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A nadie le importa

Muchas cosas tiene Buenos Aires que son para mí inexplicables. Muchas de ellas puedo verlas desde un punto de vista cómico o asombroso o hasta ridículo. Pero tengo que reconocer que desde que estoy viviendo acá mi mentalidad ha cambiado muchísimo. Trato de no culparme, creo que es imposible no sumirse en la masa, no adaptarse a la idiosincrasia de la sociedad porteña (y del gran Buenos Aires también, la General Paz no limita mentalidades) más allá de que uno este de acuerdo o no.

Es muy típico de quienes vivimos acá asombrarnos de la amabilidad de la gente del interior en los 15 míseros días que tenemos de vacaciones al año. Pero es solo eso: nos asombramos, lo disfrutamos, retribuimos y volvemos a casa con un deje de humanidad, que se evapora a los dos o tres días. Momento: no estoy diciendo que la gente en capital no sea humana, es simplemente que no le importa. A la gente de acá no le importa.

Uno se para en una esquina en el centro un lunes a las 10 de la mañana y se hace imposible contabilizar los miles de cuerpos que van de un lado al otro, corriendo porque acá siempre se corre, que se chocan porque todavía no se inventaron los carriles peatonales, que van escuchando música o hablando por teléfono, o mirando hacia sus propios pensamientos, siempre preocupados. Si uno ve una sonrisa es posible que se trate de un turista, o de un enamorado ingenuo, o mas probablemente de un desubicado que osa reírse un lunes a las 10 de la mañana en microcentro. Hagan la prueba de sonreír y se van a dar cuenta que la gente va a mirar preguntándose si es que uno acaba de ganarse la lotería o si tuvo la fortuna de poder escupirle unas cuantas barrabasadas a su jefe en la nariz, aunque sería raro que eso pase un lunes a la mañana…entonces lo miran a uno con cara de desubicado, porque no tiene derecho a sonreír así abiertamente. Pero solo eso, una mirada y basta, porque a nadie le importa. Y me sumo a eso no mirando a la gente que sonríe, sino dejando de sonreír a veces, porque es costumbre acá la cara de perro. En los tres años que hace que estoy viviendo acá, una sola vez me toco vivir la experiencia de que me quisieran robar: sábado a la mañana estación Alem de la lina B. Ya había bajado de subte y en uno de los pasillos para salir me agarra un tipo por la espalda y empieza a zamarrearme, arañarme y forcejearme para sacarme el teléfono que traía en la mano, al tiempo que me decía `soltalo hija de puta, si vos te podes comprar otro`. Sí, ya sé, es indignante. No puedo explicar la sensación horrible de que el tiempo se estirase como chicle mientras yo pedía auxilio con una voz que no reconocía como propia, forcejeaba con el tipo, lo pateaba, intentaba pegarle con la cabeza y hacia una fuerza tremenda. Pero si todo esto les parece indignante, qué queda entonces pensar si les digo que al final del pasillo, a no mas de 4 metros de distancia había un señor muy de sobretodo que me mirara como si yo fuera el estreno del cine de los jueves. Me miraba y se hacia el distraído, y yo lo llamaba para que me ayudara, diciéndole que me querían robar. Pero no, el señor dio media vuelta y termino de subir la escalera, y se quedo esperando afuera. No se cuanto paso, el ladrón se cansó y yo gané: gané conservar mi teléfono, (que nadie tiene por qué venir a sacármelo mas allá de que yo me pueda comprar 50 iguales, es mío), gané llanto y gané odio, pero juro que más odio que al que me quiso robar le tuve al que no me ayudó, al que se quedó mirando y no fue capaz siquiera de llamar a otro para que me ayude. No, se quedo mirando y cuando se aburrió, cuando vio que no iba a haber muertos ni iba a venir Cronica TV siguió su camino como cualquier sábado a la mañana. Simplemente, porque a nadie le importa.

Es entendible que en una gran ciudad uno se aísle, aunque parezca absurdo. Es entendible que uno tenga miedo y que dude en meterse, o que vaya demasiado apurado a veces. Pero todos los días no. Y eso me molesta. ¿Cómo puede ser que nadie se detenga a preguntarle a la chica que va caminando a moco tendido si la puede ayudar en algo, o que nadie se percate que hay una señora mayor queriendo cruzar la calle y que no puede?

No se, tal vez sea yo que tuve mala suerte y que cuando me detuve a mirar tuve siempre malas experiencias. O tal vez sea que hoy extraño mi ciudad, mi vida de pueblo, de todo cerca, de caras conocidas en cada esquina, de esas que uno saluda por el hecho de verlas todos los días aunque no sepa ni el nombre.

Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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