Cuando en el colegio primario se enseñan las nociones básicas de geografía, una de las primeras cosas que los nenes argentinos aprenden es que las regiones junto a la cordillera poseen un clima seco. Más adelante, después de meses repitiendo esta información aislada alguna maestra explica el proceso natural del agua o las diferencias de cada clima y entonces se aprende que la sequedad se debe a que las nubes cargadas con agua se chocan con los Andes y llegan a nuestras tierras vacías. Hoy, que el camino rumbo a Coyhaique serpentea entre verdes y florecidas montañas, aquellas frases vacías aprendidas mucho tiempo antes cobran sentido. Por momentos siento que estamos nuevamente en Ushuaia y cuando veo extensos campos teñidos de lila creo estar dentro de alguna postal suiza. No tenía mucha idea previa sobre qué encontraría en Chile, pero definitivamente no imaginaba un entorno así. Si ya de por sí me parece un paisaje bellísimo, todo se ve aún mucho más resaltado por el contraste con la hostigada sequedad que nos hemos acostumbrado a ver. Aquí la palabra Patagonia adquiere un significado completamente diverso.
Coyhaique es la capital de la región de Aysen en Chile, país al que jamás había visitado y que ahora nos recibe con una buena predisposición. Las pocas veces que hemos hecho dedo para llegar hasta aquí han resultado ser sencillísimas y la gente muy amable. En esta localidad nos alojan Cristobal y Pancho, dos amigos arquitectos a quienes hemos contactado por couch. En su cómoda cabaña descansamos un par de días, comiendo buena comida, discutiendo sobre cuestiones tan filosóficas como si es posible vivir del amor, mientras escuchamos, claro está, muy buena música. Además de visitar hermosos paisajes, lo atrapante de viajar es poder encontrar gente distinta y aprender de ella. De Coyhaique me llevo esa impresión, la de sentirme afortunada por haber podido compartir opiniones tan variadas como interesantes en el marco de una mesa de amigos en que las nacionalidades quedan al margen.
Nosotros seguimos nuestro rumbo norte. De auto en auto vamos avanzando embelesados por la Carretera Austral, increíblemente verde y húmeda. Cuando llegamos a una intersección en que el camino se divide entre Puerto Cisne y Puyuhuapi nos encontramos con algo que nos deja sorprendidos: sabiendo que la zona es muy lluviosa y a la vez transitada por muchos viajeros en bicicleta, moto o autostop, el gobierno ha construido una cabaña para que puedan refugiarse. No, no tiene candados, ni vidrios rotos, ni ha sido utilizada como baño alternativo. Increíblemente (o no tanto, ya no estamos en Argentina), el fin de este sitio parece haber sido siempre respetado. Es más, hasta los vidrios de las ventanas están intactos. Intentamos igualmente conseguir viaje hasta la próxima ciudad, pero la ruta parece estar desierta.
Cuando comienza a llover nos metemos adentro de nuestra nueva casita por esta noche y armamos la carpa ahí dentro. No tenemos mucha comida encima, pero sabemos que hasta mañana podremos estar bien. Pronto cae el sol y las luces de los vehículos que pasan en dirección opuesta a la nuestra iluminan el interior de la cabaña como estrellas fugaces a gran escala. Una de esas parece detenerse y al escuchar voces salimos de nuestra cueva curiosos. Nos encontramos con dos camiones enormes de los que bajan dos familias enteras. Sabía de la enormidad de las cabinas de estos vehículos, pero no imaginé que de cerca se vieran así. No llegamos a presentarnos que uno de los hombres nos pregunta si estamos bien y si necesitamos algo. Se han frenado al ver que había gente en el refugio. Yo no salgo de mi asombro. Si ya encontrar una casilla solo para viajeros era demasiado, que la gente se frene exclusivamente para ofrecer su ayuda es algo que me supera ampliamente. Les contamos brevemente nuestra historia mientras la señora nos regala un paquete de galletitas. Pero no conforme, uno de los hombres nos pregunta si habíamos cenado. Les decimos que tenemos un par de sándwiches, pero eso parece no conformarlo. Del camión baja una garrafa, saca una olla con fideos con tuco y la calienta para luego ofrecérnosla sin opción a que digamos que no. La familia se asegura de que cenemos, nos ofrecen café mientras contamos nuestras historias de viaje y se alejan tocando bocina. Con la panza calentita y al refugio de la lluvia que ahora cae a cascadas nos vamos a dormir. Una filarmónica de sapos nos hace compañía.
Al día siguiente la lluvia sigue su curso, complicando el panorama. Nos sentamos a esperar con paciencia y luego de casi tres horas de espera en las que pasaron solamente dos vehículos, una camioneta se apiada de nosotros y nos hace un lugar rumbo a Puyuhuapi. Es una enorme pena este clima. En este tramo la Carretera Austral se sumerge en medio del Parque Nacional Queulat, pasando también por su famosísimo Ventisquero Colgante. Para nosotros, sin embargo, el único recuerdo que quedará de este sitio es el verde desdibujado detrás de un parabrisas lluvioso, el camino empantanado amenazando continuamente con dejarnos atascados y una neblina enorme en el cielo que impide distinguir el límite en el horizonte. Tendré que volver para averiguar a qué llaman específicamente “ventisquero” y a sacarme el centenar de fotos que me quedaron pendientes.
Así, castigados por la lluvia que no da ni media hora de respiro llegamos a La Junta, con el impulso suficiente como para seguir hasta donde fuese posible (y tal vez más). Sin embargo, y en esas situaciones extrañas que uno no logra comprender, nos encontramos con una legión del comando israelí por el mundo, con la misma misión que nosotros. Tener competencia para hacer dedo nunca es bueno, si es en un día lluvioso es aún peor, pero si encima los adversarios provienen del país del “yo siempre gano”, estamos más complicados de lo aparente. Los mochileros israelíes tienen mala fama en todos lados, y aunque al principio me resistí a dejarme llevar por los conocidos rumores, dos semanas de trabajo en mi primer temporada de turismo me bastaron para saber que no son gente sencilla, y en grupo peor. Me sentí desalentada al ver tanta gente, pero olvidé que venía viajando con el maestro de maestros, el mochilero imbatible, capaz de cruzar Tibet y traducir un tango al mismo tiempo, hablar en el parlamento Kurdo y sobrevivir una caída en el foso de un ascensor…con ustedes….Juan Pablo Villarino!!!! Bajo ningún aspecto mi compañero estaba dispuesto a ceder su puesto en el podio, por lo que nos acercamos al punto de encuentro sigilosos, pero con las mochilas listas para disparar. Si de algo saben los israelíes es que en la guerra todo vale, y no pensábamos achicarnos. Al parecer ellos también sentían curiosidad por nuestra presencia y lo que fue más cómico, nos confundieron incluso con sus compatriotas (no extraño teniendo en cuenta la peluca de Juan y mi atuendo colorinche). Descubrimos enseguida que son varios grupos que viajan por separado y casi todos ellos van en sentido contrario. El tema es que competitivos entre sí, en vez de ponerse de acuerdo, abordan a los conductores todos juntos, al mejor estilo vendedor ambulante en plena frontera. Al verlos acercarse a todos en plena carrera, agitando los brazos y hablándose a los gritos en su inentendible idioma, no hay conductor que decida arriesgarse. Excelente, sabiendo cómo ganar esta batalla interceptamos al primer conductor hablando en voz suave, en un español clarísimo y con enormes sonrisas. Pronto nos vemos arriba de una 4 x 4, saludando a nuestros contrincantes que parecen alegrarse por nosotros. Sigue lloviendo y nosotros avanzando. A pesar del agua disfrutamos mucho del camino, verde por donde se lo mire, frío pero sin viento. No nos arrepentimos de abandonar la 40, Chile le está aportando mucho color a nuestro viaje y yo ya me veo recomendando esta ruta a cuanto mochilero se me cruce en el camino.
El viaje tiene final en el pequeño pueblo de Villa Santa Lucía, a menos de 100 km de Futaleufú, frontera con Argentina. Hace frío y algunas de nuestras cosas se han mojado. Nadie pasa y encontrar un sitio donde plantar la carpa se hace difícil. Buscamos una pensión y conseguimos noche y comida por poco dinero. Una pena frenar tan cerca, pero hay que saber detenerse para volver a arrancar con más fuerzas!
Hooola Laura 🙂
Mi nombre es Nicole y en febrero 2016 empiezo mi viaje !!! Estoy muy emocionada, soy de Chile y quiero empezar por acá obvio, me gustaría consultarte cuanto te demoras te aprox en recorrer la carretera austral?? Mi idea es pasar por ahí y luego pasar a argentina 🙂 jeje Laura, que documentación debo llevar si o si para pasar las fronteras?? Mi idea es después seguir, por uruguay y hasta donde llegue jejeje pero no me gustaría quedar estancada por algún papel .. Bueno, saludos, espero que estés super donde estés!!! Saludos desde Chile!! 🙂
Hola Nicole!
Tiempo: el que tengas. Nosotros hicimos ese tramo en una semana , pero si hubiésemos tenido más, hubiéramos tardado más.
Papeles: pasaporte en regla y vacuna contra la fiebre amarilla. Fíjate si necesitas visa en los países que vas a visitar, eso varía según la nacionalidad. Yo creería que no, pero mejor chequear.
Un abrazo y buen viaje!