranquilo, sin demasiado que hacer. Está mucho limpia que Paramaribo y más ordenada que Georgetown, pero tiene mucha menos onda. Aún así, heme aquí, conociendo este seno del mundo, antes que haber posado mis ojos sobre Mont Matre, sin haber bailado sobre el puente de Avignón.
Deambulamos toda la mañana, sin rumbo fijo. Nos metimos en el museo local, donde un amable señor que no hablaba nada más que francés nos obsequió folletos de la noche de los museos europeos, con un completo cronograma de horarios en Madrir y en Berlín, y cuando nos dio hambre, nos metimos en el mercado. Refugiados de la comunidad laosiana hmong fueron acogidos en estas tierras en la década del 70. Aquí dentro, son los reyes de la comida, y aunque los menúes baratos siguen siendo bastante caros, vale la pena sentarse a probar.
Nos quedamos dos días más, pues nuestra visita en Cayenne tenía un propósito extra: poder ver las tortugas marinas desovar. Y cuando ese objetivo estuvo cumplido, seguimos viaje dirección Este, por la única carretera que atraviesa el no-país…
Que lindo esto! Cada día voy conociendo más blogs de viajes…este realmente me encantó. Cuando nosotros estuvimos por Colombia y Venezuela, fantaseábamos con cruzar a las Guyanas y a Surinam, pero los costos nos hicieron tomar otros rumbos. Ojalá algún día caminemos por allí
Espectacular este relato, quiero leer más!
Los lugares menos conocidos son los que más me apasionan. Gracias por echar un poco de luz sobre ellos 🙂
Nosotros hace menos de un año comenzamos con un blog también…pasate cuando quieras 😀
me encanta tu blog! Danny
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Es la primera vez que me cruzo con un relato de Guyana Francesa sin proponermelo. Abro el mail y leo «Cayenne antes que París» opa, dije, será que le gustó más Cayenne que París? No era exactamente eso, pero sí, el relato hablaba de la capital de Guyana Fr. y no de la pimienta de Cayenne.
Soy un enamorado de los lugares poco convencionales, que están ahí pero pocos lo saben. Puedo pasar horas en internet buscando info sobre lugares de los que no se nada, después de un tiempo ya los empiezo a conocer y muchas veces el amor se termina. Creo que tendría que dejar esa práctica para no perder más amores.
Buscando sobre Cayenne me enteré que el nombre en español es Cayena… suena mal no? esa costumbre de cambiar los nombres para que suene mejor en tu idioma… mejor me quedo con Cayenne, y la pimienta es de Cayenne no de Cayena.
Éxitos, besos y palmaditas en la espalda!