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Aquella vez que yo te conocí, San Juan

«Recuerdo aquella vez/ que yo te conoci/recuerdo aquella tarde/ pero no recuerdo/ ni cuando te vi…»

No existen los viajes sin la imaginación. Vamos a empezar por ese concepto. El inicio de un viaje no está marcado por el momento en que subimos a un avión o a un tren; ni se remonta al instante en que la puerta de casa se cierra, dejando tras de sí el mismo sonido seco de una claqueta antes de empezar a filmar. No. No tiene tampoco que ver con la ceremonia propia de armar la mochila; ni con el ritual de las despedidas pasajeras; ni con la ansiedad de las trilladas mariposas estomacales. A mi modo de ver, el viaje nace en el preciso momento en que es nombrado como tal, cuando las palabras resisten en el aire, materializando el deseo a la vez que nuestra mente va dando forma y color al lugar en donde albergar ese sonido. Nadie que haya deseado alguna vez conocer un sitio puntual puede decirme que no lo ha visto primero en su imaginación.

Puede que en verdad, la construcción que hayamos hecho del lugar esté basada en algo que hayamos leído o escuchado. En ese caso, lo más probable es que la realidad no se parezca en nada a aquella foto que nuestra cabeza tomó por anticipado. O puede que, con los desencantadores avances de la tecnología, nuestra postal mental esté construida en base a programas de TV o videos de Youtube, lo que probablemente nos anticipe demasiado a aquello que estamos por encontrar. Aún así, y gracias al cielo, hay detalles sensoriales que aún escapan de los chips… Por otra parte, y como es de esperarse, es muy probable que entre el momento de la “creación” de ese viaje y el de su realización, pase un tiempo, que pueden ser incluso años. Así, justamente, me pasó a mí con San Juan.

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El día en que recibí la invitación a participar del primer Blog Trip organizado por el Ministerio de Turismo de la Nación, me sentí feliz. No solamente por la propia alegría que me generó formar parte del grupo, sino porque el destino propuesto era ni más ni menos que esa provincia en particular.  Es muy factible que jamás olvide la mañana fría en que San Juan y yo nos miramos por primera vez a la cara. Sin embargo, sería incapaz de señalar en mi mente cuándo fue la primera vez que yo vi a San Juan, simplemente porque esas dos palabras han estado dando vueltas en mi casa mucho antes siquiera de que yo abriera mis ojos al mundo… Mis raíces más cercanas se entrelazan con aquellas de tilos y sauces en calles de tierra, y llevo nombres como Calingasta, Barreal o Tamberías trenzados con mis recuerdos imaginarios de la infancia de mi mamá. Por todo eso, este Blog Trip no sería solamente un viaje de trabajo, iba a ser la confrontación entre mi San Juan mental, imaginario y bastamente visto, con el San Juan real, palpable y listo para ser vivido. Ahora sería yo la que tuviera recuerdos de la provincia para compartir en la sobre mesa familiar…

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La sonrisa grandilocuente de la chica que nos estaba esperando en el aeropuerto local fue el primer indicio humano de que habíamos dejado atrás Buenos Aires. Allí estábamos nosotros, seis bloggers amanecidos un día atrás (el horario del vuelo sumado al trajín propio de un aeropuerto nos hicieron correr una maratón de ojos abiertos), listos para encontrarnos con la provincia.

San Juan va despacio, y si uno quiere vivir la experiencia, es importante bajar la marcha y encontrar el ritmo. Nosotros veníamos bastante dormidos, y creo que el sueño sumado al ánimo de estar medio de viaje medio de vacaciones, nos ayudó a subirnos a la lenta ola local, y amoldarnos al tiempo. Así, dejamos las cosas en el hotel, compramos unas semitas para el desayuno, y partimos rumbo a Jachal, donde nos estaban esperando. A mí, que soy de pampa y de río, ver de lejos la montaña omnipresente me trajo la sonrisa a los labios en más de una oportunidad…

La primera parada que hicimos fue en uno de los antiguos molinos harineros, en donde Don Dionisio apenas se tomó tiempo para respirar. Mientras nosotros estábamos surfeando en un mar seco y apacible, mecidos por la tonada ondulante del lugar, el hombre tenía la adrenalina propia de quien recibe visitas después de un largo, largo tiempo. Su ansiedad por complacer a los recién llegados se veía cargada de una emoción difícil de esconder. Era evidente que la historia que todo su cuerpo relataba no estaba acostumbrada a ser asunto de interés para gente foránea, y Don Dionisio transmitía todo sin querer defraudar a nadie: ni a los visitantes curiosos, ni a su propio pasado.

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Así, mientras yo me dejaba encantar por la fortaleza de las paredes de adobe, las palabras se atropellaban en los labios de este hombre con una vertiginosidad difícil de seguir, y los personajes de antaño iban poblando el desolado lugar poco a poco.   De todo lo que esa tarde anduvo por el aire, me quedaron en la mente los relatos de tiempos lejanos, en que los campesinos viajaban días enteros para traer su trigo a este molino, donde cada quien clasificaba su mercadería, y esperaba también días para poder descargarla. Las historias de tiempos de campo en boca de este molinero no hacían más que traer a mi memoria películas imaginarias que hacía años vivían en mi cabeza, de esas que también se que están, aunque ya no sé cuándo fue la primera vez que las vi.

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Para las cuatro de la tarde, las horas que llevábamos sin sueño se peleaban con aquellas que llevábamos sin comer, y no hubo mejor recompensa que un almuerzo de campo junto al río. Pocas veces he conjugado tan bien un menú con el tiempo paisajístico. No se me ocurre mejor escenario para este almuerzo, que la vera de un arroyo al pie de las montañas…

Cuando esa noche apoyé finalmente la cabeza en la almohada, todavía me costaba creer que la madrugada anterior estaba llegando a Buenos Aires. Así es el tiempo de los aviones: irreal. Tan irreal tal vez como el tiempo de la imaginación. ¿Se parecía este lugar a aquél que mi cabeza había recreado para dar albergue al nombre de esta provincia? ¿Era mi San Juan imaginario tan arrullador como este que ahora me mecía con su placidez pausada? ¿Se veía en mis fotos mentales tan de cerca el cielo soleado? ¿Era tan puro? Como también pasa en estos casos, mis recuerdos inventados comenzaron a fundirse con la impronta de lo vivido, y con estas preguntas sin responder, me fui quedando dormida. Nada me quitó, sin embargo, la tranquilidad de saber que todavía me quedaba tiempo  para seguir viviendo aquella vez que yo te conocí, San Juan…

Este post pertenece a la serie del Blogtrip San Juan, organizado por el Ministerio de Turismo de la Nación Argentina, en su campaña “Viajá por tu país”. Todos los contenidos editoriales, como siempre, son míos y de nadie más 🙂

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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