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5 cosas que hacer en Santiago de Chile

Me pasaba igual que con Montevideo: los tenía al alcance de la mano y nunca había ido. Es paradójico, pero no se trataba de falta de ganas. Sino que a veces con los viajes sucede así: uno planea mucho, sueña, mira mapas, y los ojos se desvían como cometas. Lo que más cerca está va quedando siempre para después. Por eso, cuando me llegó la noticia de que íbamos a viajar a Santiago de Chile con el proyecto #3TravelBloggers, además de la alegría propia del viaje, sentí que estaba cumpliendo con una cuenta pendiente. Había pasado varias veces por el sur y por el norte del país, pero nunca había tenido la posibilidad de recalar en la capital. En este viaje, iba a sacarme las ganas.

Este es un post que pretende ser lista (práctica) y pero que en realidad no lo es: en lugar de enumerar los imperdibles de Santiago decidí hacer un mix entre eso que hay que ver, y eso que hay que vivir. Porque no sólo los ojos alimentan los viajes. Por eso, acá va mi lista de 5 cosas que hacer en Santiago de Chile:

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1. Sentir Santiago en las pantorrillas

Sólo quienes hayan participado alguna vez de una masa crítica, pueden entender ese sentimiento enoooooorme y potente, mezcla de libertad y energía, que te da andar en bici en malón, por una ciudad llena de autos. Yo lo viví una vez en Buenos Aires y fue fantástico, y ahora que nos acomodábamos los cascos de colores y empezábamos a cruzar las avenidas en filitas indias, volví a experimentar esa linda dosis de adrenalina bicicletera. Así arrancamos la mañana del primer día en Santiago. No me animé a decir mi clásico “prefiero caminar”, porque aunque sí es verdad que para mí la mejor manera de conocer una ciudad es caminando y caminando, cuando me acordé de mis propios principios ya estaba sonriéndole al viento que me pegaba en la cara, tratando de maniobrar la bici y la cámara a la vez.

Andar en bici y sacar fotos a la vez es un arte que todavía no domino. Igual lo intenté...
Andar en bici y sacar fotos a la vez es un arte que todavía no domino. Igual lo intenté…

Empezamos por cruzar el Parque Forestal. “Cuando yo era joven, este era un buen lugar para venir a pololear”, dice Mauricio, el guía que nos acompaña, y se pone colorado tan sólo de acordarse. Pololear es un término chileno que significa “noviar” y que se me quedó grabado en la mente cuando era chica y en Argentina las novelas chilenas eran furor. (Me causa gracia cada vez que la escucho). Aunque ya no mire novelas chilenas, y Mauricio se apresure en recordar que es un hombre casado, algunos adolescentes se matan a besos bajo las copas semidesnudas de los árboles de otoño. Cuando quiero acordarme, ya estamos en la otra punta del parque.

Eso es lo que me gusta de andar en bici. Si caminar por algunas ciudades me parece como hacer zapping por sus calles, la bici le agrega más ritmo a ese salto, y hay que concentrar mucho los pensamientos y retener los recuerdos, focalizar y grabar, porque todo pronto queda lejos.

Del Parque Forestal pasamos al Parque Balmaceda y de ahí al barrio Condell ─ un sector aristocrático del siglo XX ─, donde paramos a mirar algunas de las casonas que todavía quedan. Y a medida que nos acercábamos a otros barrios más bohemios de Santiago, los grafitis empezaron a inundar las paredes. No tuve tiempo de pararme a fotografiar, pero desde la bici me las arreglé bastante bien. De todos, este fue mi preferido:

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No me voy a colgar hablando sobre arte urbano (otra vez). Pero si les interesa el tema, no se pierdan mi post anterior, sobre el Street Art en Valparaíso.

Para cuando llegamos al Mercado Central, las piernas me dolían, pero tenía la sensación de que esa primera impresión de Santiago había sido como en Fast Forward, que había visto de un pantallazo las calles soleadas de la ciudad, había oído de su historia, había tomado algunas fotos y que aún me quedaba tiempo para seguir. Algo así como un desayuno buffet de ciudad. Me encantó.

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2. Comerse un loco en el Mercado Central

Se llamaba “La fiebre del loco” y todo lo que sabía era que se trataba de una película chilena. Le puse “play” de pura curiosidad, y terminé aprendiendo bastante sobre uno de los mariscos que mueven la economía de varias localidades del sur de Chile. Después de ver la peli, me prometí que un día iba a probarlo. Lo que no sabía cuando entré al mercado es que ese día acababa de llegar.

El loco es un molusco típico de las costas de Chile y de Perú. Debido a la sobre explotación de las costas, el loco ya no es un producto de consumo masivo: las constantes vedas hacen que los precios sean bastante altos. Pero como la invitación vino del cielo… Para alguien poco amante de los frutos de mar (ya lo dije en otra ocasión, el ecosistema marino está a salvo conmigo), el loco tuvo un sabor mucho más rico de lo esperado. Me hubiese encantado poder mostrar una foto de la bandeja, pero no alcancé a sacar la cámara que ya quedaba la mitad. Si alguien anda por Santiago con amigos y con ganas de estirar un poco el presupuesto. Vale la pena.

Bonus track: Si son de los míos y les gusta probar todo lo que encuentran en los mercados (sin importar aspecto, color ni nada que se le parezca), el cochayuyo es otro de los desafíos. Cuando lo vi de lejos pensé que eran metros de manguera, esa que usan las enfermeras para sacar sangre. Me acerqué con mucha curiosidad, y terminé descubriendo un alga que jamás había visto en mi vida. El cochayuyo era muy utilizado por las culturas originarias en su dieta diaria, y hoy forma parte de la gastronomía nacional. Se usa en guisos y ensaladas y aunque su textura es un poco incómoda al paladar, el sabor es muy auténtico. No lo amé (no me traería a casa para incorporarlo en la dieta diaria), pero me gustó probarlo.

Eso enroscado que está al fondo es cochayuyo. Cosa rara si las hay-
Eso enroscado que está al fondo es cochayuyo. Cosa rara si las hay-

3. Probar mote con huesillo (¿qué con qué?)

En Perú fueron los marcianitos, en Venezuela, los helados de Teta. Acá, los carteles que empezaron a llamar mi atención anunciaban “Mote con huesillo”. El mote lo conocía (o eso era lo que yo creía): granos bien grandes de maíz blanco que había probado en Perú. Ahora, no podía imaginarme ninguna bebida hecha a base de choclo y caracú. ¿Huesito de qué? Cuando llegamos a la cima del Cerro San Cristóbal, no pude con mi curiosidad, y allá fui hasta uno de los carritos. Obviamente, lo que me sirvieron no tenía nada que ver con lo que me imaginaba (gracias a Dios).

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El mote con huesillo es una bebida refrescante bien típica de Chile (no se consume en otros países) que consiste en jugo acaramelado (muy dulce) granos de trigo (claro, el mote que yo conocía era de maíz, pero el término “mote” no es excluyente al parecer!) y duraznos disecados (ese era el huesillo!). Es raro. Me preguntó cómo surgió esta mezcla de ingredientes, que no nacieron para ser combinados entre sí. Te lo sirven en un vaso con una cucharita para ir comiéndote el trigo y el durazno a medida que te vas tomando el jugo. Repito: es muy raro. Hasta el arroz con leche llega la locura de servir granos fríos y dulces, ponele. Pero mezcla trigo helado con almíbar… No sé, es toda una experiencia, pero no me animo a decir que no me gustó. Lo incluí en esta lista porque, al igual que el cochayuyo, me pareció algo distinto que hay que probar, y no de helados increíbles está hecho el mundo…

Así de tentadora es la foto que muestra Wikipedia para "mote con huesillo". Capaz tuve mala suerte y el mío se veía así después de que cuatro colectivos le pasaran por encima. No sé, no quiero ofender a mis lectores chilenos (leí por ahí que este brevaje tenía muchos fans). Capaz tengo que volver a probarlo. Por ahora es un "aprobado" pero ahí, raspando.
Así de tentadora es la foto que muestra Wikipedia para «mote con huesillo». Capaz tuve mala suerte y el mío se veía así después de que cuatro colectivos le pasaran por encima. No sé, no quiero ofender a mis lectores chilenos (leí por ahí que este brevaje tenía muchos fans). Capaz tengo que volver a probarlo. Por ahora es un «aprobado» pero ahí, raspando.

Dato bonus track: Dice Wikipedia también que “el Mote con huesillos más grande de la historia se realizó el 23 de enero del 2008, en la ciudad de Osorno. Este consistió en 500 L de la bebida, preparados a partir de 65 kilos de huesillos, 60 kg de mote y 50 kg de azúcar”. Leí esto y me acordé de los colombianos con la arepa más grande del mundo. Lo sorprendente en este caso (o mejor dicho, el dato que más me interesa saber), no son las proporciones que se utilizaron para prepararlo, sino cuántas personas se habrán necesitado para tomar tanto mote con huesillo! Si alguien sabe, avíseme.

4. Ver el cielo…desde arriba del cielo

Atención: este no es un ítem apto para sufridores de vértigo. La torre del Costanera Center, en el área de Providencia, es la más alta de Iberoamérica, y tiene una de las vistas panorámicas más espectaculares que vi en mi vida. Con 300 metros de altura y una vista de 360°, desde el mirador del Sky Costanera se puede ver Santiago por encima del smog, de las nubes, del sonido, de todo… Los cerros de fondo y la ciudad abajo, tan chiquita, se aprecian mucho más después de la lluvia, cuando Santiago parece en HD. Nosotros no tuvimos esa suerte, porque el día que subimos hacía bastante calor y el sol picaba de lo lindo. Así y todo, subir hasta el piso 62, a una velocidad de casi 7 metros por segundo, fue toda una experiencia. No se siente nada (ni vértigo, ni cosquilleo en la panza). Es como estar en una cápsula y de repente, salir al cielo.

Subir al Sky Costanera, algo que hacer en Santiago de Chile

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Bonus track: Si buscan #SantiagoHD en twitter van a encontrar un montón de fotos hermosas, no sólo tomadas desde acá arriba.

5. Terremoto en La Piojera

Sí, en este viaje a Chile visitamos bodegas impresionantes, probamos vinos de los más delicados y nos deleitamos con copas de todos los colores frente a paisajes que parecían de película. Pero si todo nuestro viaje por los caminos del vino estuvo marcado por la excelencia y la finura, no podíamos (ni queríamos) irnos de Chile sin conocer el ambiente popular, sin compartir una copa con la gente real que habita las calles chilenas. La Piojera tenía que ser el lugar.

visitar la piojera, una de las cosas que hacer en Santiago de Chile

Cuenta la versión popular que en el año 1922 un director de la policía invitó al presidente chileno del momento, Arturo Alessandri Palma, a conocer el bodegón dónde la gente se reunía comer y a beber. Al llegar dijo: “¿Y a esta piojera me trajeron?”. El cartel que oficializó el nombre se lo pusieron recién en 1981, aunque ya casi ningún chileno necesita indicaciones para poder llegar a un lugar tan emblemático. En La Piojera uno encuentra de todo, casi como en la vida misma: trabajadores que acaban de terminar su jornada, jóvenes hormonales que sacuden sus vasos a los gritos, gringos rubiones que intentan mezclarse con la muchedumbre, vagabundos al paso, parejas cenando. No importa que el vino no tenga etiqueta ni que los vasos sean de plástico, ni que el mozo no te limpie la mesa, ni que las chapitas de las cervezas florezcan en el piso, porque La Piojera está mucho más allá de cualquier etiqueta: es un lugar de encuentro genuino, donde cualquier cosa puede suceder.

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¿Y el terremoto? No, no se trata del sacudón de la tierra que de vez en cuando hace temblar a Chile, sino de un trago que tiene casi las mismas propiedades sísmicas. Preparado a base de vino blanco, helado de piña, fernet o licor amargo y granadina, el terremoto se toma rápido (es muy dulce) y cuando uno quiere acordar ya le está temblando el piso… Pero es no es todo. Lo lindo de ir a La Piojera y pedirse un terremoto no está en los efectos secundarios del alcohol, sino en las historias que uno puede traerse en el bolsillo si tan sólo se sienta en la barra, comparte unos tragos, y se pone a escuchar con atención…

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Laura Lazzarino

Soy Laura y desde 2008 vivo con mi mochila a cuestas, con un único objetivo: viajar para contarlo. Este blog es el resultado de mis aventuras a lo largo de +70 países. ¡Bienvenido a bordo!

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