Para presentar el blogtrip que hicimos en Puerto Rico, me propuse escribir sobre lo romántico. Me parecía que era casi una obligación arrancar por ahí, porque además de ser la consigna del viaje, fue también el motivo que nos llevó a decir que sí. Leímos escape romántico y automáticamente pensamos en una cama extra King super size, en velas, rosas, chocolates. Sentimos que después de tanto tiempo en casa, tantas horas trabajando juntos, compartiendo proyectos, consensuando, discerniendo, podría venirnos bien un par de día de tranquilidad dedicados nada más que nosotros dos.
*Este post forma parte del blogtrip organizado por la cadena IHG para promocionar sus Escapes Fantásticos. Si quieren saber más sobre los escapes que tienen para proponer, pueden visitar este link.
Las imágenes se veían perfectas: un hotel de luna miel, piscina, mar. Entonces llegó el momento de elegir las actividades. “Tienen que seleccionar tres cosas románticas que quieran hacer en San Juan para completar la estadía”. Nos desconcertamos. Por supuesto que habíamos estado investigando y mirando mapas y por supuesto que lo primero que habíamos visto era esa ruta circular que le daba vuelta a la isla en un par de horas y que era una tentación a nuestros instintos más naturales, pero sabíamos que el viaje iba de otra cosa. Sin embargo, la etiqueta nos descolocó. ¿Se puede planear lo romántico? ¿Puede una actividad ser más romántica que la otra? Tuve pánico de caer en el cliché.
La primera actividad sugerida fue cabalgar al atardecer y casi muero de un sincope. No tengo nada en contra de los caballos y adoro los atardeceres en la playa pero no concibo el placer de semejante fetiche equino: por empezar, no nací en una finca de Pasión de Gavilanes, así que sé de antemano que no voy a verme bella y radiante así me subiera al corcel del Zorro. Me sobran los dedos de la mano para contar las veces que hice alguno de estos paseos y mucho más si debo recordar las oportunidades en que el caballo no se empacó, o no me hizo caso, o no me sentí un flan a punto de desparramarse. Así que dije que no. Y doblé la apuesta: la única forma en que hago esto es si Juan se sube y yo le llevo el caballo caminando. Intuyo que mi negativa rotunda no fue de lo más polite, porque también causó desconcierto. «¿Y entonces qué quieren hacer? Dime qué es lo que Juan y tú consideran romántico normalmente». Para ayudarme, me propuso que pensara que haríamos en nuestra luna de miel o qué fotografías imagino de un viaje de pareja en San Juan.
Podría ser nuestra luna de miel…
La consigna más simple del mundo no es tan fácil para nosotros, porque no somos una pareja “normal”. Juan y yo podemos disfrutar horas y horas encerrados en una librería cada quien por su cuenta, y lo romántico está en el momento en que descubramos un libro y lo primero que hagamos sea pensar en el otro y entonces corramos a celebrar el hallazgo. O una tarde tirados al sol con mapas y guías inventando viajes futuros para quién sabe cuándo. Una luna de miel perfecta sería exactamente igual a los viajes que hacemos ahora, con aventura, incertidumbre, quizá algo más de playa, pero seguro que haríamos también autostop. Y lo sentimos romántico porque nos enamora compartir los mismos gustos, tener historias en común, mirarnos a metros de distancia con un auditorio de por medio y saber exactamente qué es lo que está pensando el otro y por qué.
Pero no todo es color de rosas. Viajar, trabajar y vivir juntos puede ser agotador por momentos, y lo que extrañamos muchas veces es el desahogo de las parejas “normales” de llegar a la casa tras un día extenuante y poder descargarse contándole todo al otro esperando consuelo y desenchufe. Nosotros no contamos con eso. Hay días en que la necesidad de un espacio personal es imperante, y en esos días Juan se encierra con su colección de estampillas y yo miro tres capítulos seguidos de mi serie preferida, o salgo a caminar, o me interno en Skype en horas interminables de charlas con amigas. Visto desde afuera, puede sonar opresivo. Más de un soltero militante nos ha preguntado casi asqueado que cómo hacemos, que cómo aguantamos, que tanto pegoterismo no es sano. La verdad, y acá tengo que ser sincera, nos damos cuenta de que queremos estar solos únicamente cuando discutimos y solemos discutir por pavadas que se resuelven uno o dos ratos después. El resto de la vida, de las tardes, de las horas, somos dos y nos encanta, y conversamos sin parar sin darnos cuenta, y disfrutamos de la comida o de la siesta o de los blogs, y la felicidad se maximiza porque, justamente, es de a dos.
Juro que no lo estaba ahogando!!!
Lo romántico entonces es variable, es de cada uno y no está mal, si se trata de compartir, de amar hasta el ridículo, de disfrutar de a dos.
Entonces elegimos: clases de salsa (porque adoro bailar y porque estamos en Puerto Rico) + snorkel y playa (porque a Juan le fascina ponerse las patas de rana ─como si no fuera ya lo suficientemente largo─ y porque a mí me encanta mirar pececitos con él) + kayak en una bahía bioluminiscente (porque poder trabajar en equipo es muy romántico (¿?) ) + paseo histórico y gastronómico por San Juan (porque probar comidas nuevas es algo primordial en nuestros viajes, como también lo es caminar sin rumbo fijo).
Nos eligieron (y acá tampoco nos vamos a quejar): una cena romántica (bien, a seguir comiendo) + un servicio romántico a la habitación (no se asusten, eran frutillas con chocolate) + un masaje descontracturante (nada mal después de un año de teclado), y un deporte extremo que no sé cómo se llama pero que no sirvió de mucho porque aclaré y recontra aclaré que soy un queso con los deportes, y mantuve mi palabra…
Durante las próximas semanas voy a ir subiendo algunos artículos con más detalles, pero mientras tanto les comparto el video-resumen de nuestro escape romántico por San Juan.
*pongo “normal” así, entre comillas, porque no creo que ninguna pareja del mundo sea normal, aunque pocas se animen a admitirlo.
Interesante escapada! Y cierto que cada pareja tiene sus cosas románticas fuera de los clichés