(O pensamientos desordenados de una madrugada)
Esto pasó hace cosa de dos meses. Yo me estaba por ir de viaje, y unos días antes me senté con mi mamá en la cocina de mi casa y le di una libretita con todas mis contraseñas, cuentas de banco, indicaciones de impuestos y claves de tarjeta. “Si me pasa algo sacás plata de acá, hacés esto asá, y pagás aquello de allá. Acá te van a pedir un pin, te llega como sms a mi celular, y para esto te mandan Whatsapp y tenés que responder rápido”.
Mi mamá me malabareaba entre la concentración y la sorpresa. “¿Pero vos te vas a España o hay algo que no me estás contando?” Sí, me iba a España, pero esas cosas raras de la vida se me ocurrió dejar indicaciones.
***
Cuando mi mamá era una adolescente que ya se había casado con mi papá, mi bisabuela hizo un anuncio familiar: el anillo de agua marina, ese con la piedra gigante que le resaltaba la mano fuerte y arrugada de piel de papel, iba a ser para su primera nieta mujer. “De regalo de cumpleaños de 15”. La primera fui yo. La Noni ya se había muerto pero cuando llegó el 23 de febrero del año 2000 yo fui a la casa de mi abuela a reclamar mi regalo. “Si no hacés fiesta no te doy nada”, me dijo mi abuela. Y yo, tan chica del nuevo milenio, me fui a Disney. Al anillo, igual, no renuncié. Lo reclamé durante años. De la fiesta de 15 la extorsión se mudó al casamiento, y cuando mi abuela se dio cuenta de que conmigo no había caso, me lo terminó dando. “Para que lo uses solamente en ocasiones especiales”, me dijo. Me calzaba perfecto.
***
—¿Vos tenés una lista balde?
—¿Una qué?
—Una lista balde. ¿No se dice así, “lista balde”?
—No sé de qué me hablás.
—Bucket list. Son las cosas que querés hacer antes de morirte. Deberías empezar una y escribir sobre eso en tu blog.

***
El 24 de mayo se me inundó el instagram con saludos y condolencias a un tal Jesse. Era viajero, brasilero y fue trending topic: estaba yendo con su perro y su Escarabajo hasta Alaska, y se murió unas semanas antes de llegar. Un choque de frente. Las redes reaccionaron al instante. Éramos colegas pero no nos conocíamos. Yo me enteré por un conocido en común, pero a mi Whatsapp me llegaron, al menos, tres audios de personas distintas horrorizadas “con el destino”. Que si lo seguía muchísima gente, que si era un copado, que qué fuerte haberse muerto así. A mí me impactaron dos cosas: primero, lo que me pasa siempre cuando se muere un viajero, sea o no conocido. Es como que recién en ese momento la muerte toma dimensión, y entonces pienso “podría haber sido yo”. ¿De cuántos accidentes de autos me salvé? ¿Cuántas veces estuve en peligro y ni me di cuenta? ¿A cuánto nos arriesgamos los que estamos (o tratamos de estar) todo el tiempo en movimiento? Después, los muertos que siguen vivos en redes sociales y en perfiles y en conversaciones de Whatsapp. La vida congelada en la ciber realidad.
***
—A mí me pasa que viajo y me quiero comprar todo. A mitad de compra me agarra la bajada moral: “no necesitás gastar tanto, te volviste una burguesa”.
—Una HAMburguesa, amiga. Basta de la culpa moral católica apostólica romana.
—Pero en serio, ¿no te pasa que te da culpa empezar a aburguesarnos? No en el mal sentido. Hay una parte mía que quiere dejar de ser rata y empezar a gastar, y hay otra parte culposa que me dice “gastadora, derrochona”. No sé. La hippie veinteañera de hostel que está adentro mío me reprime cada tanto. Después me doy cuenta de que es culpa del disfrute.
—Bueno. Yo esa ratez la llevo en mi vida diaria. Mira mi feed de Instagram, tengo en España el mismo pullover que en Marruecos. Yo en Argentina vivo cuidando el mango, pero cuando viajo he aprendido a disfrutar más.
—Sí, ¡son tantas las cosas que me arrepiento de no haber hecho porque no las quise pagar! “No, eso es una turisteada y no se qué” Y ahora me acuerdo más de las cosas que no hice que de la plata que me ahorré, y no sé si esa plata me cambió la vida. Porque hay lugares a los que no sé si voy a volver. Y hay que disfrutar.
***
El 25 de mayo mi familia y yo salimos a comer afuera. Hacía un frío patrio. Me puse linda. Me puse el anillo. “¿Cuál es la ocasión especial?”. “La vida. La vida es una ocasión especial”.
***
Yo no quise poner “antes de morirme”. Faltaba mucho para eso. No quería pensar así, como si tuviera una enfermedad terminal, o una edad terminal o una terminal de cualquier cosa que no fuera un medio de transporte. Así que puse “algún día” y empecé. Primero, por las cosas más imposibles: viajar en globo, ganar un premio literario, bla bla bla. Después seguí por las que dependían de mí y me daban miedo. “Cortarme el pelo bien cortito”, “Publicar mi propio libro”, “Sacar el carné de conducir”. La hice en un cuaderno que usaba para mis anotaciones diarias, entre tickets del Correo Argentino, cuentas de vaya uno a saber qué y los códigos del blog. Y cuando el cuaderno se terminó, lo guardé solamente por esa lista. A veces me gusta volver a leerla y darme cuenta de que hay cosas que ya no me interesan tanto y otras que logré cumplir. Debe ser una de las pocas listas que intento tachar despacito. Siento que mientras haya cosas ahí escritas, entonces todavía hay tiempo.
***
Si llegaste leyendo hasta acá, entonces gracias. La razón de esta newsletter era compartir mi experiencia nadando con lobos marinos, una de las últimas entradas de mi lista “Algún día quiero…” (porque sí, la hice). Pero estoy disfrutando de improvisar: sentarme a escribir esta especie de carta y que las manos y el corazón hagan lo suyo.

Como siempre digo, si tenés ganas de contarme ítems de tu lista, tu relación con las cosas para “ocasiones especiales” o lo que quieras, podés responder a este mail.
Y si la idea de hacer un roadtrip por Estados Unidos, te comparto estos post que escribí en los últimos meses, con toda la info que necesitás para tacharlo de tu lista.
Un abrazo, y nos vemos la próxima

——–
Como me gustó este «Antes de que nuera yo…».
Volver a leer ese estilo tuyo tan propio, el texto «coral» me ha traído muy buenos recuerdos de los talleres tuyos de escritura.
Un beso grande desde Madrid, Lau. ¡Aquí te espero siempre cuando quieras volver!
María